Dos películas para dejar de comer

Food inc y Feed

En Food Inc (2008) se reflexiona sobre el crecimiento mafioso de la industria alimentaria en Estados Unidos y sus consecuencias. En Feed (2005), sobre las consecuencias en el terreno sexual y social de algo que es ya un hecho: nunca ha habido tantos obesos mórbidos en la historia de la civilización como ahora.

Poco tienen que ver entre sí en lo que respecta al género de cine: Food Inc es un documental de corte clásico en el que se estudia el origen de la alimentación en Estados Unidos y Feed es un thriller de acción al estilo de Seven o El silencio de los corderos en el que un detective investiga a un sospechoso que podría estar matando a mujeres hiperobesas, protagonistas de una nueva forma de fetichismo sexual. En Food Inc (2008) se reflexiona sobre el crecimiento mafioso de la industria alimentaria en Estados Unidos y sus consecuencias. En Feed (2005), sobre las consecuencias en el terreno sexual y social de algo que es ya un hecho: nunca ha habido tantos obesos mórbidos en la historia de la civilización como ahora. Les recomiendo, si son de estómago delicado, no verlas una detrás de otra. Ni después de comer.

Food Inc: El capitalismo salvaje genera alimentos atroces

Estatua de Ramón Conde

Cuando era pequeño mi abuela siempre contaba la misma historia para evitar que le pidiéramos pasteles o golosinas —algo que nunca consiguió. Un padrino suyo, muy aficionado a los dulces, un día dejó de repente de pedirlos. ¿La razón? Había entrado en la parte de atrás de la pastelería donde compraba y había visto cómo se hacían. Food Inc es esa trastienda de la industria alimentaria estadounidense, a la que, por supuesto, están copiando los países que consideramos “desarrollados”.

Los datos que recopila este documental del cineasta Robert Kenner proceden de dos libros: Fast Food Nation, de Erich Schlosser, y de El dilema omnívoro, de Michael Pollan. Recoge cifras escandalosas contrastadas en los principios de este siglo. Tales como que en los años setenta había cinco empacadores de carne en Estados Unidos que abastecían 25% de todo el mercado estadounidense y en 2008 ya sólo había cuatro, pero controlando ¡80% de todo el mercado! En la mayor potencia mundial, aunque te alejes del sistema de comida rápida, quizás termines comiendo algo que también produce ese conglomerado de empresas. Entre ellas está Tyson, la mayor empacadora de pollos del mundo. Estas aves se producen ahora en la mitad de tiempo que en los años cincuenta. Ellos te lo dan todo, si eres un granjero afiliado, para que un huevo sea un pollo listo para comer en tan sólo 49 días. Los creadores de Food Inc tuvieron problemas para poder grabar en esos gallineros, pero una criadora a la que los de Tyson no renovaron por no querer pasarse a los ultramodernos criaderos en total oscuridad demostró que, al crecer demasiado rápido los músculos, el esqueleto de los animales no soportaba su peso y tenían que estar las aves todo el rato sentadas. Si a esto sumamos los antibióticos con los que los ceban para que no adquieran enfermedades, ya que se crían sobre sus propias heces, el panorama es terrorífico. Tyson sabe “enganchar” a sus granjeros: los hace endeudarse en créditos de unos 300 mil dólares por instalación construida, les viene todo el rato con que hay que innovar y éstos acaban siendo esclavos de la compañía para ganar tan sólo unos 18 mil dólares al año por gallinero. A todo esto hay que sumar que emplean mano de obra ilegal que recoge los pollos de noche. Todo un ejemplo de transparencia (por supuesto, los de Tyson no declararon para este documental, simplemente enviaron abogados).

¿Cómo se produce esto en el país que suponemos primera potencia mundial? Por simple corrupción.

El investigador Michael Pollan (El dilema omnívoro) dedicó varios años a averiguar quiénes son los dueños de los alimentos que come cada día un estadounidense medio. Frente a la ilusión de diversidad que nos proporciona entrar en cualquier supermercado, Pollan se encontró con que hay cada vez menos compañías que copan todo el sistema productivo y hay cada vez más alimentos preparados —hasta 90%, se insinúa— que llevan entre sus componentes algún nuevo derivado del maíz. Esta gramínea, fruto de la tierra que los aztecas consideraron divino, es ahora uno de los problemas de la nueva industria alimentaria. En Estados Unidos se paga por sobreproducir, con una Ley de Cultivo que condiciona todo. Se busca un maíz barato con el cual alimentar a todos los animales: a la industria alimentaria le da igual que los peces o las vacas no estén preparados evolutivamente para comer estos granos. Así, como se denuncia en Food Inc, la bacteria E-coli está cada vez más presente en la carne molida preparada, porque la vaca está preparada para comer hierba, no para digerir maíz, con lo que determinadas bacterias, como ésta, no son eliminadas en el proceso de su rumiación. Al no ser eliminada va a sus bostas, y, si a ello sumamos las deficientes condiciones de su cría en establos y lo poco controlados que están los mataderos, la E-coli llega a la cadena alimentaria final, provocando incluso muertes. En este documental se narra la lucha de una madre para que se controle mejor la seguridad alimentaria de la carne en Estados Unidos. A ella se le murió un niño, Kevin, tras comer una hamburguesa infectada con E-coli. Cada cierto tiempo, en ese país hay que paralizar la enorme telaraña de distribución de carne para buscar partidas contaminadas, bien por esta bacteria, bien por salmonela en otros alimentos.

¿Cómo se produce esto en el país que suponemos primera potencia mundial? Por simple corrupción. Las agencias reguladoras están controladas por las grandes compañías. Mientras que en los años setenta del siglo pasado había miles de mataderos en Estados Unidos, ahora apenas hay trece que procesan la mayor parte de la carne que se vende en el país.

Cada nuevo paso que se produce en la eficiencia industrial trae más problemas en la cadena alimenticia que se limitan a arreglar con parches. Uno de ellos es recurrir a la industria química: el amoníaco es utilizado con profusión para “lavar” los preparados de carne molida para hamburguesas. El cloro se emplea en cantidades industriales en la industria que procesa pollos. Si a eso sumamos los problemas de salud como la obesidad creciente y la diabetes en plena expansión (ya en niños), imaginen la catástrofe de este capitalismo salvaje aplicado a lo que comemos.

Cada nuevo paso que se produce en la eficiencia industrial trae más problemas en la cadena alimenticia que se limitan a arreglar con parches. Uno de ellos es recurrir a la industria química.

Uno de los granjeros que habla en Food Inc explica que lo que cultiva no lo decide él, sino una gran corporación en un despacho de una gran ciudad. El alejamiento de los granjeros no es sólo de los ejecutivos: la mayoría de estadounidenses urbanitas no conoce ni sabe lo que hace un granjero o un agricultor actual. Ignora totalmente la degradación y los problemas crecientes en que están sumidos. Tampoco sabe el ciudadano común —o mira para otro lado, como en tantos problemas— que uno de los oficios más peligrosos de su país es el de empacador de carne de cerdo. Y todo gracias a una empresa llamada Smithfield que procesa la cifra astronómica de 32 mil cochinos cada día que abre las puertas de su matadero, el más grande del mundo. Curiosamente, la “justicia” (por llamarle algo) estadouniense no investiga a esta empresa por las condiciones de salubridad de sus plantas cárnicas, que es deplorable. La “persigue” porque emplea a muchos ilegales. Kenner, el director de este documental, denuncia que ha llegado a un acuerdo con Inmigración para que cada día detenga a quince sin papeles y los expulse. Luego entran otros, enseguida. ¿Qué supone esto? Todavía mayor beneficio para Smithfield, pues esta profesión quema mucho y apenas hay candidatos para una plaza.

No todo son desgracias en Food Inc. También se habla de compañías, como StonyField, que se dedica a la agricultura ecológica (orgánica le llaman allí). El fundador fue hippy en sus días y ahora es muy criticado por sus antiguos compañeros de viaje porque vende sus productos a otra empresa de la que apenas se puede decir nada bueno pero donde compran millones de estadounidenses cada día: Wal-Mart. Ante los problemas que se están produciendo con las compañías alimentarias que todo lo controlan, la producción orgánica está creciendo mucho —a 20% anual— ahora. Wal-Mart no le compra a StonyField porque quiera hacer un mundo mejor, tan sólo por dinero: sus clientes demandan cada vez más este tipo de productos más sanos.

Monsanto, o cómo dejar medrar a sus anchas a un monopolio

Una de las partes más duras en este ya de por sí terrible documental es la referida al control de la producción de maíz por la multinacional Monsanto. Ha patentado, con el consentimiento de la “justicia” estadounidense, una serie de granos de maíz y soya modificados genéticamente y persigue a los granjeros que no empleen estos granos. Ha conseguido casi eliminar un aparato inventado en 1800 que aún funciona: el limpiador de semillas. Con él los agricultores limpiaban las mejores semillas de cada cosecha y las guardaban para sembrar en la siguiente temporada. Ahora hay que comprárselas a Monsanto, que viene a ser una especie de Microsoft pero con la propiedad intelectual de las semillas en lugar de la de los ordenadores. ¿Quién está detrás de Monsanto? Toda la camarilla política, da igual republicanos que demócratas. Bush, Clinton, Rumsfeld… ¿les suenan? Pues estos politiquillos de la “gran democracia” han permitido leyes tan absurdas como la de “Difamación de verduras”, por la cual en un estado como Colorado puedes ir a la cárcel por criticar la carne picada. No es broma el asunto: la archiconocida Oprah, la presentadora de televisión, se tuvo que enfrentar a un proceso legal que le costó un millón de dólares y seis años de litigio por atreverse a poner en la picota a los procesadores de carne a raíz de la famosa epidemia de las “vacas locas”. Un asunto del que nadie habla ahora, por cierto, y no creo que porque se haya solucionado todo, sino porque la industria cárnica ha comprado las voluntades y los medios que hacía falta para que McDonald’s y los grandes emporios de comida rápida no se vean dañados.

McDonald’s, en el origen de todo el embrollo

No tuvo que venir Food Inc a desvelarnos lo que supuso McDonald’s para nuestro modo de alimentación y para el sistema de trabajo de miles de personas. Ya lo hicieron antes otros documentales como Super Size Me (2004) de Morgan Spurlock u otros escritores, como el autor de Generación X, que también criticó a las empresas tecnológicas en Microsiervos, pero sobre todo a la cadena de hamburguesas, al denominar McJobs a cualquier trabajo mal pagado, con bajas posibilidades de promoción laboral, sin sindicatos —como Wal-Mart— y que apenas precisa formación. Si viviera, hoy Charlot podría hacer Tiempos modernos en un restaurante de McDonald’s o de sus competidores-emuladores. En Food Inc se recalcan estos tópicos que son reales: la aplicación del sistema de factoría a la industria alimentaria no produce sino problemas. Uniformidad, conformidad y buscar lo barato es el resumen de su filosofía. Como dice el granjero independendiente del documental: si produces de forma deshonesta, procesas igual y vendes de igual forma, obtienes un producto deshonesto. ¿Por qué no dedicar los esfuerzos a producir de forma sana y conseguir los mejores alimentos del mundo para que la gente tenga que ir menos al hospital? Porque eso no da tanto dinero. Food Inc ya no entra en el kafkiano mundo de las farmacéuticas, que muchas veces se alían con la industria alimentaria para “curarnos” de sus desmanes. Hasta la misma industria alimentaria que nos engorda es la que fabrica lo que en teoría nos adelgaza (todo el fraude de lo light, que acaban siendo alimentos todavía más procesados y con más química).

¿Hay esperanza? Sí, y somos nosotros

Nosotros, los consumidores, votamos tres veces al día por las empresas que fabrican nuestros alimentos (como mínimo, comemos tres veces cada día en un país desarrollado, aunque un buen endocrino le recomendará cinco tomas). En Food Inc ponen como ejemplo lo que ha pasado con las tabaqueras: han perdido su enorme poder y ahora tienen que ser transparentes. Fueron años de lucha de los consumidores que iban muriendo de cáncer y a los que nadie había informado. En Food Inc recomiendan comprar en compañías que sepamos que producen de forma honesta los alimentos: hay que leerse las etiquetas. Tenemos que consumir lo que se produce en temporada y recurrir, a ser posible, a lo que se produce localmente. Si tenemos suerte, cultivemos nuestra propia huerta y veremos la enorme diferencia entre “nuestros” tomates y los que nos venden las compañías distribuidoras. Procuremos cocinar nosotros: los alimentos preparados, además de ser menos nutritivos (por sus calorías “vacías”) llevan mucha más química y más azúcar y sal de lo habitual. Si está comprometido políticamente, intente influenciar para que la seguridad alimentaria sea cada vez más estricta.

Feed: Consumir es evolucionar, o la fantasía sexual de la gordura

Para “desengrasarnos” del documental anterior, y si quieren hacer la cura completa en la forma de ver lo que comemos, les recomiendo este thriller. Como ya advertí, no es para estómagos sensibles.

El argumento narra la historia de un detective dedicado a investigar cibercrímenes en Internet que se encuentra con páginas dedicadas a “cebadores” y sus víctimas, todas mujeres. Unas páginas sobre gordas que pueden encontrar ustedes mismos (perfectamente legales) si escriben en su buscador las claves “super fat girls”, “chubby girls” o “fat dream”. No encontrarán la de la película, que fue hecha sólo para el rodaje.

Si entramos en el campo de las filias sexuales, este tipo de relación sería semejante a la del amo-esclavo, una variante del sadomasoquismo aprovechando los “nuevos” cuerpos creados a raíz de la industria alimentaria de la que hemos hablado antes.

El protagonista se centra en uno de esos “cebadores” (feeders) que está alimentando a una chica que ya ha conseguido llevar hasta los 270 kilos. El perseguido se ocupa de grabar todo el proceso y colgarlo en internet, donde los suscritores de la página, por 40 dólares al mes, pueden masturbarse viendo a estas “superfatgirls”. El guión no está basado en ningún hecho en concreto, como se detalla al principio de la cinta, sino en “hechos que están sucediendo ahora en las nuevas formas de interactuar de las personas”. Tangencialmente también se alude a las míticas —y todavía poco investigadas pero muy sobredimensionadas— cintas snuff, considerando este nuevo fetiche sexual de la gordura una variante (pues el criminal protagonista también busca la muerte de las cebadas). Si entramos en el campo de las filias sexuales, este tipo de relación sería semejante a la del amo-esclavo, una variante del sadomasoquismo aprovechando los “nuevos” cuerpos creados a raíz de la industria alimentaria de la que hemos hablado antes. También aparece, casi sin venir a cuento, pero basado en un hecho real, un caso de canibalismo que investigó el detective protagonista y que, junto con su novia —que se acuesta con otros y luego se lo cuenta— lo mantienen en permanente estado de shock.

Neodarwinismo mal entendido

En uno de los diálogos, el criminal delirante señala: “Siempre hay algo que se come a otro algo y los que más comen son los de arriba de la cadena alimenticia. Son los más evolucionados. Somos unos seis mil millones de personas y nos estamos comiendo vivo el mundo. Sólo los que más consumen sobreviven, por eso es la gente cada vez más gorda”. Su filosofía trastornada —pero consecuentemente lógica en sus actos— le lleva a decir: “Libero a las mujeres de la terrible presión social que las obliga a seguir unas normas corporales basadas en una media metabólica y en un índice de masa corporal abstractos. Yo dejo que sean lo que ellas quieren. ¿Nunca has visto a una mujer contenta porque cabe en vestidos minúsculos? Sienten que su vida es mejor. Pero las estadísticas son sólo números. Lo que significan depende de cómo lo planteemos”.

El subtítulo de la cinta es Consumir es evolucionar. Pero si, como se repite hasta la extenuación, somos lo que comemos: ¿Qué somos si sólo comemos basura? ®

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Publicado en: Destacados, Octubre 2010, Sanos, enfermos y locos

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  1. Antonio González

    Muy interesante el reportaje, es una pena que estas películas pasen tan desapercibidas por la mayoría de la población. En cuanto a lo de que somos lo que comemos no deja de ser una frase gastada. Ya están dejando claro los científicos que «somos como comemos», no lo que ingerimos, así que deberíamos prestarle más atención. Pueden leerlo en este interesante artículo: http://www.lavanguardia.es/gente-y-tv/noticias/20101106/54064726549/por-que-cocinar-nos-hizo-humanos.html

  2. Alma Villarreal

    Muy interesante el reportaje, aunque da miedo, podemos ponerle remedio.

    Por otro lado no puedo acceder a las demás secciones de la revista, sólo a las que están ligadas en facebook o twitter. No sé si es problema de ustedes o de mi computadora. Saludos.

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