Apocalipsis zombie

Al fin todos somos iguales

Quizás es cada vez más difícil “seguir funcionando como seres humanos”. La condición zombie está íntimamente ligada a “la deshumanización: la pérdida del juicio, del sentido común, de la personalidad y del propósito existencial como últimos y definitivos compromisos de la socialización”.

Zombies por todas partes.

Zombies por todas partes.

Los zombies andan por todas partes. Seguro los has visto. En las pantallas grandes y en las chicas, en las páginas de los libros y en caminatas urbanas: es imposible evitarlos.

Como nos resulta “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, de acuerdo con Fredric Jameson, el Apocalipsis es nuestra última utopía. Y de la impresionante cantidad de finales posibles, todo parece indicar que estamos condenados al Apocalipsis zombie, figura retórica que atrapa la imaginación colectiva del mundo globalizado, significante multivalente que parece condensar nuestra ansiedad actual.

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Rudy Eugene, de 31 años, atacó a un vagabundo desfigurando su rostro a mordidas antes de que la policía lo matara con seis balazos el 27 de mayo de 2012 en Miami. Eugene iba desnudo y quitó la ropa a su víctima antes de atacarla. La policía especula que estaba bajo el efecto de “sales de baño”, que suelen elevar la temperatura corporal del que las consume.

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Los zombies funcionan bajo algoritmos sencillos. El primero indica que no escatimarán esfuerzos para comer, motivación única e incesante de su (no) vida. Su alimento de preferencia es la carne humana, aunque cualquier ser vivo funcione. El segundo algoritmo es de índole social: zombie no come zombie. El tercero es funcional: un zombie sólo se detiene al ser dañado su cerebro, único órgano vital.

Zombificados por el trabajo...

Zombificados por el trabajo…

Normalmente se mueven con lentitud. Como regla, son estúpidos; como junkies, implacables. “Los disidentes no son muy inteligentes”, dice Juan de los muertos en la película homónima (Alejandro Brugés, 2012), en la que los zombies se apoderan de Cuba, y en la que los medios oficiales del país comunista los explica como “una nueva provocación de Estados Unidos” y los llama disidentes.

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Alex Kinyua, de 21 años, admitió haber asesinado a su víctima para después comer su corazón y su cerebro, cerca de Baltimore, Maryland. Su víctima desapareció el 25 de mayo del año pasado. Quince días antes había atacado con un bat a otro estudiante, fracturando su cráneo y dañado su ojo. En su página de Facebook, Kinyua posteó una pregunta dirigida a los estudiantes de “universidades históricamente negras”: ¿Son lo suficientemente fuertes para soportar sacrificios humanos masivos y rituales y seguir funcionando como seres humanos?

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Quizás es cada vez más difícil “seguir funcionando como seres humanos”. La condición zombie está íntimamente ligada a “la deshumanización: la pérdida del juicio, del sentido común, de la personalidad y del propósito existencial como últimos y definitivos compromisos de la socialización”, dice el narrador y doctor en estudios hispánicos Joserra Ortiz. Convertirse en zombie es ignorar prohibiciones tan arbitrarias como no andar matando otras personas, no cogerte a tu mamá ni comerte a tus vecinos. Homicidio, incesto y antropofagia. Convertirse en zombie es andar por el mundo sin todas esas ficciones (o prohibiciones) estructurales que le otorgan un lugar de privilegio al otro y lo convierten en semejante. El Apocalipsis zombie sostiene la ficción teórica y seminal del filósofo Thomas Hobbes: la vida en el estado natural es “terrible, brutal y corta”. La ausencia de un gobierno central nos regresa al salvajismo de la naturaleza; sin organización social, todo es terrible. Ellos viven la nuda vida. Los zombies no hablan, gruñen; no tuitean, huelen; su mayor sofisticación consiste en preferir sesos a filete.

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Brandon de Leon, vagabundo de 21 años, fue detenido el 4 de junio de 2012 cuando trató de morder al oficial de policía que tomaba sus datos médicos. Después de ser arrestado por pelear con otro cliente fuera de un restaurante, golpeó su cabeza repetidamente contra el vidrio de la patrulla mientras le gritaba a los oficiales: ¡Te voy a comer! Supuestamente, también había consumido “sales de baño”.

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Los seres humanos inventaron la cortesía para, al encontrarse, tener otras opciones además de comer o coger, bromea el psicoanalista Jean Allouch. Los zombies han perdido cualquier redención erótica (más allá de la fijación oral). Su reproducción es infecciosa. En ellos, el cuerpo sin placer, sin la sofisticación del deseo, es tratado como una enfermedad. Ese cuerpo contagioso que sigue pidiendo comida es una especie de “residuo universal”, según Steven Shaviro; es lo que queda cuando todo lo demás se va.

Convertirse en zombie es ignorar prohibiciones tan arbitrarias como no andar matando otras personas, no cogerte a tu mamá ni comerte a tus vecinos.

Este residuo universal es también la vieja carne, antes de ser filtrada por la tecnología, es aquello que simplemente no acaba de morirse y sus exigencias nos parecen groseras y brutales. Los vectores de infección en la globalización nos llenan de miedo. La propagación de enfermedades que le pueden dar la vuelta al planeta, y que nos reducen a ser sólo cuerpo, se parece a la velocidad con la que los medios han distribuido las noticias de los ataques descritos en este artículo, incluso tachándolos de ataques “copycat”. Un vocero del CDC (Centro de Control de Enfermedades) de Estados Unidos escribió al diario Huffington Post: “El CDC no tiene conocimiento de algún virus o condición que reanime a los muertos (o que provoque que se presenten síntomas parecidos a los de un zombie)”. Ya podemos estar tranquilos. Los disidentes no existen.

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Carl Jacquneaux, de 43 años, atacó a su vecino en Laffayette Parish, Louisiana, arrancando una mordida de su rostro. La víctima logró alejarlo rociándolo con spray para avispas. Mientras tanto, Rocco Magnotta fue detenido en junio en Berlín, después de ser declarado sospechoso del asesinato de un estudiante chino. Magnotta, actor de porno amateur, aparentemente subió un video del desmembramiento del cadáver del estudiante, que también sometió a actos sexuales y canibalísticos. La policía de Montreal utilizará el video como prueba. El caso se dio a conocer porque Magnotta mandó por correo partes del cuerpo a partidos políticos de Canadá. En 2009 Magnotta publicó en Facebook un artículo de seis pasos titulado “Cómo desaparecer completamente para nunca ser encontrado”.

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El Apocalipsis ahora incluye la abolición de la propiedad privada, y parte de su encanto consiste en llegar al súper y abastecerte sin tener que pagar nada, explica Chris Brown. Los zombies, desde Dawn of the Dead (George A. Romero, 1978), película en la cual vagan por los pasillos del centro comercial, están íntimamente ligados a la sociedad del consumo. Pertenecen a las primeras generaciones a las que les es imposible dejar de trabajar, pues incluso el tiempo libre dedicado al entretenimiento sigue produciendo dinero a otras personas. Cada click en la computadora genera dinero. Los zombies nunca descansan. Son aquellos para los que “el trabajo aparece como la única manera de existir”, justo en el momento en el que “los trabajadores se han convertido en superfluos” —utilizando la terminología del colectivo anarquista El Comité Invisible—, pues son “fuentes de valor ya exhaustas”, según Shaviro, víctimas del “econopocalipsis” —como lo llama Mark Dery.

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Un profesor asociado del Instituto Karolinska en Suecia cortó los labios de su esposa para ingerirlos. Al parecer, sospechaba que su joven esposa lo engañaba y decidió comer los labios para evitar que se los pudieran coser posteriormente.

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“El mito del zombie, de los muertos vivientes, no es un mito de guerra, sino de trabajo”, escribían Deleuze y Guattari. Sin casa, en harapos, sin conciencia, sin civilización: los zombies son los desposeídos, una semblanza de vida, aquellos dispuestos a comerte “sólo para seguir muertos”, como dice David Sklar. El miedo clasemediero es convertirse en uno de ellos.

Los zombies disidentes de Juan de los muertos.

Los zombies disidentes de Juan de los muertos.

Quizás ahuyentamos nuestro miedo disfrazándonos de zombies y saliendo a la calle, para pasear. Las caminatas zombies han funcionado como infección en diecisiete países; más de 150 mil humanos han marchado disfrazados, ensayando durante unas cuantas horas su condición de muertos vivientes. Es difícil evitar pensar, al caminar entre tanto zombie, cuántos son en realidad algunos de los sesenta mil muertos del sexenio de Calderón.

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Mientras escribo este artículo, Ronnie Medellín me envía esta nota: “Otty Sánchez, de 33 años, asesinó a su hijo de tres semanas y media. Aparentemente, se comió el cerebro del bebé y algunos otras partes. Le desprendió la cara, masticó los dedos de los pies y lo decapitó antes de acuchillarse. Según la policía, Sánchez dijo que el diablo le ordenó matar a su hijo”.

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Siempre es tranquilizador que el mal sea producto del diablo. El diablo siempre es otro. En cambio, los zombies somos nosotros. Es la reducción al mínimo común denominador de los derechos humanos, de la democracia y la globalización: por fin, somos todos iguales. ®

[2012]

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Junio 2013

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