Jimmy Fortson no ha muerto

Un periodista contra la censura

Cuando el gobierno federal sancionaba el ejercicio del periodismo crítico éste editor fundó revistas de arte, humor, reflexión política y erotismo, que fueron motivo de incómodos encuentros con los censores de entonces. A un mes de su muerte, seguimos con los homenajes para este personaje, fundamental en la lucha por la libertad de expresión en México.

James R. Fortson y Carlos Fuentes en París.

James R. Fortson y Carlos Fuentes en París.

“No queremos chicas desnudas y tampoco artículos de política», le condicionó el funcionario de la Secretaría de Gobernación, Enrique Mendoza, a Jimmy Forston para dejarlo editar por segunda vez la revista Caballero. Corría el año 1967 y, para disipar cualquier duda, le advirtió: “No olvide que sé a qué escuela van sus hijos, a qué hora salen, entran y dónde viven”. Era natural que el editor saliera rabioso de la oficina de gobierno, aunque luego recobraba la compostura y continuaba sus proyectos.

“Estábamos amordazados por Echeverría”, recuerda, aunque le resta responsabilidad a don Luis, quien por esos años “solo acataba órdenes del poblano Gustavo Díaz Ordaz”. Meses después de la primera clausura “me revelaron que la orden de cerrar Caballero había llegado directamente de Los Pinos porque el primer mandatario consideraba que su hijo Alfredo se estaba corrompiendo con mi publicación. ¡Imagine qué aberración!, pensar que yo estaba echando a perder a Gustavito, que ya era una fichita desde antes”.

El director de legendarias revistas “para caballeros” decidió reasumirse como figura pública al abrir hace un lustro cuentas en las redes sociales Facebook y Twitter. Para ello, donó una colección completa de Caballero a un estudiante que buscaba realizar su tesis de licenciatura con ese tema, y en respuesta, el agradecido joven escaneó los contenidos de la publicación y abrió este sitio para que cualquiera pudiera checar a detalle los legendarios números.

Fortson

Jimmy Fortson durante la entrevista.

Jimmy Fortson durante la entrevista.

Es el último jueves del verano 2013. A la una de la tarde en punto el reportero arriba a un fraccionamiento en Celaya y antes de tocar la puerta de su entrevistado lo asaltan las dudas: ¿Cuál James R. Forston lo recibirá? ¿El ejemplar editor que logró conjuntar a colaboradores de la talla de Rius, Salvador Novo, Renato Leduc, Carlos Monsiváis, Serio Magaña, Fernando Marcos, Juan López Moctezuma, Alberto Isaac, Naranjo y Raúl Prieto (el entrañable Nikito Nipongo), entre decenas de luminarias más? ¿Al que muchos rebautizaron como el Hugh Hefner mexicano por ser quien se atrevió a combinar los desnudos con arte y los temas de coyuntura? ¿O abrirá la puerta el cuatro veces ganador del Premio Nacional de Periodismo y lúcido entrevistador que en los ochenta sentó en su set de grabación a todas las estrellas que pasaron por los escenarios mexicanos, desde Ginger Rogers hasta Paul Anka, Rocío Durcal, Silvio Rodríguez y Kiss? ¿Aparecería un resentido ciudadano al que hace 23 años una funcionaria expulsó del Olimpo de los medios electrónicos donde se hallaba, o enfrentaría al hombre (whisky en mano) que le hizo “la entrevista de su vida” a nuestro no Nobel, Carlos Fuentes?

¿Cuál James R. Forston lo recibirá? ¿El ejemplar editor que logró conjuntar a colaboradores de la talla de Rius, Salvador Novo, Renato Leduc, Carlos Monsiváis, Serio Magaña, Fernando Marcos, Juan López Moctezuma, Alberto Isaac, Naranjo y Raúl Prieto (el entrañable Nikito Nipongo), entre decenas de luminarias más? ¿Al que muchos rebautizaron como el Hugh Hefner mexicano por ser quien se atrevió a combinar los desnudos con arte y los temas de coyuntura? ¿O abrirá la puerta el cuatro veces ganador del Premio Nacional de Periodismo…?

Finalmente el misterio es revelado: el entrevistador encuentra a un Jimmy Forston parsimonioso que, en cuanto le es permitido, suelta puyazos de elegancia, cultura y sentido del humor. “Una madrugada confundí la puerta del baño con las escaleras y rodé hacia abajo; me cosieron diez centímetros en la cabeza y mi memoria se vio afectada, así es que téngame paciencia”, se justifica. Empero, sus recuerdos no lo traicionan en ningún momento —salvo para citar el nombre de algún funcionario que es mejor olvidar—, y comienza por aclarar que se llama así por decisión de su padre, oriundo de Cincinatti, y de su madre, cubana de La Habana. Relata que ellos se conocieron en la isla y que el niño James nació en el Distrito Federal, la capital mexicana. Que habla inglés desde que recuerda y que fue un niño feliz; pero un adolescente precoz que a los dieciséis años partió a Nueva York a laborar a una imprenta. Que la tinta que ingresó hasta su sangre en esa oportunidad le anunció que el mundo editorial sería su destino y que al retornar a México, en 1956, al día siguiente se inició como reportero en la revista Negocios y Bancos para luego dar el salto al periódico Boletín Financiero y Minero de México, que “afortunadamente ya pasaron a mejor vida”, dice.

Revista de iniciación.

Revista de iniciación.

Sus ojos aún se iluminan cuando recuerda el momento de su primera revelación: “Viviendo en Estados Unidos me impregné de la onda neoyorquina, y al mirar el éxito de Playboy sentí que en México había un enorme vacío en revistas de ese tipo”. En el país circulaba en ese tiempo la revista VEA, que a decir de James “era típica de peluquería y no eran más que fotos vulgares de chicas vulgares, que para cortarse el pelo no estaba mal, pero faltaba algo de más calidad”. Fue entonces que con tan sólo 26 años fundó D’Etiqueta, proyecto que editó de 1962 a 1964 y que resultó ser un lujo para el tipo de ediciones que se imprimían en el país.

La censura

Al cierre de su primer proyecto, D’Etiqueta, siguió la apertura en 1965–1967 de Caballero, que cerró por órdenes del gobierno, aunque pudo volver a imprimirse a partir de 1968 para cerrar definitivamente un año y medio después, bajo la era Fortson.

Ese mismo año maquinó al hijo editorial del que más orgullo sintió, Dos: Él y Ella. Diseñado para que lo pudieran ver hombres y mujeres, la revista duró dos años hasta que “mis socios, en una decisión que no compartí, separaron los proyectos a las que en ese formato ya no les fue tan bien, pues Él también fue censurada y clausurada por el presidente Luis Echeverría, con el argumento de ser pornografía, y de Ella sólo se editó un número ya que nunca llamó la atención”. Su última revista como editor fue Eros (1975), que cerró también por órdenes de Echeverría.

Katey Andress, hermana de Ursula, en las páginas de Caballero.

Katey Andress, hermana de Ursula, en las páginas de Caballero.

De las pocas cosas que Fortson lamenta en su vida fue el no haber logrado convencer a las autoridades de las sutiles pero bien marcadas diferencias entre lo erótico y lo pornográfico. Aunque ya en el nuevo siglo entendió que los setenta fueron tiempos complicados para las libertades editoriales.

En 1974 Fortson abrazó la posibilidad de una pequeña venganza cuando Echeverría conoció la entrevista que el periodista le realizó al escritor mexicano Carlos Fuentes, entonces radicado en París. Don Luis mandó a su jefe de prensa, Fausto Zapata, a pedirle los derechos de la larguísima charla convertida en el volumen Perpectivas mexicanas desde París. Un diálogo con Carlos Fuentes, a lo que James se negó. Meses después llegó la cantada clausura sobre Eros.

Con Fuentes en París

“Cuando le escribí a Carlos Fuentes para que me diera una entrevista y me contestó que con todo gusto, pero que me cobraba mil dólares, me molesté mucho, guardé su carta en un cajón y pensé en mandarlo al carajo. Ya después consideré que esa cantidad podía ser una buena inversión y gran posibilidad para la revista que dirigía; entonces compré mi boleto y volé a Francia”, recuerda Fortson sobre su primer contacto con el autor de Gringo Viejo.

—¿Cuánto tiempo duró la entrevista? —le cuestiona el intrigado reportero.

“Dos días y tres botellas de Chivas Regal”, responde a botepronto Fortson al recordar esos 6 y 7 de junio de 1973, quizá el par de días más trascendentes de su carrera como periodista. Tras hospedarse en un sencillo hotel, a la mañana siguiente tocó en la puerta de quien año y medio después de ese encuentro sería nombrado por Echeverría embajador de México en aquel país: “Aquí está tu dinero, Carlos, menos impuestos”. El escritor aceptó el sobre y lo invitó a pasar: “Fortson, a partir de este momento soy todo tuyo”. La sentencia se cumplió a cabalidad pues durante la charla el escritor no dejó siquiera que le pasaran llamadas.

Caballero encabezado encuadre

“El primer día terminamos con una botella pero mis preguntas no; así que regresé a la mañana siguiente a terminar”. Acepta que entrevistar a Fuentes le tomó un esfuerzo extra porque se trataba de un hombre bastante culto, astuto, incluso arrogante; “alguien que al nacer no le tocó ni una pequeña porción de modestia”. Estar frente a él, recibir las oleadas de su cultura apabullante “me exigió estar bastante concentrado a pesar del whisky que, por otro lado, ayudó para que él se abriera ‘como nunca en su vida’”, según prologó en Perspectivas… el escritor Gustavo Sainz.

Al llegar a México, Fortson editó la extensa entrevista y la distribuyó en el número de diciembre de 1973 de Él. “Fue mi primer Premio Nacional de Periodismo, y aunque la gente me pedía una segunda parte sentí que ya había logrado un producto muy especial como para echarlo a perder”.

La charla con Fuentes, quien se muestra como alguien vital, triunfador e irresistible, derivó en un interminable perlario de citas:

“Yo creo que ya no tiene salvación esta ciudad (el Distrito Federal), ya se la llevó la chingada, de plano”.

“Me gusta el cine desde que mi nana lituana, Teclunes Tankanaite, me llevó a escondidas a ver una película de Greta Garbo en Montevideo”.

“Suelo acompañar mis jornadas creativas con un disco en la tornamesa. Eso me proporciona un ritmo que se trasmite a la prosa fundiéndose con ella”.

Prestigio y “virtual asesinato”

La calidad de sus productos editoriales, sus pulcras y reveladoras entrevistas y la destreza en sus relaciones públicas le dieron a Fortson un lugar destacado en los medios electrónicos. Entre 1969 y el 1990 creó, dirigió y condujo nueve programas de televisión en los canales 8, 11, 13, TRM, RTC y Televisión Mexiquense. Destacan Cara a cara (mismo apelativo de los tres libros con sus mejores entrevistas): Conversaciones con Jimmy Fortson y Aplausos.

Fortson.

Fortson.

De sus más de mil entrevistas recuerda la vez que alcanzó a Peter O’Toole en una playa de Nayarit, donde el actor filmaba Man Friday. Allí sobre la arena arrancó la charla para Eros, la cual concluyó una semana después en el Hotel Camino Real en la Ciudad de México. “Estando en su suite, pidió a su esposa que ordenara una botella de whisky y nos dejara solos”. Toda una tarde de charla, grabación y copeo generaron una excelente vibra entre ambos personajes. “Por eso él me permitió incursionar en intimidades y delicadezas… al punto de que en determinado momento me dijo: ‘Oye, tú te pareces a Scobbie, mi bulldog… Me acosas’. Y sí, lo seguí acosando hasta que me lo dijo todo”.

Fortson era una estrella del periodismo, con programas de televisión incluso simultáneos en canales diferentes y entrevistas replicadas en la primera plana del Excélsior. Al dejar de editar se volvió colaborador permanente de Vogue, Impacto, Hoy, Siempre! y Contenido en tiempos en que los periodistas aún no alcanzaban la importancia de las figuras mediáticas que hoy cobran mejor que un funcionario. “Por ejemplo, cuando entré a Canal Once me pagaban 250 pesos por entrevista de una hora al aire, en vivo, corriendo todos los riesgo del mundo”. Ahora la realidad es otra.

Eran sus tiempos de gloria; su estilo profundo, pero amable y nada inquisitorial, le granjeó infinidad de simpatías por lo que nadie le negaba una entrevista. Sus relaciones se reflejaron el día de su boda, a la que asistieron ocho gobernadores, decenas de funcionarios, socialités y luminarias del espectáculo. Por eso es menos comprensible su “desaparición” de los medios donde era un habitual.

James R. Fortson lo cuenta así: “Mi socio y mano derecha desde casi siempre, René Arturo Guzmán Romano —a quien con los años le fue gustando el poder y el dinero, sobre todo esto último—, realizó clandestinamente programas culturales en complicidad y contubernio financiero con el director de Producción del Once, Sergio Gómez, para lo cual utilizaron unidades móviles y decenas de técnicos del canal”. Los productos finales los facturaban a nombre de la empresa de Fortson, sin que éste se enterara, y emitían los programas al aire para beneficio de los citados.

“Alejandra Lajous siempre se rehusó a conocer la verdad de la historia, en la que estuvo involucrada una veintena de sus trabajadores”, y aunque nunca se lo dijo, él sabía que su despido obedecía al fraude cometido por su colaborador.

Ante la perplejidad de su entrevistador, el decano insiste en que él no estaba enterado de nada. Por lo mismo le resultó una desagradable sorpresa cuando Alejandra Lajous, directora de Canal Once, le habló para decirle que daba por terminada su relación laboral de diecisiete años con el canal, argumentando la edad de Jimmy (entonces de 52 años).

“Alejandra Lajous siempre se rehusó a conocer la verdad de la historia, en la que estuvo involucrada una veintena de sus trabajadores”, y aunque nunca se lo dijo, él sabía que su despido obedecía al fraude cometido por su colaborador. “Me imputó a mí y sólo a mí, de manera vulgar y mentirosamente solapada, una responsabilidad ajena”, dice.

Forston, también autor del libro Un perfil humano (entrevista con Cuauhtémoc Cárdenas), señala que Lajous le creó un injusto veto pues al conocer su salida de Canal Once ya había convenido con José María Pérez Gay, director del Canal 22, que llevaría su programa a esa señal, pero un día después el “Chema” ya no lo quiso ni recibir.

En una entrevista con Raúl Cremoux para TV Mexiquense, Fortson retó a la señora Lajous a probar y justificar la razón por la cual lo había despedido. Pero nada pasó. “Hubo gente que pensó que había muerto, porque de repente desaparecí del mapa”, dice aún dolido.

A partir de 1992 don James R. Fortson vivió en Tepoztlán, luego en Taxco y después en Celaya, hasta el día de su muerte ocurrida al cuarto para las cinco de la tarde del miércoles 4 de marzo, dos días después de cumplir 71 años.

De lo último que compartió en Facebook a sus 300 contactos, el 28 de enero, fue un test para obtener la canción favorita de los años sesenta: la de Jimmy resultó ser “Hey Jude”, lanzada en agosto del 68 cuando el periodista vivía momentos de plenitud.

“Hemos terminado”, le digo a Jimmy, quien esperaba la pausa para acercar un Delicados al fuego. Ante mi sorpresa, pues conocía las quimioterapias a las que fue sometido en el Centro Médico Siglo XXI para tratarlo de un cáncer, me tranquilizó: “No se apure, ya estoy curado”.

Lo vamos a extrañar. ®

Una versión editada de esta entrevista se publicó en Milenio Diario.

Compartir:

Publicado en: Apuntes y crónicas

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *