Queríamos tanto a Barbie

¿Es responsable de todo lo que se le acusa?

La muñeca más vendida del mundo es también la más parodiada. Cada tanto, el cine, la música, el arte en general y los activistas le rinden “homenajes” que ella no siempre sabe cómo digerir.

Plástica, hueca, superficial, frívola, vociferando un “ji-ji” que rebota contra las paredes rosas de su casa rosa, Barbie, denostada hasta el cansancio por un variopinto conjunto de sectores sociales (desde músicos y cineastas hasta feministas de la primera hora), sigue radiante pese a sus 52 años.

En su biografía implícita, que se escribe con el lanzamiento de cada versión, ha ejercido toda clase de empleos (desde astronauta hasta candidata presidencial) y se ha “corporizado” en distintas razas a medida que la agenda de lo políticamente correcto empujaba a Mattel a satisfacer a “todas” las niñas del mundo. Así aparecieron Barbies latinas, orientales y negras.

La presión de ciertas organizaciones estadounidenses incluso ha logrado que se fabriquen Barbies en silla de ruedas (“Becky”, de corta existencia y no exenta de polémicas)1 o Barbies “nativo-americanas”.

Esas concesiones de Mattel a la diversidad apuntaban a contrarrestar los efectos de la “gran acusación” sobre Barbie (que podríamos resumir en: “promueve un estereotipo femenino centrado en la belleza física como sinónimo de éxito y reconocimiento social”), pero no impidieron que la rubia plástica se transformara en una inagotable fuente de parodia, inspiración o burla.

“No sólo un juguete”

Plástica, hueca, superficial, frívola, vociferando un “ji-ji” que rebota contra las paredes rosas de su casa rosa, Barbie, denostada hasta el cansancio por un variopinto conjunto de sectores sociales (desde músicos y cineastas hasta feministas de la primera hora), sigue radiante pese a sus 52 años.

En 1997, la muñeca más famosa del mundo se mezcló con el pop en la canción “Barbie Girl”, del conjunto danés Aqua. En su condición de hit olvidable y pasatista (tanto como lo fueron sus propios intérpretes) el tema estaba destinado a pasar sin pena ni gloria. Pero uno de sus estribillos sugería que Barbie era bastante fácil a la hora de regalarse al caballero de turno: “You can brush my hair, undress me everywhere” (“Puedes cepillar mi pelo y desnudarme completamente”). Por insólito que parezca, aquella frase molestó a Mattel, que rápidamente la interpretó como un ataque a la marca y una larga lista de infracciones al copyright. En 2002 los ejecutivos de la firma tuvieron que tragarse una resolución desfavorable a la demanda que ellos mismos habían iniciado. El juez Alex Kozinski les dijo —palabras más, palabras menos— que parodiar era un derecho garantizado por la Constitución de Estados Unidos.2

Lo interesante de aquella sentencia fue que Kozinski consideró que la muñeca Barbie ya no era “sólo un juguete” sino “un icono cultural”. En consecuencia, venía a decir Kozinski, había camino libre para tapar a la muñeca con un balde de sarcasmo.

Para cuando se emitió aquella sentencia no sólo Aqua se había extinguido irremediablemente de la faz de las radios, la misma Barbie ya había “sufrido” unos cuantos “ataques”. Con mayor o menor talento, artistas y organizaciones se habían ocupado de ella para desnudar su insoportable oquedad y subrayar sus efectos perjudiciales sobre la niñez estadounidense.

Habladurías

En 1993 una crónica un tanto rara ganó los telediarios estadounidenses involucrando a muñecas Barbie y muñecos G.I. Joe que habían “sufrido” una insólita metamorfosis. La historia llegó a la prensa a través de un estupefacto grupo de padres que adquirió juguetes parlantes para sus hijos y se topó con esbeltas Barbies exclamando “¡La venganza es mía!” y viriles ejemplares de G.I. Joe soltando frases como: “¡Vamos a planear la boda de nuestros sueños!”

Detrás del extravagante incidente, se sabría unos días después, estaba la Barbie Liberation Organization (BLO), un grupo de activistas que se había tomado el trabajo de comprar e intercambiar los mecanismos sonoros de al menos tres centenares de Barbies y muñecos de G.I. Joe.

La acción, que había tenido el deliberado propósito de captar la atención de la opinión pública, surtió el efecto deseado. Desde una insólita “clandestinidad” un vocero de la BLO desgajó las motivaciones ideológicas de aquella travesura. “Tratamos de advertir sobre el modo en que los juguetes pueden transmitir mensajes negativos a los niños, en particular fomentando actitudes violentas y sexistas”, dijo a The New York Times.3

Aquella advertencia tomó a muchos por sorpresa, pero ése no fue el caso de las feministas. Ellas ya habían puesto el grito en el cielo unos meses antes, cuando oyeron por primera vez las frases de la nueva Barbie parlanchina. La que más las irritó fue aquella de “Math class is hard!” (¡La clase de matemáticas es difícil!). ¿Acaso no era la oficialización de que las rubias son tontas?

Quién sea seguidor de Los Simpson recordará inmediatamente aquel episodio de la quinta temporada (1994) en el que Lisa lucha contra los estereotipos de la “Stacy Malibu”. El capítulo4 narra justamente la llegada de las muñecas con voz a las jugueterías estadounidenses. Las expectativas iniciales de Lisa acerca de lo qué dirá la muñeca se desvanecen muy rápido. De la desilusión pasa a la rabia y de ésta al sueño de la muñeca ideal: una suerte de anti-Barbie que “tendrá la sabiduría de Sor Juana Inés de la Cruz, la fuerza del espíritu de Hellen Keller, la agudeza de Simone de Beauvoir, la inteligencia de Isabel I y, además de todo eso, el cuerpo de Michelle Pfeiffer”.

Muñeca rota

Pero mientras los detractores de Barbie no se cansan de embanderar sus trillados discursos contra la imagen corporal que propone la muñeca (cuyas medidas, si fuera una persona, deberían ser 100-¡45!-805), en 1987 hubo alguien que la “contrató” como actriz para que desempeñara un papel nada rosa.

La idea nació en la mente de Todd Haynes (por entonces un cineasta desconocido), que la reclutó para una propuesta audaz: una película hecha con muñecas Barbie para dar cuenta del destino trágico de Karen Carpenter, cuyos trastornos anoréxicos la llevaron a la muerte con sólo 32 años.

La película fue controvertida desde el principio. Dejaba terriblemente mal parado tanto a Richard, hermano de Karen e integrante del dúo, como a los padres de ambos. Finalmente, fue prohibida en Estados Unidos, aunque no a instancias de Mattel sino de la propia familia Carpenter.

Superstar: the Karen Carpenter Story es tan artesanal como extraña pero su mensaje no deja de ser efectivo. Al servirse de la muñeca Barbie como un recurso Haynes logró acoplar lo sombrío y lo ingenuo para retratar la fragilidad de la cantante, símbolo de cierta inocencia cultural estadounidense de principios de los setenta. Toda aquella candidez se derrumbará por una enfermedad a la que aún los medios no le ponían nombre hasta bien entrados los ochenta. En simultáneo, Barbie —la muñeca— intentaba sintonizar con los tiempos y formaba su propia banda de rock, con pelos largos bien revueltos y hombreras.

Del escaparate al microondas

Que Haynes haya elegido a Barbie para representar a una anoréxica fue casi premonitorio en 1987. Aún faltaban muchos años para que un estudio antropométrico de la Universidad de Helsinki tradujera la percepción generalizada a datos bien precisos: si una mujer real tuviera las medidas de Barbie estaría impedida de caminar y menstruar, no podría tener hijos y sufriría toda clase de trastornos psicofísicos.6

Según la investigadora inglesa Agnes Nairn, de la Universidad de Bath, al menos cien niñas británicas de entre siete y once años admitieron haber maltratado a sus Barbies. Entre las torturas más frecuentes figuran arrancarles la cabellera, incinerarlas, mutilarlas o meterlas directamente en el horno de microondas.

Si estas conclusiones no hacen más que alimentar la furiosa industria cultural “anti-Barbie” (que tiene tanto historial como su propio leit-motiv), en 2005 otra investigación puso el foco en las pequeñas consumidoras. Su hallazgo fue llamativo: resulta que a la inicial fascinación por la muñeca le sucede otra etapa mucho menos simpática.

Según la investigadora inglesa Agnes Nairn, de la Universidad de Bath, al menos cien niñas británicas de entre siete y once años admitieron haber maltratado a sus Barbies. Entre las torturas más frecuentes figuran arrancarles la cabellera, incinerarlas, mutilarlas o meterlas directamente en el horno de microondas.7 Aunque Nairn no ve en esto signos preocupantes. “Para un adulto ver el placer que un niño siente rompiendo, mutilando o torturando a sus muñecas es muy inquietante. Pero para el niño es una manera imaginativa de deshacerse de una mercancía que le sobra, igual que podrían machacar latas para reciclarlas”, asegura.

Mientras tiene lugar este silencioso exterminio doméstico de muñecas, las Barbie se siguen fabricando, vendiendo y criticando en todo el mundo. Admitida judicialmente como icono cultural, llegó a los 52 años esquivando las polémicas con su cintura de avispa y su cara de “yo no fui”.

En la vereda de enfrente, sus detractores ya no se plantean destruirla, pero la reviven esporádicamente para metaforizar —con ella y a través de ella— un buen número de problemáticas (papel de la mujer, anorexia, la belleza como valor) de las que ella no es enteramente responsable. Pero sí su cómplice más famosa. ®

Notas

1 “Wheelchair Barbie Dolls were not so accesible”, 18/01/2011; Web de AMS Vans Inc

2 “Barbie loses battle over Bimbo image”, BBC News, 25/07/2002.

3 “While Barbie talks tough, G.I. Joe goes shopping”, The New York Times, 31/12/1993.

4 Link al episodio en Wikipedia.

5 “Barbie sopla 50 velitas”, revista Domingo, Diario El Día, 08/03/2009.

6 “Barbie bajo la lupa”, La Brújula Digital, 04/03/2010.

7 “Un estudio constata que las niñas no soportan a la Barbie”, El Periódico de Extremadura, 19/12/2005.

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Mayo 2011

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  1. Angelica y Abigail, gracias y me alegro que el texto les haya gustado.
    Abigail: efectivamente no entre en los «detalles» de los costos y con respecto al titulo, SI, parafrasea al cuento de Cortazar «Queremos tanto a Glenda».

  2. Angélica Íñiguez

    Me gustó mucho el texto. Me impresionó lo irreal que es, según el estudio de la Universidad de Helsinki. Pero me impresionó más saber que no fui la única niña que maltrató a su Barbie. La primera me la regalaron a los seis años y no sabía qué hacer con ella, me caía gorda y jugaba a «tratarla mal», jajajaja. Así que le mordía la cara.

  3. Abigail G. Vargas

    Muy buen texto informativo para lo que no sabemos nada sobre uno de los iconos mas populares y controversiales de la cultura pop.

    Realmente disfrute leyendo este texto, lo que no mencionaste y bueno pensandolo bien creo que eso sale sobrando, es el alto costo que tiene una de estas muñequitas que por cierto cada vez llegan a nuentro país con mas desfectos de fabrica y corrientes, diseños espantosos de barbies mariposa, hadas, hechizeras y brujas que para mi se me hacen demasiado corriente y cuestan una barbaridad.

    Esta pagina es exelente, di con ella por casualidad. Seguire leyendo.
    Por lo mientras felicidades. Buen texto informativo.

    Por cierto el títúlo de la nota es de un cuento de cortazar?

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