Breaking Bad: rompiendo al diablo en detalles

Todos somos Walter White

Todo ser humano es capaz de los actos más puros y más siniestros. La serie Breaking Bad llegó a su fin y su legado durará por años, pues lo que la historia de Walter White ha conseguido está por encima de lo que pueden ofrecer la mayoría de los productos televisivos —e incluso cinematográficos.

Volviéndose malo...

Volviéndose malo…

No es novedad, los proyectos para la pequeña caja de diversiones —ahora plana y de plasma y demás— son ahora mucho más atractivos e interesantes para los espectadores de lo que se puede encontrar en una sala de cine. En parte porque el formato de teleserie brinda una amplia gama de posibilidades a sus realizadores, incluso la oportunidad de ser complacientes o flojos en un episodio y recomponer el rumbo en el siguiente —lo mismo vale para las temporadas.

Breaking Bad es en esencia una historia ya contada: un tipo que se encuentra en una situación límite y que ante la premura de hacer algo al respecto desata el eterno conflicto entre el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero su creador, Vince Gilligan, optó por contarnos la anécdota con lujo de detalles.

La grandeza está en los detalles

No obstante sus más de cinco años de existencia, la serie es un ejemplo de contundencia, con cerca de sesenta episodios perfectamente escritos, pues la idea de Gilligan y su equipo de escritores era redactar como cirujanos, con precisión, adentrándose en los aspectos más mínimos y que se conviertan en punto de partida para situaciones inesperadas en el desarrollo de la historia.

En el primer episodio de la serie el profesor Walter White (Bryan Cranston) explica a sus alumnos que la química es el estudio de la materia, pero que él prefiere verlo “como el estudio de los cambios”. Eso es Breaking Bad: la disección de cómo un hombre decide arriesgar todo por lo que cree correcto, y en el ínter aparecerá siempre un camino bifurcado que no le llevará precisamente a buen puerto.

El cine se encargó de vender historias de antihéroes en tiempos de la Gran Depresión estadounidense, y desde ese momento los realizadores entendieron que la mejor forma de ejemplificar que hay situaciones que pueden justificarse en días aciagos era colocar a los “malos” en el papel de los “buenos” y viceversa.

Durante años la serie enfrentó la necia apreciación de que motivaba al consumo y fabricación de la metanfetamina, de que era una apología de la violencia. Y volvemos a los detalles. Muchos vieron el gran escenario, no los porqués. Breaking Bad es un tratado sobre las consecuencias.

La vida está llena de decisiones, a cada minuto, a la vuelta de la esquina. Sólo que hay caminos que elegimos transitar y en ocasiones nos llevan a un punto de no retorno, a una situación extrema, a replantearnos quiénes somos y por qué actuamos como lo hacemos.

El formato del villano protagonista de Breaking Bad lleva años fraguándose. El cine se encargó de vender historias de antihéroes en tiempos de la Gran Depresión estadounidense, y desde ese momento los realizadores entendieron que la mejor forma de ejemplificar que hay situaciones que pueden justificarse en días aciagos era colocar a los “malos” en el papel de los “buenos” y viceversa.

Cuando la serie apareció se le comparó con otra llamada Weeds, donde una madre hacía frente a la precaria economía familiar vendiendo marihuana. Antes de eso Los Soprano mostraron que el crimen es muy redituable. Otras tantas desfilaron con la misma idea de cómo la necesidad obliga a romper la ley.

Breaking Bad no intenta validar las acciones del protagonista Walter White, al contrario, es la muestra de que delinquir suele ser como la droga: poco a poco va tomando el control de tu vida.

Walter White va de a poco entendiendo que la necesidad de llenarse de dólares para dejar dinero a su familia ante la posibilidad de perder la batalla contra un cáncer inesperado no fue más que el pretexto para descubrir su lado maligno. El maestro de química, amante de los procesos de transformación, enfrenta en principio situaciones fuera de su círculo de confort, ese que le dio pocos sobresaltos durante dos terceras partes de su vida, por ello los episodios están llenos de humor negro ante la inocencia de su conducta. Pero de repente todo cambia.

White pule su mitad oscura al lado de su socio, su ex alumno Jesse Pinkman (Aaron Paul) y juntos habrán de conformar la pareja dispareja, con la notable diferencia de que intercambiarán roles: ambos serán maestros, ambos serán alumnos, el uno del otro, y como reza la máxima, el pupilo superará al mentor.

Y el señor White pule su mitad oscura al lado de su socio, su ex alumno Jesse Pinkman (Aaron Paul) y juntos habrán de conformar la pareja dispareja, con la notable diferencia de que intercambiarán roles: ambos serán maestros, ambos serán alumnos, el uno del otro, y como reza la máxima, el pupilo superará al mentor. ¿Más detalles?

Para llegar hasta el punto final, para recorrer ese tramo en el que el protagonista entiende que hará el mal por placer, por decisión, ya no porque le “obliguen las circunstancias”, los personajes secundarios también cuentan, y mucho.

Skyler (Anna Gunn) se convirtió en una de las mujeres más odiadas de la televisión —de manera injusta, a mi parecer. Una mujer acostumbrada a convivir con una dócil flor de repente deberá batallar por que una explosión de espinos no le dañe ni haga tambalear a su familia. Skyler reacciona como la mayoría de las personas haríamos cuando en casa comienzas a descubrir la doble vida de alguien que pensabas conocer como la palma de tu mano.

Breaking Bad, Bad...

Breaking Bad, Bad…

Hank (Dean Norris) es el ejemplo de la incompetencia de la ley. No obstante su alto sentido moral y sus ganas de atrapar a los chicos malos, el policía es más efectivo con los golpes que con el cerebro y, cuando por fin logra armar su rompecabezas, se topa con que su escurridiza presa no logró evadirlo por fortuna, sino por inteligencia.

Mary (Betsy Brandt) funciona como el incómodo personaje que no puede guardar información, por lo que su papel es el de ir enredando las situaciones y provocando intrigas familiares, mientras que Walter Jr. (RJ Mite) es el pretexto perfecto del protagonista, es la pieza necesaria para justificar lo injustificable. Él y la pequeña Molly son en principio las vidas que White no quiere dejar en desamparo, aunque deba corromperse para ello.

Y al igual que hay un manejo meticuloso del comportamiento de los personajes secundarios para que funcionen como piezas indispensables de este reloj suizo, también cuentan los escenarios, la cámara ociosa que se mueve para todos lados con la intención plena de comunicar algo. La transformación de White a su alter ego Heisenberg está cimentada en texto e imagen: la misma casa llena de luz se convierte en un lugar gris, los parajes rojizos del inocente profesor tornan oscuros cuando el tipo del sombrero es quien toma control de las cosas.

La tensión nunca aflojó en Breaking Bad. Episodio tras episodio, un cabo suelto, un descuido, cualquier cosa era buena para evitar que el profesor White volviera al sendero de paz que recorrió alguna vez. La serie, sin ser concreta al respecto, muestra que la práctica capitalista perfecta se encuentra en el mundo del tráfico. El accionar del señor White-Heisenberg es el procedimiento que cualquier hombre de negocios que se respete pone en marcha para el éxito de su empresa. Planeación, control de daños, distribución adecuada de las labores, todo ello llevaron al protagonista a la cima, sólo que la caída, cuando todo ello acaba, es brutal.

White se sabe podrido con el cáncer, ¿qué más puede pasar si ya no hay nada qué perder? Con lo que no contaba el protagonista es con que se salvaría y tendría que limpiar el rastro criminal que dejó.

Dicen que en la literatura lo que importa en los cuentos es el final: debe ser sorpresivo para demostrar su contundencia, mientras que en las novelas lo que vale es el viaje. Breaking Bad es el estudio de la decadencia. White se sabe podrido con el cáncer, ¿qué más puede pasar si ya no hay nada qué perder? Con lo que no contaba el protagonista es con que se salvaría y tendría que limpiar el rastro criminal que dejó.

Walter White ya tiene un sitio de privilegio en la cultura pop como uno de los señores de la droga más interesantes y complejos. Aquí no hay una telenovela de bandidos que cambian todo por “amor”, no se trata de narcotraficantes hijos de mamá que toman decisiones con los riñones; Breaking Bad es la representación del ego desmedido y los resultados que acarrea la falta de control.

Con la bandera de la familia, White se escuda para cometer los actos más ruines en defensa de la actividad para la que descubrió que no tiene competencia. Su moral trastocada necesita de un concepto para el autoengaño, y una vez resuelta la situación económica el mejor pretexto es hacerse fiel a su capacidad de ser el mejor: el maestro.

¿Por qué nos sentimos tan cercanos a Walter White? ¿Es el personaje el ejemplo de lo que quisiéramos hacer pero que rechazamos por nuestra repulsión contra lo que no consideramos ético? ¿Es la concepción de que para grandes recompensas se deben grandes sacrificios sin importar que el alto precio perjudique a muchos?

Lo interesante de Breaking Bad es que sus personajes, capítulo tras capítulo, cambiaron, se fueron transformando. Estamos acostumbrados a que las series de televisión nos muestren al mismo tipo sin modificar un ápice su comportamiento durante noventa episodios y modificando su conducta en dos o tres porque les tocó una situación extrema en un final de temporada.

Breaking Bad es un platillo suculento, ninguno de sus episodios tiene desperdicio porque hubo un respeto enorme del equipo que lo creó hacia la audiencia. Sin amoríos innecesarios, personajes de más, situaciones absurdas o un cruce irracional de géneros.

Breaking Bad, sus realizadores, se respetaron a sí mismos. Decidieron sacrificar el dinero que podía dejarles extender las aventuras de White y Pinkman hasta que quedáramos hartos de ellos y tuvieran que darles un final medianamente decoroso. Gilligan tenía muy clara la historia desde que comenzó a escribirla, supo cómo llevarla y a dónde llevarla.

No hubo que estirar el producto: Breaking Bad es un platillo suculento, ninguno de sus episodios tiene desperdicio porque hubo un respeto enorme del equipo que lo creó hacia la audiencia. Sin amoríos innecesarios, personajes de más, situaciones absurdas o un cruce irracional de géneros. Breaking Bad se mantuvo fiel a sus preceptos y por eso ahora que concluye la historia que concreta se escribe con letras doradas… ¿o azules?

Aunque, viéndolo de otro modo, sí hubo final romántico para Walter White. Pinkman la consumía y se daba esos grandes viajes, pero el verdadero adicto era el señor White. Al final todo, absolutamente todo lo hizo por su único y auténtico amor. Ese que le consumió de a poquito y que no le dejó más que los recuerdos: la metanfetamina. ®

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Publicado en: Octubre 2013, Televisión y videojuegos

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