El fin más digno de la humanidad

Un futuro de hombres microscópicos

Dejemos a un lado el terror, el caos, el fuego al ritmo tremebundo de timbales y pensemos en una desaparición progresiva, en la que el hombre siga el curso de otras plantas y animales del planeta que en un momento dado se convirtieron en arqueología.

Cuando uno piensa en el porvenir de la especie humana no puede dejar de pensar en la ciencia ficción como materia básica para inventar la prolongación eterna en el planeta. Homo sapiens, el mismo que venció las inclemencias del pasado prehistórico, conquista el espacio exterior apoyado por la ciencia moderna, creando un futuro brillante para los suyos.

Pero más que un regalo a la imaginación, o al desconocimiento total del destino de la especie, de lo que se trata es de un acto de supervivencia ante el agujero negro que nos vaticina el orden lógico de los acontecimientos. Fenómenos meteorológicos, cambios en la atmósfera, sobrepoblación, sequías… diferentes escenografías incontroladas que tienen como protagonista el desmedido abuso de los energúmenos dominantes. Todo esto, por supuesto, como un perverso tributo al capitalismo industrial y al imperialismo de extracción, fuerzas geológicas tan potencialmente devastadoras que han logrado desestabilizar el planeta de su simetría climática, fragmentando la lógica disposición lineal de la que solía hacer gala la historia natural.

No faltan media-profetas como el televangelista Pat Robertson, quien declaró en la televisión estadounidense que el número creciente de desastres naturales que afectan a la Tierra auguran un final desastroso. En el episodio de “Late edition” del 9 de octubre [de 2006] en CNN comentó que huracanes como Katrina y Rita o el tsunami que afectó a casi todo el continente asiático estaban apareciendo con una “regularidad sorprendente”. La postura del televangelista recuerda los escenarios de fatalidad descritos por Mike Davis en Ecology of Fear o el más reciente The Monster at Our Door; The Global Threat of Avian Flu y Planet of Slums, en los que los escenarios apocalípticos parecen incrementarse tan deprisa como el autor relata sus epopeyas dramáticas.

Esperando la solución definitiva al escenario bíblico apocalíptico, ya sea a través de un futuro esplendoroso o la crónica de una muerte anunciada, las dos versiones tiemblan ante la posibilidad de sucumbir a la vida eterna, aguantando la respiración mientras quede “aire potable”. En ambos casos, el análisis es fundamentalmente literario, ya que la ciencia, como siempre, trata de ser prudente en conjeturas… Sin embargo, fuera de planteamientos metafísicos y actos de fe, nos gustaría pensar en otro final para la humanidad que se aleje del drama sanguinario, pero que tampoco idolatre la figura de un ser humano cada vez más decadente. Una llave a la esperanza en la cual pensar en el fin como consecuencia lógica del destino de la humanidad sea el umbral para un destino más próspero, o a lo sumo, más humano. Dejemos a un lado el terror, el caos, el fuego al ritmo tremebundo de timbales y pensemos en una desaparición progresiva, en la que el hombre siga el curso de otras plantas y animales del planeta que en un momento dado se convirtieron en arqueología. Y a partir de ahí, por qué no, hagamos un nuevo uso de la ficción, para imaginar un futuro fantástico, pero con una cierta lógica de funcionamiento.

Alegoría al hombre menguante

La cita que el escritor francés Michel Ragon hace en el libro Construcciones ilusorias, del crítico de arte y arquitectura Juan Antonio Ramírez, es un ejemplo magistral del fin más digno para la humanidad. Lejos de pensar en ciudades imposibles que alumbrasen el desastre urbanístico actual, o planteamientos políticos a lo Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá, que acaben con la delincuencia a través de la imaginación, por qué no imaginar arquitecturas adaptables a escalas más factibles…

Puesto que es imposible la evolución mortal de la humanidad, es preciso encontrar con todas nuestras facultades intelectuales, con toda nuestra ciencia, un medio de terminar que sea verdaderamente digno del hombre. Puesto que no se puede agrandar hasta el infinito el espacio habitable para los hombres, es indispensable adaptarlos a las condiciones exteriores. El único medio es disminuir la dimensión del hombre frente a la fastidiosa tendencia actual a crecer, no sólo en cantidad sino en talla. En algunas generaciones, por mutaciones artificiales (rayos x y otros procedimientos) se debería llegar a reducir a los hombres a la dimensión de un gato pequeño. Entonces sería posible, hasta el año 5000, producir generaciones en un numero creciente. Pero después sería necesario decidirse a una nueva mutación: los hombres seguirán siendo hombres pero tendrían la dimensión de las hormigas. ¡Cinco mil años más ganados! Una ciudad entera se podría alimentar con una manzana. Nuevas aventuras extrañas esperarían a la juventud que hoy degenera en trabajos fastidiosos como el control de fábricas automatizadas.

Pero en el año 10,000 el espacio para esos pequeños hombres sería de nuevo demasiado pequeño. Entonces los hombres se decidirán a adoptar el tamaño de los microbios. Esto valdrá hasta el año 12,000. Después llegaremos a tamaño de los virus. ¡El hermoso mundo cristalino! Pero los virus también tienen una dimensión. Por eso, en el año 15,000 el hombre se identificará con la dimensión del átomo. En algunos millares de años se alcanzará la de las partículas nucleares y al fin, poco después del año 20,000, no quedará más que la decisión de adoptar la dimensión cero que permitirá alcanzar el infinito.

El infinito contendrá la posibilidad de una multiplicación eterna. El hombre habrá desaparecido dignamente, sin crueldad, sin guerra, y habrá triunfado de las leyes del Universo que son las leyes de matemáticas y geométricas del tiempo y del espacio.

¡Que triunfo! El hombre ya no será un animal. Será espíritu puro, entre el cero y el infinito. Habrá dado el gran paso de la materia bruta y pesada hacia una especie más fina que el éter del universo.1

El final parece una interfase en progreso de un final acompasado. ¿Un ser enano? No, no estamos hablando de un nuevo espécimen de Hobbit ni del eslabón perdido del Homo floresiensis;2 Ragón habla de una disminución, ahorro de energía para alargar la supervivencia. ¿Para qué alimentar un ejército de gigantes si se puede satisfacer la sed de un batallón de valientes con un mililitro de agua?Mientras no caiga maná del cielo, alimento neutral que sabía a todo y exaltaba el poder de la mente, sería mucho más sencillo reducir nuestro tamaño y conquistar el universo de lo microscópico progresivamente. Pero en el grandioso mundo de la ambición humana la magnitud de lo conquistado es proporcional al tamaño de sus miembros… Sin embargo, tampoco estamos hablando de cambiar la evolución del hombre, ¡bastante le costó erguirse sobre sus extremidades!, sino de cambiar la perspectiva en el análisis de los límites de nuestro entorno.

Dejemos a un lado el terror, el caos, el fuego al ritmo tremebundo de timbales y pensemos en una desaparición progresiva, en la que el hombre siga el curso de otras plantas y animales del planeta que en un momento dado se convirtieron en arqueología. Y a partir de ahí, por qué no, hagamos un nuevo uso de la ficción, para imaginar un futuro fantástico, pero con una cierta lógica de funcionamiento.

Desde la antigua Grecia Demócrito de Abdera postulaba la existencia de micropartículas enanas e indivisibles como base de la materia. Varios milenios más tarde la teoría de la relatividad tambalea los cimientos de la física clásica y prosperaba la investigación del átomo y la mecánica cuántica. En los años cincuenta, apegándose a los conocimientos científicos de su época, muchos escritores hablaron de reducir el tamaño del hombre y convertirlo en un ácaro poderoso, incluso todo lo contrario, agrandar la especie para observar el mundo desde las alturas, como en la película Coloso de Donald Wandrei. Fue la época de las revistas pulp, cuando el esquema era singularmente parecido a la teoría de Ragon: científico poco académico y desvinculado de toda vida social inventa un sistema o artilugio ultramoderno que aprovecha ondas ultrasónicas, magnéticas o rayos x para empequeñecer o agrandar a las personas.

Los ejemplos son muchos y variados, como el caso de los cómics de Mandrake el mago, mefistofélico y hierático personaje que sin despeinar jamás su cabello engominado usaba poderes para romper la barrera entre realidad y ficción. En una de sus tiras, un planeta invisible toca por unos segundos la órbita de la Tierra estableciendo una conexión momentánea entre ambos mundos. Mandrake hace gala de su oficio y se cuela en un atmósfera enrarecida, donde los seres humanos son del tamaño de un botón mientras que los insectos han triplicado su tamaño.

En un mundo donde el hombre sea del tamaño de un microbio corremos el permanente peligro de ser aplastados, triturados, convertidos en mascota de cualquier otra especie que se alza dos palmos del suelo… Aunque también, como en el viaje alucinante de Asimov, podremos introducirnos en otros cuerpos y observar el sistema vital de primera mano. Porque no estamos pensando en un ser diminuto que viva colgado de los árboles, sino en un microbio inteligente y tenaz que a través de una tecnología superavanzada sea capaz de sobrevivir en el mundo conocido a su escala, desde la pequeñez de su condición en un acto de constricción propio de un asceta, y así esperar a que el fin llegue sin finales dolorosos.

Tal vez lo mejor que nos pueda pasar es que nos pille por sorpresa, como Scout Carey en el Increíble hombre menguante,3 quien tras una excursión en yate queda sometido a una extraña niebla fosforescente… en cuestión de segundos su camisa le queda grande y se escurre por la cintura de sus pantalones. A partir de entonces todo su universo doméstico se convierte en una pesadilla hasta que nuestro protagonista se da cuenta de que en realidad sólo es un problema de escala.

Pero para que esto ocurra, más que una hecatombe científica, debería de haber una revolución del pensamiento, apostar por la desaparición progresiva como la forma más humana de disolverse en el polvo cósmico del universo. ®

—Publicado originalmente en Replicante no. 8, “Sólo ciencia”, verano de 2006.

Notas
1 Michel Ragon (parafraseando a Walter Jonas), en Construcciones ilusorias: arquitecturas descritas, arquitecturas pintadas, Juan Antonio Ramírez, Madrid: Alianza Editorial, 1983, pp. 218–219. Michel Ragon es cofundador del Grupo Internacional de Arquitectura Prospectiva (GIAP, Groupe Internationale d’Árchitecture Prospective, 1965, París) con Yona Friedmann, Walter Jonas, Paul Maymont, Georges Patrix Ionel Schein y Nicolas Schöffer.

2 Hace 18 mil años existió en Indonesia una criatura con rasgos asiáticos del tamaño de una brazada. Una nueva especie en el árbol genealógico humano que bautizaron con el nombre de Homo floresiensis. Según el primatólogo Robert Martin, de Washington, la explicación más probable es que los huesos pertenecieron a un humano moderno que sufría microcefalia, un problema patológico que se caracteriza por el tamaño pequeño del cerebro así como del cuerpo. Sin embargo, la incertidumbre del hallazgo sigue estando servida.

3 El increíble hombre menguante, 1957. Dirigida por Jack Arnold y adaptada de la novela de Richard Matheson, que establece una especie de alegoría de carácter existencial con una culminación mística, donde se especula la posición del ser en el mecanismo del universo y sus capacidades para adaptarse a un nuevo entorno de supervivencia.

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Publicado en: Enero 2012, Hemeroteca

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