JOSÉ JOAQUÍN BLANCO Y LA CONJURA DE LOS NECIOS

Ignatius Reilly no es el Tractor

Un día, igual que Kizuki, el personaje de Haruki Murakami en Tokio blues, el joven John Kennedy Toole conectó el escape a un tubo al que hizo entrar por la ventana de su auto y encendió el motor, procurándose así un adormecimiento del cual no volvió a despertar. El acontecimiento es una de las razones por las que el escritor de Nueva Orleáns es considerado de culto.

El estatus de culto es fácil de alcanzar. La muerte prematura es una de las más respetadas. Otras pueden ser: escribir sobre temas sórdidos (como Iceberg Slim), autopublicarse (como Aaron Cometbus), ser recomendado por un escritor marginal (como John Fante) y etcétera. Desde luego, en términos estrictamente artísticos puede no significar absolutamente nada. El culto es un halo de luz, una estrellita en la frente, pero tiene poco que ver con los talentos del que lo porta.

Estas últimas semanas el cadáver del escritor John Kennedy Toole se ha estado paseando con insistencia. El domingo 18 de abril la sección De viaje! del periódico Reforma publicó un reportaje firmado por Carmen González. El texto propone un recorrido por los lugares y las calles del Barrio Francés. Muy interesante, pues las fotografías que lo acompañan materializan los lugares que se mencionan en el texto y que uno, como lector, solamente se había tratado de imaginar. En particular, una foto atrae la atención: obviamente, la de un hombre tendiendo un carrito ambulante de hot dogs.

El autor, su figura fatídica y La conjura de los necios, su segunda obra y la que le mereció un premio Pulitzer, son en conjunto los elementos de un culto irresistible que constantemente ha ido fascinando a los lectores que, en muchas ocasiones, se enteran de la existencia del libro de voz en voz. Es una curiosidad de las letras. Para quien esto escribe se trata del único libro cuya lectura le ha arrancado lágrimas.

Quiso la coincidencia que José Joaquín Blanco, autor de la muy recomendable colección de notas periodísticas Función de media noche, publicara en su blog una crítica sobre el mencionado libro. La entrada revisa con cuidado la novela pero cae en una esquematización terrible al equipararla con una historieta, en el sentido más peyorativo.

Para Blanco la novela es “una muy brillante incursión del cómic en la narrativa, una ‘bravura’ humorística y pop con las armas de la novela”. Explica que su fracaso en la década de los sesenta se debió a que no ataca las instituciones ni los valores de la sociedad, y dice: “Simplemente narra una enloquecida humorada de principio a fin, siguiendo uno a uno los pasos fundamentales del cómic: unos cuantos personajes planos reducidos a caricaturas simplísimas y reiterativas y unas cuantas acciones sucesivas y planas sin mayor desarrollo que la acumulación de aspectos grotescos que muevan a risa. Y ninguna ilación ni congruencia: simplemente un chiste y luego otro y luego otro”.

Es evidente que el buen JJB tiene años de no abrir un cómic. Sospecho que desconoce que existe algo llamado novela gráfica. Que la narrativa gráfica es multiforme, que no posee un solo formato, sino todo lo contrario. Sobre todo, que no todos los cómics mueven a la risa. Se trata de una reducción a una de las creencias más elementales que posee el gran público que equipara cómics con chistes. Ya he discutido este tema en las páginas de Replicante y en otros medios. A estas alturas no se puede argumentar que el medio no ha hecho nada por sacudirse ese estigma. Todo lo contrario.

Para Blanco los cómics son sinónimo de falta de talento, de profundidad, de contenido, de seriedad. El cómic es generador de personajes grotescos, ni más ni menos. Es un punto en el que ese discurso falla de manera catastrófica, porque, ¿en dónde quedará la caricatura, es decir, the caricature, un género que, ése sí, tiene en la deformación una de sus principales características? Comparar al personaje de Ignatius Reilly con el Tractor de la Familia Burrón es un despropósito porque lo menosprecia de manera simplona: el Tractor es superior a Ignatius, ergo, leer La conjura de los necios es como leer una historieta, e incluso leer una historieta le gana. Esta comparación no deja bien parada ni a la novela ni al cómic. Ambos son poca cosa. De hecho, los personajes de cómic que le vienen a la mente son de hace muchos años, incluso esas referencias suenan ya arcaicas.

Comprendo de dónde vienen esas conclusiones: Ignatius J. Reilly, el protagonista de La conjura, es un personaje exagerado, del cual el autor resalta los rasgos, sus manías y hasta su forma de andar. Encarna la obesidad de la forma de vida del gringo. Excesivo, moralizante, contradictorio. No sé cómo José Joaquín no pudo ver todo esto. No hay una crítica explícita o directa, no es una novela de denuncia. Por un mecanismo de razonamiento retorcido, para él su patria estaría mejor en tiempos medievales. Los tiempos modernos son decadentes y oscuros. Todo el amargo sentido del humor que rezuma es un picoteo constante al país y la sociedad en la que vive el gordo Ignatius Reilly. Algunas situaciones son absurdas hasta casi lindar con el pastelazo, sí, pero se encuentran un paso más allá. No es The Three Stooges, es The Party. Hay una diferencia, más bien sutil.

La caricaturización y la burla son estrategias discursivas. Hay un trasfondo que el joven Kennedy Toole le descubrió a su país, como muchos otros escritores han hecho. Eso me pareció evidente desde la primera vez que abrí el libro. Al parecer José Joaquín Blanco y yo leímos dos libros distintos.

Al final el texto me dejó la siguiente reflexión: José Joaquín Blanco fue un necio más que se unió a la conjura. Está molesto porque el libro de Toole no llega a las alturas de otros autores geniales. Como Ignatius, considera que el pasado fue mejor, que sólo lo grandilocuente y lo “serio” merece la pena ser leído. Vamos, una literatura con vacas sagradas pero sin pequeños y juguetones becerros que fastidien. Es La Literatura, no pise el césped. ®

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Publicado en: Libros y autores, Mayo 2010

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  1. Vanessa: en general me he dado cuenta de que los lectores del libro coinciden en que les ha emocionado de alguna u otra forma. Es muy cómico, pero también posee cierto patetismo muy conmovedor. Yo lloré porque me emocionó, simplemente, no porque haya leído alguna parte triste. ojalá lo leas y lo disfrutes.
    Alfadir: dice Haruki.

  2. Vannesa C.

    1.- Ya me entraron unas ganas locas de leer el libro. Un libro que provoca el llanto, algo debe tener.

    2.- Híjole, demeritar al cómic por considerarlo solo de chiste… pero si a veces es más difícil hacer reir que hacer llorar…

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