Il Poveretto

© Roberto Kusterle

1

se desata el cordón que lleva
en la cintura del hambre,
se despoja las sandalias
sangrantes del peregrino,
se enjuaga la boca que maldice
de su pobreza, de su sed,
se golpea los calcañares
que ya fueron y volvieron,
se disculpa de sus noches
de tos, de fuelles, de brasas,
se sacude el polvo del camino
que le cubre la máscara de santo,
se rasura la congoja
que le repta en las venas del sexo,
se limita a la contemplación
de la imagen que labró de sí mismo,
se levanta, carraspea y me dice
hasta nunca, apagados ya los reflectores.

2

en la vitrina que lo exhibe
como bestia de feria muestra
un resplandor deslavado;

en las falanges que descansan
a la altura del plexo solar
oculta el acomodo de bestias;

con una reparte bendiciones
y en la otra encierra puños
de rabia contenida;

entre uno y otro belfos
asoman burbujas espumosas
como brote crudo de hidrofobia;

sus collares cubren la fecha
de caducidad de milagros
no advertidos ni apreciados;

es el último del desfile
que de cuando en cuando
llega a pueblos deshabitados.

3

el día que le tendió un cerco
el destino fue rodeado y prendido
por el personal uniformado;

de pronto se vio entre barrotes
y cercado por merolicos, putañeros
y padrotes del barrio;

cuando le pidieron rendición
de cuentas mostró sus manuscritos
desvanecidos al sol;

dijo que leía la buena ventura
en cartas, el café, la ceniza,
el tarot y las entrañas de aves;

que poseía el don de la sequía,
las inundaciones, la decapitación
de inocentes y demás profecías insospechadas;

nadie le creyó e incluso el juez
fue benigno con la sentencia:
que lavase las culpas en el pueblo vecino.

4

Era casi de madrugada
cuando decidió tenderse de cara
al cielo. Una vieja dolencia
hepática lo hizo arrebujarse
como garabato. Fue cuando
escuchó que le chistaban,
era una serpiente con grecas
doradas, rombos plateados
y colmillos perfectos.
Pide tres deseos le dijo
la vestida de tentación
y cascabeles como liras.
Déjame descansar que en la mañana
me desplazo varios kilómetros
de aquí, ¿quieres?
Te quedan dos, te escucho, le respondió
el reptil de ojos egipcios
y aliento Chanel número 5.
Dime si eres sólo una ilusión
propia de mi cansancio.
No lo soy. Te resta uno.
Dime por donde seguir sin que nunca
me encuentres. ®

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Publicado en: Junio 2012, Poesía

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