Espiritualidad posmoderna

La pontífice, de Sönke Wortmann

Los alemanes también hacen cine comercial. La pontífice, filme de Sönke Wortmann demuestra, entre otras carencias, una pobre investigación de la historia.

Hace poco pude ver, casi por equivocación, una cinta alemana originalmente rodada en inglés. Los teutones no son ingenuos y aspiran de inmediato al éxito comercial. En fin, no todos pueden ser Werner Herzog, en su última cinta Bad Lieutenant (2009) con la sorpresa para bien de Nicholas Cage, o ni siquiera el alguna vez Tom Tykwer con su incursión en el género movido con The International (2009), ambos filmes también rodados en inglés, de acción y, por supuesto, éxitos comerciales. Si bien las comparaciones son odiosas, Die Päpstin, el título original es Pope Joan (Sönke Wortmann, 2009), basada en la novela homónima de la escritora estadounidense Donna Woolfolk Cross (1947), aparecida en 1996, tuvo como protagonistas a actores alemanes y británicos por igual, entre otros Johanna Wokalek (Johanna von Ingelheim), Gerold Alexander Held (emperador Lotario), Jördis Triebel (pagana nórdica, madre de Johanna), David Wenham (conde Gerold), John Goodman (papa Sergio), Iain Glen (sacerdote de la aldea, padre de Johanna) y Edward Petherbridge (maestro griego Esculapio).

La cinta es eminentemente comercial, inútil sería sostener lo contrario, con algunos aciertos, o peculiaridades más bien para los espectadores actuales, como los filtros de cámara para provocar la sensación de un pasado remoto y las antiguas maquetas de ciudades, tan comunes en los filmes silentes del expresionismo. La reconstrucción de época es, por consiguiente, sumaria y reducida a su mínima expresión, en cuanto a los medios técnicos desplegados, donde se echa de ver la investigación histórica del libro y la reconstrucción antropológica de las costumbres en aquel tiempo. La figura de Juana la papisa se pierde, en realidad, entre la leyenda y la superstición. Una obra del siglo XIII, el Chronicon pontifum et imperatorum de Martin de Troppau, contiene una extraña interpolación, escrita con otra mano y posterior, que asevera la existencia de una mujer que ascendió al solio pontificio y, poco después de dar a luz, desapareció. Existen varias versiones de su fin: unos dicen que murió de parto, otros que fue lapidada, otros más que se recluyó en un convento de clausura y que más tarde un vástago suyo llegaría incluso a convertirse en prelado de la Iglesia.

La cinta cierra precisamente con la inserción de esta nota de pie de página que se cree realizó Anastasio Bibliotecario (886), precisamente el compilador del Liber pontificalis, quien no es sino otra hembra que se hace pasar por varón, la cual de niña le habría tocado en suerte recibir sus primeras enseñanzas de Johanna. De este modo, el círculo de mujeres criptosacerdotisas se vuelve aún más amplio y se especula acerca de cuántas más pudieron haber sobrevivido en circunstancias similares. En un país como Alemania, donde los luteranos aprobaron la ordenación de mujeres como sacerdotes y obispos (con el feminismo galopante en aquel país sin empacho dirían sacerdotas y obispas) desde finales del siglo XX, no es de extrañar que se realice una cinta sobre la única mujer en la historia que llegó a ser papa, disfrazada o no, eso aún es materia de controversia, precisamente en un periodo de la Edad Media, comprendido entre la muerte de Carlomagno (814), la división de su reino entre sus tres hijos y las disputas por el poder y prestigio de la antigua Roma. Una época de leyenda, esa edad oscura ha de contemplarse desde el esplendor del siglo XIII que ofreció toda una interpretación histórica, basada en el florecimiento de la teología, la filosofía y las artes liberales, que tuvo como sede las grandes universidades (Bolonia, Padua, Nápoles, París, Oxford, Cambridge, Palencia y Salamanca).

El papa Sergio II, cuyo pontificado se extendería del 844 al 847, fue a quien en la cinta sucedería Juan, ese nombre proscrito, por razones varias de cronología y omisiones ulteriores, en la lista de los papas. Históricamente uno se mueve en el terreno de la especulación y la fantasía, porque bien pudo haber sido otro pontífice, como León IV (847-855), Gregorio IV (827-844) o Benedicto III (855-858). Como en la caso de la cinta El código Da Vinci (Ron Howard, 2006), que descansa sobre la hipótesis de la autenticidad del evangelio de María Magdalena, La pontífice, así se tradujo al español de México (Juana la papisa debió haberle sonado a los distribuidores como un nombre poco decoroso), es un trabajo eminentemente de ficción pero que logra colocar el dedo en la llaga. No sólo se cuestiona la ordenación de las mujeres sino el celibato obligado de los sacerdotes, el lujo y los excesos de las sedes episcopales, la adopción de las formas exteriores de grandeza de la antigua Roma por parte de la Iglesia católica para adquirir prestigio, la prohibición de abrir escuelas destinadas a la instrucción de las mujeres, seres que se consideraba irracionales y por tanto incapaces de aprender algo, sin olvidar la forzada conversión de los germanos (Carlomagno mismo era teutón y a pesar de ello persiguió las creencias de su propia gente, que acabaron muchas veces masacrados al rehusarse a abrazar la fe de Cristo).

La reconstrucción de época es, por consiguiente, sumaria y reducida a su mínima expresión, en cuanto a los medios técnicos desplegados, donde se echa de ver la investigación histórica del libro y la reconstrucción antropológica de las costumbres en aquel tiempo.

Existen figuras de mujeres heroicas y místicas, como Juana de Arco, Teresa de Ahumada y Juana Inés de la Cruz, cuya vida ha sido ya objeto de película; otras, recientemente nombradas compatronas de Europa, como Catalina de Siena, Brígida de Suecia y Benedicta de la Cruz (la filósofa judía Edith Stein, discípula de Edmund Husserl), esperan al cineasta, valeroso y bien dispuesto, con sus vidas cuajadas de heroísmo que pudiera interesar al gran público, en la actualidad como se sabe mayoritariamente no católico. La cinta Vision, Aus dem Leben der Hildegard von Bingen (Margarethe von Trotta, 2009) retrata la vida y la obra de la beata renana (aún no es oficialmente santa) sin caer en ñoñerías, al final llega incluso a cobijar una pasión lésbica por una de las jóvenes novicias de origen noble y cuerpo de ángel. No es raro, como en el caso de la mexicanísima sor Juana, que las muchas luces de la inteligencia, en una hembra, la lleven no sólo a adoptar ropas de varón para entrar a ciertos lugares vetados, como eran las universidades, sino también el gusto por requebrar en poemas eróticos, e incluso más de bulto, a su propio sexo. Estas tendencias no están presentes en La pontífice, quien haciendo honor a su género acaba muriendo heroicamente de parto, desangrada, con el auxilio de la griega Deméter o, con otro nombre, la diosa latina Ceres, que protegía a las parturientas, porque ninguno de los píos y santos varones ahí presentes, príncipes de la Iglesia, se acomide a asistirla.

Cronológicamente considerada, Johanna es precursora de Hildegarda de Bingen y otras monjas benedictinas entre místicas y médicas, y aprende el arte de curar mediante hierbas de su madre, quien en noches de ventisca y tormenta aún invoca al viejo y misericordioso Odín, uno de los falsos dioses condenados por el cristianismo. Buena parte del orgullo alemán ante su cultura, espoleado inconscientemente por Tácito en su obra Germania (el autor romano no tenía ni la más remota idea de lo que los alemanes del futuro iban a hacer con sus comentarios elogiosos, no sólo en relación con ellos sino con eslavos, magiares y otras etnias que poblaban aquella extensa y bárbara comarca), ese orgullo saldrá a flote en el filme y se hará presente en la laboriosidad de sus artesanos, el tesón de su gente y la bravura de sus guerreros. El contraste entre las chozas y enramadas, donde se guarecían los antiguos germanos, y el fasto de Roma no podía ser más craso. El prestigio de las antiguas familias patricias de la Urbe es decisivo en la elección del sumo pontífice y los prelados. La variedad de productos comestibles, razas humanas y pérfidas técnicas para deshacerse de los estorbos son notorios en Roma. De nueva cuenta, la reconstrucción resulta sumaria y cuestionable desde el punto de vista del efecto visual, pero siempre informada por estudios históricos y antropológicos acerca de la época, además de un cierto buen gusto. En realidad, la Roma del siglo IX retratada en la película no difiere mucho de la del siglo V, la Roma tomada a saco en el año 410 por el bárbaro teutón Alarico. Aquí emerge de pronto la vieja alianza entre los fascistas alemanes e italianos jamás extinta del todo en el inconsciente colectivo germano. La arquitectura monumental de la emblemática Roma representará la quintaesencia del Poder, no sólo para la Iglesia católica sino, al parecer, también para los regímenes totalitarios.

La huella de Grecia queda representada en el sabio Esculapio, el primer preceptor de Johanna. Él le hablará de Platón y Aristóteles y le dará su versión latina del poema Odysseia, la obra más importante de sus antepasados, libro que su fanático padre, un sacerdote arribado de las ásperas costas inglesas, le hace borrar a látigo renglón tras renglón. Para el celo del converso las alfas y betas griegas valen tanto como las sospechosas runas de los paganos. La relación del padre con las mujeres, tanto con Johanna como con su madre, es brutal. Hasta que Johanna se encuentra con Gerold, un noble en la corte del obispo donde Esculapio la recomienda, a fin de proseguir sus interrumpidos estudios en la escuela catedralicia, hasta ese momento conoce lo que es una figura de hombre, no de bestia ni de agresor. El romance se posterga pero ha de llegar hacia el final de la película. Gerold es precisamente el padre de la criatura que Johanna porta en su seno. Acarician planes de huida pero la atareada existencia de la Pontífice los va postergando hasta un punto en que es demasiado tarde. La cinta no carece de momentos afortunados y aspira a la conmoción del espectador, presentando una vida ejemplar de mujer y de cristiana, también el recorrido de un alma inquieta que busca entre libros la luz. Existe una versión anterior de Pope Joan (1972) del director inglés Michael Anderson, con la actriz sueca Liv Ullman, estrenada por cierto con molestos cortes, impuestos por la censura estadounidense, bajo el tendencioso título de The Devil’s Impostor. Tengo que confesar que a despecho de las rudezas técnicas y ciertas interpretaciones más bien esquemáticas, meros esbozos históricos, salí de la sala reconfortado, aunque mi deseo original era ver Ricky (2010), una película sobre un curioso bebé, híbrido entre humano y ángel, para continuar en la misma tónica, de François Ozon. ®

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Publicado en: Cine, Febrero 2011

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