La bella y la bestia de la angustia

La histeria: caricatura de una creación artística

La histérica dice que el sexo le da asco. Hipnotizada por su propia imagen corporal puede ser indiferente al otro: no importa quién sea, ni cuál sea su nombre, sólo le interesa ser admirada. La bella indiferencia de la histérica remite a este rasgo: quiere ser bella a los ojos de los otros, pero indiferente hacia el sexo.

Frente al espejo, una mujer podrá encontrarse hermosa o fea, joven o vieja, pero ningún canon estético, ningún hito visible podrá asegurarle cuál es, empero, el punto focal de su pregunta.
—Piera Aulagnier

En el siglo XIX emergió la histeria como una neurosis incómoda para los médicos: convulsionando como los epilépticos pero sin ser epilepsia, la histeria hacía aparecer un cuerpo incontrolable que no se dejaba aprehender por el discurso médico. Además de convulsionar, las histéricas sufrían de parálisis, afecciones sensoriales, dolores, anestesias, contracturas, zonas histerógenas (lugares hipersensibles del cuerpo cuya estimulación genera un ataque afectivo o convulsivo), alucinaciones, alteraciones emocionales… Aunque lo que más llamaba la atención era el misterio que aguardaba la enfermedad: el origen del síntoma no era el sistema nervioso central y la paciente actuaba como si su cuerpo no le perteneciera.

Gladys Swain dice que a fin de siglo, a través de la histeria, se efectuó una metamorfosis importante en Occidente: nació una nueva mujer y un nuevo modo de habitar el cuerpo. En la actualidad hay modificaciones en la concepción sobre la histeria: más que una enfermedad, la histeria es un modo de comprender la sexualidad. Por lo tanto, no todas las mujeres son histéricas y no todas las histéricas son mujeres. Aquí nos proponemos abordar una concepción actual de la histeria a partir de esta frase de Freud [AE XIII: 78]: “La histeria es una caricatura de una creación artística”.

Frecuentemente los psicoanalistas nos encontramos con este fenómeno clínico: hombres y mujeres dicen que desean ser bellos y bellas para ser amados. La belleza genera un estado de goce que Freud describe como un “suave efecto embriagador” que puede derivar en el enamoramiento o en el acto sexual. La contemplación de la belleza puede describirse como un placer no orgásmico: esto significa que en la visión de la belleza no hay una descarga pulsional total; hay un placer que puede compararse al placer previo al coito. Este placer es parecido al de los sueños diurnos: el espectador está fascinado frente al acontecimiento bello así como el fantaseante está embelesado por sus propias fantasías.

El placer previo es diferente al placer genital: el placer estético proviene de la liberación de tensiones en el interior del alma, dice Freud. Esto provoca un “efecto embriagador” porque hay un estado intermedio entre la vigilia y los sueños en el cual transcurre el acontecimiento estético. La belleza no evita el sufrimiento, pero resarce muchas cosas [Freud, AE XXI: 82]. Del mismo modo en que el artista crea obras de la manera en que la humanidad sueña [Ricœur, 2009: 182] la histérica quiere hacer soñar, desear, enamorar a aquel que la mira.

Toda histérica busca un artista porque ella pretende hacer de su cuerpo una obra de arte: quiere ser bella y brillante, mirada y admirada. La belleza no acontece en el sí-mismo, sino a través de la mirada del otro: la fuente del narcisismo histérico es la chispa que se mira en la mirada deseante del otro que hace el efecto de sentir su cuerpo como una forma bella. La belleza y el encanto no son propiedades del ser mirado o del espectador, se trata de una situación sexual.1 La belleza se suscita en el acontecimiento de la otredad. La belleza acontece entre la amada y el deseo del amante al modo de un sueño: el efecto embriagador de la belleza es un encantamiento que a ella la envuelve en un mundo fantástico del cual nadie quiere despertar.

¿Qué hacer para que el otro la desee y la encuentre siempre bella? Ésa es la pregunta a la cual la histérica se enfrenta con una gran dosis de angustia. Allí, el mercado aparece ofreciendo la mercancía que prometen garantizarle que la belleza no se extinguirá. Lo que la mercancía hace olvidar es que la belleza no depende de un objeto sino del deseo del otro. Ese deseo es incontrolable; por lo tanto, la belleza no se puede tener y no se puede ser.

La histérica hace gala de sus caracteres sexuales secundarios, pero siempre está insegura respecto de su sexo. Disfruta más el placer de ser deseada que del acto sexual en sí. Le importa más sentirse hermosa y conquistada que el placer genital que pueda obtener de ese encuentro. La histérica quiere hacer de su cuerpo una creación estética, pero desconoce su propio deseo sexual.

Hemos comparado el placer estético con el placer previo al acto sexual. A esa analogía hay que añadirle otra observación de Freud [AE XXI: 82]: “Digno de notarse es que los genitales mismos, cuya visión tienen siempre efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en cambio, el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundarios”.

La histérica hace gala de sus caracteres sexuales secundarios, pero siempre está insegura respecto de su sexo. Disfruta más el placer de ser deseada que del acto sexual en sí. Le importa más sentirse hermosa y conquistada que el placer genital que pueda obtener de ese encuentro. La histérica quiere hacer de su cuerpo una creación estética, pero desconoce su propio deseo sexual.

Es común encontrar pacientes histéricas sumamente adornadas pero anestésicas en lo que se refiere al goce genital. De lo común, a la histérica le parece desagradable el sexo: cree que el sexo es feo. Freud dice que los genitales casi nunca se aprecian como bellos, pero causan atracción. En la histeria, la atracción se desplaza a la imagen corporal embelesada y los genitales aparecen como desagradables o repudiables. La histérica dice que el sexo le da asco. Hipnotizada por su propia imagen corporal puede ser indiferente al otro: no importa quién sea, ni cuál sea su nombre, sólo le interesa ser admirada. La bella indiferencia de la histérica remite a este rasgo: quiere ser bella a los ojos de los otros, pero indiferente hacia el sexo.

Ataviándose de velos y collares, la histérica trata de disimular su condición sexuada; con el maquillaje construye una máscara cautivante que esconde el verdadero rostro. Así, la histérica hace de su cuerpo una creación artística fallida porque hace de su feminidad una apariencia. Sin embargo, el núcleo de la histeria es todavía más profundo: la histérica lleva el simulacro femenino al lugar en el que se puede cuestionar la feminidad misma.

Freud insistió en el carácter no-fenoménico de la feminidad, por ello la denominó como “continente negro”. La feminidad se sustrae de la luz. Aquí cabe hacer un señalamiento: la feminidad no es un objeto que se sustrae de la luz, sino el acontecimiento mismo de sustracción. De la feminidad no se puede decir nada. La feminidad no puede ser un ser, por ello la podemos encontrar tanto en hombres como en mujeres. La feminidad no es un objeto visible. La feminidad no es un vestido y no es una parte del cuerpo que pueda designarse como “valor sexual”. Pareciendo que la afirman, hombres y mujeres pueden negar la feminidad. Siguiendo a Freud, Aulagnier [1968: 86] describe el modo en que —por angustia— el hombre ha fetichizado la feminidad:

Frente a la desnudez de la mujer y a lo que entonces se devela, el hombre apartará la mirada del punto focal para dejarla errar sobre aquella aura, aquella franja luminosa periférica del ser que denominará “la feminidad”. Podrá proclamar entonces que ese es el objeto de su deseo: que en tal modo de inclinar el cuello, en tal expresión de la mirada, en tal entonación de una voz ve la causa de su fascinación, y esto es lo que le permite nombrar lo innombrable y ocultarse aquella “imposible realidad del sexo” que hace del lugar de la carencia el verdadero objeto que lo fascina y en que se pierde su deseo.

El varón puede sentir angustia frente al sexo femenino porque no corresponde al goce familiarmente visible: no puede ostentarse a la luz como un pene erecto. A diferencia del falo, el goce al interior de la vagina es un placer que no es un “aparecer visible”. Frente al sexo que no comprende y en el que siente la angustia de perderse el hombre cosifica la belleza que acontece en el encuentro sexual con nombres que tratan de objetivar la feminidad. Por ello hay mujeres que sienten temor a su propio sexo: su repudio a su propia genitalidad, su vergüenza corporal deviene de la angustia que intuyen en su compañero. La histérica sufre de la objetivación de la feminidad.

Se puede entender muchas cosas por “falocentrismo”, aquí tomo sólo una de esas posibilidades: falocentrismo es la imposición de lo visible (sólo existe lo objetivable). El falocentrismo ha obligado a la mujer a hacer de su feminidad algo visible, algo mostrable: la mujer se refugia atrás de las máscaras de “lo femenino”. La histeria es el resultado de la angustia de una cultura falocéntrica hacia lo femenino: consideradas objetos de intercambio, las mujeres se histerizan cuando pretenden objetivar la feminidad. Esta objetivación siempre es una imposición de mal gusto porque se trata de la falización de la mujer.

¿Qué esconde la histérica detrás de esta “mascarada femenina”? La histérica esconde su deseo. ¿Por qué lo esconde? Porque el varón se angustia frente al deseo de la mujer que ama. Si Don Juan es una creación de las mujeres decepcionadas(Lacan dixit), la histérica es una creación de los hombres asustados.

El hombre deniega el deseo de la mujer porque una mujer deseante ya no es un objeto a intercambiar. El deseo de la mujer enfrenta al hombre al reconocimiento de que él no tiene todo lo que ella desea: se ve amenazado en su tenencia fálica. Encontrarse con el deseo de la mujer que ama le supone al hombre un encuentro con su castración, es decir, su propia feminidad. Evitando este acontecimiento, hay hombres que utilizan a su partenaire como mostración de tenencia fálica: le solicitan que “vista de un modo femenino” para presentarla en reuniones sociales como un trofeo que se muestra. Reivindicándose como aquel que ostenta el poderío fálico —el derecho al Deseo [Aulagnier, 1968: 85]―, reduce a su partenaire a calidad de objeto que puede tener, exhibir o desechar. Buscando protección, pertenencia y amor hay mujeres que aceptan este trato: hacen de su vida una preocupación constante para asimilarse al prototipo de belleza según las representaciones sociales de su propia cultura.

Si el placer sexual se niega, el cuerpo sexuado tiene que fabricarse con los atributos fetichizados. La histérica quiere parecer mujer u hombre porque en el fondo no goza de la vivencia del sexo, sino de la apariencia del sexo.

Cuando la vejez encuentra a la histérica y siente que ya no puede cumplir con el canon de belleza siempre juvenil y aterciopelado, puede tomar el cuerpo de su hija para “modificarlo”, “arreglarlo” y “lucirlo”. Vive a través de ella con la promesa de resarcir el dolor causado por el paso de los años. Si la hija no acepta la invitación a convertirse en la nueva obra de arte de su madre, entonces puede ser criticada, rechazada y expulsada. Normalmente esta tensión acontece en el silencio y en la secrecía de la ambivalente relación entre madre e hija.

El sufrimiento y los síntomas de la histérica son una protesta silenciosa a la objetivación de la feminidad en el cuerpo de la mujer. El psicoanálisis avanza cuando dice que la feminidad no corresponde sólo a las mujeres sino también a los hombres. Esta feminidad no es ontologizable y corresponde más bien a una diferencia2 que genera distintas escrituras mnémicas y afectivas. Freud designó el encuentro con la diferencia sexual para el hombre con el nombre “amenaza de castración”; para la mujer, “envidia del pene”. Huelga decir que ambas frases remiten a la diferencia sexual: “castración” para el varón; “pene” para la mujer. Sobre este encuentro con el cuerpo extranjero cuya comprensión se sustrae del entendimiento Pascal Quignard [2005: 96-97] describe esto:

La desnudez del cuerpo del hombre y de la mujer no es simétrica. Al hombre le parece que el sexo, en el cuerpo de la mujer, se ve mal, no se ve lo suficiente, se ve como castrado, se ve como pregunta angustiosa que se le plantea al hombre. Cuando el hombre se desnuda a la mujer le parece que el sexo se ve demasiado, en una exhibición excesiva, erecta, con tal visibilidad que obliga a la mirada femenina a desviarse, a permanecer periférica, a confiarse a la lateralidad.

La desnudez impone la diferencia sexuada. Al histérico o a la histérica le da asco el sexo porque la alteridad corporal se le presenta incomprensible. La diferencia sexuada le provoca terror: “Entre la mujer y el hombre no hay más que intercambios de espanto” [Quignard, 2005: 197]. Este espanto paraliza a la histérica y le impide gozar. Freud [AE VII: 27] dice que “llamaría ‘histérica’, sin vacilar, a toda persona en quien una ocasión de excitación sexual provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer” (“sensaciones de repugnancia”, según la traducción de Ballesteros). En vez de gozar con la diferencia sexuada, hay asco o vergüenza. Si el placer sexual se niega, el cuerpo sexuado tiene que fabricarse con los atributos fetichizados. La histérica quiere parecer mujer u hombre porque en el fondo no goza de la vivencia del sexo, sino de la apariencia del sexo.

En un psicoanálisis “des-ontologizamos” el “continente negro” para decir que la feminidad no son los labios ni los pechos ni la cintura ni las piernas ni las caderas ni las nalgas ni el clítoris ni la vulva ni la matriz ni las hijas… En psicoanálisis la “feminidad” es un nombre del acontecimiento de la diferencia sexual: “castración” para el varón, “envidia del pene” para la mujer. Más que una respuesta, la feminidad es una pregunta y un desconcierto. Sin poder ser o poseerse se siente el efecto de su belleza… ®

Referencias
Aulagnier, P. (1968), Observaciones sobre la femineidad y sus avatares, en Aulagnier, Clavreul, Perrier, Rosolato, Valabrega, El deseo y la perversión, trad. Roberto Bixio, Buenos Aires: Sudamericana, 1968.

Freud, S. (2001), Obras Completas. Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, 24 vols. (designamos con la abreviatura AE las citas tomadas de esta edición y con un número posterior el volumen referido), traducción directa del alemán: Etcheverry, J.L., 2ª ed. 8ª reimp. Buenos Aires: Amorrortu, 2001. Textos tomados de esta edición: (AE VII). Fragmento de análisis de un caso de histeria (1905 [1901]). (AE XIII) Tótem y tabú (1912 [1913]), (AE XXI). El malestar en la cultura (1930[1929]).

Quignard, P. (2005), El sexo y el espanto, trad. Ana Becciú. Barcelona: Minúscula, 2005.

Ricœur, P. (2009), Psicoanálisis y arte en Escritos y conferencias, alrededor del psicoanálisis (textos reunidos y preparados por Goldenstein y Schlegel; con la colaboración de Delbraccio; presentación de Schlegel; posfacio de Bausacchi), trad. Adolfo Castañón, México: Siglo XXI, 2009.

Notas
1 En psicoanálisis definimos sexualidad como acontecimiento corporal de la otredad. Es decir, no hay vivencia original del cuerpo porque para el ser humano la existencia corporal está atravesada por el deseo del otro.

2 Aquí hay un trabajo por hacer para establecer las semejanzas y las diferencias a propósito del concepto de la diferencia sexual descrita por Freud y la différance estipulada por Jacques Derrida. Precisamente por no ser ontologizable la diferencia sexual y la différance, y por dar lugar a distintas escrituras, pueden encontrarse puntos de convergencia.

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Publicado en: Destacados, La belleza y la fealdad, Octubre 2012

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