#GoodbyeBreakingBad

La profecía de Walter White

Ahora Breaking Bad también es ejemplo de una poderosa narrativa multimedia y de una obra de arte genuina, cercana y no obstante colosal, que se pudo disfrutar a lo largo de su work in progress hasta constituirse como una auténtica referencia cultural de estos años.

TV art.

TV art.

Advertencia: texto cocinado con spoilers.

Hoy en día es más difícil encontrar una persona sin teléfono celular que una que no haya leído o escrito reseñas, críticas o comentarios sobre Breaking Bad, la aclamada serie de AMC que llegó a su fin el pasado domingo 29 de septiembre, luego de cinco exitosas temporadas transmitidas a partir de 2008.

Esta obra creada por Vince Gilligan, otrora guionista de The X-Files, terminó convertida no sólo en una cúspide de calidad en la televisión contemporánea, lo cual hace trizas y envejece hasta la decrepitud el paradigma de la caja idiota, aunque desde luego sigan existiendo productores y consumidores de ese modelo de la enajenante caja loro.

Ahora Breaking Bad también es ejemplo de una poderosa narrativa multimedia y de una obra de arte genuina, cercana y no obstante colosal, que se pudo disfrutar a lo largo de su work in progress hasta constituirse como una auténtica referencia cultural de estos años.

O sea, los nuestros.

Breaking art

Porque claramente el rubro en el que Breaking Bad puede medirse es el de las series televisivas, pero desde mucho antes de “Felina”, su episodio final, su aura ya había saltado hacia otras parcelas míticas en las que no todas, aun con su respectiva calidad, consiguen ubicarse: la de las obras de arte que sintetizan una época y no niegan aquellas de las que proceden; la de los autores geniales que guiñan a otros creadores y a su público sin buscar el efectismo ni comprometer una pizca de originalidad propia; la de las obras y los personajes entrañables que cultivan una estética, una moral, una mirada para asumir su posición en el mundo, y, no obstante todo ello, la de los fenómenos mediáticos en la que millones de espectadores se extasían con la misma intensidad y virtud con la que otros se resisten a doblegarse ante esos encantos voluptuosos.

Como las pirámides de Egipto, las pinturas de Da Vinci, el catálogo de Beethoven o las novelas de Kafka, por ejemplo, Breaking Bad acepta, propicia y reclama numerosos ángulos de vista, análisis, interpretación, acercamiento y, sobre todo, deleite, para acercarse de lleno a una obra que seduce e impacta.

Y es que, como las pirámides de Egipto, las pinturas de Da Vinci, el catálogo de Beethoven o las novelas de Kafka, por ejemplo, Breaking Bad acepta, propicia y reclama numerosos ángulos de vista, análisis, interpretación, acercamiento y, sobre todo, deleite, para acercarse de lleno a una obra que seduce e impacta y que parecería nutrida por la simpleza retrospectiva de su existencia y la azarosa complejidad de lo inesperado antes de su irrupción en el mundo, cual podría apuntar la Teoría del Cisne Negro.

Yo opino

Pero, además, en el caso de Breaking Bad se está por primera vez ante una obra creativa cuya solidez estructural y sostenida unidad de articulaciones se conjugaron en tiempo real con una suerte de apogeo del internet de banda ancha, lo que en términos de difusión (TV en línea, on demand, p2p, descarga directa legal o ilegal) permite que los alcances sean casi ilimitados; con las redes sociales en las que cada quien experimenta a su manera no sólo el derecho sino la necesidad de expresarse, de socializar sus entusiasmos y sus fobias; con las páginas alternativas a los medios de comunicación tradicionales que suelen modificar la agenda temática hacia sus propios intereses; y con el sentimiento globalizado de que el “yo opino que…” es más una adictiva autoestimulación que el fruto de un proceso cognitivo, analítico, intelectual.

Br Ba.

Br Ba.

Por eso, llegado el momento final de Breaking Bad, cualquier posible o imposible variante de la conclusión y sus implicaciones, de su interés o desinterés artístico integral, de la valoración última de la serie, ya había sido escrita o comentada en abundancia, en uno u otro espacio, por una u otra pluma, incluso sin que los autores fueran asiduos a la saga.

Sólo con una interrelación tan precisa, ante una conexión matemática de sus elementos, frente a una obra de interés creciente y expansivo, pudiera ser entendible ese fenómeno. Y no resulta extremo aventurar que Breaking Bad es una de las obras a las que más reseñas publicadas se le han dedicado en la historia del arte.

Sería uno más de sus récords y acaso apuntarlo sea una exageración. Pero si la hipótesis resulta difícil de comprobar, no lo sería tanto como desmentirla.

5×16: “Felina”

Acompañada por el Emmy conquistado como mejor drama televisivo una semana antes de la emisión del último capítulo, la expectativa del público por el gran final de la saga no fue asunto menor.

Los 1.2 millones de espectadores con los que se inició Breaking Bad en su primera temporada pasaron a ser 2.6 millones en 2012 y para los últimos episodios de la quinta temporada la audiencia legal de Estados Unidos llegó a los 6.6 millones de televidentes, según reportes de Nielsen. El episodio final alcanzó la cifra récord de 10.3 millones de espectadores, de acuerdo con un comunicado de Charlie Collier, presidente de AMC, quedando sólo debajo de los 12.4 millones de televidentes que presenciaron el final de la tercera temporada de The Walking Dead hace unos meses.

El episodio 5×16, a pocas horas de su transmisión en vivo, había alcanzado más de 500 mil descargas tipo torrent, según cifras del sitio TorrentFreaky la descarga vía directa en diferentes páginas de almacenamiento se volvió incuantificable alrededor del mundo.

Según el diario San Francisco Chronicle, durante la transmisión del último episodio de Breaking Bad más de 600 mil usuarios de Twitter escribieron 1.24 millones de tuits relacionados con el programa. Así que la emisión de “Felina” se convirtió en todo un fenómeno para tratarse de un programa en el cable, cuyos spots comerciales de treinta segundos se vendieron para ese último capítulo entre 300 y 400 mil dólares, según consignó AdAge Media News.

La serie, por lo demás, ya no sólo contaba con el nicho de espectadores que conocieron la historia del profesor de química Walter White desde que comenzó, pues su alcances se masificaron en el plano internacional en diferentes soportes legales (Netflix, canales de cable y vía satelital, descargas, DVD y Bluray, por ejemplo) y muchos otros piratas. El episodio 5×16, a pocas horas de su transmisión en vivo, había alcanzado más de 500 mil descargas tipo torrent, según cifras del sitio TorrentFreaky la descarga vía directa en diferentes páginas de almacenamiento se volvió incuantificable alrededor del mundo.

Lo cierto es que mucha gente quería ver “Felina” en su tipo de pantalla preferida y amenazaba con pena de unfollow o delete cualquier inoportuno y doloroso spoiler de sus contactos.

Y es que, más allá de esos fundamentalismos virtuales, el capítulo final contendría sí o sí ese último punto a las interrogantes dramáticas abiertas desde el episodio piloto y mantenidas con vigor e ingenio, en una muestra de unidad férrea de su trama, a través de cinco temporadas de aventuras por una intensa, emocionante, destructiva y sangrienta montaña rusa de fabricación y tráfico de metanfetamina, paseo emprendido y condicionado por una mirada cercana y fatal ante el cáncer y el ansia paradójica de querer asegurar el futuro de los seres queridos tanto como transformarse ante los demás, por fin, en lo que verdaderamente se es en esencia.

Socios.

Socios.

Un cambio de la materia y el espíritu de los personajes, tal vez, muy químico. Muy Walter White–Heisenberg. Muy Breaking Bad.

Metástasis dramática

Los momentos pausados, interiores, casi contemplativos, alternados con la acción frenética y un leve contrapunto de comedia; la proliferación de escenas memorables, detalladas; las incontables frases para el bronce; la música que ambienta, delinea, comenta, discute, enfatiza, amplía el contexto, cual coro griego; el enigma en los títulos de los episodios y el abundante dato fértil para la trivia que además de homenajear las influencias, enlaza y dialoga a través de sus múltiples ventanas y puertas con otras obras, con diversas referencias culturales del público, fueron algunas características seriales de Breaking Bad que estuvieron presentes hasta el último aliento de Walter White.

Como dos episodios antes “Ozymandias”, clímax no sólo de Breaking Bad sino de toda una época de producciones televisivas y cinematográficas, dio pauta a la interpretación cultural histórica hasta llevarnos a la grandeza imperial perdida del faraón Ramsés II,“Felina” motivaba a la exégesis desde su título y el número de capítulo conclusivo.

“Felina” fue el episodio 62 de la serie y ese número atómico, por designarlo de acuerdo con los códigos de la serie, coincide con el samario, elemento que en su forma radioactiva es una sustancia utilizada en el tratamiento para el cáncer en su fase de metástasis.

Al mismo tiempo, más que el anagrama de finale, “Felina” anunciaba con la abreviatura de elementos químicos el contenido del capítulo y, por extrapolación, de Breaking Bad. El hierro (Fe), presente en la sangre y en muchas armas, el litio (Li), indispensable para lograr la síntesis de la metanfetamina y el sodio (Na) que da ese sabor salado a las lágrimas, permitieron una aproximación puntual a la esencia de la serie, aunque hay quienes dan por errónea esa teoría al suponer que la fórmula premium de Walter White no requería del litio para preparar su característica metanfetamina azul.

Soundtrack

Por si estas claves fueran poco, en el teaser de “Felina” se ofrece al espectador una brecha que se convierte en una autopista de significado hipernarrativo, a través de un link propiciado por la canción “El Paso” en voz de Marty Robbins que suena en el estéreo del automóvil del que se apropia Walter White para que lo regrese a Albuquerque luego de ocultarse algún tiempo en una aislada cabaña entre la nieve de New Hampshire, clima opuesto a buena parte de la aridez de los escenarios desérticos mostrados en la serie y que quizás no habían contado con una fotografía tan estremecedora y poética desde los célebres spaghetti western de Sergio Leone.

Wallpaper.

Wallpaper.

El Paso”, corrido de 1959 originalmente incluido en una grabación de western songs que tuvieron arraigo en la posguerra estadounidense (la caja del casete con Marty Robbins en la carátula estaba en la guantera del Volvo al que Walt le suplicaba que sólo lo llevara a casa: ¿o se lo pedía a Dios, al destino, al orden universal de las cosas, al karma?), cuenta la historia de un hombre enamorado de una chica mexicana llamada Felina, a quien veía en la Cantina de Rosa en El Paso, Texas.

Una noche, un joven forastero que compartía una copa con Felina en la Cantina de Rosa desafió al hombre para disputar el amor de la bella mujer mexicana. El protagonista, más rápido que un latido, mató a su rival y huyó a caballo para evitar las represalias y aplacar sus remordimientos de maldad.

Sin poder mantenerse mucho tiempo alejado de Felina, decidió regresar al reencuentro de su amor, con la conciencia de que tal vez ese impulso significaría su muerte, lo que le pareció preferible porque sin Felina su vida era inútil y el dolor de su corazón insoportable.

A su regreso, cabalgando motivado por ver la Cantina de Rosa, el hombre percibió un ardor al costado, pues fue herido de bala por una serie de vaqueros que lo emboscaron en venganza del joven que asesinó. De la nada, apareció Felina, arrodillada besó la mejilla del hombre, que sentía la bala en su pecho, y lo acunó entre sus brazos para que pudiera morir.

El drama de “El Paso”, aunque en otro contexto, cuadra perfecto con el sentir y las circunstancias de Walter al comenzar el último episodio. Dice un fragmento del corrido:

I saddled up and away I did go,
riding alone in the dark.
maybe tomorrow
a bullet may find me.
Tonight nothing’s worse than this
pain in my heart.

En el caso de Walter coincide y habría de ser profética esa letra, porque le resulta insoportable permanecer lejos de Albuquerque, de sus amores. Aunque claramente su regreso tiene un precio destructivo que puede ir del desprecio a la cárcel, del latigazo avivado del remordimiento a la muerte en manos de sus enemigos.

O del cáncer, que durante dos años fue su motor y a la vez una emboscada de la vida.

O de él mismo.

Porque lo cierto es que ya no hay punto de retorno. “Ese compa ya está muerto”, como profetiza la balada (narco-corrido) de Heisenberg que cantan Los Cuates de Sinaloa.

http://youtu.be/FLaWiUWEX1k

La decisión está tomada como parece indicar un close-up a la matrícula del automóvil que llevará a Walter hacia su destino final, más exactamente al lema oficial del estado de New Hampshire: “Live free or die”.

Ése es el tipo de paralelismos que pueden rastrearse en el soundtrack de Breaking Bad, lo cual de alguna manera refuerza el discurso narrativo y audiovisual sin estorbarlo en lo que operísticamente podría aludirse como obra de arte total.

Materia gris

El primer acto del episodio “Felina” se centra en el ajuste de cuentas de Walter White con el matrimonio Schwartz formado por Gretchen y Elliot, con quien cofundó Grey Matter Technologies.

En el pasado quedó la relación amorosa que Walt tuvo con Gretchen cuando estudiaban química y que el espectador nunca llega a saber por qué se rompió, aunque pueda especularlo: eligió a Elliot, el prospecto de tipo emprendedor y exitoso, contrario al hombre bueno y brillante pero loser que acaso le significaba Walter.

Lo que Walter White no pudo dejar en el olvido de estos personajes en apariencia secundarios en la serie fue uno de los gérmenes de su fascinante e imparable transformación en Heisenberg, un hombre arrojado, orgulloso, implacable, con poder y control de su entorno, un extremo contrastado, sin duda, del mediocre profesor de preparatoria, desatendido por sus alumnos y humillado por sus jefes, incapaz de hacerse cargo de todas las necesidades familiares y, desde luego, de pagar su tratamiento contra el cáncer aun con su segundo empleo en un autolavado o de haber colaborado en un proyecto de radiografía de fotones que recibió el Premio Nobel.

Walter no le perdona al matrimonio Schwartz que haya amasado una fortuna aprovechándose de su genio y su arduo trabajo, a partir de que le compraron en cinco mil dólares sus acciones de Gray Matter, una empresa valuada en la actualidad en 2.16 billones de dólares.

El Paso...

El Paso…

Tampoco hace a un lado las declaraciones hechas en televisión por Elliot y Gretchen en una entrevista con el periodista Charlie Rose, que niegan que el capo de la metanfetamina azul más buscado de Albuquerque haya sido parte, en realidad, del surgimiento o desarrollo de su empresa. Su contribución a ello se limitó en la idea de nombre, según dicen, que fusiona sus apellidos Schwartz (negro) y White (blanco) para obtener el Gray (gris).

Con la sagacidad del viejo Mike Ehrmantraut, Walter penetra por la noche en la nueva residencia de los Schwartz. La dirección la obtuvo vía telefónica al hacerse pasar por un periodista del New York Times, anotándola en su brazo, a la usanza de Jack en el capítulo 5×13 en una de tantas acciones espejo y circulares que dan personalidad a la serie.

Walter obliga al matrimonio Schwartz a resguardar cerca de diez millones de dólares en efectivo que habrán de entregar a su hijo Walter Jr. cuando cumpla dieciocho años de edad, como parte de las donaciones que ahora realizan por el país para atender a las víctimas del abuso de metanfetamina, estrategia emprendida por la pareja para lavar de algún modo la huella de Heisenberg impregnada en Gray Matter.

Sella el obligado pacto al darles la mano (otra acción espejo; ésta de “Ozymandias”, cuando Jack obligó a Walter a estrecharle la mano luego de asesinar a su cuñado, el aguerrido agente de la DEA Hank Schrader, y robarle sus barriles con más de 80 millones de dólares), y se asegura de que los Schwartz cumplan su palabra haciendo una señal hacia la ventana oscura, desde donde surgen dos rayos láser que apuntan a la pareja. Al amedrentarla, Walter explica que los últimos 200 mil dólares que le quedaban los utilizó para contratar a dos de los mejores sicarios del oeste de Misisipi, quienes vigilarán que su plan sea cumplido pase lo que pase con él.

“Anímense, gente bella”, dice Walter como despedida.

Segundos después, el espectador descubre con gracia que esos “pistoleros a sueldo” del oeste de Misisipi no son otros que Badger y Skinny Pete, ese par de junkies pero simpáticos amigos de Jesse Pinkman, que hacen su última aparición con un par de inofensivos punteros láser luego de deambular a lo largo de la serie comiendo pizza, vendiendo metanfetamina azul (no olvidar que el imperio de Heisenberg fue directamente proporcional a sus consumidores en Estados Unidos, México y Europa) o disertando alucinadamente sobre Residente Evil o ideando capítulos frikis para Star Trek.

Oh, Lydia

Durante el segundo acto de “Felina” por fin es utilizado el ricino que Walter White había dispuesto como arma desde la segunda temporada para, en ese momento, pretender acabar con el explosivo Tuco Salamanca.

Con ella, el cineasta refiere esa mecánica del mundo y de las acciones o consecuencias del ser humano: el azar. La incontrolable mezcla de probabilidades y posibilidades que conjuga el universo y que sobrepasa el entendimiento racional, lógico y ético.

Antes de ello, en un par de escenas de enlace, Breaking Bad parecería enfatizar al espectador la importancia del match point, si se piensa en Woody Allen y en esa película en la que utiliza la poderosa metáfora de la pelota de tenis que pega en la red y puede caer de un lado o del otro de la cancha determinando el curso de las acciones que bien pudieron ser las contrarias. Con ella, el cineasta refiere esa mecánica del mundo y de las acciones o consecuencias del ser humano: el azar. La incontrolable mezcla de probabilidades y posibilidades que conjuga el universo y que sobrepasa el entendimiento racional, lógico y ético.

Y eso es precisamente lo que alude Breaking Bad al presentar en pantalla dos flashbacks a momentos definitorios en esta historia.

Uno al episodio piloto de la serie, cuando Walter White celebra sus cincuenta años de edad en una fiesta familiar sorpresa. Su cuñado Hank le extiende una invitación para acompañarlo a una de sus típicas redadas antinarcóticos cuando Walter quiera. “Puedes vernos derribando un laboratorio de metanfetamina”, le dice el policía, aventura que quizás logre poner un poco de emoción a su insípida vida de profesor de química.

Cuando Walter, enterado del cáncer que le aquejaba, aceptó la invitación de Hank, se dio el encuentro con su antiguo alumno Jesse Pinkman, dedicado entonces a cocinar y distribuir metanfetamina con chili. En ese punto cambió el curso de la historia de todos los personajes, porque ahí vino la idea de Walt de fabricar la metanfetamina de la mano de quien habría de ser su socio.

El otro flashback presentó una escena que Jesse sólo había referido temporadas atrás en una plática de grupo de autoayuda para adictos: Jesse adolescente fabricando con esmero una cajita de madera para su madre, que no le entregó jamás porque la cambió por una de sus primeras dotaciones de droga. Luego la escena se difumina y deja lugar a la situación actual, que en rigor siempre ha sido la misma, del personaje interpretado por Aaron Paul: dañado, en cautiverio, golpeado, con correa para cocinar metanfetamina azul para Todd, su tío Jack y el resto de su banda neonazi, o más exactamente para que Lydia Rodarte-Quayle tenga la calidad suficiente en el producto que provee a sus clientes y distribuidores.

Si Walter no hubiera ido a la redada con Hank, si Jesse hubiese entregado la cajita que con tanto amor fabricó para su madre, el curso de sus vidas, acaso, sería distinto. Ahí el poder implacable del match point, de la suerte. Del destino que uno sigue.

Lydia, esa hermosa viuda negra del tráfico de metanfetamina, esa histérica mujer de costumbres fijas con la que Todd se ha obsesionado, es precisamente la destinataria del ricino que Walt le ha procurado en un sobre de Stevia que ella misma disuelve en su té. Una muerte lenta y dolorosa, que no se verá a cuadro, es lo que le depara a esa zarina del imperio de la droga en el que todos, mexicanos y estadounidenses, desde Emilio Koyama y Krazy-8, hasta la familia de don Héctor Salamanca (ding, ding, ding), don Eladio Vuente y su cártel, Gustavo Fring y sus Pollos Hermanos, han sucumbido.

Farewell

Los dos últimos actos de “Felina” pueden asumirse como una enseñanza de lo esencial que resulta despedirse de alguien en la misma medida en la que ese alguien ha marcado nuestra existencia.

Juntos hasta el final.

Juntos hasta el final.

Quizás de lograr o no esa despedida correspondiente, a la altura de las personas con las que hemos convivido, dependen la última y verdadera felicidad o tristeza de la vida.

Luego de canturrear “El Paso” mientras arma en el desierto (ahí un bello adiós a esos áridos paisajes) un ingenioso dispositivo de ataque con ayuda de algunas piezas caseras, una ametralladora M60 y un control de cerraduras de automóvil, para instalarlo en la cajuela del viejo Cadillac en el que ahora se mueve, Walter va a despedirse de Skyler, su esposa, en una de las escenas más desgarradoras de toda la serie.

Marie, la viuda de Hank, hermana de Skyler y quizás uno de los personajes que más injustamente queda destrozada en la serie, previene por teléfono a Skyler porque hay reportes que afirman haber visto a Walter en Albuquerque. Heisenberg ha regresado.

Skyler lo sabe, porque Walter está con ella, sólo que el espectador no lograba verlo durante la llamada de Marie al encontrarse detrás de un muro al centro de la pantalla y que pronto, al desplazarse la cámara, pasa a ser una simbólica división entre la pareja. Walter necesitaba una despedida apropiada. Y es triste porque todo entre ellos está destruido y dañado. No tienen futuro.

Walter le entrega a Skyler un boleto de lotería donde están anotadas las coordenadas GPS en las que encontrarán enterrados los cadáveres de Hank y el agente Steve Gómez. Con esa información ella podrá negociar con el fiscal para ser exonerada en el caso Heisenberg.

No hay mucho más que decir, pero Walter ya no recurre a las excusas familiares o al cáncer para explicar sus acciones y se sincera: “Lo hice por mí. Me gustó. Era bueno en ello. Y… Yo estaba… Realmente… Me sentía vivo”.

Walter pide, antes de marcharse, ver a su pequeña Holly. Lo hace. Se despide con una caricia en la cabellera de la bebé dormida en su cuna. Al salir de la casa de resguardo en la que ahora vive su familia y cuya vigilancia ha burlado, espera a cierta distancia la llegada de la escuela de su hijo Walter Jr. No puede despedirse de él ni pedirle perdón por la manera en que lo ha destrozado al enterarse de su vida mafiosa, de sus actos criminales. Tiene que conformarse con decirle adiós a lo lejos y en absoluto silencio.

Y, pese a que hay mucho de verdad en la confesión que Walter le ha hecho a Skyler, no resultan menos ciertas, si se recuerdan en este punto, las palabras que pronuncia frente a una cámara en el teaser del episodio piloto de la serie, cuando pensó que lo atraparían, o algo peor, luego de su primera cocinada de metanfetamina: “Skyler, eres el amor de mi vida. Espero que lo sepas. Walter Junior, tú eres mi gran muchacho. Habrá cosas que descubrirán sobre mí en los próximos días. Sólo quiero que sepan que por feas que se vean, las hice con el corazón puesto en ustedes”.

“Skyler, eres el amor de mi vida. Espero que lo sepas. Walter Junior, tú eres mi gran muchacho. Habrá cosas que descubrirán sobre mí en los próximos días. Sólo quiero que sepan que por feas que se vean, las hice con el corazón puesto en ustedes”.

Pero Walter tiene que marcharse con el recuerdo de su adorado hijo odiándolo. Se va con el sonido de sus palabras gritadas en la mente, cuando se atrevió a llamarlo desde New Hampshire, en el capítulo anterior, para intentar enviarle una triangulación de dinero: “Mataste al tío Hank. No quiero nada de ti, estúpido. ¿Por qué sigues vivo? ¿Por qué no sólo te mueres? Sólo muérete”.

Baby blue

Aunque Walter White no mató a Hank. No en rigor, aunque lo haya encaminado a la muerte. Incluso intentó salvarlo al ofrecer a Jack y sus secuaces neonazis sus más de 80 millones de dólares a cambio de la vida de su cuñado, pero fue en vano. Porque de manera implacable, brutal, asesinaron a Hank, se llevaron los barriles de dólares, excepto uno, y luego le tendieron la mano para que no hubiera rencores. Y, para peor, no mataron a Jesse, que fue para lo que Walter los había contratado.

Así que Walter y Heisenberg tienen razones de sobra para querer despedirse de Jack y su banda, en la que espera encontrar a sus discípulos Todd y Jesse, puesto que sabe que Pinkman ha seguido cocinando metanfetamina azul, aunque ignora que ha sido obligado a ello, con métodos terribles como presenciar a Todd asesinando en su cara a Andrea, una de sus ex parejas, a la sazón fallecida de manera tan terrible como Jane Margolis, la adorable Chica disculpas.

Y si antes Walter ha actuado con el sigilo de Mike y la planeación de don Gustavo, en el último acto de “Felina” Heisenberg despliega en la guarida de sus enemigos una espectacular violencia al estilo del cártel de don Eladio, de la familia Salamanca, de Michael Corleone (a quien ya ha imitado al principio de la quinta temporada al ordenar muertes sucesivas en sólo un par de minutos) o del mismísimo Tony Montana en Scarface.

Al activar el artilugio con la M60 instalada en el automóvil, Walter consigue una matazón de sus rivales, de entre los cuales ha excluido a Jesse al compadecerse de su verdadera situación de prisionero y de la que se ha salvado Todd.

Walter da el tiro de gracia a Jack sin dejarlo terminar la frase con la que pretendía devolver el dinero a cambio de su vida (acción espejo de la muerte del bragado Hank, que a la vez demuestra que a Walter el dinero no le interesa más). Jesse se encarga de estrangular con sus cadenas a Todd (muerte espejo distorsionado de Krazy-8 en la primera temporada), a quien así hace pagar la muerte de Andrea y del niño que presenció el asalto del ferrocarril con metilamina en el desierto (el robo de mayor valor económico perpetrado a un tren en la historia de la pantalla), en la primera parte de la quinta temporada.

Walter y Jesse se cobran con la mirada todo el dolor que se han causado, pero a través de ella también se despiden porque se han querido como padre e hijo durante algún tiempo en el que compartieron aventuras y negocios. Suena el celular de Todd, con el tono de “Lydia the tattooed lady” interpretada por Groucho Marx, un contrapunto de comedia sonando en el drama. Lydia anuncia sus terribles malestares corporales. Walt le escupe que la ha envenenado.

Desde segundos antes la imagen había sido acompañada por “Baby blue” de Badfinger, canción de 1972 que al día siguiente habría de aumentar nueve mil por ciento su scroobling en Spotify, que incrementaría sus ventas tres mil por ciento y que sería descargada de iTunes más de cinco mil veces.

Jesse huye en un coche gritando a medio camino entre la felicidad y el horror, como ha sido toda su existencia.

Walter White ha recibido en el estómago un impacto de rebote de su M60 durante la balacera. Herido, con infaltables camisa verde y chamarra beige, se encamina al laboratorio clandestino de sus enemigos y en los brazos de su Felina (¿la ciencia, la química, el cambio?) yace boca arriba, con la mirada hacia la cámara que realiza una toma cenital.

Desde segundos antes la imagen había sido acompañada por “Baby blue” de Badfinger, canción de 1972 que al día siguiente habría de aumentar nueve mil por ciento su scroobling en Spotify, que incrementaría sus ventas tres mil por ciento y que sería descargada de iTunes más de cinco mil veces, según Billboard, apenas minutos después de terminar “Felina”.

Esa despedida musical seleccionada por Vince Gilligan, escritor y director del capítulo, resultó un guiño involuntario a Los infiltrados de Martin Scorsese y se convirtió en la auténtica profecía de Walter White. No sólo por lo de su bebé azul, sino también por otras secciones de la letra: “Supongo que tengo lo que merezco”.

Thomas Golubić, supervisor musical de Breaking Bad, consigna un artículo de Rolling Stone, entendió “Baby blue” como “una historia de amor entre Walt y su devoción por la ciencia, y ésta fue su creación más grande, su mayor triunfo como químico. No trataba de Walter White como un criminal o un asesino o una persona terrible. Era sobre él, poniendo fin en sus propios términos. Creativamente encajaba”.

Bryan Cranston, el memorable actor que interpretó a Walter White así lo expresó en su cuenta de Twitter: “The opening lyrics to Badfinger’s song at the show’s end is Walt’s prophecy: ‘I guess I got what I deserve… my baby blue’. Goodbye Mr. White”.

En medio de un ambiente incluso fanatizado de opinión y rating, resultó admirable presenciar la congruencia y honestidad para dar cierre a la trama y a sus personajes, pese a que Breaking Bad estaba en una cima de popularidad que hacía fácil y tentador continuar la serie, atendiendo la adicción de muchos de sus seguidores, por dos o tres temporadas más, no sin el riesgo de empañar su brillo, como tantas veces ha ocurrido con otras series, novelas y demás obras narrativas cuando prolongan su extensión natural.

El episodio final, rigurosamente conclusivo, resultó sensible, triste, pero jamás lacrimógeno; de guión implacable e impecable y de ostentosidad técnica en su rodaje, lo que permitió vislumbrar la importancia artística y la conexión cultural de Breaking Bad con nuestro tiempo.

El spin-off Better call Saul que prepara AMC, la versión latina Metástasis que se realiza en Colombia, la gran cantidad de fan-art en torno a la serie y sus personajes, videos-homenaje y hasta una ópera que se compone basada en Breaking Bad, pero sobre todo el cariño y el agradecimiento de sus seguidores, mantendrán viva la leyenda de Heisenberg, aunque Walter Hartwell White haya muerto ese domingo 29 de septiembre, a los 52 años de edad.

Ahora vuela alto, en la cima de nuestras referencias culturales.

Eso también lo tiene merecido. ®

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Publicado en: Octubre 2013, Televisión y videojuegos

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  1. Juan Heladio Ríos Ortega

    Es una apología de cabo a rabo, es la entusiasta fenomenología de una serie elevada a la excelsitud, no hay crítica; hermenéutica sí, pero….¿así es de perfecta y non plus ultra la serie?: un ensalzamiento desbordado….

  2. Estimado José Noé, aprovecho de felicitarlo por tan buen artículo. Mi marido es súper fans de Breaking Bad y nunca entendí tal afición porque las veces que pude ver algún capítulo, no logré entrar en ella.
    Sinceramente, me pareció un show como cualquier otro, supongo que nunca reparé en todo lo que usted declara en su columna. Lo malo es que ya es tarde para poder darle una oportunidad, porque la serie finalizó, pero quizás más adelante, cuando mi marido llegue con los DVD’s de la serie, la veré y ya no sólo como un telespectador superficial, sino como uno informado y lleno de expectativas. Solo espero no decepcionarme.
    Antes de despedirme, quiero felicitar a todos los periodistas de Replicante, es un medio que me encanta por ser tan diverso y por supuesto, transversal.
    saludos,

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