Julio y sus bufones

Los priistas y… ¿nosotros?

En México los procesos electorales siguen siendo perennes, además de mucho muy caros en más de un sentido, y este año no podrían ser la excepción sino la regla. De entrada, algo tan elemental como es la no optimización del calendario electoral (¿hasta cuándo?) nos habla del remedo de transición y pluralidad política en el país.

Julio de 2010, electoralmente, no trajo nada nuevo; lo efímero y caduco sigue siendo la constante en los procesos electorales de México, sean éstos del ámbito federal o de ámbitos locales.

El carro completo amenazante —tal cual— del otrora partidazo se esfumó, pero a la vez se mantuvo porque los candidatos de las alianzas opositoras —a nivel local— que ganaron sus respectivas gubernaturas son tránsfugas del mentado partidazo. Repensando el remedo de transición, uno podría preguntarse si el PRI como tal, no digamos como cultura, es un partido que a estas alturas aún debería existir. Particularizando en personajes, porque las rupturas y los cambios también se pueden dar —y se dieron parcialmente— por priistas, yo nomás recordaría que allá por 1992 el propio senador Porfirio Muñoz Ledo decía que podía contar con los dedos de sus manos a los priistas de valía que aún se mantenían en el PRI. Ahora bien, desde el no tan lejano salinato (1988-1994), ¿cuántos priistas no han engrosado las filas del PAN y la supuesta izquierda electoral? Y si hay tres responsables principales de que el PRI sobreviva como partido, éstos son Vicente Fox, Felipe Calderón y López Obrador.

El PRI gana, sí, pero al menos existe un matiz muy importante. El PRI es favorecido siempre que existen altos índices de abstención. En algunos procesos electorales de 2010, donde el PRI-PRI se alzó con el triunfo, hubo altos o significativos índices de abstención. Éstos, por cierto, pueden tener una lectura ambigua: 1) la gente no vota porque el país marcha muy bien, hay mínimamente un Estado de bienestar, etcétera; 2) la gente no vota porque no hay ninguna opción y el voto útil es tan inútil como la clase política en general. Por lo general, en México nunca ha habido una lectura ambigua y la constante ha sido la abstención.

Habría que revisar minuciosamente los índices de abstención y su evolución en aquellas entidades donde la oposición al PRI, en diversos momentos de los últimos veinte años, tomó el poder. No sería una sorpresa que en las subsecuentes elecciones en las cuales desplazaron al PRI, salvo ciertas fluctuaciones, se repitieran patrones análogos a los porcentajes priistas en estados donde no hubo alternancia. El PRI mantuvo después de la transición de 2000 sus tres sectores, pero éstos ya no son propiamente el campesino, el obrero y el popular, sino —con todos los matices que se quiera— el PRI-PRI, el PRI-PAN y el PRI-PRD. Y éstos tienen, mutatis mutandis, sus respectivos partidos satélites o, como se decía en cierta jerga, paleros: PVEM, Panal, PT y Convergencia. La inercia fue un factor muy importante que siempre hacía ganar al PRI. En aquellos estados donde ciertas movilizaciones sociales y políticas derrotaron al PRI, una vez que ya nada ni nadie se movió (y algunos se colaron en la foto) la inercia volvió a emerger para hacer ganar a los nuevos oficialistas que repitieron los mismos patrones priistas en su forma de gobernar.

De la inercia a la náusea

Las alianzas electorales de los hasta ayer “enemigos irreconciliables”, el PAN y el PRD, provocó reacciones a favor y en contra. Las alianzas políticas, per se, no son perniciosas, ni siquiera entre ciertas derechas e izquierdas. Las alianzas son pragmáticas, desde luego, y la ideología siempre está presente —o debería estarlo. Sin embargo, sí hubo una alianza loable PAN-PRD… nada más que ésta se dio hace años, antes de la transición, y la encabezó un líder cívico (no partidista), el doctor Salvador Nava Martínez en San Luis Potosí (1991). Al navismo, por cierto, primero lo traicionó el PAN y más adelante el PRD. Otro ejemplo emblemático pero en sentido contrario, que me parece que es por donde van a ir las alianzas hoy triunfadoras, lo representó en Chiapas la alternancia que se dio, en 2000, con el ex priista Pablo Salazar Mendiguchía.

Tenemos, pues, excelentes demócratas, como Marcelo Ebrard (¿espejo de Peña Nieto?) que —siendo un operador salinista al lado de Camacho Solís en el D.F.— se opuso a la reforma política que le permitió a los capitalinos elegir a su jefe de gobierno, cargo que hoy él detenta a través de un partido otrora de izquierda al que tanto combatió: el PRD. Esa candidatura de Ebrard (2000) fue producto del rancio dedazo de López Obrador, “espejo de Carlos Salinas de Gortari” (Marcos dixit). Otro ejemplo patético: Elba Esther Gordillo, vieja mapache electoral que operó fraudes electorales a favor del PRI y en contra del PAN en Chihuahua (1986), pero que con el tiempo terminó haciendo alianza con el PAN de Felipe Calderón y este año amadrinó la alianza PAN-PRD en Puebla, donde el candidato a gobernador fue un pariente de su amigo íntimo Moreno Valle. El cacicazgo en el SNTE de Elba Esther, hay que recordarlo, se inició en 1989 cuando fue promovida por Salinas, Camacho y Ebrard: ella brincó del grupo de estos dos, sus viejos amigos, donde se desempeñaba como su delegada política en Gustavo A. Madero, a la secretaría general del SNTE.

Pero hay más ejemplos aleccionadores para los optimistas de todas las raleas. En Oaxaca, “el apóstol de López Obrador”, Gabino Cué, fue subsecretario de Gobernación con Zedillo, “el presidente demócrata” que estuvo a punto de impedir la instauración de la integración de la primera legislatura federal donde el PRI no tuvo mayoría (1997), cuyos operadores fueron los diputados priistas —hoy pejistas— Arturo Núñez Jiménez, el mismo que encabezó después a la mayoría PRI-PAN que aprobó el Fobaproa tan cacareado por el demagogo López Obrador, y Ricardo Monreal Ávila. Sin embargo, en otro estado importante, Veracruz, la derecha y “la izquierda” no se aliaron. Ahí el PAN postuló a otro ex salinista, Miguel Ángel Yunes, que operó en su momento muy cerca de Patricio Chirinos, el veterano del grupo compacto. Y el PRD, por su parte, volvió a ir con otro aliado de López Obrador, Dante Delgado, procurador agrario de Zedillo y ex presidiario. Dante, también en su momento salinista, sustituyó en la gubernatura de Veracruz a Fernando Gutiérrez Barrios, el icono de la policía política del régimen priista, cuando éste fue designado por Salinas como su primer secretario de Gobernación. López Obrador, hay que recordarlo, encabezó su primer “éxodo por la democracia” (1991) inculpando a Dante por fraudes electorales, y las entonces huestes pejistas coreaban: “¿Quién es el pillo? Neme Castillo. ¿Quién va a su lado? Dante Delgado”.

Más allá de los personajes, es evidente que un problema de las alianzas de 2010 —y las que se puedan dar en el futuro inmediato— es precisamente la ideología: su ausencia. Estas alianzas han clarificado aún más el panorama electoral en el país, donde la lucha es sólo el poder por el poder y los partidos políticos se han convertido en agencias de colocación. No hay ideologías, no hay discurso ni propuestas mínimas; es la inmediatez, la pequeñez y, sobre todo, la rapiña lo que caracteriza a esta clase política de bufones.

Algo que sucedió en 2010 ya se había hecho patente con gran intensidad en la elección federal de 2006: el juego político dado por la sociedad. En 2006 todos los bufones obtuvieron algo, hasta los partidos supuestamente emergentes tuvieron un espacio en la palestra (y también en el presupuesto). A pesar de los bufones, de todos los bufones, que en esencia fueron los mismos en 2006 y 2010, este año hubo alternancias o cambios impulsados por la ciudadanía que salió a votar se haya o no movilizado. Efectivamente, como siempre, altos índices de participación inhiben trampas y clientelismo. Uno de los problemas fundamentales en el plano electoral es que las trampas y el clientelismo no desaparecen ni hay visos de que esto pueda darse. La paradoja es doble: 1) las elecciones en sí son confiables, los votos se cuentan, pero hay un umbral de participación con el cual la trampa, así sea mínima, se inhibe, y 2) al superar ese umbral, al ejercer el voto masivamente, se cuentan sólo los votos y ya no hay trampas, pero ¿antes y después hay opción?

Sea como sea, es por demás evidente que la sociedad está muy por delante de nuestra clase política de bufones. No hay razones ni antecedentes para pensar que esta clase política vaya a hacer algo que se llama política, ni mucho menos hay visos de que entre en proceso de “regeneración”. En 2012 veremos el mismo espectáculo con todas sus consecuencias, al menos que algo extraordinario suceda.

Todos los procesos electorales, por lo general, se polarizan en dos. La polarización política que los bufones prometen (algunos con un reintegro nada esperanzador que data de 2006) es de entrada perniciosa para el país. La única polarización necesaria y deseable sería la que se dé entre ellos (la partidocracia y todos sus bufones) versus nosotros.

Pero ¿quiénes somos nosotros? ®

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Publicado en: Julio 2010, Política y sociedad

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