Periodismo, investigación y redes sociales

Cuando los pájaros se bajaron del alambre

La vorágine de información se ha visto acrecentada por el uso cada vez más generalizado de las redes sociales. Y en medio de esta avalancha veloz queda poco espacio para detenerse, reflexionar y hacerse preguntas fundamentales. La principal: ¿los medios están obligados a difundir todo lo que llega de manera anónima y en sobres amarillos —los clichés a la orden del día— a la redacción?

Fox y Fidel

I. Marzo de 2002

—Bueno.

—Dígame, señor presidente.

—Oye, Fidel, pues llamándote por esta sorpresa que me llevé hace un par de horas cuando me entero de tu pretendida visita a México… antes que nada quisiera decirte que esta conversación sea privada entre tú y yo, ¿estás de acuerdo?

—Sí, de acuerdo.

[…]

—Entonces te reitero la invitación a la comida. Acabando de comer, entonces puedes salir. ¿Podemos quedar con ese acuerdo?

—Podemos quedar con ese acuerdo y quedamos como amigos y caballeros.

—Me acompañas a la comida y de ahí te regresas.

—Y de ahí cumplo sus órdenes. Me regreso.

—Fidel, te agradezco. Nos van a salir las cosas bien así.

Y no, las cosas no le salieron bien a Vicente Fox, quien nunca sospechó que estaba siendo grabado por Fidel Castro. Mucho menos se imaginó que éste difundiría una conversación que el entonces mandamás mexicano asumía como privada y entre amigos. Pero así fue.

II. Marzo de 2004

Un rubicundo Federico Döring se apersona en el estudio de El Mañanero cuando éste se transmitía por televisión abierta —y luego de que Brozo terminara vendiéndole, supongo que caro, su amor a Televisa. El entonces diputado federal lleva una torta bajo el brazo: un video en el que se puede ver a René Bejarano, entonces coordinador del PRD en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, aceptando una buena cantidad de billetes de parte de Carlos Ahumada, empresario que luego se convertiría en una suerte de Anticristo para las huestes lopezobradoristas.

Después nos enteraríamos de que no sólo Bejarano había sido videograbado, sino también Gustavo Ponce y Carlos Ímaz. Los videos —y las consecuentes reacciones de todos los frentes, rasgaduras de vestidos incluidas— se volvieron la comidilla de los medios.

III. Septiembre de 2006

Contra toda evidencia, los mexicanos nos enteramos de que Mario Marín, gobernador de Puebla, es un Precioso. O lo era, al menos, para Kamel Nacif, para quien el mandatario poblano era también “el héroe de la película, papá”.

El gobernador niega ser quien habla. Luego dice que le clonaron la voz. Finalmente dice que el audio está editado. El daño ya está hecho. Nacif, por su parte, hace circular una carta abierta en la que afirma: “Nunca imaginé que lo expresado de manera privada fuera a hacerse público, fundamentalmente por el entorno en que se difundieron mis palabras. […] Sí soy un empresario, sí, sí hice bromas desmesuradas, burdas y machistas pero repito, en el ámbito de la privacidad de una línea telefónica”. (El Universal, martes 19 de septiembre de 2006).


IV. Junio de 2010

César Nava, autoinvestido como paladín tropical de la incipiente democracia mexicana, alza la voz para denunciar los presuntos desvíos de recursos públicos que estaba haciendo Fidel Herrera, gobernador de Veracruz, para favorecer a los candidatos priistas que andan en campaña. Detrás, encabezando a los corifeos, Jesús Ortega se suma a las denuncias.

La pregunta surge: ¿cómo obtuvo César Nava las grabaciones? Para él, eso es lo de menos. Lo importante es que está prestando un servicio a la patria; lo otro no importa.

Estos cuatro ejemplos ilustran lo que pasa cuando los pájaros se bajan del alambre y, como por arte de magia, lo privado se vuelve público. Y en ese trance hay un elemento fundamental: los medios de comunicación, que se convierten en altavoces de las conversaciones que originalmente iban directo de la boca al oído, con un auricular de por medio.

Los tiempos que corren, ya se saben, son acelerados. La vorágine de información se ha visto acrecentada por el uso cada vez más generalizado de las redes sociales, fenómeno en el que Twitter y Facebook llevan mano. Y en medio de esta avalancha veloz queda poco espacio para detenerse, reflexionar y hacerse preguntas fundamentales. La principal: ¿los medios están obligados a difundir todo lo que llega de manera anónima y en sobres amarillos —los clichés a la orden del día— a sus redacciones?

Habrá algunos que digan que sí. Que es preciso que la gente esté informada. Que se conozcan las trapacerías que los políticos hacen en lo oscurito y debajo del agua. Y estoy de acuerdo con ellos. El problema radica en las maneras. Como siguiendo la vieja consigna revolucionaria del “dispara y después viriguas”, los medios toman los audios —o videos, según sea el caso—, les dan salida y nunca se ahonda en el otro lado de la historia: ¿cómo se obtuvieron las grabaciones? En otras palabras: disparan, pero no viriguan.

Los dos primeros ejemplos que ilustran este texto no dejan lugar a la especulación. Un ingenuo Vicente Fox se cree que Fidel Castro es su amigo y confidente. René Bejarano, en papel de orate, olvida que en toda empresa que se diga seria hay un sistema de circuito cerrado. Pero los otros dos dan para la paranoia: un mundo nos vigila. Y, lo que es peor, está ávido de ventilar conversaciones y utilizarlas en los momentos precisos. Porque pecaría de inocente aquel que se trague el cuento de que las conversaciones aparecen así, de pronto, sin obedecer a las coyunturas políticas que dictan los partidos.

Pero me desvío del punto. El caso es que todavía no queda claro cómo se obtuvieron las grabaciones de Mario El Precioso Marín ni de Fidel Herrera. Mucho menos se ha dicho qué tan legales o ilegales fueron esos métodos. Y ésa, me parece, es una labor que deberían cumplir los medios de comunicación. Sí, lo que se dice en esas grabaciones está muy mal. Es un notonón. Pero también lo sería, creo, que nos explicaran cómo están intervenidos los teléfonos, quién guarda esas conversaciones, en qué momento —y por órdenes de quién— se decide hacerlas públicas. Pero quizá eso no venda tanto como sí lo hace escuchar a un funcionario comprometiendo apoyos o prometiendo dar una calentadita a una periodista incómoda.

El riesgo, de seguir así, es que los medios se conviertan en una catapulta de la mierda que, recurrentemente, preparan los partidos políticos para tirarse entre ellos. Reciben una bola de excreciones en la redacción y, sin filtro de por medio, la meten a sus páginas o la ponen al aire. En los tiempos y con los modos que dictan los partidos. Y la mierda vuela de ida y vuelta. De nada sirve que se rasguen los vestidos y se hable de guerra sucia entre partidos si no hay nadie dispuesto a pararla. O al menos a matizarla.

Casi cuatro años después todavía no sabemos cómo ventanearon a Mario Marín y a Kamel Nacif. Pasarán más de mil años, muchos más, y seguramente tampoco sabremos quién y cómo grabó a Fidel Herrera. Vendrán las elecciones de 2012 y seremos testigos, otra vez, de cuánta mierda son capaces de preparar los partidos para tirarse entre ellos. Habrá más audio y video escándalos. Y en medio, como catapultas tirando para ambos lados, los medios de comunicación: viendo cómo crece el raiting, cómo se venden los periódicos. ¿Investigación? No hay tiempo para ella si no viene en un sobre amarillo. Lo importante es sacar partida, a la de ya, del día que los pájaros se bajaron de los alambres y cantaron entre nosotros. ®

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Publicado en: Julio 2010, Narrativa, Periodistas

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