¡QUÉ ROLLO CON MÉXICO!

Crónica de un congreso nacional juvenil…

Las ganas de superarse de un humilde y feo escritor de Morelia se ven frustradas ante la intolerancia y el rechazo de finas personalidades del espectáculo, el periodismo y la intelectualidad nacionales.

No soy un perdedor, no soy un perdedor, no soy un perdedor… repetía una y otra vez en mi cabeza mientras la combi roja 3-A me transportaba hacia el Centro de Convenciones de Morelia, ese gran edificio al que acudía por primera vez en mi vida. ¿A qué iba a ese lugar? Nada menos que al Séptimo Congreso Nacional Juvenil ¿Qué Rollo con México? 2009. No me pregunten cuánto costó la inscripción pues me da pena confesar en qué forma obtuve ese dinero, pero les juro que hasta hubiera matado a alguien con tal de estar frente a un excelente grupo de oradores de primer nivel, personajes realmente preocupados por el futuro de nuestro país. Puros ganadores.

Siempre he querido ser como ellos. Como Roberto Monroy, por ejemplo, que cuando era un jovenazo en plenitud inauguró este foro y no sólo eso, pues también fue el padrino de grupos pop, ésos de chavos guapos, delgados, blancos y sonrientes. Gracias a él la juventud de esta ciudad se deleitó con conciertos de Magneto, Mercurio, Kabah y tantos otros que desgraciadamente ya no existen, pero que entonces eran lo equivalente a RBD. Por fortuna, el pop nunca muere, si acaso sus intérpretes. La tenacidad de Roberto le ha llevado a grandes hazañas siempre en beneficio de nuestra ciudad, no en vano el actual alcalde lo nombró director de Turismo de Morelia, pues nadie mejor que él para mostrar a los visitantes los grandiosos sitios de la capital michoacana, como los majestuosos templos donde rezan nuestras madres o los clubes privados en el que tantas cosas pueden pasar en una sola noche. Bueno, esto último sólo lo he escuchado, porque, confieso, nunca me dejan entrar.

Por eso es que insistí tanto en ser parte de este rollo, pues mi vida está llena de tropiezos, de errores, de conflictos, de malas pasadas, de malas decisiones. De mala suerte.

No les voy a mentir. Una vez dentro del salón de conferencias me sentí intimidado por los demás asistentes, quienes vestían ropa de marca cara, calzado elegante y sobre todo olían delicioso. No, perdón, sobre todo eran muy guapos y muy bonitas. Tal vez por eso opté por sentarme hasta atrás, en la esquina de la izquierda, pues había escuchado que los conferenciantes hacen participar al público y la verdad yo no estaba preparado para tomar un micrófono y opinar ante la mirada de todos sobre cualquier tema.

Aun así, refugiado en ese mismo lugar que ocupé en mi incipiente vida estudiantil, estaba listo para contagiarme de la fuerza y vitalidad de nuestros motivadores, preparado para salir con una mejor actitud ante la vida y echar a la basura, de una vez por todas, ese maldito pesimismo con el que he crecido.

El primero de los oradores, Carlos Páez, nos dejó impresionados con sus aventuras en la Cordillera de los Andes, lugar donde sobrevivió, solo, durante más de dos meses. De verdad este sujeto es envidiable. Ya quisiera yo tener una anécdota parecida, pero qué va, si no soy capaz ni de estar en Pátzcuaro por mi propia cuenta. Y qué decir de Patricia Guerra, una de las tres mexicanas que ha cruzado el Canal de la Mancha, mientras que su servidor no es capaz de nadar en una alberca diseñada para niños. El tercero en escena fue Andrés Roemer, creador de ¡más de mil programas de televisión!, ¡Wow!, y yo que también mataría con tal de estar en uno de ellos, tan solo en uno. No sé qué haría en la televisión, realmente no tengo aptitudes ni soy carismático, tampoco sé cocinar para que me contraten de chef ni sé leer los astros para dar el horóscopo, pero todo se aprende, y con un poco de ganas y trabajo, como dicen los motivadores, uno puede alcanzar sus metas. Parecía demasiado para un solo día, pero había más. La última en hacer acto de presencia fue la sexóloga Alessandra Rampolla, una mujer liberal en toda la extensión de la palabra, pues nunca se censuró para pronunciar palabras como pene o vagina, que estaban prohibidas en mi escuela rural de Urameo.

Así libré ese día; ahí, escondido, arrinconado, pero no por eso inferior ni acomplejado. Estaba seguro de que las cuatro charlas me habían servido para levantar mi autoestima, mi confianza. Estaba seguro de llegar a la segunda jornada de conferencias y poder sentarme hasta el frente. Y así sucedió.

Ese sábado me levanté con la convicción de ser desinhibido, valiente, arrojado, abierto. Desperté temprano y me bañé con agua fría, tal como lo hizo Carlos Páez durante su aventura por los Andes. Y aunque la sexóloga afirmó que masturbarse es de lo más normal del mundo, pensé que no era la hora para tales placeres. Mejor llegué entero para la primera conferencia a cargo de Rebeca de Alba y Ari Borovoy. A la primera la he conocido toda mi vida, prácticamente crecí con ella en la televisión (¿alguno de sus programas fue creado por Andrés Roemer? ¡Seguro que sí!), mientras que al otro… bueno, no sé muy bien qué rollo con él (¿checan mi slang?). La señorita Rebeca nos cautivó al hablarnos de su fundación contra el cáncer en los huevos, y para que no quedara ninguna duda, Ari se tocó sus huevos y contó algunos chistes picantes sobre huevos.

Entonces, como se trataba de desinhibirse, yo, sentado hasta adelante, me toqué mis huevos mientras Rebeca seguía hablando. Me concentré primero en sus larguísimas piernas, luego en su rubia cabellera, ondulada, rozando sus pezones, y desde luego en sus ojos tan cafés como la tierra de Zacatecas. Llegó el momento en que perdí el hilo de la charla porque imaginé a Rebeca completamente desnuda, de hinojos frente a mí, acariciándome mis huevos mientras me explicaba cuántos impuestos evadía con su fundación… No tuve más remedio que levantarme de mi asiento, pedir el micrófono a una de las guapas edecanes y decir: “Rebeca, tus piernas largas me excitan, disculpa que me ausente un momento, pero debo ir al baño a masturbarme”.

No sé por qué, pero panelistas y auditorio hicieron mutis, sus caras se quedaron congeladas, blancas, pálidas, y parecía que así iban a permanecer hasta que Roberto Monroy reaccionó, miró a alguien y ese alguien me sujetó del brazo y con voz muy bajita me pidió que lo acompañara. Pero no me iba a dejar. Me aferré al micrófono y expliqué las bondades de la masturbación, es decir, sólo repetí lo dicho por la conferenciante del día anterior. Alguien de atrás gritó que mi intervención era una falta de respeto y no me explico cómo pero la señora De Alba aligeró los ánimos al decir que mi comentario no era para tanto, que me fuera al baño si quería y así poder continuar con la charla. El de seguridad dejó de apretar mi delgado brazo pero para entonces la excitación ya se me había pasado.

Temí que al siguiente día no me dejaran pasar, pero mi rostro es tan gris, tan poca cosa, que nadie lo recordó… volví a entrar sin que prácticamente nadie lo advirtiera. Ahora era el turno de dos hombres muy populares, aunque distintos entre sí. Pedro Ferriz de Con, ese gran periodista que desafía al poder en turno, contó chistes que provocaron la carcajada de todos y dijo que “a esta sociedad le hace falta una buena dosis de respeto”, y fue más allá al pedirnos que por favor retiremos el graffiti de Morelia, porque esas pintas son una de las principales faltas de respeto. Como el señor De Con es alivianado, supuse que no habría problema si le hacía notar algo.

—Pedro, con todo respeto quiero decirte que en mi colonia he quitado el graffiti muchas veces y esos pinches vándalos lo vuelven a poner, ¿y sabes por qué?, porque los pinches policías del Ayuntamiento y del Estado son unos cobardes que no se atreven a meterse en colonias como las mías y porque esos mismos gobiernos no generan opciones ni de trabajo ni de entretenimiento, pero sí invierten dinero en patrocinar conferencias como las tuyas, en las que…

En ese momento Pedro me interrumpió, y con su característico estilo me hizo ver como un resentido social, como un izquierdista trasnochado. Todos lo celebraron, y aunque nadie intentó desalojarme la charla continuó en ese tono amable donde nadie increpa a nadie.

Cuando Carlos Monsiváis apareció para contar más chistes (pero intelectuales) y a decir que la lectura es la base para ser más cultos, tomé por enésima vez el micro y de plano le confesé mi desencanto por su literatura, muy desfasada y siempre con los mismos recursos. Le reclamé también que en los años setenta desprestigiara al festival de Avándaro al calificar a sus asistentes como la primera generación de gringos nacidos en México y le recordé su necedad por apoyar al Peje en su plantón de Reforma. No dijo nada, sacó de la manga otro de sus chistes intelectuales y todos volvieron a reír y volvieron a aplaudir.

Finalmente todo terminó con una fiesta en el antro más cool de la ciudad, pero ahí ya no me dejaron pasar. Creo que Roberto Monroy reconoció mi rostro invisible, por eso el de la cadena me pidió que le mostrase la pulserita oficial del evento y, como no la traía, tuve que conformarme con caminar por la calle, solo, entumecido, cabizbajo, titubeante, sin rumbo.

Como un perdedor. ®

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Publicado en: Abril 2010, Apuntes y crónicas

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  1. Amigo… ánimo, los grandes, no nacieron siendo grandes, fueron gente comun como nosotros, la diferencia está en la actitud ante la vida, no te olvides que pensamientos positivos traen vibras positivas, y que pese a que la masturbacion x ejemplo, no es mala,, no a toda la gente le gusta escuchar de eso, y menos a une mujer que se lo digas jejejeje Saludoss

  2. jose rodriguez

    Lástima mi buen, otra oportunidad que pierdes para llegar a ser lo que todos quiseramos: un Roemer, un Monsi, un… ni pex.

  3. Elizabeth

    Me fascinó el artículo! Muy buenas tus intervenciones en la convención. Saludos!

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