Jefe Homero, aquí todo sigue igual

El fundador de Los Cadetes de Linares

La mejor y real etapa de Los Cadetes de Linares la protagonizó Homero Guerrero, junto al virtuoso acordeonista Lupe Tijerina. Juntos llevaron al género norteño a latitudes insospechadas: de los ranchos a las cantinas, de los bailes a la televisión, de los viniles al MP3; de la radio al internet.

A Napoleón Medrano, mi padre

A Fabio Medrano, mi hijo

Hace treinta años, en un accidente automovilístico en la carretera Monterrey–Reynosa, murió Homero Guerrero, la mitad de ese yin-yang de la música norteña llamado Los Cadetes de Linares.

Pese a que su legado melódico está a un paso de convertirse en música tradicional, poco se sabe de esa figura regordeta detrás del bajo sexto, cuyo inconfundible estilo —algo así como nuestro Ray Charles— han intentado copiar decenas de cantantes del género —por supuesto, sin lograrlo.

Sin temor a una sola réplica, podemos afirmar que la mejor y real etapa de Los Cadetes de Linares la protagonizó Homero Guerrero, junto al virtuoso acordeonista Lupe Tijerina. Juntos llevaron al género norteño a latitudes insospechadas: de los ranchos a las cantinas, de los bailes a la televisión, de los viniles al MP3; de la radio al internet. En cualquier fiesta no hay aparato de sonido (digital o análogo) que no haya repasado alguna de estas melodías de alto impacto emocional. No hay garganta que no haya tarareado una de sus canciones.

Amarillo es mi color

Homero Guerrero de la Cerda nació el 10 de abril de 1937 en el ejido El Popote, municipio de Linares, Nuevo León. Sus padres fueron Ambrosio Guerrero y Catalina de la Cerda. De origen humilde, la familia se dedicó a las labores del campo. Sin embargo, desde niño Homero mostró inclinación hacia la música y como no tenía recursos para comprar su primera guitarra las hacía con madera y ligas. Su hermano mayor fue quien le enseñó a tocar ese instrumento y así comenzó su carrera, primero en la escuela, luego en fiestas familiares.

Pese a que su legado melódico está a un paso de convertirse en música tradicional, poco se sabe de esa figura regordeta detrás del bajo sexto, cuyo inconfundible estilo —algo así como nuestro Ray Charles— han intentado copiar decenas de cantantes del género —por supuesto, sin lograrlo.

Cuando cumplió dieciséis años se trasladó a Monterrey, donde se empleó en una fábrica de pigmentos y óxidos. Por las noches frecuentaba los diferentes lugares donde se reunían los iniciadores del fenómeno musical en que se convertiría la música norteña. En aquellos años músicos como Salomón Prado, Catarino Leos o Juan Salazar, se reunían en el Arco de la Independencia en la Calzada Madero y Pino Suárez.
Homero iba y venía de un lugar a otro. Ora por trabajo, ora por serenatas. Incluso tuvo que irse de mojado. Se sabe que trabajó en Luisiana, Ohio, Michigan y el sur de Texas. En 1968, radicando en McAllen, trabajó prensando discos en la compañía Discos del Valle y fue ahí donde grabó su primer disco, para el cual estuvo acompañado por Samuel Zapata. Bautizaron el grupo como Los Cadetes de Samuel y Homero —se dice que adoptaron ese nombre porque Homero fue un gran admirador del Colegio Militar, al que nunca pudo pertenecer.

Tiempo después se fue a Houston y comenzó a tocar con Cande Villarreal, un acordeonista de Matamoros. Al término de un baile conoció a Emilio Garza, que en ese entonces empezaba la marca de Discos Ramex. Garza lo invitó a grabar un disco pero le aconsejó cambiar de acordeonista. Entonces Homero reclutó a Lupe Tijerina para formar Los Cadetes de Linares. Cuentan sus amigos que todos los días dedicaban muchas horas al ensayo hasta que lograron el acoplamiento de instrumentos y de voces.

Así grabaron su primer disco para Ramex, en el cual venía el tema que les abrió las puertas del mundo: “Los dos amigos”. De este disco sólo se lanzaron 200 copias en el primer tiraje, pero luego tendrían que hacer muchísmas más. A partir de aquí comienza la leyenda.

Si he ganado tu olvido

El jefe Homero fue uno de los mejores ejecutantes del bajo sexto en la historia de la música norteña. Su requinteo atravesado, furioso rasgueo y pisada clínica han dejado escuela entre las decenas de agrupaciones que pululan por todo el territorio nacional.

También compuso unos quince temas, entre los que destacan “Dos coronas a mi madre” (imprescindible en todo 10 de mayo), el bolero sadomasocursi “Añorando tus besos” y la mortífera “En tu boda”. Junto con Lupe Tijerina crearon otros temas ya legendarios como “El caballo jovero”, “Tu nombre” o “Caminos prohibidos”.

Pero quizá su rasgo más distintivo era su voz. Homero Guerrero no era vocalmente bien dotado. Afinado lo suficiente, su fuerte radicaba en la interpretación: se nota dolor a manos llenas en cada bolero; hay dramatismo épico en cada corrido; emocionan sus églogas norteñas; cautiva su capacidad narrativa, en formato oral. Era un cantante de carne y hueso. De sangre y sudor. De desvelo y lágrimas. Y es eso lo que sigue cautivando a generaciones, tras su muerte.

Por eso seguimos alzando la copa cuando escuchamos “No hay novedad”; por eso todavía nos hace bailar “El palomito”; por eso no hay mejor serenata que “Prenda querida”; por eso coronamos una reunión de amigos con “El asesino”; por eso sentimos que Homero es parte de nosotros.

Me voy para nunca regresar

El 19 de febrero de 1982 Homero Guerrero se dirigía a cumplir un compromiso de trabajo en la ciudad de Harlingen, Texas, cuando se accidentó en su Jeep en la carretera Monterrey-Reynosa. Lo acompañaba Homero Guerrero Jr., Miguel Torres (baterista de la agrupación en esos días) y un sobrino. En el percance murió el Homero de carne y hueso, pero el Homero virtuoso, bohemio, señero y apasionado pervive en cada canción, en cada cover y en cada lata de cerveza destapada junto a una radiola.

Para esta fecha Homero Guerrero —al lado de Lupe Tijerina— había creado una de las páginas más gloriosas de la música regional mexicana. Grabó unos quince discos, participó en ocho películas (de clase B a la mexicana, pero que le dieron fama), la última El criminal (1982). Además fue admirado por miles de mexicanos que no se sentían ni mariachis ni pachucos ni gente nice.

Mártir del bajo sexto; saiyajin de la música norteña; gurú del canto bragado; así fue el jefe Homero, así fue Homero Guerrero de la Cerda. ®

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Publicado en: Marzo 2012, Música

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