El Rembrandt que no fue

“La conspiración de Claudio Civilis”

Rembrandt van Rijn fue más que nada un excepcional narrador de historias. Nació en Leiden, a orillas del río Rin, el 15 de julio de 1606. Vivió durante gran parte de su vida en Amsterdam; estaban hechos el uno para el otro: la ciudad y el pintor.

La conspiración de Claudio Civilis © Rembrandt Harmenszoon van Rijn

De la pintura más grande que Rembrandt realizó, de alrededor de 5 x 5 metros, hoy se conserva 196 cm × 309 cm de ella, un cuarto de su tamaño original. Rembrandt Harmenszoon van Rijn cortó “La conspiración de Claudio Civilis” para ser vendida. Salvaje, burda y libre; fealdad, deformidad y barbarie. El heroísmo retratado en toda su crudeza. La figura principal, Claudio Civilis, con el rostro herido no sólo mostrando sino envaneciéndose en su deformidad: un solo ojo, la expresión exhausta. Un grupo de hombres, algunos guerreros mostrando sus espadas, mostrando sangre. Después de todo es lo que representa una rebelión: traición, sangre, cuerpos cansados y deformados por la lucha. Para Rembrandt el rebelde caballero se rebaja a ser hombre. No es la pose del heroísmo sino el héroe mundano y real. Todos en torno a una mesa cuadrada jurando unirse a la rebelión. Rembrandt pinta un altar secular; no es de extrañar que la pintura nos recuerde a la Última Cena. Íntimamente profana y misteriosa, la escena no está iluminada, no hay velas sino una luz que surge del centro; del poder de la libertad, del fuego de una idea.

Esta obra marcaba el regreso de un Rembrandt al que la desgracia perseguía, la pérdida de su esposa, reputación y fortuna, pero este regreso resultó desastroso. Un triunfo de su imaginación visual, conmovedora descripción de la leyenda de cómo se formó la nación de los Países Bajos. Había que tomar en cuenta quién había encargado la pintura: la clase dirigente, el gobierno. Ésta debía ser una ilustración visual de una historia que todo niño del pueblo holandés debía conocer, debía ser la exaltación del héroe que había llegado a formar una nación sin haber derramado una gota de sangre.

La historia: Claudio había estado luchando junto con los romanos contra su propio pueblo, pero en algún momento cambió de bando. Servía a un emperador lejano y ajeno; demasiados impuestos, su nación no aguantaba más. Convoca a una reunión con los jefes tribales que juran unirse a su causa. Se declara la guerra, se derrama sangre. Tácito, historiador del Imperio romano, describe a Claudio como “inusualmente inteligente para un nativo, y pasaba como un segundo Sertorius o Aníbal, cuyo desfiguramiento facial compartía”.

La pintura debía realizarla Govert Flinck (1615-1660), artista más confiable y dispuesto a realizar al pie de la letra el encargo. Fue hasta cuando Flint murió que el consejo pensó en Rembrandt, que a pesar de haber perdido reputación seguía siendo uno de los grandes maestros holandeses. La obra fue entregada en 1961, pero a principios de 1962 fue regresada para ser retrabajada, debido a que estilísticamente no iba con el resto de las piezas colgadas en el Ayuntamiento de Amsterdam. Finalmente, nunca se aceptó y fue regresada al pintor, que no recibió pago y en su desesperación tomó un cuchillo y la cortó en pedazos, esperando poder venderlos. No se conoce el total de la pintura original, sólo sobrevive un bosquejo que irónicamente fue realizado en el dorso de una invitación para un funeral.

Al observar detenidamente la imagen parece que no fue terminada: formas primitivas, ásperos brochazos agresivos y espontáneos. Es la voz de Rembrandt representando el nacimiento de una nación. En palabras de Simon Shcama: “Éste es el retrato de todos ustedes, el retrato de personas, de quienes son y siempre han sido: una ciudad, un país, un trabajo en proceso”.

Al observar detenidamente la imagen parece que no fue terminada: formas primitivas, ásperos brochazos agresivos y espontáneos. Es la voz de Rembrandt representando el nacimiento de una nación. En palabras de Simon Shcama: “Éste es el retrato de todos ustedes, el retrato de personas, de quienes son y siempre han sido: una ciudad, un país, un trabajo en proceso”.

Propiedad de la Real Academia Sueca de las Artes, la obra está exhibida en el Museo Nacional de Suecia en Estocolmo. Pintada entre 1661 y en 1662, aparece de nuevo en 1734 cuando es adquirida por el comerciante Nicolaas Kohl. Por medio de la viuda de Kohl la obra viaja a Suecia y permanece en la familia hasta 1782. Después de pasar por varios dueños es depositada finalmente en la Real Academia. Valuada en 2008 en 123 millones de dólares, este momento rescatado de historia del arte es considerado una de las pinturas más representativas del arte barroco.

Rembrandt van Rijn fue más que nada un excepcional narrador de historias. Nació en Leiden, a orillas del río Rin, el 15 de julio de 1606. Vivió durante gran parte de su vida en Amsterdam; estaban hechos el uno para el otro: la ciudad y el pintor. Cuna de grandes fortunas debido al comercio, Rembrandt supo retratar a su élite de forma absolutamente contundente. Uno de los más grandes retratistas que han existido, el artista mira detrás de la pose, desenmascara a los modelos y los plasma en todo su esplendor.

Procedente de una familia de clase media que tenía molinos, Rembrandt sobresale de entre sus ocho hermanos y es enviado a la universidad local. A los catorce años la deja para dedicarse por completo a la pintura, donde, como muchos de los grandes maestros, empieza siendo aprendiz.

Descubierto por uno de los más importantes burgueses de la ciudad, Rembrandt cobra notoriedad rápidamente y crea una empresa junto con su socio Uylenburgh. Dentro de la compañía se dan clases, se hacen pinturas y copias por encargo. El joven pintor disfruta de la notoriedad y el dinero y se casa con la sobrina de su socio, Saskia, heredera de una gran fortuna. Si Rembrandt le hubiera podido escribir poemas a su compañera lo hubiera hecho, en cambio le hace innumerables retratos y bosquejos.

Amantes de la buena vida, el matrimonio gasta más de lo que tiene y las deudas crecen. Saskia muere y los gustos cambian; el pintor tiene cada vez menos encargos. Es entonces cuando recibe el encargo de “La conspiración de Claudio Civilis” y la pintura es rechazada por estar fuera del estándar moderno, por estar pintada por un bárbaro. Después de todo Rembrandt nunca estuvo interesado en la belleza y el refinamiento social, le aburrían. Le apasionaba la textura y fluidez del óleo, y cuando se le cuestionaba sobre la rugosidad con que pintaba contestó que él no era colorista, sino pintor. ®

Compartir:

Publicado en: Arte, Noviembre 2012

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

  1. Por alguna razón la autora no ha podido pegar su comentario aquí, así que lo pongo yo:

    Sí existe referencia a Simon Shcama, el texto lo dice. Al observar detenidamente la imagen parece que no fue terminada: formas primitivas, ásperos brochazos agresivos y espontáneos. Es la voz de Rembrandt representando el nacimiento de una nación. En palabras de Simon Shcama: “Éste es el retrato de todos ustedes, el retrato de personas, de quienes son y siempre han sido: una ciudad, un país, un trabajo en proceso”.

  2. Buena parte de este texto es una copia (plagio) literal del guión de Rembrandt de Simon Schama de su serie El poder del arte. La «autora» tendría que aclarar sus fuentes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *