Extraño amasiato entre el cine y la literatura

El crimen del padre Amaro, de Carlos Carrera

Filme controvertido y a la vez ensalzado, El crimen del padre Amaro (2002), cuyo realizador, Luis Carlos Carrera, fuera el primero en agradecer las violentas reacciones provocadas en sectores radicales de la sociedad, las cuales no impidieron, por cierto, que la obra figurara dentro de la terna para mejor película extranjera en la entrega de los Óscares correspondiente a aquel año.

Quienes acudieron a las salas de cine debieron reparar en las actuaciones, el tratamiento y, en ocasiones, la mirada crítica hacia la Iglesia. El tema parece ser muy actual y es, no obstante, muy viejo. El narrador y dramaturgo mexicano Vicente Leñero tuvo el buen tino de volver la mirada al algo empolvado novelista y escritor satírico lusitano Eça de Queirós (y no Queiroz como es la grafía arcaizante). Probablemente Leñero se basara en la versión castellana que hiciera el autor de las Sonatas, el también galaico, por más señas gallego, don Ramón María de Valle-Inclán y Montenegro, quien en su delirio de viejo (según testimonio de su coterráneo Camilo José Cela) daba en hacerse llamar marqués de Bradomín, como el protagonista homónimo del cuarteto de novelas.

José Maria Eça de Queirós nació en Póvoa de Varzim, pequeña villa al norte de Portugal en 1845. Después de servir en diversas legaciones de su país, como La Habana, New Castle y Bristol, fue nombrado cónsul en París desde 1888 hasta su muerte, acaecida en Neuilly en 1900. La obra de este gran autor, que Jorge Luis Borges tuviera por uno de lo más grandes de su tiempo, ha visto un nuevo renacimiento, sobre todo en Francia, donde Le crime du Padre Amaro lo describió un crítico de Le Monde como “un des grands romans de la littérature portuguaise”. Existen tres versiones distintas de O crime do Padre Amaro (la última de ellas aparecida en 1880). El tema es la relación de un sacerdote con una mujer joven. El padre Amaro es la encarnación misma de la gazmoñería religiosa y social de la época.

La novela es abiertamente anticlerical y refleja el drama íntimo de su autor, quien fuera hijo concebido fuera del matrimonio. Hasta la edad de cuarenta años debió esperar el pobre José Maria para que lo reconociesen sus padres. Un tono acerbo, sumamente irónico, contrasta con pasajes de un lirismo desbordante, ese suave olor a incienso fresco que asciende hacia las alturas. La violación del voto de castidad parece ser el tema de la película. Un joven y atractivo sacerdote (Gael García Bernal) llega a un pueblo del interior, donde otro sacerdote más viejo y más experimentado en la vida (Sancho García) se desempeña como párroco. El obispo (Ernesto Gómez Cruz), todo un personaje maquiavélico, que parece salido de la Italia del Renacimiento (recordemos que amaro no es voz portuguesa, como tampoco lo es española, es el equivalente de amargo en italiano), envía al presbítero joven a supervisar al viejo cura o acaso a foguearse más bien con su modus operandi.

La novela es abiertamente anticlerical y refleja el drama íntimo de su autor, quien fuera hijo concebido fuera del matrimonio. Hasta la edad de cuarenta años debió esperar el pobre José Maria para que lo reconociesen sus padres. Un tono acerbo, sumamente irónico, contrasta con pasajes de un lirismo desbordante, ese suave olor a incienso fresco que asciende hacia las alturas.

El padre Amaro es un discípulo que muestra aprovechamiento. Sin muchas dificultades, advierte el amasiato en que vive su superior con la dueña de la fonda del pueblo, a quien todos conocen por La Sanjuanera (Angélica Aragón). En la adaptación de la obra hecha por Leñero la acción se desarrolla en el noroeste de México, muy probablemente en Sinaloa, cuna de algunos de los narcos más célebres de Latinoamérica. El viejo párroco auxilia espiritualmente a los capos y recibe a su vez generosas dádivas, que son los misteriosos donativos con que está levantando una clínica digna del primer mundo, que es precisamente de donde procede, pues es andaluz. En su casa se reúne ocasionalmente un grupo de cofrades. Uno de ellos tiene ideas de vanguardia que van por el lado de la teología de la liberación. En la sierra hay unos alzados a quienes capitanea: las verdades del Evangelio hay que hacerlas valer por la fuerza, cuando no existe otra manera.

El obispo ha enviado al padre Amaro a vigilar al viejo cura. Le hace saber que su ascenso en la jerarquía depende de sus buenos oficios. Con renuencia acata las órdenes que recibe para disuadir al sacerdote progresista (Damián Alcázar), que habita en la sierra, ya que en el fondo siente cierta simpatía por sus ideas. La Sanjuanera tiene una hija (Ana Claudia Talancón) que anda de novia con un reportero. Surge un escándalo a raíz de unas fotografías que exhiben al señor cura departiendo en una resguardada mansión con uno de los narcotraficantes más buscados de la zona. La chica rompe con el periodista quien atreve la pluma contra la santa madre Iglesia y busca refugio en la voz acariciante y los ojos zarcos del joven sacerdote. Lavabis me et super nivem dealbabor. Más blanco que la nieve, se presenta el padre Amaro ante los ojos de aquella joven cuanto lúbrica moza.

So pretexto de catequizar a una pobre infeliz, la hija del sacristán que padece de parálisis cerebral, Amaro se agencia un sitio a las afueras del pueblo. Allá se lleva a la hija de la Sanjuanera, y en escenas de un lirismo fílmico consumado, la instruye a fondo en el amor al prójimo. El desentenderse por entero de la contracepción lleva a un obvio desenlace. El padre Amaro recuerda entonces —quizá no sea demasiado tarde— las promesas que su obispo le tiene hechas. Después de todo, él no ha vestido la negra sotana por amor a Dios, tiene una carrera que cuidar y ninguna mujer, por más lozana que sea, lo va a apartar de su destino. Se barrunta el aciago final de la historia. El viejo cura sufre un síncope cerebral. La Sanjuanera en su desesperación acude con los narcotraficantes para el inminente traslado del enfermo a una ciudad vecina. El Chato les manda su avioneta particular y los dos parten.

La chica se queda sola. Le confiesa su embarazo a Amaro y le exige que cumpla con su deber. Ante el egoísmo del joven sacerdote, intenta incluso regresar con el periodista —que otro pague los platos rotos— pero éste recuerda todavía su desdén y la manda a paseo. Todas las puertas se le cierran, menos una que el mismo padre le abre. A fin de cuentas, para un varón es fácil presionar un poco a su compañera, para que sea ella misma la que tome la fatídica determinación. Nuevo Pilato, el padre se lava las manos; él puede solamente poner los medios, la última palabra la tiene naturalmente la mujer.

Esta película, al igual que la Mujer de Benjamín, habla de un acierto en los argumentos y en el manejo de los actores por parte de Carlos Carrera, aunque la fotografía, el manejo de cámara y la edición sean bastante convencionales.

Una noche Amaro recoge a la muchacha a la orilla de un camino, donde nadie pueda descubrirlos, conduciéndola a una clínica clandestina en la cual se realizan legrados. No sin dudas y con mucho temor, la chica traspasa el umbral del improvisado dispensario. Las cosas se complican; se ha producido una hemorragia que no pueden controlar. Amaro da los últimos palos de ciego y se aventura con la chica a la ciudad, adonde nunca llegará viva. Regresa a su iglesia y se pone a orar desconsolado (presumimos que implorando el perdón divino). Es difícil juzgar con rigor; se trata finalmente de dos jóvenes, que en su egoísmo y en su torpeza, son víctimas ambos de una verdadera tragedia, que entraña no sólo una sino dos muertes.

Es verdad que por su supuesta preparación moral podíanse haber esperado mayores cosas del sacerdote. Él es el varón, el de más edad, el maestro, a él hubiera tocado servir de guía, no sólo para satisfacer su pasión, sino para salir del atolladero, en el que se metió a sí mismo junto con su media costilla. Más que cuestionar el celibato, que es algo que sólo interesa a una minoría, a saber, los creyentes, el filme plantea problemas más universales, como son la contracepción, la paternidad responsable, la interrupción del embarazo en su consabido marco jurídico. Como tantos otros asuntos en la agenda legal de nuestro país, la práctica reglamentada del aborto espera una respuesta concluyente. Aunque antes de hallarse bajo el cuchillo, hay otras medidas preventivas que pueden y deben observarse. La instrucción y una mente clara son las mejores armas y las menos costosas, además, que las mujeres pueden esgrimir en la vida.

Esta película, al igual que la Mujer de Benjamín, habla de un acierto en los argumentos y en el manejo de los actores por parte de Carlos Carrera, aunque la fotografía, el manejo de cámara y la edición sean bastante convencionales. El filme al principio hace un poco de agua, después se sostiene en crescendo continuo hasta el final. Hay una vena poética que parecía insinuarse en el trabajo del entonces joven director mexicano, la cual se espera que alcanzase plena expresión con el correr de los años. Aún es demasiado pronto y sigue siendo una promesa. ®

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Publicado en: Cine, Septiembre 2011

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