Catorce historias de delirio y espanto

Oficios ejemplares, de Paola Tinoco

Texto leído en la presentación de Oficios ejemplares de Paola Tinoco en la FIL, miércoles 1 de diciembre de 2010.

Cuando conocí a Paola Tinoco ella tenía poco tiempo de haber egresado de la carrera de Sociología en un plantel de la Universidad Autónoma Metropolitana —en la Ciudad de México— y se enfrentaba a una realidad que entonces, ni ahora, no le ofrecía muchas oportunidades a los jóvenes universitarios —ni a los jóvenes en general. Trabajó un tiempo en la Secretaría de Cultura del Distrito Federal y recuerdo haberla visitado un día en un módulo instalado frente al Palacio de Bellas Artes brindando información a turistas y transeúntes. En esa ocasión me contó que en sus horas de comida, durante el trayecto del módulo al restaurante y de regreso, y muchas veces desde esa atalaya privilegiada, pudo ver y observar a personajes que destacaban de entre las presurosas muchedumbres por alguna razón. Esa razón es la que ha convertido a algunos de ellos en personajes de esta colección de cuentos.

Poco después un buen amigo, escritor, para más señas, la recomendó a Jorge Herralde para que llevara en México los asuntos de la célebre editorial Anagrama —mítica para quienes, como yo, en los años setenta leíamos las muy peninsulares traducciones de autores indispensables como Bukowski o Tom Wolfe y a escritores como Luis Racionero. Desde entonces Paola se ha convertido en una pieza clave en las relaciones entre editores, escritores, medios y distribuidores de ambos lados del océano, y también ha tenido la oportunidad de conocer de cerca a autores de toda laya… Más de uno, sospecho, aportó rasgos muy peculiares a los personajes que pueblan las páginas de estos Oficios ejemplares [Páginas de Espuma, 2010].

Gracias a ese empleo privilegiado pudo conocer a Roberto Bolaño, por desgracia pocos meses antes de que éste muriera. En el 2004 Paola me envió una crónica de su visita a Roberto Bolaño en su casa de Blanes, en las cercanías de Barcelona, que publicamos en el primer número de la naciente revista Replicante, que tengo el honor de editar. Un texto entrañable por la manera en que supo transmitir la intimidad del entorno familiar de Bolaño y de cómo éste ya presentía su pronta partida del mundo de los vivos.

Así, no era difícil predecir que Paola, con esa predisposición a contar historias y con esa experiencia que se acumulaba rápidamente, se sentara a escribir los relatos de este libro que tienen tanto de realidad —una siempre sorprendente— como de ficción.

Así, no era difícil predecir que Paola, con esa predisposición a contar historias y con esa experiencia que se acumulaba rápidamente, se sentara a escribir los relatos de este libro que tienen tanto de realidad —una siempre sorprendente— como de ficción. Los cuentos son desconcertantes porque sus protagonistas también lo son. Y a veces uno siente un ligero escalofrío al pensar que algunos de esos personajes pudieran ser nuestros vecinos. La narrativa de Paola es directa, coloquial, sin artificios. Digamos que es efectiva y va directo al punto, como si fuera contada en telegramas sucesivos y entre el ajetreo de la oficina, como si hubiera prisa por contar la anécdota y ver qué cara ponemos al terminar de leerla. En este aspecto me atrevería a sugerirle más tiento, releer lo que se escribe, corregirlo, ensayar una segunda o tercera versión, editarlo. Una frase puede ser redactada de muchas maneras, y el escritor debe encontrar la que crea más afortunada, más sonora, más elegante o más precisa. (Algo que le he reclamado a editores de grandes casas transnacionales, como Planeta o Mondadori, es el irritante descuido con que fabrican sus libros, plagados de erratas que podrían eliminarse fácilmente, antes de entregar el libro a las prensas, si no escatimaran en un par de buenos correctores. Hay que exigirle eso también a editoriales emergentes o alternativas o independientes que van ganando prestigio, como Páginas de Espuma. Esas comas de más o ausentes o mal colocadas, esos gazapos deben desaparecer casi por completo —digo casi porque no hay libro sin erratas.)

Volviendo a Oficios ejemplares, deben señalarse sus aciertos: esas catorce historias que bordan el delirio o el espanto y, sobre todo, la mirada sarcástica de la autora, que sabe observar con sagacidad conductas y situaciones que parecen normales pero que desembocan en otras al filo de la locura. Así, el sanguinario gurka que al final acepta una oferta para ser niñera, la hermosa mujer que acepta unos buenos pesos para dejarse humillar en público, la sumisa esposa de un escritor que llega a un grado enfermizo, el actor desempleado que actúa de mendigo para sobrevivir, el drugdealer que marcha en una manifestación contra los comerciantes informales coreanos del centro de la Ciudad de México, la jefa de prensa que acepta el ofrecimiento de un desconocido para traer al país a un escritor ex narco que será asesinado por aquél, la mujer que enseña a soñar a sus pacientes y acaba compartiendo el mismo tiempo-espacio onírico de ellos, y, entre otras más, no podía faltar la de los muchachos contratados por narcotraficantes para que laven los carros en que han sido abatidas sus víctimas.

Celebro la aparición de Oficios ejemplares porque me ha sorprendido casi a cada página. Sólo quiero que las historias narradas crezcan y más adelante podamos averiguar qué ha pasado con el buzo de los cementerios, con la rezandera o con el ladrón de libros. Una segunda parte que se permita una mirada más reposada pero igualmente afilada. ®

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Publicado en: FIL, Noviembre 2010

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