Festividades

Conservación del orden y supervivencia

¿Qué es una fiesta? ¿Qué se celebra? ¿Qué sentido tiene? ¿Cuáles son sus causas, sus motivos y sus efectos? El siguiente texto pretende responder a estas preguntas sólo a partir de considerar a la fiesta como suspensión convenida del orden y rito que instituye tradiciones y valores que favorecen la continuidad de una sociedad a largo plazo.

Quinceañera.

Quinceañera.

Como convenio para la suspensión temporal del orden

Con base en reglas, rutinas y roles una sociedad logra instituir los incentivos que favorecen su permanencia. Sólo se sobrevive a largo plazo con orden; sólo se prospera con las certidumbres que asegura el orden. Aunque puede pensarse o suponerse que un rígido y permanente estado de orden conduce al desquiciamiento, a su propio resquebrajamiento, a la neurosis colectiva. Por eso se tiene que instituir determinados periodos, espacios y actividades que suspendan el orden, algo así como una introducción de lapsos de caos de manera programada o convenida previamente, una especie de desorden dentro del orden. Las fiestas han cumplido siempre y en toda sociedad esta función, y en las modernas contemporáneas los fines de semana y las vacaciones también.

El carnaval parece el mejor ejemplo de este sentido de la fiesta. La calle y la plaza, donde impera la ley y se debe reprimir el escándalo, se vuelven los lugares para la gritería y el destrampe; durante su realización el trabajo se suspende por la diversión, el andar se cambia por el baile, el pudor por el impudor.

Carcajearse, gritar, hacer desfiguros y todo lo que en tiempo y espacios de orden está proscrito o restringido, con excepción del delito, tiene su lugar y momento en la fiesta. En ella, el desorden es la norma (lo normal) y lo obligado, porque es la actividad para la subversión autorizada y legítima de las reglas, las rutinas y los papeles, o, mejor dicho, se le asignan otros. El carnaval parece el mejor ejemplo de este sentido de la fiesta. La calle y la plaza, donde impera la ley y se debe reprimir el escándalo, se vuelven los lugares para la gritería y el destrampe; durante su realización el trabajo se suspende por la diversión, el andar se cambia por el baile, el pudor por el impudor. La máscara representa o posibilita el cambio de papel, la posibilidad de representar a una persona (máscara) distinta a la que se es, por eso se tolera o se dispensa el travestismo, se le permite a un hombre vestir como mujer, y a la mujer se le celebra que se desvista. La ascética se pospone; varios mandamientos se suspenden y se fomenta su violación, como si las prohibiciones y obligaciones de sacrificio que corresponden a la cuaresma se debieran compensar con los excesos del carnaval. El tiempo de la permisividad, así, precede al de la abstinencia.

Como confirmación religiosa de la conveniencia del orden

La obligación religiosa, como mandato de dios, para dedicar un día de la semana a su honra, en el que se prohíbe el trabajo y se obliga a la asistencia al templo, ha asegurado la estabilidad del orden —y así la supervivencia de una sociedad— antes que recibir un favor de dios. El relato religioso bíblico debería de decir que durante la noche del sexto día, antes de descansar en el séptimo, dios anduvo de fiesta. Lo dice después en numerosas ocasiones. Significativamente, el primer milagro de Jesús lo realiza en una fiesta, que fue el de convertir el agua en vino.

Carnaval del Peñón de los Baños, Ciudad de México. Foto © Angeloux.

Carnaval del Peñón de los Baños, Ciudad de México. Foto © Angeloux.

Sin embargo, no hay más dios que la sabiduría de un pueblo adquirida y transmitida de generación en generación para asegurar su perduración o supervivencia. Los mandatos religiosos no son otra cosa que la expresión de esa sabiduría. La película Apocalypto lo ilustra así: el sacerdote hace un guiño al monarca cuando hay un eclipse. Ellos conocen la astronomía —las reglas, las rutinas y los roles que guardan el orden de los astros—, pero dejan que el pueblo crea que han sido los sacrificios ofrendados los que han logrado asegurarlo. Entonces se hace una gran fiesta para celebrar que han vencido a la oscuridad (al caos, a la muerte). Y así el rey y el sacerdote siguen gobernando, mientras el pueblo festeja que continuará viviendo un periodo más.

Como manifestación religiosa, la fiesta no es puro gozo, es también sacrificio, esfuerzo o renunciación. En sociedades no secularizadas, sean (antiguas) premodernas o (contemporáneas) no modernas, las de los pueblos indígenas, por ejemplo, la fiesta, como todo lo demás, tiene un sentido y un significado religiosos. En este caso tiene la intención de influir positivamente en el ánimo de la intervención de los dioses para el porvenir de la comunidad, así como la de representar el origen y el destino de sus miembros. Puede ser un rito para la sanación, la purificación o la experimentación de lo sagrado, o un medio de comunión con el cosmos y la divinidad. La actividad festiva implica pues la música, la danza y las sustancias que induzcan a la alteración del estado de conciencia, pero también puede implicar el agotamiento, el ayuno, la peregrinación, el desvelo o la flagelación. Una combinación de gozo y dolor, de placer y esfuerzo, de disfrute y entrega.

Como apego a los lazos comunitarios, necesariamente conservadores

En su sentido religioso, no moderno, la fiesta tiene que ser una actividad comunitaria, en la que participen todos sus miembros: niños, adultos y viejos, hombres y mujeres, gobernantes y gobernados; pero que es animada, tutelada y presidida por el sacerdote o quien se suponga que tenga el poder de comunicarse con las entidades supraterrenales o que conozca de su comportamiento. Con este pretexto, la fiesta es también una acción colectiva de confirmación y afianzamiento de los lazos comunitarios entre sus miembros. Es la constatación de que todos ellos son uno mismo. De modo que la fiesta, al ser una necesidad se reconoce como un deber, al punto de que se le asignan fechas para su celebración, se le adjudican roles a sus participantes y se establecen reglas y rutinas para su realización.

Foto © http://marianaespositoweb.globered.com/

Foto © http://marianaespositoweb.globered.com/

El hecho de bailar periódicamente juntos, de ponerse todos hasta la pérdida de la conciencia con las mismas sustancias, de compartir las experiencias que de ello resultan, necesariamente predispone o motiva a los participantes a compartir mucho más, a compenetrarse y fincar la solidaridad. Esto, a largo plazo, ayuda a sobrevivir. Una danza de lluvia o para la lluvia, por ejemplo, no hace que llueva, pero ayuda a mantener unidos a quienes sufren por la falta de ella en los momentos o periodos más difíciles. No importa si no llueve, lo importante es que se siga danzando y al danzar se mantienen unidos. Si en una de tantas llueve, tanto mejor para confirmar su sentido. Lo mismo pasa con la fiesta.

Los festejos de quince años, bodas y bautizos tienen tanto una base religiosa como un sentido comunitario, en los que se fincan los compadrazgos y padrinazgos, se da testimonio del cumplimiento de hechos y etapas biográficas que han sido instituidos (como deberes), y se confirma el apego a las tradiciones y valores (conservadores, del orden).

Versiones de estas fiestas perduran inclusive en zonas metropolitanas multimillonariamente pobladas, como la de la Ciudad de México, donde en medio de la modernidad brota y se dispersa la negación de ella por todos lados, y también la atraviesa: celebraciones de los santos patrones de sus barrios y pueblos originarios —animadas con sonideros, mariachis y bandas, en comilonas y bailes callejeros—, peregrinaciones de devotos que vienen a danzar a santuarios como la Basílica de Guadalupe, o bailes de chinelos en los atrios que acompañan las procesiones de las mayordomías.

Los festejos de quince años, bodas y bautizos tienen tanto una base religiosa como un sentido comunitario, en los que se fincan los compadrazgos y padrinazgos, se da testimonio del cumplimiento de hechos y etapas biográficas que han sido instituidos (como deberes), y se confirma el apego a las tradiciones y valores (conservadores, del orden). La miseria del pueblo mexicano es del tamaño de sus fiestas, algo así dijo Octavio Paz en su Laberinto. Lo que le faltó decir es que el gasto en fiestas no se concibe como dispendio, sino como inversión en el reconocimiento que se merece entre los miembros de una comunidad.

Como celebración del éxito del orden

El éxito del orden debe reconocerse, y sus beneficios, festejarse. Por eso otro tipo de fiestas celebran la constatación del triunfo temporal de la vida sobre la muerte. Se celebran los cumpleaños porque es el reconocimiento de que se ha derrotado a las amenazas a la vida propia o a la de quien se quiere durante un periodo (un año). Se celebran también los acontecimientos que se supone han de conservar la vida (o continuarla) o mejorarla, por ejemplo, tener un hijo sano, la derrota de un enemigo, hacerse de una mejor vivienda, hacer fortuna, abrir un negocio o empresa, etcétera.

Boda popular en Zacatecas.

Boda popular en Zacatecas.

Como en lo individual y doméstico, así también se celebra en lo colectivo y público, de la fiesta de aniversario de la empresa a la fiesta nacional, que puede ser de independencia, fundación o revolución, del acontecimiento que instituyó un orden o sustituyó a otro. La fiesta de independencia es la celebración de que se preserva la vida nacional, que la nación está viva. Y se grita “viva” como para manifestar el deseo de que se siga preservando. Se celebran también como fiestas nacionales, como un asunto de Estado, las victorias militares y en algunos casos los aniversarios de los monarcas o gobernantes.

Análogamente, se celebran como propios los triunfos de aquéllos a quienes se les reconoce representatividad, de una ciudad, de una región, de un país, y se sale a las calles y parques a festejar o se festeja en los lugares convenidos para ello. Los equipos deportivos o los deportistas, especialmente los profesionales, cumplen con la función de esta representatividad y su trabajo es el de lograr éxitos, realizar hazañas que implican la derrota de competidores.

En el fútbol, por ejemplo, los miembros de la barra o hinchas se atribuyen participación decisiva en la consecución de la victoria de quienes los representan en la competencia, su equipo, incluso como causantes de ella. Participar en la barra es hacer de cada jornada de animación una fiesta, en la que cantan, bailan, tocan tambores, sufren, gozan, lloran, ríen, insultan, agreden, se disfrazan, se maquillan, se tocan, se abrazan, se embriagan, entran en trance, llegan al éxtasis, siguen una liturgia… Su animación es para ellos como un acto de magia, capaz de hacer que caigan goles a favor y se impidan goles en contra. Paradójicamente es una celebración llena de orden, que representa ritualmente la continuidad de un orden: el sitio que se ocupa en el estadio, el lugar en la barra según la jerarquía, cantar al unísono las mismas canciones, desplegar y agitar los trapos. Todo tiene la intención de preservar y mantener viva una tradición que es visible en sus colores y en su propia ritualidad. Para ellos el equipo no lo forman sólo quienes están en la cancha (apenas son los ejecutantes), sino una comunidad o comunión de los vivos con los muertos, de los ídolos del pasado con los del presente, de la hinchada que es intemporal, que se renueva generacionalmente de manera periódica y es heredera de un patrimonio cultural inmaterial que es el de su identidad.

Como celebración de la institución del desorden y la diferencia

En la modernidad, las fiestas como entretenimiento se han vuelto una industria, mejor dicho, un negocio, una parte del sector terciario sumamente rentable con una importante tasa de retorno a la sociedad. Con ella se crea un campo laboral específico, especializado, el de sus profesionales. Implica la creación de infraestructura para el encantamiento de los sentidos.

Así como se ha desligado de significación religiosa, la fiesta moderna —especializada, tecnologizada— también se ha desprovisto de un sentido comunitario. Puesto que se dirige principalmente al rango de población creado por la propia modernidad que se ha denominado jóvenes, en vez de inculcar un sentido comunitario lo trastorna al alentar la ilusión de pertenencia generacional, de una identificación que enfatiza sus diferencias respecto de los mayores.

Si tiene un sentido de diferenciación generacional, la fiesta también puede tenerlo de diferenciación socioeconómica o elitista mediante un mecanismo protocolario de inclusión y exclusión, pertenencia o aceptación, impronta de estatus, ostentación de recursos, manifestación de poder de convocatoria, demostración de redes de apoyo o capital social y capacidad de influencia. Se trata de demostrar la importancia del lugar que se ocupa en determinada sociedad. Para todo ello se han creado las invitaciones, el código de vestimenta, el control de ingreso, la asignación de lugares dentro del espacio cerrado, etcétera.

A fin de cuentas cada fiesta puede ser una combinación con distinta proporción de los elementos presentes en las versiones expuestas, con diversión, despersonalización, autenticidad, enajenación, pertenencia, distinción, identificación, interrelación, contacto, afecto, alucinación, encantamiento, fascinación… Todo esto, en la dosis adecuada, nos ayuda a preservar o mantener estable el orden personal y colectivo. ®

Publicado originalmente en Replicante no. 18, “La fiesta”, primavera 2009.

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Publicado en: Fiestas, ritos y celebraciones, Marzo 2013

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