El día que Tony Camargo quiso olvidarse del año viejo

Historia de un cantante y un dibujante en el exilio en la calurosa Mérida

Tal vez haya sido el olvido de un personaje popular que construyó alegrías para todo un continente el impulso que sintió Efrén Maldonado para materializar la idea de producir un disco con Tony Camargo.

Tony Camargo y sus recuerdos. Foto © Juan Mascardi.

Tony Camargo y sus recuerdos. Foto © Juan Mascardi.

Tony Camargo sabe que Efrén Maldonado aún no se enteró de la muerte de su esposa. Las malas noticias de los ídolos abandonados no corren con la urgencia que imponen las redes sociales ni forman parte de la industria del entretenimiento televisivo. Son, simplemente, malas noticias tan dolorosas como íntimas. Efrén, el caricaturista y periodista devenido en productor musical al estilo Wim Wenders que en 2010 produjo el disco Eclipse, rescatando del ostracismo al artista emérito de México, lo llama por teléfono el domingo 2 de agosto del 2015 a las 12 del mediodía de Mérida, Yucatán. El calor arde en los pies de los transeúntes yucatecos de la calle 60. El teléfono suena. Tony atiende y Efrén no escucha el tradicional ¡Uueepa! Las malas noticias se transmiten sin decir siquiera una palabra.

Una gorra negra con la estampa de Spiderman apenas tapa las canas despeinadas y tupidas de Tony Camargo, una camiseta puesta a las apuradas y un pantalón a medio caer son el atuendo improvisado que se aleja del traje impecable y del moño negro que el cantante utilizó hace apenas ocho meses cuando interpretó “El año Viejo” con la Orquesta Filarmónica Latinoamericana de Houston en el teatro Jones Hall en el tradicional concierto de Navidad Latina. Camargo, el viejo que nació dos años antes de que inventaran la penicilina espera a Efrén en su casa para darle un abrazo, una especie de antibiótico para ahuyentar a la soledad.

—¿Tony, usted va a usar bastón y sombrero?

Tony mira con extrañeza al asistente de Glenn Garrido, el venezolano director de la Filarmónica Latinoamericana de Houston y dice que sí sólo para complacer la ansiedad de quienes pensaron que invitaron a cantar a un anciano. El telón se abre. El teatro arde con palmas de cumbia. Suenan violines, bajos, contrabajos y un coro que repite:

…una burra negra,
una yegua blanca
y una buena suegra

—¡Crescencio! ¡Crescencio! —grita Tony fuera de micrófono.

Tony y el cronista. Foto © Cuauhtémoc Moreno Cabrera.

Tony y el cronista. Foto © Cuauhtémoc Moreno Cabrera.

Tony ni siquiera se escucha a sí mismo. El eufórico público presente percibe un movimiento de labios pronunciados mientras corea el estribillo pegadizo de burras, yeguas y suegras. Tony mira hacia arriba donde no está el cielo sino una cúpula de un teatro sinfónicamente refinado. Tony, en su momento cumbre, no se olvida de Crescencio Salcedo Monroy, el colombiano que jamás asistió a la escuela, el hombre que siempre andaba descalzo para sentir el contacto con la Madre Tierra, el compositor que creía que nadie compone nada porque todo ya está compuesto a la perfección, el autor de “El año viejo” que murió en 1976 y que jamás conoció personalmente a Tony Camargo.

El bastón y el sombrero quedan en un rincón. El hombre del traje negro se para en el centro del escenario. Y, contra las especulaciones de los productores musicales, Tony canta la canción completa. Él había advertido que durante los ensayos le habían designado una segunda voz. “Pensaron que yo iba a cantar como un anciano”, recuerda el intérprete que nació hace ochenta y nueve años en Guadalajara mientras imita el habla de un abuelo sin dientes y con una lengua perdida que no roza con el paladar. “¡No, no, no! ¡Yo la canto toda!” En cantor que tuvo alguna vez de segunda voz al sonero mayor de Cuba, Benny Moré, se apropia de su voz y su voz se expande. Es el momento de una ovación mayúscula en el Jones Hall.

La guarida

Mérida es una fortaleza que se autopromociona como inmune a los crímenes narcos que azotan en gran parte de México; es una ciudad de pavimento, de casas coloniales, de domingo a la mañana y de un reglamento de tránsito restrictivo que incluso prohíbe correr por sus calles. Un sitio tradicional y conservador que alguna vez ostentó deseos de independencia, una capital de estado que está de paso para los turistas que viajan para conocer las ruinas mayas o que siguen camino hacia la ficción del sexo libre de Cancún. Según un estudio de la agencia Segmentos Research que publicó El Diario de Yucatán la población es religiosa, elitista, fiestera, chismosa, padece sobrepeso y tiene temor a protestar. Mérida es también una tierra de migraciones internas para los mexicanos que huyen de la aglomeración, del miedo, de las distancias extensas. Mérida es la ciudad–guarida que Tony Camargo y Efrén Maldonado eligieron para vivir.

De 8 a 11 de la noche hay bailes en el barrio de Santiago, en el poniente del centro histórico. Las cenas y los merenderos de comida yucateca son tradicionales. Efrén Maldonado camina junto a su mujer y a sus hijos guiados por una melodía popular que funciona con un efecto casi hipnótico. La mujer y sus hijos bailan cha–cha–chá. Pero una voz, el calor de una voz transporta a Efrén a su propia infancia de tocadiscos y radio colectiva.

A mí me llaman el negrito del batey
Porque el trabajo para mí es un enemigo
El trabajar yo se lo dejo todo al buey
Porque el trabajo lo hizo Dios como castigo.

—¡Déjenme oír que esa voz que la conozco!

Efrén, el periodista que dibuja y que inventó a “El Columnista”, el personaje que forma parte de la colección permanente del Museo de la Caricatura de la Ciudad de México desde 1987, se abre paso entre los bailarines y entre los comensales del domingo crepuscular hasta que llega a los pies de un escenario precario. Efrén no se guía tanto por los rasgos del viejo sino por su voz. Efrén recuerda un disco de una infancia lejana que en la portada aparecía una gran calabaza de navidad y un joven sonriente, de jopo y camisa floreada. Efrén desconoce la nacionalidad de Tony Camargo: puede ser colombiano, cubano o puertorriqueño. Efrén no sabe si Tony Camargo está vivo o muerto. Efrén sí sabe que ese viejo al que está mirando fijo a los ojos es el dueño de una voz que lo acompañó durante los años felices en las fiestas de fin de año.

Un tapatío exiliado en Mérida, Yucatán: Tony Camargo. Foto © Juan Mascardi.

Un tapatío exiliado en Mérida, Yucatán: Tony Camargo. Foto © Juan Mascardi.

La orquesta termina de tocar. Efrén sube al escenario. En un rincón, sentado en una silla y en soledad está el viejo. El viejo mira a Efrén con un gesto de complicidad y Efrén se acerca y pregunta:

—¿Usted es Tony Camargo?

—Sí, soy Tony Camargo. Yo cantaba “El año Viejo”. ¿Y usted quién es?

El niño que canta

Él es Tony Camargo, el niño que empezó a cantar en las fiestas familiares cuando sus padres actuaban en las carpas nómades que recorrían México en la década de los treinta. Eran veinte o treinta familiares y todos hacían algo. Mientras unos recogían los boletos, otros jalaban el telón y el resto conformaban el ballet. El trabajo artístico era riguroso. Sí o sí había que trabajar. Y cuando el niño Tony no quería cantar sus padres le daban un coscorrón. Tony primero lloraba y después cantaba. A Tony la música le entró a los golpes.

Las limitaciones lo empujaron a forjar un perfil por fuera de los tríos de moda porque Tony no sabía hacer voces ni tocar la guitarra. A los dos años sus padres Manuel Camargo Ríos y Guadalupe Carrasco de Camargo se llevaron al pequeño desde Guadalajara a la Ciudad de México. Allí cuidaban el cine Rívoli y él tenía la obligación de limpiar los asientos. Ya en la adolescencia, cuando había largas colas para entrar al cine durante las fiestas, el joven subía al escenario, cantaba y sentía estar triunfando cuando escuchaba los aplausos. Hasta que un día Chucho Rodríguez lo invitó a cantar para su orquesta en el nigth club Montparnase de 5 de Febrero y República del Salvador. Tony se puso los pantalones largos, transitó por todos los antros de moda: el Floresta, el Colonia, el California, se codeó con las estrellas de la radio, inauguró los sets de una televisión en pañales, se casó, tuvo dos hijos, recorrió América, trajo letras de canciones para transformarlas en los hits de la década de los cincuenta, se separó, conoció a Lupita, el amor de su vida y se olvidó para siempre de los coscorrones de sus padres cuando no quería cantar.

Tony Camargo no es bueno para las matemáticas. No sabe cuántos discos grabó ni cuántas copias se vendieron de “El año viejo” y actualmente no recibe ningún tipo de regalías de la discográfica por la interpretación que suena en todo el continente cada vez que termina un año. En su casa de la calle 60, en las afueras de Mérida, transita una soledad espesa desde el día que murió Lupita. Y procura sacar cuentas: de ocho hermanos sólo quedan tres vivos, cada vez que vacuna a sus tres perros gasta 80 pesos mexicanos, cada dos meses invierte 80 pesos más para pelarlos, la última vez que lo visitaron sus hijos estuvieron sólo tres días, cobra algo más de dos mil pesos como músico jubilado, el costal de alimentos para Loreta, la lora, vale 174 pesos y le dura dos meses y medio, al mediodía suele almorzar un sándwich de jamón y ya pasaron 102 días de la muerte de Lupita. “El 13 de septiembre, día de mi santo, se cumplieron 50 días de fallecida. El 17 de septiembre será el primer cumpleaños que no la vamos a pasar juntos”. Como los presidiarios en su celda esperando la libertad, Camargo cuenta cada día que pasa en soledad. La única cuenta matemática que lleva con exactitud es la de la ausencia del amor.

—Me encuentro solo y le grito a mi mujer: ¡vieja, estamos solos otra vez!

Cuando Tony Camargo se va a dormir enciende la radio aunque no la escuche. Necesita, aunque sea, un ruido como compañía. El niño que recibía coscorrones porque no cantaba no soporta el silencio.

El camino del abrazo

“Es para mí muy grato poder enviarle una sincera felicitación con motivo de su cumpleaños número setenta y dos, y por la celebración de su cincuenta aniversario como intérprete musical. Esta trayectoria artística deja en todos nosotros un ejemplo de constancia, entrega y pasión por su trabajo, que hoy aplaudimos y reconocemos”; la carta firmada por Felipe Calderón Hinojosa, presidente de los Estados Unidos Mexicanos el 7 de marzo de 2007, está enmarcada junto a una veintena de cuadros de honor. En las paredes hay fotos de Celia Cruz y Benny Moré, hay chucherías de los carnavales de Barranquilla y una estatua del perro de la RCA más grande que un can de verdad. En la casa late la ausencia de Lupita, la mujer yucateca que lo acompañó durante treinta años y que llevó a Tony a su Mérida natal luego del terremoto de 1985.

El periodista y dibujante Efrén Maldonado con Tony. Foto © Juan Mascardi.

El periodista y dibujante Efrén Maldonado con Tony. Foto © Juan Mascardi.

Tal vez haya sido el olvido de un personaje popular que construyó alegrías para todo un continente el impulso que sintió Efrén Maldonado para materializar la idea de producir un disco con Tony Camargo. Y se decidió, aún más, cuando conoció la precaria casa en donde vive el intérprete que brilló durante las décadas de los cincuenta y sesenta. Efrén adoptó a Tony como a un abuelo. Habitualmente lo invitaba a su casa a cenar y le compraba tequila de categoría que ambos bebían a escondidas de Lupita. En aquellas cenas de boleros cantados en grupo y de comidas suculentas que el viejo devoraba con fruición y placer se fue pergeñando Eclipse. Sólo faltaban algunos detalles: armar una banda, elegir las canciones y conseguir el financiamiento.

Durante las sobremesas Tony solía contar como llenaba los escenarios en Puerto Rico, en Colombia y en Venezuela con su particular tono afable. Efrén observaba a su nuevo abuelo como a un ser mayúsculo que aún conservaba una gran voz y se sentía impotente ante su magnetismo. El caricaturista que retrató a Carlos Fuentes, Octavio Paz, Chucho Reyes y a Frida Kahlo en el libro Devolviéndonos la mirada considera que la gente le concede muchas cosas porque lo ven como a un artista aunque Efrén se sienta más periodista que otra cosa:

—Tengo muchos conocidos dentro del ambiente del cine y del teatro. Conozco músicos y cómicos. Y platicando con ellos siempre sostenemos que somos muy afortunados porque vivimos en un país con muchas carencias. Tener un trabajo, que dibujes, cantes o bailes y te paguen muy bien por lo que haces es un despropósito. Pero eso no estaba pasando con Tony. Cuando lo visité en su casa por primera vez, en un barrio popular, en las orillas de Mérida, en una casa muy modesta pensé “Este viejazo no tiene un peso”. Eso me entristeció un poco mucho. A este país que sufre, Tony nos había llenado de alegría. Tony la pasaba mal. ¿Cómo recochinos diablos lo ayudo?

Efrén se aprovechó de las concesiones que reciben algunos artistas. Y buscó el financiamiento en las arcas de la política. Antes intentó convencer a su amiga, la pianista Ligia Cámara para que musicalizara la obra que estaba naciendo en la mente del dibujante. Ligia habitualmente participaba en las cenas junto a Tony y los amigos de Efrén.

—Tenemos que ayudar a Tony.

—¡Ya lo estás ayudando!

—Debemos hacer un disco.

—¡Pero si tú nunca has hecho un disco!

—Siempre hay una primera vez.

El nuevo disco de Tony Camargo, producido por Efrén Maldonado. Foto © Juan Mascardi.

El nuevo disco de Tony Camargo, producido por Efrén Maldonado. Foto © Juan Mascardi.

Los tiempos de la política suelen ser más breves que los tiempos de la necesidad. Efrén intentó convencer al alcalde Manuel Fuentes Alcocer para que financiara la obra póstuma de Tony Camargo, y a pesar de tener una respuesta positiva el mandato se terminó y el dibujante se quedó con la “espinita”. Pero una mañana de hace seis años llegó otra alcaldesa a Mérida e invitó a desayunar a Efrén. “No, venga a mi casa, alcaldesa”, replicó Efrén. Y preparó la escena para convencerla. La flamante alcaldesa Angélica Araujo Lara llegó a la casa del productor aprendiz, vio un piano y Efrén le platicó sobre la idea de cómo un alcalde pasado ya se lo había prometido. La alcaldesa dijo “ya” y a los pocos días llegaron los diagramadores, los diseñadores gráficos y le contrataron un estudio pequeño para que se grabara el disco.

Desde las diez de la noche hasta el amanecer durante unos cuantos días, mientras algunos se ponían borrachos y otros comían, fueron despejando una lista de veinte canciones hasta llegar al corte final. Efrén quería cambiarles un poco el ritmo y que Tony fraseara de otra manera. Pero el dibujante que no sabe nada de nada sobre acordes musicales, negras, fusas y semifusas debía encontrar un código común para explicarles a los músicos. “Más bajito, más suavecito”, decía Efrén y los músicos le jugaban una disputa un tanto ruda y hacían lo que querían. “Hasta que los músicos descubrieron que yo no era tan burro. Se rindieron a mí y comenzó una comunión muy padre. Logré que Tony cantara de otra manera, no en su viejo estilo. Lo saqué de la comodidad de cómo cantaba para que saliera su voz de viejo, una nueva voz de Tony Camargo”.

Ya no podré
Ni perdonar ni darte
Lo que tú me diste,
Has de saber
Que en un cariño muerto
No existe rencor

El proceso de Eclipse duró un año: grabaciones, set de fotos, videos para YouTube y un exitoso concierto especial. El día que el producto estuvo terminado Efrén invitó a cenar a la alcaldesa, puso el disco y ella no lo podía creer. Sonaron “Mil congojas”, “Mucho corazón”, “Flores negras” y “Sin razón ni justicia”. La alcaldesa lo felicitó y le confesó que había pensado que no lo iba a hacer, que se iba a robar el dinero. El dinero fue repartido equitativamente entre Tony y los músicos. El disco se distribuyó gratuitamente en Mérida y ahora suena en el auto de Efrén Maldonado que una vez más va camino a la casa de Tony porque se acaba de enterar de que falleció Lupita, la mujer, la compañera, el bastón, el brazo derecho del intérprete.

No hay demasiadas palabras. El bullicio del domingo se va aquietando mientras Efrén se aleja del centro histórico hacia las orillas de Mérida. La puerta de la casa de los Camargo–González de la calle 60 núm. 646 está abierta. Tony aparece desde la penumbra de una pieza en donde hay miles de discos de vinilo. Se acomoda la gorra y se abraza con su nieto adoptivo.

Tony Camargo a veces cree en la felicidad y otras no tanto. “La infelicidad es algo tan profundo. Es igual que la felicidad pero al revés. Cuando estás infeliz te sientes solo en la vida y te imaginas que Dios te olvidó”, susurra el cantante que un mediodía caluroso de agosto quiso olvidarse por primera vez del año viejo. Efrén Maldonado y Tony Camargo jamás abandonan el abrazo mientras están sentados en un pequeño sillón de dos plazas, a centímetros de los diplomas que encuadran la gloria de un pasado que ya pasó. La última vez que Tony cantó en público fue en diciembre del 2014 junto a la Filarmónica de Houston y quiere volver a hacerlo para que sepan que está vivo. Efrén, el caricaturista de los mil dibujos, jamás retrató a Tony Camargo porque piensa que sus amigos nunca se van a morir. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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