FOLKLÓRICOS Y GROTESCOS

Artistas mexicanos en el extranjero

Cuando los artistas mexicanos exponen en México se jactan de ser cosmopolitas que son requeridos en el extranjero porque sus obras traspasan las fronteras y se logran insertar como un lenguaje universal. No es así, dice la autora, pues apelan a lo más patriotero y pedestre, a una apropiación la simbología nacional que pasa como el objeto folklórico de la sala.

Para triunfar en México hay que parecer muy internacionales, pero una vez que el artista o galerista entran en el mercado estadounidense lo fundamental es no dejar de ser folklóricos. Diego Rivera y Frida Kahlo llegaron a Nueva York como representantes de la cultura nacional. Frida entendió que su performance del huipil y las trenzas vendía porque resultaba “very exotic” para una nación consumidora siempre ansiosa de comprar algo nuevo. Sin embargo, la obra de Rivera se adaptó de inmediato a las circunstancias y pintó consciente de la sociedad estadounidense. La que en nada cambió el lenguaje pictórico de su obra fue Frida, aunque si algunas de sus piezas retrataban a Nueva York incluía sus elementos martirizantes para fridalizarla. José Clemente Orozco, cuando vivió en Nueva York, no pintó temas mexicanos, realizó piezas inspiradas en el entorno y se topaba con compradores a los que si no les pintaba un maguey no le compraban, así que se negaba a aceptar el trabajo aunque necesitara el dinero.

© Damián Ortega

Entre los años veinte, treinta y hasta los cuarenta el tema mexicano invadió Estados Unidos. La influencia positiva fue que los artistas mexicanos abrieron la puerta para que en aquel país se creara una escuela muralista. Gracias al trabajo de Rivera y Orozco pintores estadounidenses como Thomas Hart Benton y Aaron Douglas pudieron tener muros para sus obras y esta disciplina adquirió importancia social y artística. Pero este prestigio se popularizó y vulgarizó, entonces los estadounidenses se iban de turistas a la frontera y compraban pinturas “típicas” de retratos de indígenas y zarapes; era muy nice tener un equipal.

En un artículo que escribió para la revista Creative Art José Clemente Orozco protestó en contra de esta utilización del folklor que desvirtuaba la esencia nacional y la convertía en una caricatura, “tráfico indigno” la llamaba. Sus murales realizados en Estados Unidos no recuerdan que él sea mexicano, nunca delatan sus preocupaciones nacionalistas pues los pintaba con una visión humanista de la civilización. La obra comisionada por el MoMA Dive Bomber alude a la guerra y su despiadada crueldad. Orozco se decidió por una obra que traspasara las características nacionales para involucrarse con todos los espectadores. Tal vez sea el único artista mexicano que ha buscado destacar sin recurrir al chantaje fácil de pertenecer a una minoría y pasar como cuota; hoy está considerado “an American Master”.

© Betsabé Romero

Al arte contemporáneo le encanta ser cuota y minoría. Las exposiciones de mexicanos en el Museo del Barrio en Nueva York reflejan su obsesión por los objetos populares y sus referencias cotidianas: muñecos de barro, los luchadores de plástico que consagraron a Amorales, piezas de artesanía intervenida, los dibujos del doctor Lakra. En Boston Damián Ortega expuso elotes y una instalación de tortillas. El crítico del New York Times escribió: “But his art materials — from tortillas to Beetles — are often staples of Mexican life”. Todo lo que indique que la exposición es, antes que nada, mexicana. Esto es una contradicción pues cuando exponen en México se jactan de ser artistas

© Betsabé Romero

cosmopolitas que son requeridos en el extranjero porque sus obras traspasan las fronteras y se logran insertar como un lenguaje universal. Y no es así. Al contrario, apelan a lo más patriotero y pedestre, a una apropiación la simbología nacional que siempre ridiculizan para ser la cuota de la exposición y pasar como el objeto folklórico de la sala. Justifican esta doble personalidad como una virtud de ubicuidad cuando en realidad es oportunismo. Para la crítica neoyorquina la presencia de Gabriel Orozco en el MoMA en general era arte mexicano de los noventa, no arte a secas, no intemporal; tenía fecha de caducidad y lugar de origen. La calavera con rombos de grafito se asoció a los cráneos prehispánicos y de papel maché y Orozco afirmó esta convicción. Es notable porque en la reciente exposición de William Kentridge la crítica hacía énfasis en su trabajo revolucionario y moderno, no en su nacionalidad ni en su raza: un sudafricano blanco. Los artistas se aprovechan de esa primera impresión que décadas atrás puso de moda a México como souvenir de viaje. En la Galería Ramis Barquet de Chelsea, cuando exponen mexicanos, lo hacen con obras que denotan antes que nada que se trata de autóctonos del otro lado del border, como las piezas kitsch de Betsabé Romero. Kurimanzutto, cuando expone en Art Basel, hace énfasis en su Mexican label y se lleva casi artesanía del aeropuerto; han montado su stand como mercado sobre ruedas.

Los artistas contemporáneos, siguiendo el ejemplo de la Ruptura, acusan de anacrónica e irreal la imagen de México en el muralismo, pero la imagen que ellos proponen cuando cruzan la frontera es la de una nación irresponsable que caricaturiza sus problemas más serios, como el narcotráfico y sus asesinatos. La parafernalia luchadora, la Triple AAA en todas sus formas, sustituye al indígena de calzón de manta. No sólo no han sido capaces de renovar la visión fragmentada y maniquea que ha creado el folklor, sino que lo explotan para venderse en Chicago, California y Nueva York. Están conscientes de que mientras se midan como artículos exóticos y como representantes de una cultura naïve entrarán en un mercado condescendiente que los acepta como la cuota que deben otorgar a los marginales del subdesarrollo dentro de las salas del primer mundo. Defender la identidad nacional es un valor del que reniegan y, sin embargo, para venderse como artistas explotan las manifestaciones chauvinistas más fáciles, que no denuncien, que sean cómicas, ridículas y que exhiban a México como un país de cartón, un país piñata. Capulina es Marcel Duchamp y Cantinflas es Theodor Adorno.

Este esperpento crece con el despilfarro gubernamental en ferias internacionales y museos que llegan al extremo de llevarse un ring de luchadores con casting incluido para abrir una actividad de propaganda internacional. El problema es que en Estados Unidos no separan el arte mexicano de la artesanía, y esta diferencia fundamental no se resuelve con lo que se vende como arte contemporáneo que utiliza el objeto popular en la gran mayoría de sus creaciones; se llevan al otro lado rótulos de carnicerías y taquerías y los presentan como obras de arte. Lejos de crear una estética trascendental inventan una versión posmoderna de los clichés del mexicano para seguir siendo un objeto de cultura elemental y bajo nivel intelectual. La visión equivocada y denigrante de México en el circuito del arte estadounidense es el resultado del trabajo de los promotores de este subarte, ésa es la grotesca globalización artística. ®

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Publicado en: Agosto 2010, Arte

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  1. Eloy Alvarez

    En mi tierra Uruapan Michoacán, el folklor es lo único que conoce la sociedad, desde el nivel de gobierno estatal y municipal, así mismo el pueblo, cuando se habla de una manifestación cultural inmediatamente se refiere a las «huarecitas» con rebozo y todo este mundo, los gobiernos solo invierten y apoyan a instituciones «culturales» que promueven la conservación de estas tradiciones gastadas, modificadas al grado de no ser lo que originalmente eran.

    Ahora vemos a estos engañados egresados de las escuelas de arte plástica de la nación donde los potenciales talentos son corrompidos con las ideas estúpidas que implantan los maestros,(con sus raras exepciones) las cuales no pueden ser puestas en tela de juicio porque las calificaciones de los alumnos corren riesgo, en fin, nadie puede proponer ni discutir siquiera estas ideas que comulgan con la tendencia del arte basura, kitsch, folklor, conceptualismo etc, todo lo que tenga que ver con lo moderno.

    Así Seguimos teniendo y fortaleciendo la imagen del mexicano dormido bajo el nopal.

    lo que vemos diferente a esto, una minoria desproporcional, en mi ciudad y en todo el mundo, Lamentablemente.

    Limpiemos los museos, depositemos la basura en su lugar.
    La razón es la cura.

  2. Enrique Palacios

    Oportunismo mexicano, el mayor limitante para nuestro arte; causa de una gran educación inconveniente aceptada por el pueblo.
    Gracias Avelina.

  3. Chispas!!! je je tienen mucha razon, je je, nuestro nacionalismo es pasaporte de creatividad y las producciones intuitivas de los artistas no escatiman cuando se trata de vender… que sera? por es asi? nos contentamos demasiado aprisa con el tenue resumen sin sutancia de las calaberitas de azucar? que te digo yo? conozco a muchos artistotas, en la plastica y en la musica… y si…HASTA LOS ENVIDIO.. PERO pues… el guipil de frida aun sirve de uniforme grotezco.. incluso seas mexicano o no, es un pasaporte,y sobre todo por que resume una idea del MEXICO-LUGAR MAGICO- EXOTICO, Y si eres inteligente no dudaras en usarlo de muletilla, que se yo? los cosumiudores del arte no necesariamente son gente informada o critica, asi qu que mas da!!! eso haria yo! me confesaria un comodin trepador sin chistar… quien me va a criticar? los perodistas cultirales?

    Me choca el nacionalismo a quema ropa, creo que por eso opinè.

    saludos roger y visiten mis animaciones

    http://www.2d-mania.com

    aTTE ALEX garbaje
    saludos

  4. Alverkoatl

    Con justa razón resulta destacable la crítica-solaz provista con el humor cazaratones característico de Lésper. Lamentablemente y aunque acierta a gran destajo, procede mediante variada burla escatológica (con ka y no con jota: de σκώρ y jamás en este punto desde ésjata) contra lo hipocondriaco-mexa. E.g., con su tabula rasa –digna de los más loables quemaderos en la Otrora Nueva España– echa por suelo cualquier posibilidad de deslinde o margen, de poner los pies en polvorosa en respecto con ésta que ha sido (y en eso sí que lo denuncia) la geografía mental del chistorete “vago” mexicano; tras sus palabras, todo creador-poyeta parido bajo el amparo del pasaporte nopalero habría que ser catalogado, o quizá tatuado al estilo SS, bajo la consigna de “arribista del nopal”.

    Y esto no es así. Demuestran con su obrar y posición una remota distancia de ese menjurje mezcalero personajes de la talla de Jorge Cuesta, el mismo Tamayo, Ramón Martínez Ocaranza, Vasconcelos el post-conquistador (aun Orozco como ella reconoce), por no mencionar a los jovenzuelos. “Así que por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7, 15-20) dicta el ucrónico adagio.

    Si viviera Pedro Coronel, etiquetaría a esta crítica del arte como parte esencial del problema (él sí que instauró una amplia iconografía de la “antropofagia” mexicana; algo así como un “mexicanae mexicani lupus est” o el mexi-cangrejismo). Y es que partir de que las propuesta “contemporáneas”, todas, únicamente rondan la limosna de “huipil” performancero, no sólo se antoja actitud mezquino-maniquea y empero aun visceral o ya reduccionista hasta el resentimiento.

    Ahora, quienes defienden a las legiones de patrio-corporativistas: allá ellos. Mas en su detrimento y en beneficio de Avelina hay que conmemorar que, si según la añeja paradoja el arte se erige cual ámbito en que la creatividad germina, pues en consecuencia no sólo son oportunistas los susodichos artistas tortilleros, sino y a lo sumo dealers cuyo harto escaso genio se expone exiguo a las “culturas”: por choteados.

    Creo que el verdadero discurso en torno a semejante controversia debería girar, por salubridad artística, hacia los derroteros del discurso: ¿qué es esa maraña que intentan re-mistificar los artistas? Y si al final se agota el mismo en vanas imágenes ociosas y sandungueras, nos dotarían de ese norte para reconocer la fruta (ya sea zapote prieto o ambrosia almibarada).

  5. Ofili hace del soporte de la obra lo único importante y este es mierda de elefante para enfatizar que es de Nigeria, el único valor del cuadro es que es de mierda, nada más. Nigeria es un país petrolero y los elefantes son más bien una rareza, sólo un zoológico tiene elefantes. Ofili da una imagen de su país que no es verdadera para ser tomado en cuenta no por sus cuadros, sino por su origen.

  6. Yo estoy de acuerdo con lo que habla la autora. Y lo más triste es que no solamente en Estados Unidos ven a los artistas mexicanos de esa manera, es en todos lados. Lamentablemente, el circuito tan cerrado de las galerias y de los misms creadores, no ha dado lugar a que otras proupestas salgan a la luz. Ser artista en México es ser bien mexicanote y ese es lo que atrae.
    Recientemente leí la novela de Serge Gaingsbourg, Evgenie Sokolov, y me parece que la idea del artista que ahí se propone a manera de burla y ficción es exactamente lo que le está ocurriendo al arte contemporáneo en México. El circuito artístico nacional vive en una nube de pedo embadurnada de floklor.

  7. luis blanchard-

    Ocurre en todos estos paises bananeros; la única modernización vino dada por el reemplazo de la banana original, que al menos tiene potasio y fibra, y esas cosas, por una de plástico .
    Que ni siquiera sirve para usos eróticos ya, pues «the ultimate Technology» las crea de materiales siliconados ,con circuitos electrónicos, música, temperatura a elección y gusto a frutillas.
    Hasta en eso hemos perdido identidad…

    Creo que la verdadera maldición de Malinche radica , para Mexico, en tener un vecino asi como el que tienen….

  8. Antonio Olivas

    Estoy en completo desacuerdo con lo dicho; realmente me parece injusta la versión parcial que se da sobre la producción artística contemporánea en México. La mera estética de la obra no puede categorizarla simplonamente como producto folklórico o artesanal.
    ¿Porque no criticar a otras figuras importantes del arte contemporáneo por la misma supuesta charlatanería?
    ¿Qué tal de Takashi Murakami y sus personajes “super-planos” totalmente influenciados por la iconografía pop japonesa? ¿Qué no seria lo mismo que los trabajos de Dr. Lakra con su estética de los carteles mexicanos de antaño?
    Si Chris Ofili quiso poner en alto su herencia nigeriana utilizando excremento de elefante y cuentas de colores para la realización de sus pinturas y aun así se le puede considerar un destacado artista internacional ¿de donde nace esa desvirtuacion a un artista como Damián Ortega por usar una imagen representativa de su nacionalidad en su obra?
    En esa estrecha visión del mundo del arte contemporáneo, pareciera ser que si una alemana como Katharina Fritsch desea hacer uso del folklor narrativo de su país como en sus obras “Rattenkonig” o “Kind mit pudeln” estará entonces totalmente dentro de lo aceptable. No asi “Papalotes negros” de Orozco aparentemente.
    Ai Wei Wei (China), Raqib Shaw (India), Marepe (Brasil), Beatriz Mihazes (Brasil), Cai Guo-Quiang (China), Mariko Mori (Japon) y muchísimos mas, son artistas que sin complicación alguna usan imágenes de su cultura para producir arte y no por eso se vuelven artesanos complacientes de los supuestos mercados que buscan contenidos “exóticos”.
    ¿Acaso para ser “global” o “internacional” hay que producir obras como las de Koons, McCarthy, Hirst o los Chapman? Porque al caso, ellos también son representantes de la cultura de sus países con sus McDonald’s, antidepresivos y actrices porno.
    El articulo me parece un tanto la historia popular de los cangrejos mexicanos que se jalan ellos mismos hacia abajo para que ninguno pueda salir de la tina.

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