ALEJARSE DE RULFO

El historiador y otros cuentos campiranos, de Héctor Villarreal

Héctor Villarreal, colaborador nuclear de esta revista, se aventura al género cuentístico para ofrecernos otra visión del campo mexicano con su característico humor corrosivo y su crítica racional.

Es extraño que los escritores mexicanos contemporáneos quieran escribir historias sobre el campo. Pareciera que Rulfo dejó cerrada esa puerta, que ya todo está contado. Su peso es demasiado cuando se trata de narrar sobre campesinos miserables, tradiciones de rancho, ignorancia santera o conflictos por tierras o ganado. Incluso esta piedra enorme no solamente se limita a la literatura; el cine y la televisión también resienten esa carga. Cualquier película mexicana o programa que intente narrar el campo mexicano de mediados del siglo pasado parecerá rulfiana. Incluso me atrevería a afirmar que existe toda una estética pedroparamesca: sombreros viejos y agujerados, desérticas e infinitas praderas inhóspitas, ganado en los huesos que va de aquí para allá, pies ajados dentro de huaraches viejos hechos tiras, pobreza infinita, poca comida rancia, triángulos amorosos entre compadres, santos que mueven al fanatismo, enfermedades asesinas ineludibles.

Siempre que se intenta producir melancolía por la inocencia campirana perdida los escritores y guionistas recurren al lenguaje que Rulfo manejó en su par de libros. Tanto poder concentrado en tan pocas letras. Este país literariamente es Paz o Rulfo. Muchos, obviamente no todos, dentro de la república de las letras, se han dedicado a copiar el estilo de las dos leyendas. O escriben bonito o escriben como ancianos platicando. Estas y otras razones son las que ponen en peligro a cualquiera que aborde el campo como temática. Quiero decir que no es sencillo, que es de lo más fácil caer en lugares comunes y que los que se animan generalmente fracasan.

Las historias giran en torno a la vida de cualquier miserable habitante de pueblos perdidos del Bajío a mediados del siglo pasado. Hay desde charlatanes que engañan a todo un pueblo, adolescentes hermosas embarazadas, figuras de porcelana benditas, vendedores de sombreros que se hacen millonarios, hasta fantasmas buena onda que mandan fortuna.

Héctor Villarreal (Ciudad de México, 1974) no es un novato. Lo conocemos porque tiene otros libros y porque publica muy seguido en distintas revistas del país. La escritura no es ajena a él y tampoco es su primer libro. Quienes lo leemos con frecuencia sabemos de su sentido del humor, su acidez y su crítica racional al Estado y al sistema de gobierno mexicano. Muchos se ofenden y en las revistas digitales recibe desde análisis bien articulados hasta mentadas de madre. Por eso sorprende leer El historiador y otros cuentos campiranos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2010), porque aquí se puede descubrir otro ángulo del autor. Uno más serio pero sin ser académico, como otros textos que publica a menudo. Incluso se puede hallar algo de poesía: “La luna cubría la procesión como una sábana blanca” (p. 60), “Sólo los muertos se remontaban en el aire caliente, como los pájaros, como su casa” (p. 77), “El corral nomás güereaba sembrado de huesos de muerto a flor de tierra” (p. 57).

Las historias giran en torno a la vida de cualquier miserable habitante de pueblos perdidos del Bajío a mediados del siglo pasado. Hay desde charlatanes que engañan a todo un pueblo, adolescentes hermosas embarazadas, figuras de porcelana benditas, vendedores de sombreros que se hacen millonarios, hasta fantasmas buena onda que mandan fortuna. Las historias tienen reminiscencias de ese estilo rulfiano que mencioné arriba, aunque se alejan lo suficiente para tener su propia identidad. Incluso el lenguaje que utiliza el autor, en especial cuando los personajes hablan, podría sentirse esa influencia, pero el autor no se cae con tan poquitas piedras. Transcribe literalmente la forma en que habla la gente del campo y de esa manera evita caer en el lugar común.

Pero esta característica es lo que además de darle originalidad también, en ciertos momentos, afecta su narración. Me refiero a que los diálogos redactados limpiamente se intercalan con otros apenas barnizados de modismos. Esa variación en ocasiones parece impostada, casi metida con calzador. Aunque esa sería una minuciosidad, en realidad no afecta la fluidez de los cuentos.

Algunas de las historias tienen una limpia vuelta de tuerca que las lleva a la categoría de cuento moderno según las reglas de Poe o Quiroga. Otras se convierten en sencillas narraciones, en donde parece que no suceda nada especial, aunque es claro que los personajes han sufrido un cambio radical a partir de ese momento narrado.

También es extraño que las historias más fluidas y mejor concretadas aparecen en los primeros cuentos y los últimos parecen ejercicios de una narración más larga y compleja, como si fueran el embrión de un cuento más largo o de una novela. En este caso, parece que esos últimos cuentos fueron escritos hace mucho, cuando el autor era menos hábil o tal vez fueron creados más a la carrera para poder completar el libro. Al final El historiador… es un libro de cuentos que se disfruta rápidamente y que probablemente, por su temática y género, no tendría cabida en grandes editoriales, ya sabemos que el cuento es despreciado por el mundo editorial actual, cuando es nuestro más viejo y conocido género literario. ®

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Publicado en: Enero 2011, Libros y autores

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