Carlos Trillo: el hombre que quiso reinar

La historia somos yo y mis amigos

Gracias al trabajo realizado por Trillo, Saccomanno y Sasturain el canon oficial de la historieta argentina se parece, cada día más —por sus incongruencias, sus fallas, sus omisiones y sus juicios de valor viciado por el interés de los críticos en anteponer la amistad y el interés personal a la calidad del trabajo— a la historia contada por un idiota…

Además de guionista inspirado, Carlos Trillo fue un panfletista profesional, un crítico mal intencionado y un historiador que construyó una historia del género llena de espacios en blanco estratégicamente situados para ocultar a todos aquellos autores que podían impedir su consagración como “heredero oficial de Oesterheld”, el gran guionista argentino.

Carlos Trillo

Ese Trillo tan mal conocido, tan olvidado, tan poco mencionado por sus amigos, fue el primer Trillo, el Trillo que en 1970, a los veintisiete años, al darse cuenta de que era un publicista de éxito pero un guionista desconocido pese a sus gigantescas, inmensas ambiciones, decidió construirse un canon a la medida de sus necesidades profesionales insatisfechas.

Lo que Trillo quería era superar a todos los guionistas que estaban publicando sus trabajos desde hacía años mientras él permanecía inédito; hombres como Leonardo Wadel, Alfredo Grassi, Ray Collins, Carlos Albiac, Robin Wood, Armando Fernández, Julio Álvarez Cao…

¿Cómo superar a esos nombres que el público reconocía? ¿Cómo lograr que el público, aun reconociéndolos, no los tuviera en cuenta? ¿Cómo conseguir que sus obras fueran ignoradas por los lectores presentes y futuros de manera tal que aceptaran que sólo existía un reemplazante “lógico” para H.G. Oesterheld y su nombre era Carlos Trillo?

Simple: aprovechándose del poco interés que los géneros menores despertaban en la Argentina de 1970, un país sin especialistas ni revistas que se dedicaran a reseñar lo que sucedía en el campo, con lo cual la tarea de Trillo, por malintencionada que fuera, no sería cuestionada públicamente por nadie.

Aprovechando ese vacío, primero solo, y luego en compañía de su amigo Guillermo Saccomanno, Trillo armó, entre 1970 y 1980, una historia de la historieta argentina cuya estrategia es similar al Facundo de Domingo Faustino Sarmiento descrito por Ricardo Piglia:

Lo genial en la escritura del libro es que logra hacer pasar los juicios de valor por juicios de hecho… Digamos que nos da la realidad bajo su forma juzgada… Digamos que definió la tradición de los vencedores… Ahora, si uno hace entrar un acontecimiento en esa red de metáforas ve que las oposiciones están construidas como un sistema de exclusiones. La clave del libro es lo que no deja entrar. Por un lado hace proliferar la digresión y parece saturar hasta el límite la página escrita, pero por otro lado practica como pocos el arte de la elipsis y es un maestro de la exclusión. La clave esta en lo que no se dice.

El trabajo de Trillo y Saccomanno —publicado como Historia de la historieta argentina (Ediciones Record, 1980)— establece a Oesterheld como el fundador, en 1950, de la historieta adulta en Argentina, colocando a todos los demás autores —esos competidores que es necesario omitir para lograr la propia consagración— al margen del género, como si frente a la inmensa presencia de Oesterheld los demás trabajos perdieran validez y no tuviera sentido comentarlos.

Sería demasiado largo citar aquí todos los nombres —de editoriales, de revistas, de guionistas, de dibujantes— que Trillo omite o nombra al pasar, y lo hace conscientemente, porque aun conociendo el trabajo de estos hombres y mujeres no le conviene que estén allí, porque si esos nombres son citados toda su teoría sobre el guionista solitario enfrentado al establishment no tendría sentido y la transición entre el maestro genial y el alumno brillante no funcionaría con la fuerza lacrimógena necesaria para crear el mito del genio derrotado por la malicia y la mediocridad del ambiente.

Leyendo la historia de Trillo, el lector poco enterado piensa que durante las décadas del cincuenta y el sesenta existe en Argentina un solo gran guionista de historietas cuyo trabajo define el género con el cual nadie puede competir en calidad y cantidad; aunque en los hechos esos nombres existen pero fueron deliberadamente convertidos en notas a pie de página por Trillo para agrandar la figura de Oesterheld hasta volverla única, tan grande que su espacio únicamente puede ser ocupado por un guionista de características similares.

Este guionista, por supuesto, es el propio Trillo.

¿Cómo superar a esos nombres que el público reconocía? ¿Cómo lograr que el público, aun reconociéndolos, no los tuviera en cuenta? ¿Cómo conseguir que sus obras fueran ignoradas por los lectores presentes y futuros de manera tal que aceptaran que sólo existía un reemplazante “lógico” para H.G. Oesterheld y su nombre era Carlos Trillo?

La misma, idéntica estrategia, es copiada dos décadas después por el fiel Juan Sasturain, quien en “La última década larga de la historieta en Argentina” dedica siete de las diez páginas de este panfleto a comentar cada obra publicada por Trillo y apenas dos líneas a comentar el trabajo de Robin Wood; dos líneas cuya intención es neutralizar a Wood: “Apenas asomaba en las revistas de Columba, la ductilidad mercantilizada del prolífico guionista Robin Wood, que ya por entonces construía sus éxitos con la certeza de un bestsellerista”.

Sasturain está repitiendo el truco de su maestro, creando una falsa perspectiva para colocar a Trillo en el centro de la escena y enviar a Wood (y a Ray Collins, Carlos Albiac, Alfredo Grassi, Armando Fernández y tantos otros) a los márgenes del género sin dedicarle el tiempo ni los extravagantes elogios que le dedican a sus compañeros, amigos y, también, ¿por qué no?, a sí mismo: “Perramus… cuenta una historia que es personal, es colectiva, es fantástica, es histórica, juega con los roles, las identidades y la verosimilitud. Invita a seguirla, inventa sus lectores en la complicidad de la trama y de la historia compartida dentro y fuera de la historieta”.

La proporción, vale recordarlo, suele ser veinte a uno: por cada línea dedicada a alguien ajeno a su línea, los críticos oficiales (Trillo, Saccomanno, Sasturain) dedican páginas y más páginas a los amigos cercanos, que luego les retribuirán el favor creando así un maravilloso circuito de consagración, una sociedad de socorros mutuos donde todos los involucrados terminan palmeándose las espaldas y felicitándose por los éxitos obtenidos.

El primer número de Superhumor (1980) confirma esta estrategia: Trillo publica una historieta llamada “Los héroes están cansados” que comenta Saccomanno y Saccomanno publica una historieta llamada “Calle corrientes” que reseña Trillo. Ambos, fieles a su costumbre, se arrojan flores mutuamente demostrando la inmensa impunidad alcanzada en apenas una década que les permite hablar en público bien de sí mismos mientras se burlan de los demás.

Hoy, sin embargo, poca gente recuerda cómo Trillo, ayudado por Saccomanno y Sasturain, manipuló los hechos y falseó la historia con el objetivo de convertirse en el único heredero de Oesterheld cubriendo los espacios en blanco —que él mismo había generado a través de sus reseñas, críticas y crónicas— con autores menores cuyo único merito era ser sus amigos.

Rodeándose de enanos es simple parecer gigante: una lección que Trillo convirtió en base y primer mandamiento de su particular canon.

El año pasado, al cumplirse las primeras tres décadas de la primera edición de Historia de la historieta en Argentina, Trillo permitió reimprimir el libro pero solamente en Italia, lo cual demuestra que era plenamente consciente de lo que había hecho y quería ocultar su pasado al gran público que sigue creyendo, como afirman sus amigos, que era un hombre que nunca le hizo mal a nadie; la realidad es que Trillo, como el Rosas de Sarmiento, fue un espíritu calculador que hizo el mal sin pasión, estableciendo una historia de la historieta argentina donde el valor de la obra no tiene ninguna importancia; lo que importa, como sucede en la mafia, es ser “amigo de los amigos”, de esa manera cualquier historieta, tenga calidad o no, puede ser rápidamente incluida en un canon donde los nombres principales son siempre los mismos: Oesterheld, Trillo, Saccomanno, Sasturain, Oesterheld, Trillo, Saccomanno, Sasturain, Oesterheld, Trillo, Saccomanno, Sasturain…

En 1980 Trillo dio un paso al costado dejando su labor como crítico e historiador para concentrarse solamente en su trabajo como guionista, lo que le permitió ocultar su pasado, presentándose como una persona que no tenía nada que ver con el canon oficial, como si no hubiera sido él quien había consagrado a Oesterheld, ocultado el trabajo de todos los autores y editoriales que odiaba (Columba, especialmente) y elogiado extravagantemente a hombres que lo habían estafado pero cuya ayuda necesitaba en los años setenta para ver publicado profesionalmente su obra, hombres como Alfredo Scutti, creador de Editorial Skorpio, cuyas revistas fueron largamente alabadas y comentadas en Historia de la historieta argentina, aun cuando los autores del libro fueron víctimas de la costumbre del editor de quedarse con los originales de su obra y venderlos en Italia sin pagarles un centavo por ellos. Hecho que Trillo tardó veinte años en denunciar.

En 1980 Trillo dio un paso al costado dejando su labor como crítico e historiador para concentrarse solamente en su trabajo como guionista, lo que le permitió ocultar su pasado, presentándose como una persona que no tenía nada que ver con el canon oficial, como si no hubiera sido él quien había consagrado a Oesterheld.

Ese Trillo, tan maquiavélico, tan astuto, tan inteligente para establecer alianzas circunstanciales y correrse del centro dejando el control del canon en manos de un discípulo fiel y esforzado como Sasturain, no apareció en ninguna de las crónicas escritas con motivo de su muerte; todo el mundo recordó al guionista brillante pero olvidó, convenientemente, al fundador del canon oficial, al hombre que quiso reinar y lo consiguió destrozando, sistemáticamente, la memoria de todos aquellos hombres que hacían lo que él no podía.

Hombres como, repitámoslo, Leonardo Wadel, Ray Collins, Robin Wood, Alfredo Grassi, Carlos Albiac, Armando Fernández, Julio Álvarez Cao, Ricardo Ferrari… Hombres que no suelen aparecer en la historia oficial de la historieta argentina porque, siguiendo las enseñanzas de su maestro, Sasturain solamente permite la entrada al canon de guionistas, dibujantes y editores que hayan demostrado su buena fe en público reconociendo que después de Oesterheld nada más puede venir Trillo y después de éste el grupo de creadores reunidos en la revista Fierro (revista fundada y dirigida por el propio Sasturain).

Gracias al trabajo realizado por Trillo, Saccomanno y Sasturain el canon oficial de la historieta argentina se parece, cada día más —por sus incongruencias, sus fallas, sus omisiones y sus juicios de valor viciado por el interés de los críticos en anteponer la amistad y el interés personal a la calidad del trabajo— a la historia contada por un idiota a la que hace referencia Shakespeare: puro ruido y furia… y nada de historia. ®

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Publicado en: Cómic, Junio 2011

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