De un mundo raro

Brevísimo ensayo narrativo sobre erotismo y pornografía

¿Qué clase de moral es esta que sólo con cruzar el río pasas a su contrario?
—Michel de Montaigne

© Héctor Villarreal

Cerdeño Piara, nacido Isadoro López, no se metió al negocio de la pornografía por dinero ni por perversión, sino por nostalgia. En las hambrunas estudiantiles de la capital extrañaba su infancia bucólica, muy en especial las temporadas de apareamiento de caballos con yeguas y toros con vacas, que intercambiado no había de ser, aunque siempre tuvo el prurito de averiguar qué pasaría. Y eso, no la suciedad morbosa que sus críticos le atribuyen, le trajo la curiosidad científica que distingue a sus películas de otras del mismo género a las que Cerdeño Piara considera vulgares.

Isadoro López, mejor conocido como Cerdeño Piara, es hombre culto, con formación académica, muchos libros en casa y muchas respuestas de Maratón y Trivial en la memoria. De vez en cuando se pone filosófico:

—Nada hay de peor gusto que hablar de buen o mal gusto.

—¿Y qué con eso? —le pregunta Juanita Quintanilla, su mujer para todos los efectos.

—Pues que esto de la diferencia entre pornografía y erotismo pasa por el gusto y la costumbre, y eso siempre termina por atorarse en el asunto del buen gusto.

—Ah.

Juanita Quintanilla no se interesa en las películas de Cerdeño Piara porque le deja fría ver cómo lo hace el prójimo. Cuando su amado le pide opinión, ella le habla de encuadres, fotografía, luz, consistencia del guión, virtudes actorales, musicalización y dirección. Isadoro ya no se frustra, pero tampoco le hace el menor caso. Antes montaba en cólera y le decía que era una insensible, que tras semejante exhibición cualquier señora normal andaría como vaca con yumbina; ahora se espera unas horas, la aborda gentilmente, le besa el cuello, hace cuanto ha aprendido en las pelis románticas que prefiere Juanita y siempre terminan por echar polvos de antología. Isadoro López, mejor conocido como Cerdeño Piara, es hombre de mucha consideración a su amada, así que se calla el entripado cuando ella habla de hacer el amor refiriéndose a coger.

—¿No haces el amor conmigo? —le pregunta ella.

—Hago el amor cuando te amo y cojo cuando cogemos.

—Yo no cogería contigo sin amarte, no podría.

—Viles prejuicios: ¿Cómo es que todas ésas sí pueden, conmigo y con decenas o centenas a quienes ni conocían de antes?

—Ellas son prostitutas. Y ellos también.

—Son actrices.

—Cobran por sexo.

—Cobran por actuar.

—Por actuar cogiendo.

—Pero no cobran por coger, eso es el papel; ellas cobran por actuar.

—Con una delante, otra atrás y un coño en la boca.

—¿Y tus queridas actrices románticas no cobran por actuar besos y fajes?

—Es diferente. A ellas no se las cogen.

—Las besan y muchas veces un beso arriesga más que una cogida. Las prostitutas no besan, o cobran extra si es que besan.

—Tus actrices tampoco besan.

—Porque el beso es el cultivo del amor. El cultivo bioquímico. Un beso puede inocular el amor. En el beso se refugia el amor. Y mis actrices son lo bastante profesionales para no amar mientras trabajan.

—¿O sea que tus actrices no son putas, pero las de mis pelis románticas sí?

—No he dicho eso. Ni unas ni otras. Que el beso pueda alojar amor no implica que sea necesariamente así, y, si lo hay, eso es muy aparte de la presencia de la cámara.

—¿O sea que si tus actrices disfrutan es muy genuino, casi místico y beatífico?

—Algo así. Pero rara vez disfrutan.

—¿Cómo sabes?

—Para que una escena se vea natural en la pantalla tienen que hacer unas contorsiones que ni Houdini; eso y repetir una escena quién sabe cuántas veces les quita las pocas ganas que pudieran haber tenido. También a ellos. Se gasta más en lubricantes, yumbina y viagra que en honorarios.

—¿Tú usas viagra al actuar?

—No, yo no. Yo me acuerdo, de Patamala, la yegua que me regaló mi jefe cuando cumplí los doce años, te lo he dicho un millón de veces.

—También me has dicho que nunca lograste metérsela y te conformabas con las cabras.

—Patamala es mi amor imposible. Con las cabras cogía, a ella quizá le habría hecho el amor.

—¿Y por qué a mí no me haces el amor?

—Porque me gusta más cuando te cojo.

—Pues cógeme.

Juanita Quintanilla está que se ahoga en la humedad de su entrepierna. Siente, cuando recibe a Isadoro López, mejor conocido como Cerdeño Piara, que ella es la amada de un hombre que tiene a todas y a todos. Que al tenerlo a él tiene a cuantos han pasado por sus armas tras haber pasado por decenas o centenas de coños y penes. Siente que posee a cuantos ven sus películas. Ya no intenta comprender ese mundo que le parece vedado por los dioses, como si ella estuviera destinada a una misión más alta. Repasa mentalmente las escenas en que ha visto a su amado y se imagina en cada una de ellas, lo imagina gozando de una manera que ella no puede ni podrá comprender.

Juanita Quintanilla siente una apasionada e indómita atracción erótica hacia el mundo pornográfico de Isadoro López, mejor conocido como Cerdeño Piara que, en el set, piensa en Juanita Quintanilla para poder trabajar con suficiente deseo. ®

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Publicado en: Febrero 2011, Narrativa

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