Bye bye Brasil

Imaginarios “cariocas” desde la pantalla azteca

La cobertura televisiva del Mundial reeditó aquellas figuras y mitos en torno a “lo brasileño”, desde el exotismo y alegoría de Río de Janeiro hasta el “jogo bonito”, que de paso fue desenmascarado en su versión actual por el futbol alemán.

Cristo los abandonó...

Cristo los abandonó…

Con la cobertura del Mundial Brasil 2014 no sólo llegó una serie interminable de notas de futbolistas y selecciones destacados, también arribaron a los medios un imaginario, estereotipos y clichés asociados al país sudamericano que albergó la competición, imaginarios unos con una profunda raíz histórica, colonialista, y otros heredados de un molde forjado en los años del Estado Nuevo y el Panamericanismo. Muestra de ello es la cobertura que desplegadó TV Azteca en tierras del “Scratch du Oro” denominada “Aztecarioca”, a propósito de la cual echamos un vistazo al origen de un par de figuras de este universo simbólico, así como a la del llamado “jogo bonito” cuya vigencia fue cuestionada a domicilio por la hoy campeona Alemania.

Río es Brasil

La primera alegoría que destacó en la cobertura de la Copa Mundial en la TV abierta mexicana fue precisamente la mitificación de Río de Janeiro, al reducirla a una iconografía llena de exotismo, sensualidad y naturaleza exuberante y que representa, según los medios, a todo Brasil; reduccionismo reflejado en primer lugar en el nombre: Aztecarioca, cuando el gentilicio carioca se aplica sólo al nativo de Río y no a todos los brasileños. El nombre nos habla también de la importancia que aún conserva en el imaginario del visitante la ciudad que desde 1960 cedió su carácter de capital a Brasilia.

La mirada del viajero para representar “lo que es Brasil” tiene una raíz de hace siglos, con la crónica de viaje de Pero Vaz de Caminha, quien escribió al rey de Portugal sobre las maravillas descubiertas en el nuevo mundo: abundancia de metales preciosos, naturaleza benévola, animales salvajes y exóticos, población nativa en estado de pureza…

La mirada del viajero para representar “lo que es Brasil” tiene una raíz de hace siglos, en el XVI para ser exactos, con la crónica de viaje de Pero Vaz de Caminha, quien escribió al rey de Portugal sobre las maravillas descubiertas en el nuevo mundo: abundancia de metales preciosos, naturaleza benévola, animales salvajes y exóticos, población nativa en estado de pureza… Una mitología de seducción del trópico, como apunta Tunico Amancio (2007, 133), “por su paisaje paradisiaco y su gente sensual y receptiva”.

El paraíso reconstruido desde Hollywood

Asimismo, esta visión de Río como el edén sería recuperada por la industria del entretenimiento local y extranjera, agregando otros estereotipos: capital del ocio, donde el nativo vive para ello, el futbol y la samba (“hoy los brasileños salieron temprano de trabajar para ver el partido”, decía un reportero de TV Azteca en referencia al Brasil-México de primera ronda; “Hoy imposible agarrar un taxi, nadie quiere perderse este partido”, decía Jorge Pietrasanta, de Televisa). Esta representación encontró su máxima proyección gracias al cine de los años cuarenta, producciones hollywoodenses inspeccionadas por la política del Panamericanismo en colaboración con el Estado Nuevo Brasileño, en las que se procuraba no proyectar una “imagen negativa de las instituciones americanas y de los latinoamericanos” (Amancio, 2007:139).1 Ejemplo emblemático de este cine es la película That Night in Rio (Estados Unidos, 1941) junto con su protagonista, Carmen Miranda, máxima representante de la colaboración Hollywood-Brasil.

That Night in Rio:

Cabe destacar dentro de esta época la cinta francesa Orfeo Negro (Marcel Camus, 1958), que trata de dar un giro a esta tendencia tropicalizando el mito griego de Orfeo a través de la representación de la bossa nova y el carnaval, dos símbolos de importancia cultural para la población negra y mestiza, representada como feliz y sensual en el filme. Ésta es quizá la construcción más romántica que se haya hecho de “lo brasileño” desde el exterior.

A partir de allí el molde de “lo brasileño” estaba hecho, desde Hollywood, claro: se reconstruía así la imagen del paraíso primigenio (prerrogativa del hombre blanco) del que hablaba Pero Vaz. Vendrían más producciones cinematográficas centradas en una imagen moderna y urbana, con abundantes manifestaciones exóticas y folclóricas, con un Brasil en orden y progreso, algo así como el de los reportajes de Televisa y TV Azteca, donde las manifestaciones en contra del dispendio que representó el Mundial no tuvieron cabida.

Orfeo Negro:

La figura del viajero

Amancio nos recuerda que las figuras del viajero —venido de otras tierras a confirmar su visión edénica de Brasil— y del periplo en esas tierras fueron una imagen constante para el cine (replicada también en la pantalla chica) ya sea que se busque aventura (Moonraker, Inglaterra, 1971), un tesoro (El hombre de Río, Francia, 1964), huir de la justicia (The Great Rock’n Roll Swindle, Inglaterra, 1980, donde Steve Jones y Paul Cook, de The Sex Pistols, se encuentran en Río con el fugitivo inglés y autor del entonces robo del siglo Ronald Biggs)2 o erotismo edénico (Emanuelle IV, Francia, 1983).

Esta alegoría del viaje fue recuperada en la cobertura que la televisión hizo del Mundial, basta ver las “aventuras” de un reportero-patiño mexicano que viaja a Brasil, ex profeso, para aprender a bailar samba, exponiéndose a la delincuencia en las favelas y sometiéndose a limpias y demás rituales de religiones sincréticas (aun cuando, por cierto, Brasil es el país más católico del orbe, sólo arriba de México) con tal de lograr su cometido.

El universo laboral pareciera que en Río —y por extensión en Brasil— la gente no trabaja, todo es nalga, playa, futbol y carnaval, a juzgar por la cobertura televisiva mexicana.

Así pues, esta recurrente representación de Río como lo incuestionablemente brasileño, como imagen urbana del país aun sin ser ya la ciudad capital, se debe en gran medida a determinaciones político-turísticas proyectadas en las producciones cinematográficas de mediados del siglo pasado, pero también es innegable que la mitología y los imaginarios a Río y el país en general (Río como capital mundial del ocio, la sensualidad de sus habitantes y la exuberancia de la naturaleza representados en el carnaval, religiones no ortodoxas) encuentran su raíz y un fuerte anclaje en narrativas históricas. “Intercalando pasado y futuro, Brasil es representado como una metáfora de mundos perdidos o inalcanzados”, como afirma Tunico Amancio.

No obstante, esta esquematización o reduccionismo de lo brasileño excluye la visibilidad de otros campos y personajes de la vida en la ciudad, tal es el caso de, por ejemplo, el universo laboral, pareciera que en Río —y por extensión en Brasil— la gente no trabaja, todo es nalga, playa, futbol y carnaval, a juzgar por la cobertura televisiva mexicana.

El “jogo bonito”

Desde luego, en la cobertura mediática del Mundial 2014 no podía faltar la recurrencia al llamado “jogo bonito”, a la “magia brasileña”, supuestamente derrochada por la selección de casa, aun cuando se reconocía que esta versión no poseía el típico sello virtuoso, de futbol alegre y ofensivo de sus predecesoras. A los comentaristas se les olvida que ese juego bonito (herencia de nombres como Pelé, Didí, Garrincha, Jairzinho) lleva varios Mundiales extraviado, que sólo llegó a aparecer cuando se juntaron Romario y Bebeto (coronados apenas en penaltis en el 94), o Rivaldo y Ronaldo (quien sufrió convulsiones que le mermaron antes de la final de 1998 contra Francia, a la postre campeona), o cuando se les sumó Ronaldinho (que junto a los mencionados superó en la Final de 2002 a la Alemania de un errático Oliver Khan y Michael Ballack, ausente por suspensión).

El fracaso y exhibición no sólo fue para la selección brasileña, también para el gobierno de Dilma Rousseff, que se subió al carro del Mundial y tenía la esperanza de justificar con el título el dispendio que representó la organización del evento.

Precisamente sería Alemania la que exhibiera a la verdadera Verdeamarela y su futbol, aunque el primero en hacerlo fue el propio Felipe Scolari (baste mencionar su apuesta por el vilipendiado Fred como delantero o su planteamiento medroso y violento ante Colombia, que tampoco fue tan exquisita). El 7-1 teutón representó el mineirazo, desinfló el globo brasileño sustentado en la zaga —que sin Thiago Silva y aun con David Luiz mostró su verdadero nivel— y en Neymar que literalmente se echó a la espalda el equipo y —quizá afortunadamente para él— no pudo llegar a la semifinal, juego que vio caer también otro símbolo del futbol brasileño: el récord de máximo goleador en copas del mundo, ostentado hasta ese 8 de julio por Ronaldo y que pasó al teutón Miroslav Klose, con 16 goles ya. Holanda sería la encargada de poner el último clavo al ataúd de la alegría de los anfitriones al vencerlos 3-0 cuatro días después, dejándolos en el cuarto lugar de la justa y sumando catorce goles recibidos, el peor récord en su historia mundialista.

Pero el fracaso y exhibición no sólo fue para la selección brasileña, también para el gobierno de Dilma Rousseff, que se subió al carro del Mundial y tenía la esperanza de justificar con el título el dispendio que representó la organización del evento o al menos aliviar un poco el ánimo del pueblo brasileño, inconforme —con justa razón— y castigado por la economía local. Tal como lo sintetizó Ramón Besa, de El País, “el engaño conduce a la perdición”.

No obstante la sacudida, vale recordar que la historia también puede verse como sucesión de mitos, que si el hoy llamado mineirazo pone fin a la narrativa del “jogo bonito”, el cual se empezó a gestar luego del maracanazo, puede ser para comenzar a gestar otra desde tierras amazónicas, algo como lo que ha hecho Alemania desde la final perdida ante el Scratch en 2002, otra donde si bien se apele a la alegría y el imaginario típicamente asociado a los brasileños, “la samba en los pies”, el que hable sea el futbol y no la retórica y triunfalismo tempranero de la política, donde la magia brasileña sea un poco más real. ®

Notas

1. Para más respecto de la construcción de la imagen de Brasil en el cine extranjero véase el trabajo de Tunico Amancio recopilado en Ángela Arruda y Martha de Alba (2007), Espacios imaginarios y representaciones sociales: aportes desde Latinoamérica, Barcelona: Anthropos-UAM.

2. Este británico, que en 1963 robó cuatro millones de dólares en Reino Unido y escapó de prisión para terminar convertido en una celebridad en Río de Janeiro, encarna por antonomasia la figura del fugitivo que huye a Brasil para escapar de la ley y vivir plácidamente, tan explotada por el cine extranjero y analizada junto con otras por Amancio en su citado trabajo.

La biografía de Roland Biggs, mencionado en una de las películas citadas.

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Publicado en: Barra brava, Marzo 2014

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