Gótico mexicano

Las afueras, de Luis Jorge Boone

Las afueras, el nuevo libro de Luis Jorge Boone, nos invita a compartir la huída, la carretera, a convivir con los hombres perdidos y sus adentros.

Las afueras: territorios proscritos donde la desolación es un vórtice tragando lo mismo actos que palabras; la voracidad de un hoyo negro en pos de paisajes milenarios y vidas a la mitad. Periferias. Extrarradios. Aledaños. Cercanías. Alrededores. Sitios de tránsito, mas nunca destinos.

El libro de Luis Jorge Boone es la historia de hombres perdidos en el resplandor. Seres para los que la vida será un espejismo que apenas pueden mirar consumirse, un tembloroso reflejo de algo que siempre sucede en otra parte. El autor ha tendido su red de oficio, talento, oído y disciplina para construir una novela que muy pronto se revelará como uno de los libros más entrañables y complejos escritos desde y acerca del norte de México.

Porque Las afueras es como el agua de las pozas, un espejo mutable y reverberante: no olvidemos que la voz que narra es la de un poeta. Antes que nada, Las afueras [Era, 2011] es un largo poema en prosa. A la manera de El otoño del patriarca, la prosa de Carpentier o la obra cumbre de Daniel Sada. Un enigma reticente, un destino que siempre termina por desdibujarse. Un texto donde lo esencial es lo que flota oculto, esa epifanía que nunca terminará de decirse.

Salidas

Las afueras es una historia sobre el extravío. Sobre la huída y la pérdida. “Todas las carreteras son salidas”, sentencia uno de los personajes: “Cicatrices en el asfalto que se internan en la nada”. Interminables líneas negras que intentan apresar un territorio constantemente esquivo, vago. Paisajes donde la huida es imposible. Historias donde los mapas mienten siempre.

Las afueras es también una road movie, emparentada indudablemente con la quemante prosa del norteamericano Cormac Mc Carthy o la novela Conducir un tráiler de Rogelio Guedea, con esas vueltas a un pasado que termina por repetirse en el futuro. El escritor se adentra en el reto mayúsculo de querer nombrar a la nada. Las afueras es una boca llena de polvo intentando decir al desierto. Ya Gabriel Trujillo lo ha dicho: “Ahí, los espejismos sólo sirven para que te adentres más en ti mismo, para que penetres más allá de cordura y realidad, donde toda certeza es relativa, como reverberaciones de la luz en tu pupila”. En este estado el autor echa mano de todo su poderío narrativo: la voz omnisciente y fantasmal de un locutor. Entonces, el libro se abre como cuando se alza la mano sobre el filo del buró para girar el dial de la sintonía en un radio de madrugada, entre el chirriar del vacío cósmico, las constelaciones, la noche, las voces se suceden.

Paisaje interior

Así, Las afueras muta en sus mil formas, revelando su arsenal retórico: 1. Su relación con géneros extraliterarios: las fábulas, las leyendas, los proverbios y mitos, incluso los textos científicos… 2. Su intertextualidad, es decir, su relación con otros textos; su inagotable y fértil diálogo con la tradición. 3. Su carácter fractal, historias que se ramifican, volviendo siempre sobre sí mismas. 4. Y, sobre todo, su construcción en abismo, esa suerte de muñecas rusas conteniendo una historia dentro de una historia dentro de una historia.

El libro de Luis Jorge Boone es la historia de hombres perdidos en el resplandor. Seres para los que la vida será un espejismo que apenas pueden mirar consumirse, un tembloroso reflejo de algo que siempre sucede en otra parte.

Además de todo lo anterior, Las afueras es una lamentación. Una sobria queja que jamás desbarranca a la histeria ecológica militante. Un réquiem por los paisajes, formas de vida y evidencias que pronto no miraremos más. Júniors hasta la madre de coca arrojando autos en llamas hacia las pozas milenarias. Fiestas de una noche borrando para siempre los vestigios de todo lo sagrado. Porque el verdadero protagonista de Las afueras no son los hermanos William y James, sino el paisaje, con sus cielos imposibles, con su olor a gobernadora, el sol inclemente o el latido azul de sus fuentes submarinas. El censo de sus yerbas y sus arbustos: los huizaches, la candelilla, el cardenche, el ocotillo, el guayule, la lechuguilla, el palo fierro, los nopales, la sangre de drago, la mala mujer, el cactus de barril, el saguaro, el zacate del monte, los lirios fosforescentes. Los territorios desdibujados en las afueras de Sabinas, de Monclova, de Cuatrociénegas, poblados de nombres imposibles: “El Póker”, “Las Hadas”, “Celemania”, “San Miguel”, “Los Vampiros”, “Puerto Trópico”…

Pero ante todo, más que todo, me aventuro a la idea de que Las afueras es la primera novela gótica escrita en el norte de México. Como si Francisco Tario sucumbiera ante el sotol o Henry James se internara en la Zona del Silencio. Asumo esto, principalmente, por el uso de un recurso retórico fundamental de la literatura gótica: “La falacia patética”, donde las emociones de los protagonistas intervienen en la apariencia de las cosas, o bien el clima que rodea una escena define el estado de ánimo de los personajes. Porque las presencias más persistentes son las de los que ya no están. Como esas familias del ejido Celemania, en las afueras de Monclova, evaporadas de pronto por el estallido de un camión cargado de explosivos en la carretera, un algodón de fuego borrándolos para siempre. O las rutas secretas de Leónidas Hierro —qué maravilloso nombre—, el despiadado magnate industrial paseando bajo la luz cyan de la noche a su pequeño vástago embalsamado. Niños perdidos en un cine en ruinas o muertos en la carretera. Muchachas ubicuas vampirizando todos los rostros. Enormes seres alados picoteando las cargas de los tráileres. Soldados disparando contra el cielo de la noche. Mujeres evaporadas de pronto en la serranía, las bolas de lumbre en el monte, los muertos y vivos, sobre todo los vivos, esas almas en pena, vidas que se deslavan y resquebrajan en las viejas fotografías, en sus rutinas y en sus desencuentros, destinos vueltos jirones de niebla, vivos que nos remiten a la reveladora cita del gran pintor Marc Chagall: “Nací muerto, no quise vivir”. ®

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Publicado en: Libros y autores, Marzo 2012

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