EDITORIAL

Una relación bipolar

¿Una relación bipolar? ¿O una de amor y odio? Como sea, las relaciones entre Estados Unidos y México han acumulado una gran carga de resentimiento a lo largo de una intrincada historia llena de agravios, malentendidos y, pese a todo, un profuso intercambio comercial y cultural. ¿De verdad nos arrebataron la mitad del territorio nacional o simplemente lo dejamos perder? ¿El nacionalismo nos impide reconocer el lado positivo de la cultura estadounidense o seguiremos pensando que como México no hay dos? Lo cierto es que la economía de nuestros vecinos no sería la misma sin el concurso de millones de trabajadores de origen mexicano, migrantes legales o indocumentados —a los que ahora la gobernadora de Arizona y sus compinches republicanos quieren echar del país—, y que la economía nacional se vería muy mermada sin las divisas que envían nuestros parientes del otro lado de la frontera.

La migración fue el cimiento de la nación norteamericana como el mestizaje lo fue de la mexicana.

Miles de productos estadounidenses —y chinos, taiwaneses, japoneses, brasileños…— inundan el mercado mexicano, pero no son pocos los productos nacionales que se venden allá. La comida y la ropa mexicana, por ejemplo, tienen en el mercado del norte una amplia aceptación. Más allá de trillados discursos globalifóbicos, pero especialmente antiestadounidenses —no antichinos, curiosamente—, la relación entre Estados Unidos y México debe ser vista sin prejuicios ni lugares comunes. En esta edición de Replicante analistas, periodistas y escritores se ocupan de revisar algunos puntos conflictivos de esa relación, de la historia a la economía y al cada vez más embrollado problema de los migrantes.

Estados Unidos y México seguirán siendo vecinos de aquí al fin de la historia —si ésta llega alguna vez— y sería deseable que el entendimiento entre ellos dos fuera la norma. El odio de los republicanos fundamentalistas a los mexicanos y otros inmigrantes delsur es irracional, como lo es también el desprecio de muchos mexicanos hacia los “gringos” simplemente por serlo. La migración fue el cimiento de la nación norteamericana como el mestizaje lo fue de la mexicana. Más allá de las diferencias evidentes, a mexicanos y estadounidenses más les vale aprender a convivir civilizadamente, pues, como se dice, no hay de otra. Los beneficios son mutuos, más vale ganar-ganar que perder y seguir fomentando odios y prejuicios. ®

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Publicado en: Agosto 2010, Destacados

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