Historia de una editorial para músicos

(O de cómo el Señor obró misteriosamente y nació R&B)

Esta es la historia de una editorial que publica libros de autores que, antes que escritores, son músicos. Una editorial fundada por una esforzada mujer que de niña conoció el sonido de las rotativas y el olor de la tinta al impregnarse en el papel.

A Laura Hernández y Peter Watkins, en cuyo jardín imaginé un proyecto.
A Jorge Montanaro, quien me ayudó a creer que era posible.
A César Caballero y Ray Cebada, por hacerlo conmigo realidad.

Esta historia pudo haber empezado una tarde de finales de octubre de 2007 cuando perdí un avión de Madrid a México. O unos días después, cuando al regresar finalmente al D.F. tuve la sensación de haber llegado a una vida que no era la mía: me había quedado sin chamba, las deudas brotaban a mi paso como hongos y un problema familiar que antes de mi viaje parecía estar en vías de resolverse a mi regreso estaba fuera de control.

La suma de todo lo anterior dio un resultado negativo, un saldo rojo que me hizo irme a hacer mis cuentas a otra parte, no sin antes subastar —literalmente— todas mis pertenencias (incluso la biblioteca que heredé de mi padre, mi colección de ceniceros de hoteles de paso y el costurero que con tanto cariño me regaló una de mis suegras) para amortizar los mencionados hongos brotantes y el problema familiar, que también tenía que ver con cuentas por pagar, derivado de —por llamarlos de algún modo— los comportamientos autodestructivos que en aquel entonces solía tener mi primogénito.

Así, con mis Converse puestos y mis escasas pertenencias —unos cambios de ropa; un pequeño Larousse Español-Inglés; la laptop que me negué a subastar; mis imágenes de San judas Tadeo, el Sagrado Corazón de Jesús y el Santo Niño de Atocha—, en una maleta roja que aún conservo y ahora viaja siempre atiborrada de libros, llegué el 31 de diciembre a Tijuana y crucé por primera vez la línea fronteriza para entrar a California, específicamente a Chulavista.

Con mi hermana Laura —quien me salvó de la ignominia al ofrecerme trabajo como nana de su hija— pasé la noche de año nuevo a la orilla del mar de La Jolla, hecho que consideré un augurio de lo bueno que 2008 me traería.

Todo ese año fue de aprendizajes. El primero fue cohabitar con Mango, un gato callejero que llegó a la familia antes que yo y era dueño y señor del ático que ahora sería mi casa. Como en todas las relaciones que a uno le interesan, ambos cedimos en parte y yo aprendí a dormir con la ventana abierta durante un invierno cuyas temperaturas me hacían soñar que nadaba en las faldas del Nevado de Toluca para que él entrara y saliera con absoluta libertad a cualquier deshora.

En correspondencia, el gato me permitió colocar mi cama donde antes estaba la suya y, al poco tiempo, cual si fuéramos una pareja bien avenida y con muchos años de estar junta, Mango se arrebujaba entre mis cobijas todas las madrugadas que regresaba después de andar de farra. La prueba más grande de su aceptación y cariño fue ofrendarme ratas muertas que cazaba para mí. Nadie con quien haya compartido la cama antes ni después ha tenido conmigo una deferencia semejante.

También aprendí a usar toda la tecnología disponible, la cual, en varios casos, sólo había visto en películas, para moler café, lavar trastes, cocinar y en general a tener la casa en orden. Por supuesto sucumbí ante el hechizo de los productos limpiadores, sobre todo un multiusos llamado 4-0-9 (For-ou-nain) con el que toda superficie parecía recuperar la virginidad al lucir fresca, aromática e incólume.

Hechizada por tales efectos, no pude resistirme a aplicar el incomparable fluido sobre el teclado de mi computadora portátil, que en ese momento estaba encendida y al contacto con el limpiador emitió unas chispas, por supuesto no de brillo, y acto seguido perdió lo que le quedaba de pureza en medio de un fuerte olor a quemado. Así aprendí, primero, que la mugre en un teclado no le hace daño a nadie, y que en Gringolandia los aparatos electrónicos se tiran a la basura por menos de lo que le había pasado a mi iBookG4, por lo que vine a repararla, ya de regreso en el D.F., con especialistas de la Plaza de la Computación.

También reaprendí a cambiar pañales, preparar papillas, dar biberones y cantar canciones que, como las que en su momento enseñé a mis hijos, eran surgidas de mi gusto musical y no del cancionero oficial para bebés y niños en crecimiento. Por ejemplo, a Canela Watkins —mi sobrina a quien cuidaba— le hice una versión personalizada de “La boa”.

Pero entre todas las cosas de diversa índole que aprendí y reaprendí con la familia de mi querida Laura, probablemente la más aleccionadora y gratificante fue la siguiente. Un sábado Peter Watkins —padre de Canela y marido de Laura— me propuso que le ayudara a limpiar el jardín de la casa de Market Street, una propiedad ubicada muy cerca del Downtown en San Diego y que en aquel entonces empezaba a acondicionar para mudarse allá con la familia.

Con enorme paciencia Pedro me enseñó a diferenciar las “plantas buenas” de las “yerbas malas” y cómo tratar a estas últimas. Lo básico es que una vez que las reconoces hay que asirlas con firmeza en la base del tallo y jalarlas hacia fuera con fuerza para que no se te resbalen, porque entonces el resultado es doloroso: ni logras arrancarlas y al frotarse los tallos en la palma de tu mano expelen una sustancia que provoca comezón y dolor. Las yerbas malas saben defenderse.

Aunque realmente quise distanciarme de la hojalatería, pintura y ensamblado de textos, es sabido que “la cabra tira al monte” y al leer los escritos de mis amigos supe que tenía la oportunidad de realizar ideas que como editora hacia tiempo tenía en la mira y vincularlas con el trabajo escrito, más allá de la composición de canciones, realizado por músicos profesionales.

Varios sábados acudí al encuentro de las malas yerbas y apliqué cada vez con mayor éxito la técnica antes descrita. También me familiaricé con el terreno y establecí un orden mecánico, y a la vez rítmico, que me permitía realizar mi tarea con eficiencia mientras podía pensar en otra cosa o simplemente dejar mi mente en blanco. Limpiando el jardín de la casa de Market logré alcanzar el estado al que nunca llegué cuando intenté hacer eso que se conoce como meditar.

Así, a la par que fortalecía mis músculos y liberaba mis pensamientos, en una versión fronteriza del Karate Kid, un soleado mediodía californiano brotó en mi cabeza la idea de publicar en libros lo que escribían los músicos cobijado por el nombre de Rhythm & Books. Y bueno, la idea no brotó nomás así como flor silvestre sino porque cierta información danzaba en mi cabeza mientras mis manos limpiaban el jardín de los Watkins.

El tiempo que viví en Chulavista mantuve contacto por correo electrónico con dos de mis amigos músicos. Así, un día recibí el cuento que le escribió Carlos Avilez a su hija Luz Irene, quien entonces tenía siete años. Un texto breve y bien escrito, que narraba una historia muy sencilla con diversos matices que se iban revelando ante la mirada del lector. Después, con poco tiempo de diferencia, recibí los primeros bocetos de las crónicas que Rafael González quería escribir para que sus hijas conocieran su vida.

Estos textos extensos y ricos en información me resultaron muy intresantes pues en ellos Rafael narraba su vida vinculada al mundo de la música. Ambos trabajos llegados a mis manos casi de manera simultánea fueron el detonante para que aquel mediodía soleado al que ya me referí, surgiera el concepto y el nombre de lo que hoy es R&B. Si recordara la fecha, tal vez ésa sería la que marcaría el inicio de esta historia.

Unos meses más tarde regresé al D.F. con los mismos Converse y la misma maleta roja, pero con una idea nueva y una propuesta para hacerles a Carlos Avilez y a Rafael González. Aquí vale mencionar que antes de la debacle que me llevó a las experiencias arriba detalladas yo ya me dedicaba al bonito y siempre entretenido abarrote editorial, vaina de la que quise distanciarme cuando salí por cuerdas de la que fue mi vida hasta el aciago día en que perdí el avión en Madrid.

Aunque realmente quise distanciarme de la hojalatería, pintura y ensamblado de textos, es sabido que “la cabra tira al monte” y al leer los escritos de mis amigos supe que tenía la oportunidad de realizar ideas que como editora hacia tiempo tenía en la mira y vincularlas con el trabajo escrito, más allá de la composición de canciones, realizado por músicos profesionales.

A mi vuelta en la Ciudad de México —que dicho sea de paso me recibió con su ruido infernal, sus tacos de perro y otras bestias comestibles, sus olores inmundos, su caos maravilloso y vivificante, su calidez de cuerpo abierto en canal, en un reencuentro que dio pie a un romance que continúa hasta el día de hoy— le propuse a ambos músicos que esos trabajos que me mostraron fueran publicados como libro.

Al principio Carlos Avilez no estaba convencido pues el cuento lo escribió sin mayor pretensión para su hija, pero gracias a la excelente interpretación gráfica que la artista plástica Guadalaupe Rosas hizo de los personajes, Carlos se convenció de publicarlo al ver los primeros bocetos, y la propia Luz Irene —una gran lectora y consumidora de arte visual desde entonces— también dio su aprobación.

Pascual Reyes

Por su parte, Rafael González —quien a partir de ahora será mencionado como el Sr. González— aceptó gustoso que sus crónicas se publicaran como libro. Curiosamente ni el trabajo de Avilez ni el de González inauguraron la editorial, pero ahí comenzó a girar la rueda, ese carrete de hilo al que empecé a jalarle, como tiempo después se refirió metafóricamente Pascual Reyes al hallazgo que yo había hecho con R&B.

Porque fue él quien inauguró este proyecto que nació en un jardín de San Diego, California. Aunque haciendo un poco de memoria, tal vez realmente empezó la tarde en que Carlos Avilez me presentó a Jaime López y a la luz de unas cervezas acompañadas de su inevitable tequila tuvimos una primera plática en la que, por supuesto, hablamos de música y escritura, sin imaginar que un par de años después Jaime pondría un importante cimiento en la edificación de R&B al prologar el primer libro, escrito por Pascual Reyes.

Aunque también es posible que la historia comenzara, precisamente, la noche de grata “combebencia”en una cantina del D.F., cuando en compañía de López y Avilez conocí a Pascual y le pregunté acerca de un libro de su autoría que habría de inaugurar en México la editorial Chorrito Azteca, filial de Chorrito de Plata en España, propiedad de Enrique Bunbury, libro que —esa noche me enteré— nunca se publicó.

Ahí mismo le conté de mi idea de crear R&B y le pregunté si le interesaría publicar su libro conmigo. Pascual sonrió y dijo que no, que la mera verdad él no era escritor sino cancionero. Sin embargo insistí hasta que mi acoso prosperó, y poco tiempo después tuve conmigo el original de aquel libro inédito, del cual seleccioné textos que le propuse a Pascual publicar bajo el nombre de Corazón minado. Declaratoria, con ilustraciones del artista plástico Antonio Ledesma Nostragamus.

Este libro, que no es un poemario ni un cancionero aunque sus textos oscilan entre estas dos vertientes, es principalmente una declaración, una toma de postura ante la soledad, el amor, la tristeza y todos esos temas a Pascual tanto le gustan, de ahí el subtítulo Declaratoria.

En este caso, la parte gráfica también fue determinante para convencer al autor de que hiciéramos el libro. Todas las imágenes fueron tomadas de los cuadernos de Nostragamus y por ello éste se publicó antes que el de Avilez y el de González, pues al contar con los dibujos y no tener que realizarlos se redujo el tiempo de producción. Éste, el primer libro de R&B, fue presentado en sociedad el 17 de junio de 2009 en el Centro Cultural de España en la Ciudad de México, y ese día comenzó oficialmente esta historia.

O tal vez empezó meses antes, cuando regresé de California y al final de 2008 conocí a Jorge Montanaro —periodista, editor y fotógrafo—, quien fue el primero en saber de este proyecto, me alentó de todas las maneras posibles para que lo realizara y posteriormente hizo los retratos del autor y el prologuista para el primer libro que se publicó.

Aunque haciendo un poco de memoria, tal vez realmente empezó la tarde en que Carlos Avilez me presentó a Jaime López y a la luz de unas cervezas acompañadas de su inevitable tequila tuvimos una primera plática en la que, por supuesto, hablamos de música y escritura, sin imaginar que un par de años después Jaime pondría un importante cimiento en la edificación de R&B al prologar el primer libro, escrito por Pascual Reyes.

O quizá el verdadero comienzo fue cuando le conté a César Caballero, buen amigo y talentoso diseñador gráfico, la idea que traía entre manos, y él no sólo se entusiasmo sino que de inmediato se puso a trabajar en las propuestas de logotipo basado en el nombre que yo tenía: Rhythm & Books, y en el formato inspirado en un recuerdo ochentero que César, básicamente por su edad, no compartía pero entendió perfectamente: “Quiero algo austero y elegante, largo, como los primeros libros que llegaron a México de Editorial Siruela”.

El conejillo de indias fue Corazón minado, que no sólo sirvió para probar formato, logotipo y otros aspectos que definimos desde ese momento para darle identidad a una colección, sino también fue al que le tocó la novatada de la impresión. Nunca olvidaré mi estupor al ver los libros recién llegados de la imprenta, el trabajo era tan deplorable que era difícil creer que aquello era una impresión y no una fotocopia hecha con el toner a punto de acabarse.

El impresor, de cuyo nombre no quiero acordarme, evadió hasta el último momento su responsabilidad e insistió en que la impresión era mala porque mi original estaba defectuoso. Nunca, ni cuando descubrí la infidelidad de mi primer marido, escuché una explicación tan pendeja.

La fecha de la presentación ya estaba anunciada y lo que teníamos en lugar de libros era un montón de papel echado a perder. Por fortuna César conocía a don Antonio Laguna, quien con su aplomo de impresor de verdad nos sacó del atolladero. La imprenta de este experimentado conocedor de las artes gráficas es hasta la fecha nuestro taller de cabecera, cuyo impecable trabajo ha contribuido en gran medida a lograr la calidad editorial a la que aspiramos desde el principio en R&B.

Hasta el día de hoy, en los amplios sótanos de la mansión Santibáñez —léase debajo de la cama y los sillones— hay varias cajas de los primeros “corazones minados”, que son más bien “corazones tullidos” a los que con cariño les decimos “los jorobaditos”, y son el centro de fantasías como que un día cada ejemplar valdrá miles de dólares y estarán en un catálogo de Sotheby’s, o que todos arderán en una gran pira en pleno Eje Central, en la escena cumbre de una película futurista.

Ya con su libro publicado, Pascual me contactó con José María Arreola, a quien no conocí en una cantina sino en una cafetería, lugar donde me entregó una copia de su novela Aire en espera, la cual decidí publicar en cuanto la terminé de leer pues me pareció un acto criminal que siguiera guardada. Esta narración —que habla de un inquilino y sus paranoias, incluida la patológica relación con sus vecinos y con el propio edificio donde vive— posee una escritura impecable y es un ejemplo claro, bello y contundente de cómo “la letra con ritmo entra”.

(Aquí abro un paréntesis para aclarar, antes de que haya un mal entendido, que si bien conocí a Chema tomándonos un café, el proceso de revisión de su libro tuvo como sede desde cantinas cutres hasta bares de moda en la Ciudad de México, donde a la luz de bebidas refrescantes cazabamos erratas.)

José María Arreola

Aire en espera fue publicada de manera simultánea con Una historia como cualquier otra, el cuento de hadas de Carlos Avilez, en noviembre de 2009, y ambos trabajos fueron prologados por otros músicos: Fernando Rivera Calderón y Armando Chong, respectivamente, quienes fueron invitados a ser autores de la casa.

Fernando Rivera hizo la propuesta de escribir un ensayo que, conociendo su gran sentido del humor, prometía ser muy divertido y cuyo nombre sería El laberinto de la sobriedad. Al día de hoy lo único que puedo decir es que si el original existe, para mí es como el Yeti: he escuchado mucho sobre él pero nunca lo he visto. Por su parte, Armando Chong, quien además es poeta y loco, está cerca de concluir un libro de haikús que ilustrará el también músico y artista plástico José Fors.

Hago un poco más de memoria y evoco la noche en que conocí a Avilez y a Chong en una mezcalería de la colonia Condesa en el D.F., donde muy probablemente comenzó esta historia, y sostuve con el poeta una profunda y larga plática sobre las relaciones amorosas, en la que mis argumentaciones se sustentaban en frases de rolas interpretadas por José José. Con Avilez, las largas pláticas se dieron después y siguen hasta la fecha siempre que hay oportunidad.

Un año después, en noviembre de 2010, se unió a esta familia literario-musical una banda completa: Botellita de Jerez con La ventana y el umbral, un poema de largo aliento escrito por Armando Vega-Gil, quien con una veintena de libros publicados y tres premios nacionales de literatura ya había salido del clóset de los escribidores. En este libro abandona sus temas habituales, escatológicos y terroríficos para contarnos cual si fuera un delirium tremens una historia dolorosa y llena de recovecos emotivos, y mostrarnos en forma por demás estética que la vida es esa ventana por la que nos arrojamos todos los días para recorrer los umbrales de la desesperación.

El libro está ilustrado por Sergio Arau —artista multi-indisciplinario—, quien abrió ante mis ojos sus baúles de los recuerdos y sus archivos históricos para que yo pudiera seleccionar los materiales que acompañarían el magnífico texto de Armando. Realizada en diferentes técnicas, épocas y temáticas, la iconografía de La ventana y el umbral resultó un todo congruente, que dotó al texto de un discurso visual igualmente hermoso e intenso. El prólogo es una rola compuesta por Francisko Barrios, el Mastuerzo, cuya letra aparece impresa en una de las páginas del libro y en cuya solapa posterior se encarta un CD donde Los jijos del máiz la interpretan.

Creció la familia y se diversificaron los géneros: poesía, cuento y novela fueron el precedente para el arribo, también a finales de 2010, de una serie de monólogos escritos por Jaime López en El diario de un López, donde rinde un inteligente y divertido homenaje a Carlos Ancira al parafrasear su famosa representación de El diario de un loco y darle un carácter teatral a los textos que componen este libro que, en afortunada correspondencia, es prologado por Pascual Reyes. El ilustrador Jorge Flores Manjarrez fue el encagado de darle rostro a “Mi querido Darío”, personaje protagónico de estos textos en los que reflexiona sobre los avatares de la existencia.

Pasó un año más y en diciembre de 2011 R&B publicó Estambul. Cuadernos nocturnos, de José Manuel Aguilera quien, a diferencia de todos los autores anteriores, no me entregó el original de un libro sino su materia prima, es decir, una serie de reflexiones, sueños, comentarios y notas en un archivo de word, que sería el equivalente a un montón de papelitos, servilletas y hojas con algo escrito sobre sus temas recurrentes.

Esta historia pronto podrán verla narrada en imágenes en el documental que el cineasta Ray Cebada está realizando, con base en la grabación sistemática e ininterrumpida de los eventos literarios y musicales que hemos realizado durante tres años.

Leer los textos, clasificarlos, darles un orden temático, precisar términos, etcétera, fue un trabajo que sinceramente disfruté porque de eso se trata la edición de libros, de conocerlos a fondo, de descifrarlos para darles la fachada que les corresponde y así dotarlos de identidad y de personalidad. Después de hacer este ejercicio me pareció que Estambul era un buen nombre, y de ahí partimos en R&B para desarrollar el concepto gráfico.

Con el trabajo de César Caballero en el diseño y de Claudia Sánchez en las ilustraciones se logró un resultado que, mientras a nosotros nos hacía aplaudir como focas, al único que parecía no acabar de complacer era al autor mismo (¿será que es inexpresivo o que otras cosas despiertan sus afectos).

El trabajo se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y el Centro Cultural de España en el D.F., como es costumbre presentar las publicaciones de R&B, ocasiones ambas en las que quedó manifiesto que Aguilera tenía razón cuando, al revisar las propuestas para la portada precisó: “Hay que destacar más mi nombre porque eso es lo que vende”. Y vaya que vendió, pero ya puestos en esa lógica, el “nombre que más vende” dentro de R&B es sin duda, Corazón minado, de Pascual Reyes, que tras su lanzamiento agotó mil copias en menos de un mes y, podría decirse, es nuestro best seller hasta la fecha. Actualmente está por terminarse el segundo tiraje de dos mil ejemplares, y ya planeamos la siguiente edición.

Aquí hago otro salto de memoria y empiezo por contarles que a José Manuel Aguilera no lo conocí en un café ni en una cantina sino en una fiesta en la casa de la periodista Verónica Maza Bustamante, con quien en aquellos tiempos yo tenía una estrecha relación de amistad y la cercanía que permite el vivir en el mismo edificio. Esa noche la artista visual Claudia Sánchez también estaba entre los convidados y yo andaba como niña con zapatos nuevos presumiendo el primer libro (por supuesto el bien impreso) de R&B.

Unos meses después de aquella fiesta invité a Verónica Maza a que se asociara conmigo. Ella había participado de manera entusiasta en algunas actividades de la editorial y pensé que juntas podríamos unir esfuerzos para que R&B creciera más y mejor. La sociedad no llegó a concretarse formalmente porque a veces la vida cambia nuestros planes cumpliendo nuestros deseos: Verónica se embarazó casi al mismo tiempo que aceptó la sociedad y aquí no hace falta una larga explicación acerca de todo lo que ello implicó en su vida cotidiana.

Durante varios meses entre 2009 y 2010, en la medida que el embarazo primero y el nacimiento de su hijo después se lo permitieron, ella hizo lo que estuvo a su alcance para contribuir al proyecto (incluida una participación económica), hasta que su realidad fue incompatible con un proyecto que es tan demandante, o más, que un niño recién nacido. Así, de común acuerdo, Verónica y yo desistimos de ser socias y al día de hoy ambas podemos sentirnos orgullosas por habernos enfocado a amamantar cada quien a su vástago: ella a Balam Andri y yo a R&B.

Continuando con la historia, de manera paralela a la confección de Estambul se publicó Mi vida pop, del Sr. González, el cual inauguró la colección “Con música de fondo”. Como mencioné al principio, este libro en su versión primera fue uno de los detonantes del proyecto editorial que en junio de este 2012 acaba de cumplir tres años de vida, pero fue publicado hasta hace unos meses debido a que durante el proceso de escritura del original el Sr. González enfrentó y venció un cáncer linfático y poco después una neumonía severa. Estos padecimientos pusieron en peligro su vida y lo sometieron a una larga recuperación, que retrasó su culminación.

Una vez terminado, la complejidad de su estructura implicó también un tiempo largo de edición y diseño, que dio como resultado ubicarlo en una colección distinta. Sin temor a exagerar, editar el original del Sr. González ha sido el más grande reto editorial que he enfrentado en mi larga carrera, ya que contenía varios textos y subtextos que, con la siempre valiosa colaboración de César Caballero, logramos jerarquizar y dotar de un espacio vivo dentro de cada página.

Mi vida pop se compone de crónicas autobiográficas que van ligadas a la historia de la música, vista desde los ojos del Sr. González, quien además comparte experiencias gastronómicas, turísticas, políticas, familiares, etcétera, vividas en México y otros países. Un libro delicioso, si hubiera que ponerle un adjetivo.

Actualmente R&B trabaja en nuevos proyectos para publicar el año próximo, y antes de que concluya 2012 se publicará bajo nuestro sello el álbum debut de AVILEZ&EXTRAÑOS, proyecto de Carlos Avilez, bajista de Cuca, donde nos propone un sonido nuevo que fusiona el rocanrol con el blues y que él mismo describe así: “No el blues de Mississippi o Chicago, más bien el de los barrios bajos de las grandes ciudades de México, el que cantan los trasnochadores en boleros y, coqueteando con el tango, bailan en las esquinas bajo las farolas de la noche”. Blues Mexican style de alta factura.

Esta historia pronto podrán verla narrada en imágenes en el documental que el cineasta Ray Cebada está realizando, con base en la grabación sistemática e ininterrumpida de los eventos literarios y musicales que hemos realizado durante tres años. Asimismo, el disco de AVILEZ&EXTRAÑOS contendrá un videoclip del tema principal, “El infierno”, y un documental acerca de la banda, realizados también por el talentoso Ray, quien, además de ser el documentalista oficial y participar activamente en casi todos los fletes y mudanzas que nos llevan a las ferias del libro, es uno de los pilares que, junto con César Caballero, sostiene conmigo la cada vez más sólida edificación de R&B.

Hasta aquí llega por ahora la historia de un proyecto editorial que casi podría asegurar empezó una tarde de hace muchos años, en que una niña llevada de la mano de su padre por primera vez pudo ver de frente una rotativa trabajando. Nunca olvidó el sonido de la máquina imprimiendo ni el olor del papel copulando con la tinta. Y si realmente infancia es destino, es por eso que la niña que conoció imprentas y cantinas al tiempo que escuchaba a José Alfredo Jiménez mientras hacía la tarea y leía los libros que le compraba el hombre que le reveló todo lo anterior, un día decidió reunir papel, música y tinta para crear un concepto editorial que Jaime López resumió en una sola frase: La letra con ritmo entra.

Esto es Rhythm&Books. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Septiembre 2012

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