EL CAZADOR DE GRINGOS

Un paliativo contra los dolores

El cazador de gringos, del dramaturgo sonorense Daniel Serrano, toca el vientre del sempiterno y polémico tema de la migración. Lo plantea, eso sí, con desmesurada capacidad lúdica, como pretendiendo que nos duela menos la agresión, la burla, es escarnio del cual somos víctimas los de este lado de la frontera.

Qué más si no la frustración nos lleva a la cólera, la reacción, la rabia. Insistir en el racismo es, en este instante, y desde tiempo ha, una gota de agua en el cráneo de México. Constante. Insisten los políticos estadounidenses, y crean sus corrales jurídicos para reprender a los que buscan el bocado, mediante su trabajo, en tierras gabachas.

No es de gratis, ni una coincidencia, que El cazador de gringos, del dramaturgo sonorense Daniel Serrano, toque el vientre del sempiterno y polémico tema de la migración. Lo plantea, eso sí, con desmesurada capacidad lúdica, como pretendiendo que nos duela menos la agresión, la burla, es escarnio del cual somos víctimas los de acá de este lado. Los güeros como victimarios. Sólo que en la creación de Daniel Serrano, y partiendo de que la mente cobra su libertad para hacer existir, los güeros son el objetivo en la mira del rifle de un mexicano.

Jorge Rojas Fernández, guatemalteco y por ende conocedor también de las vejaciones que se ejercen todos los días en la frontera en contra de sus coterráneos, en ese intento de cruzar hacia allá, reúne al reparto preciso y los va dejando ser en sus propuestas actorales: Vicente Benítez, Laura Hurtado, Arturo Velázquez, Jhonatan Tautimez, Juan Loaiza y Sarahí Noriega.

Ellos, algunos egresados de la Academia de Arte Dramático, otros maestros de la misma escuela, se trepan a esa azotea donde ocurre la vigía constante en esa obsesión de cazar a los gringos.

Heberto, que es Vicente Benítez, el actor, mantiene ese pulso de rencor prendido de su mirada, de su enardecido discurso, el cual, en el desempeño de la obra, hará saber mediante su víctima que es Tony (Tautimez), miembro de la Border Patrol, que las rencillas van más allá que la negación al acceso de los connacionales para ingresar al país de las barras y las estrellas.

El rencor se concentra también en la pasión por los hijos, y una causa de la fijación contra los estadounidenses es la relación de la hija de Heberto con un “gringo prieto”, que un día se la llevó.

Jugar con el tiempo en el escenario es una virtud del dramaturgo. Construir la escenografía es el acierto del mismo director: Jorge Rojas. La atmósfera precisa para hacer sentir al espectador que los personajes habitan una azotea, y con los mismos efectos de iluminación se dejará sentir la resistencia, esa condición social que no va más allá de los ingresos de un salario mínimo.

La musicalización aporta también a una atmósfera de frontera; sonidos de claxon, el ruido constante de motores en marcha, canciones como “La puerta negra” y “Árboles de la barranca”.

Al leer el título de la obra posiblemente uno, como espectador, pensará que es un guión escrito en venganza contra la ley antiinmigrante SB 1070, o tal vez la conclusión sea que la propuesta es coyuntural. Pero ocurre que esta obra fue escrita y publicada hace ya algunos años. Porque sabido es por todos que el problema del racismo en Estados Unidos tiene ya su historia. Y posiblemente al conocer el título de la obra uno se convierta en espectador y ya en la butaca a esperar el discurso ideológico, la protesta, la marcha, la consigna sobre una manta. Afortunadamente, el dramaturgo se despoja de cualesquier posibilidad de retórica o panfleto y escudriña más que el planteamiento social (sin dejar de serlo), el sentimiento de un padre que por pasión va de a poco construyendo una idea de venganza. Al subrayar en el paréntesis la frase: sin dejar de hacerlo, el objetivo es que no se soslaye esa dosis de ideología que también está en la obra.

Se agradece la puesta de este texto, sobre todo en este instante (o cualquier otro), porque la inteligencia es una esfera que engloba la obra misma, desde la dramaturgia hasta la dirección y actuación.

El dramaturgo hace lo suyo mediante la creación de los personajes. Los actores prestan sus cuerpos, sus voces, y nos llevan de la mano durante casi una hora al análisis de un tema que, tratado así, nos provoca también la risa. El director tiene tacto, por eso en este tiempo El cazador de gringos fue el argumento para que ese miércoles de mayo, y por la noche, el teatro Emiliana de Zubeldía no se diera abasto en sus butacas.

Reírnos de nuestra tragedia, se ha comprobado una vez más, en esta obra, es y será un paliativo para disminuir los dolores, sobre todo cuando uno puede ver a un gringo sometido por un mexicano. La crueldad será la misma si la violencia es de aquí y hacia allá, contra los del gabacho, sólo que en la inteligencia del dramaturgo, las acciones de los actores arrancan la sonrisa del público. Porque la venganza a tanto desprecio se da de a poco, y entre diálogos irónicos.

En esta obra de teatro un integrante de la Border Patrol, por decisión del escritor Daniel Serrano, tiene que enseñar sus papeles y dar explicaciones a un mexicano. ¿Eso no es realismo mágico? ®

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Publicado en: Artes escénicas, Junio 2010

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