Green Naugahyde

Una disección de Primus

Green Naugahyde representa un buen bocado. En un vistazo breve del menú es posible conocer en qué consisten los demás ingredientes. De esta forma, distinguir el sabor específico de este platillo es una tarea más sencilla.

Existe un divertimento insano y torcido en el acto de escribir sobre un disco de Primus. Después de todo, clasificar lo inclasificable implica una suerte de salto mortal sobre una superficie de concreto. Dependiendo de lo familiarizado que uno esté con la banda y su obra, resulta más o menos sorpresivo percatarse de que cada uno de sus álbumes alude a un nunca riguroso pero siempre recurrente abanico musical de subgéneros.

Estos subgéneros suelen ocultarse mañosamente detrás de la demoledora personalidad de la banda, cuya siniestra locura tiene la virtud de navegar a través del tifón sobre los mares de queso, y salir ilesa; de hecho, reforzada. A su vez, las personalidades individuales detrás del timón son únicas, tan distinguibles como cada una de las siete capas del burrito que deglute el gran castor café de Wynona. Suculento.

Green Naugahyde es el nuevo álbum, el octavo, si ‒para facilitar el proceso de disección‒ uno cuenta el denso EP de 2003, Animals Should Not Try to Act Like People y elimina la compilación en vivo de 1989 Suck On This. Y si los siete trabajos anteriores representan, nuevamente, cada una de las capas de la fritanga que la mascota de Wynona se devora en Taco Bell, hemos de decir que GN representa un buen bocado. En un vistazo breve del menú es posible conocer en qué consisten los demás ingredientes. De esta forma, distinguir el sabor específico de este platillo es una tarea más sencilla.

Frizzle Fry (1990): estampó en la banda la etiqueta de funk metal, la que portarían en el futuro como insignia distintiva, incluso cuando el factor metalero no está presente o disminuye.

Sailing the Seas of Cheese (1991): éste es el disco en el que Primus suena más a rock clásico. Claypool y sus muchachos echaron mano de estructuras más o menos predecibles y amigables con las radiodifusoras. Sin que lo anterior obste ni un ápice, se podría afirmar que este trabajo contiene algunas de las canciones más memorables de Primus.

Pork Soda (1993): es una exposición del núcleo de Primus. El álbum que mejor proyecta la personalidad conjunta de la banda como concepto, así como la vibración y el aporte individual de cada uno de los tres músicos. Su quintaesencia.

Podría sonar como una salida fácil, pero si imagináramos que, en otra época, Primus fuera tan famoso como los Beatles, Pork Soda sería su obra pop maestra.

Existe un divertimento insano y torcido en el acto de escribir sobre un disco de Primus. Después de todo, clasificar lo inclasificable implica una suerte de salto mortal sobre una superficie de concreto.

Tales from the Punchbowl (1995): es el trabajo más libre de Primus, quizá también el más divertido por su desenfado. Sin embargo, como suele suceder con obras de virtuosa improvisación, los buenos momentos son grandiosos, pero los malos son catastróficos. Por fortuna, son los primeros los que dominan los más de cincuenta minutos de música.

Brown Album (1997): una compilación lúdica, donde las cuerdas acústicas del banjo, la mandolina, las guitarras y el contrabajo crean una atmósfera a la bluegrass muy disfrutable y particularmente original. En las minihistorias narradas en cada una de las piezas predominan los tempos energéticos. La ecualización es grave, por momentos la oquedad del sonido crea la ilusión de que la grabación se hubiese llevado a cabo adentro de un barril.

Antipop (1999): pop-metal agresivo, vocalmente esquizofrénico, quizá el disco menos digerible de Primus, pero también el más ambicioso. Las dos últimas piezas “The Final Voyage of the Liquid Sky” (un audible guiño al Pink Floyd más animalesco) y “Coattails of a Dead Man” fácilmente entran en la lista de lo indispensable dentro de su carrera. Artistas invitados: Tom Waits, James Hetfield, Jim Martin, Tom Morello.

Animals Should Not Try To Act Like People (2003): se trata de una exploración que da continuidad al coqueteo del trabajo anterior de Primus con el rock espacial. Este EP puede servir como argumento para imaginar a Claypool como cofundador de The Residents. Claypool hubiese tenido nueve años al aparecer el primer álbum. ¡Algo perfectamente posible!

Green Naugahyde (2011):

1) “Prelude to a Crawl”

Podría haber sido el mismo Les Claypool quien, en algún momento, instruyó a los críticos —desafíandolos— acerca de la autocomplacencia. Los recurrentes interludios atmosféricos son parte primordial de la experiencia de escuchar a Primus. ¿Y, qué tan divertido sería el panorama si los músicos más prodigiosos no pasaran al menos una parte de su tiempo faroleando con su creatividad? Este emotivo minuto tiene, de hecho, un propósito: subrayar la idea de que Claypool es una orquesta en sí mismo.

2) “Hennepin Crawler”

Se trata de una Oda a un vehículo de proporciones gigantescas, accionado mediante pedales metálicos y desarrollado por el colectivo artístico californiano Krank Boom Clan. Hasta hace poco el trío fue visto montándolo en su sitio primusville.com. “Hennepin Crawler” suena como una versión más exitosa de todo lo que los de Primus intentaron hacer en el Antipop. Es optimista y extrañamente pegajosa a pesar de su oscuridad psico-ska.

3) “Last Salmon Man”

Este track es un puente donde sólo se puede circular en reversa y el destino es inevitablemente el antes mencionado Sailing the Seas of Cheese. Por un lado, establecer una analogía en la línea del bajo es inevitable. El uso del flanger, aunado a un variado repertorio de efectos remite directamente a las producciones de Primus de principios de los noventa. Otro vínculo con esta era de rock clásico de Primus es que la temática de la canción es acerca de peces y pescadores. Con esto, “Last Salmon Man” se une a esa curiosa saga de canciones náuticas entre las que se cuentan los clásicos “John the Fisherman”, “Fish On (Fisherman Chronicles, Chapter II)” y de la obra maestra Pork Soda “Ol’ Diamondback Sturgeon (Fisherman’s Chronicles, Part 3)”.

En un disco que está prácticamente lleno de crítica social externada mediante el tono que facilita la ironía bien utilizada (quizá más que nunca en la discografía de Primus), “Last Salmon Man” es un respiro fresco que narra llanamente la historia del padre de un pescador, cuya preocupación recae en que su hijo será el último en capturar salmones en el clan de los McDonagal. El tema parece trivial, pero si algo hay que reconocer en Claypool es que es tan bueno ­‒o incluso mejor‒ escribiendo canciones sobre personajes cínicamente inverosímiles y arraigados en el ocio, como lo es para escribir una crítica apocalíptica al Gran Colisionador de Hadrones (escúchese Animals Should not Try to Act Like People).

Entre otras virtudes en “Last Salmon Man”, resalta la guitarra de Larry LaLonde. Y es que a Primus muchos llegan por Les Claypool, pero los que se quedan lo hacen también por LaLonde. El virtuosismo de las grandes piezas del terceto de San Francisco debe ser igualmente atribuido a la capacidad creativa de LaLonde quien, debido a la naturaleza sui generis del sonido de Primus, no puede solamente aportar riffs, sino que debe mantener las texturas en sus solos, mismos que algunas veces duran ¡lo que dura toda una canción!

Primus

4) “Eternal Consumption Engine”

La major polka psicodélica ‒para usar los mismos términos de Claypool‒ en el extenso catálogo de la banda. Jay Lane tiene un papel protagónico haciendo sonar una variedad impresionante de campanas, silbatos y piezas de madera. Líricamente, la pieza intenta hacer un comentario crítico sobre la cultura consumista.

A lo largo de dos minutos y medio Claypool lanza una retahíla que bien podría servir como banda sonora del documental de Annie Leonard La historia de las cosas. Musicalmente, “Eternal Consumption Engine” es como un híbrido entre “Space Farm”, el tema introductorio de South Park y los primeros minutos de la sensacional “Toys Go Winding Down”.

5) “Tragedy’s A Comin”

Aquí la última y más contundente relación del Green Naugahyde con el Antipop. Con su tenor ska-metal, esta pieza bien podría ser la secuela perfecta de “Ballad of Bodacious”. El efecto del flanger es tan denso que da la impresión de que Claypool goza desafiándose a sí mismo. Éste es el recurso que suele usar Claypool para que su bajo suene como el guagua de una guitarra distorsionada; de esta forma, resuelve algunos de los riffs que se autoimpone. En el caso de “Tragedy’s…” el sonido del instrumento de cuatro cuerdas va desde el clásico slapeo funky en el cuerpo y los puenteos de la canción, hasta una especie de distorsión líquida presente en los coros, donde cada golpeteo en las cuerdas parece derramar una gota enorme de algún líquido viscoso.

6) “Eyes of the Squirrel”

Esto es lo que mejor hace Primus: semilentas cadencias siniestramente psicodélicas. En estos cinco minutos y medio se escucha al bajo galopar densamente sobre los ritmos cuádruples de Jay Lane. La atmósfera se oscurece en la repetición del coro que como un mantra parece informar amenazante que los ojos de la ardilla están permanentemente observándolo todo. La pieza bien puede imaginarse como una hija bastarda del clásico “My Name is Mud”.

7) “Jilly’s On Smack”

Un homenaje contundente al Animals Should Not Try to Act Like People. Es la pieza de psicodelia sideral del álbum. Después de un minuto de introducción donde el bajo, a través de retazos sónicos, parece mandar señales desde un punto remoto del espacio, el arpegeo cosquilleante de la guitarra de LaLonde contrapuntea la ejecución de Claypool. El trayecto de más de seis minutos de duración tiene un intermezzo especialmente ácido que desaparece de súbito para darle lugar a la salida que retoma el tenor del prólogo. “Jilly’s on Smack / And she Won’t be coming back / No, she won’t be coming back… / ¡for the Holidays!” Estas líneas acompañadas de una canto por momentos sollozante remiten inevitablemente al drama satírico de “Mary the Ice Cube”, sólo que con un sazón más rockero. Además, el verso que sirve de remate: “¡for the holidays!”, podría estar destinado a trascender en la posteridad, sumándose así a las memorables: “¡too many puppies!”, “¡here they come!” o “¡shake hands with beef!”

8) “Lee Van Cleef”

Una visita a los terrenos de finales de los noventa. Esta golosina acerca de los pataleos de Mr. Lee lleva impresas las cualidades juguetonas de la mitad de las canciones del Brown Album. Incluso la batería de Jay Lane suena como en aquella gran etapa de Bryan “Brain” Mantia (1997-1999).

Green Naugahyde es quizá el primer trabajo de Primus en el que el terceto ha evitado enfocarse en un solo subgénero. Lo que hay aquí es un mosaico intratextual donde se aglomeran los distintos estilos que la banda ha venido desarrollando en los platos que componen su discografía.

9) “Moron TV”

Esta pieza merece especial atención. Contiene quizá los riffs más ponedores del álbum, además de las melodías más pegajosas desde “Over the Falls”; ésta sin embargo, es en su totalidad, una pieza más aguda y compleja. Con la intención de mantener la atmósfera en un tono desafiante, “Moron TV” toma de “Eyes of the Squirrel” la estaca de la crítica social y se dispone a cerrar la carrera a tambor batiente. La cadencia rítmica tiene un inconfundible toque de ska-reggae, pero no en el sentido cursi de “Duchess and the Proverbial Mindspread” del ya mencionado Brown Album, sino con desplantes socarrones, pausas y repeticiones que propagan con éxito a lo largo de los casi cinco minutos la idea del embrutecido espectador frente a su objeto del deseo: la pantalla del televisor.

Otro aspecto destacable es que “Moron TV” es vocalmente muy representativa de la totalidad del Green Naugahyde: los tonos barítonos ‒o tan barítonos como Les Claypool es capaz de sonar‒ cubren casi por completo la canción. Esto no implica, sin embargo, que Claypool haya abandonado sus clásicos gimoteos estilo redneck, con los que suele apuntalar sus coros. Por el contrario, parece ser que el oriundo de Richmond, California, ha encontrado las medidas perfectas para su condimentado coctel de voces.

10) “Green Ranger”

Un punto débil, una pieza de relleno. El bajo marcha en tonos graves, tanto que da la impresión de ser un contrabajo arrastrando notas largas, al tiempo que la guitarra huevona estilo surf lanza dardos inofensivos en tonos altos. La batería de Lane es lo más rescatable, pero nunca llega a explotar, se queda como algo que pudo ser bueno. Un compendio de sonidos particularmente aburrido que, por fortuna, sólo abarca un par de minutos.

11) “Hoinfodaman”

Después de una pausa fácilmente olvidable, la banda está de regreso. Ésta es la pieza con más desparpajo del álbum. Abre con un riff agresivo de LaLonde, quizá lo más pesado que se le ha escuchado en quince años. A esto se suma rápidamente el vaivén acompasado del bajo de Claypool y una letra que sin empacho reza: “Soda pops and pimple cream / Will proudly kick you down the green / Just coat your cred with Vaseline / And shove it up your ass”. Un track relativamente simple con un intermezzo operístico que coquetea con el absurdo.

12) “Extinction Burst”

Momento climatico. “Extinction Burst” es como “Bob’s Party Time Lounge”, pero complementada con esteroides. Se podría decir que resume bien el tenor de todo el álbum: incluye en sí misma una estampa de cada uno de los trabajos que contiene el catálogo que Primus ha construido a lo largo de casi veinticinco años. Esto no es decir poco, pues a pesar de hacer gala de un verdadero collage musical, la pieza mantiene coherencia y solidez. Es frenética y, tal como sucede con la discografía en general de Primus, se disfruta de principio a fin.

13) “Salmon Men”

El minuto de despedida al estilo de “Los Bastardos”, quienes de manera envidiable navegan a lo largo y a lo ancho de los mares de queso.

Green Naugahyde es quizá el primer trabajo de Primus en el que el terceto ha evitado enfocarse en un solo subgénero. Lo que hay aquí es un mosaico intratextual donde se aglomeran los distintos estilos que la banda ha venido desarrollando en los platos que componen su discografía. Es decir, Primus ha decidido tratar sus trabajos anteriores como un buffet, escogiendo los elementos más ricos y nutritivos para armar el presente banquete. La fórmula ha resultado en un trabajo significativamente mejor que algunos de sus predecesores: contiene menos altibajos que Tales From the Punchbowl; es más accesible que Animals Should Not Try to Act Like People; resulta más entretenido que Brown Album y es un trabajo mucho más complejo que Antipop. Green Naugahyde se integra directamente a la brillante constelación conformada por Freezle Fry, Sailing the Seas… y Pork Soda.

Si hay que mencionar un lado flaco del coctel que es GN sería el hecho de que ninguna de las trece piezas es especialmente memorable. No hay una “My Friend Fats”, no hay “Final Voyage of the Liquid Sky”, tampoco hay una “Return of Sathington Willoughby”, “Southbound Pachyderm” o “Fish On”. El álbum es estupendo en su conjunto, pero habrá que esperar al próximo esfuerzo para que los de Primus reinventen la rueda con alguna ejecución.

Por otro lado, la presencia de Jay Lane sustituyendo a Brian Mantia es prácticamente imperceptible. No obstante, el percusionista aporta un ingrediente funkmetalero al estilo de los años del Frizzle Fry. En cuanto a Claypool, una vez más utiliza efectos para el bajo a diestra y siniestra. Quizá demasiados. Sin embargo, esto es arte y no puro entretenimiento, así que si Claypool considera que es necesario llenar su instrumento con sonidos que simulan mosquitos taladrando el cerebro de su presa para proyectar la naturaleza vampírica de la cultura corporativista contemporánea, ¿quién rayos soy yo para desafiar las leyes de su tradición? ®

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Publicado en: Abril 2012, Música

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