Civilización y cultura

III. La realidad artificial

La sociedad está establecida sobre acuerdos e imposiciones de los que se ha acabado por pensar que poseen valor universal, cuando un acuerdo sólo es un convenio entre dos partes del que se ha querido olvidar su naturaleza artificial, y la imposición es un quebrantamiento de la voluntad individual por interés particular de los poderosos que configuran el mundo social.

Tales de Mileto.

Tales de Mileto.

1. Anulación de la individualidad

Si aprendiéramos de los antiguos, sobre todo de los sabios, reconoceríamos su valor cuando alguno de ellos afirma la necesidad de establecer valores universales. En cambio, en nuestra sociedad, todo principio se ha establecido por intereses particulares y, contraviniendo el principio universal de no hacer algo que no desees que te hagan a ti, la sociedad no hace otra cosa que imponer aquello que a uno mismo le resultaría perjudicial, con lo que se demuestra que el fin de los principios no es otro que debilitar las fuerzas opuestas.

Aparece una nueva valoración del bien y del mal por una nueva consideración de lo que es el daño. Daño no es aquello que perjudica a un individuo sino lo que perjudica a la sociedad. El individuo carece de “individualidad”, el individuo representa un tipo social sin determinación particular, los hechos no son sucesos personales, son situaciones sociales pues la personalidad individual ha desaparecido, cumpliéndose la aspiración de los socializadores al aborregamiento del hombre, única forma por la cual los seres humanos pueden ser considerados todos iguales. La consideración del daño personal está sujeta a la valoración por la sociedad y lo que es o no daño también espera su aprobación.

Un individuo no debe quejarse por su sufrimiento si ese sufrimiento no causa daño a la sociedad. Llegado el caso, debe contentarse si el hecho beneficia a su sociedad.

2. De dioses y sabios

Los filósofos modernos, que han encontrado la razón de la existencia humana en ocuparse del saber, miran con desprecio las ancestrales costumbres de las creencias y las también tradicionales de atender las pasiones mundanas de diversa índole según el carácter de cada cual, y justifican esas conductas como propias de unos seres inferiores, lejos de su altura, que precisan creer en algo para distraer su existencia que no puede estar dedicada como la de ellos a atender lo absoluto. Exponen, con argumentos bien desarrollados, que atender a lo supuestamente trascendental o a lo meramente emocional, es decir, el amor a los dioses y las pasiones, no es sino por la insatisfacción de desconocer la verdad.

Pero estos hombres orgullosos no se han percatado de dos cosas, la primera, que ellos, como los demás hombres, han puesto su amor en algo que suponen superior al propio hombre, y la segunda, que con sus conclusiones revelan no la inmediata desaprobación del hombre que se supone se desprende del juicio de seres autoproclamados superiores, sino la necesidad personal, que en el mundo artificial sustituye a la violencia, de desaprobar al hombre, único medio por el cual los seres de toda clase social pueden obtener civilizadamente un sentimiento personal y social de superioridad; es decir, precisan convertir el conocimiento en un concepto para que pueda dársele valor y tenerle ellos.

Pero estos hombres orgullosos no se han percatado de dos cosas, la primera, que ellos, como los demás hombres, han puesto su amor en algo que suponen superior al propio hombre.

Si la fe en Dios le sirve al hombre para buscar en su vida una aspiración a la perfección, al menos en teoría, y las pasiones para compensar emocionalmente los sufrimientos de la terrible existencia terrenal, el conocimiento, necesario para desarrollar una civilización y una sociedad, no le sirve al hombre por sí solo si este hombre no posee otros sentimientos sobre los que dar razón y sólo ellos, estos conocimientos reducen al hombre natural a instrumento científico que ni sufre ni siente ni padece ni posee aspiración ni manifestación humana alguna.

3. La verdad y el interés

Cuestión trascendental, para saber de ese admirado conocimiento, es entender cómo ha sido posible que un razonamiento, que los sabios profundos han aplicado a unas determinadas conductas (no hacer lo que no quieres que te hagan, en este caso, descalificar al prójimo), no haya sido aplicado ni por los sabios ni por sus perjudicados, en el caso de los mismos sabios. (Y bien dudamos del sabio o, bien, de su sabiduría.)

¿Qué es, entonces, la verdad, una hueste en movimiento, como dice Nietzsche? ¡Y un cuerno! Llamamos verdad a lo que satisface nuestras creencias y negamos, si es necesario, las evidencias.

El joven Friedrich Nietzsche.

El joven Friedrich Nietzsche.

Hasta un ordenador precisa datos con los que trabajar. Y un ordenador, como un sabio, como cualquiera que haga uso de la lógica, solo podrá utilizar los datos disponibles, no los datos necesarios. El sabio maneja los datos que le interesan de la forma que le conviene.

Éste es el aspecto esencial de la cuestión del razonamiento, que su finalidad es la de alcanzar una conclusión que resulte satisfactoria a los intereses determinados. El sabio tiene la convicción de que a él sólo le interesa la verdad y que sus aspiraciones poseen valor universal. Poco a poco, encuentra razones sobradas para ello.

Los sabios, al servicio de la sociedad, persiguen el interés general que asumen como propio, la razón tiene la capacidad de anular la evidencia y el sentimiento.

Toda nuestra sociedad está establecida sobre acuerdos e imposiciones de los que se ha acabado por pensar que poseen valor universal, cuando un acuerdo sólo es un convenio entre dos partes del que se ha querido olvidar su naturaleza artificial, y la imposición es un quebrantamiento de la voluntad individual por interés particular de los poderosos que configuran el mundo social. Los sabios, al servicio de la sociedad, persiguen el interés general que asumen como propio, la razón tiene la capacidad de anular la evidencia y el sentimiento. La verdad tardará más o menos tiempo en conseguirlo pero terminará por poner en evidencia todo este engaño.

4. Tipos culturales de occidente

Constantemente los pueblos de occidente están valorándose recíprocamente para establecer alturas, lo cual indica que no acaban de concebir la parcialidad de cada posición y la necesidad de todas ellas. Quienes más cargados de razones aparecen son quienes menos comprenden que los primeros en manifestarse pudieron elegir mientras que los últimos deben conformarse con lo que otros han dejado.

El Imperio romano se dividió en tres partes, la de oriente, la de occidente y el Sacro imperio, un poco tardío pero procedente de aquél. Esta división no es casual y el origen de cada partición está en la necesidad. Como sabemos, existen tres tipos de necesidades, la espiritual, la material y la racional. Bizancio rescató la grandeza de los dioses aunque, influido por el Imperio romano, el tipo material de una cultura racional, adoptó una forma con semejanzas de todo, de oriente, por el reconocimiento del espíritu que en Roma había decaído; de occidente, por la teatralidad de la corte e, incluso, de lo egipcio, por el cesaropapismo.

Rómulo y Remo, fundadores de Roma.

Rómulo y Remo, fundadores de Roma.

Por otra parte, la manifestación religiosa de los pueblos mediterráneos no ha sido bien comprendida pues, cuando los españoles se recrean en los autos de fe, no es tanto la fe, como creen los sabios del norte, lo que aprecian, y lo que este pueblo celebra es el auto. No es el auto una manifestación de la fe como la fe una justificación para el auto y lo mismo da ir a misa que a la romería que a conquistar América mientras se celebre algo. Bien decía Nietzsche que Lutero vino a despertar una religiosidad adormecida. En otro aspecto de esa mentalidad, podemos ver en la fiesta nacional una manifestación artística basada en actuaciones humanas y, finalmente, en el teatro, es habitual el relato de acontecimientos.

A diferencia del sur, en el norte de Europa, sus sabios se complacen con sus investigaciones, convencidos de que en la lógica, y no en la belleza, se encuentra la verdad.

Los ingleses, en cambio, son amantes de la apariencia, una forma racionalizada de la conducta. Si bien desprecian al snob definiéndole como un dandy sin dinero, con ello nos dieron la pista para comprender que un dandy no es otra cosa que un snob con dinero. De ellos, en Estados Unidos aprendieron los yanquis el derecho de todo tipo humano a mostrarse digno ante los demás, una conceptulización del hombre que se ha difundido por todas partes, junto con la vanidad, pero gracias a la cual hacen buen cine pues, por ella, los estadounidenses son actores de la vida. Otra cosa eran los americanos del sur, con un sentido muy superior de la existencia, por lo que fueron derrotados, aunque tan amantes como aquellos de las formas. ®

Compartir:

Publicado en: Arte, Mayo 2013

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *