La ciencia del teatro en el futuro

El arte dramático saldrá de los teatros

El teatro del futuro es una apuesta casi segura. No hacen falta abundantes profecías esotéricas ni grandes estudios científicos sobre la evolución del hombre, el futurismo teatral está en su propio código genético milenario, el genoma grecolatino que lo concibe todo sin crearlo: la supervivencia.

La actividad teatral es un rito que ha sobrevivido lo mismo a drásticos cambios culturales (como las religiones y su constante censura), al igual que a medios de comunicación avasallantes, la televisión y el cine por ejemplo en el siglo pasado, también a fenómenos de masas que se han ido complejizando como el deporte y las fiestas populares. A pesar de los pronósticos fatalistas, el teatro ha ido transitando inerme los siglos.

Ni el hiperconsumismo cultural moderno y la macrocomunicación o la lenta alfabetización de la mayoría de la población han menguado su talante. Acaso el teatro ha infectado casi todo el orden humano que trasciende lo íntimo y lo ha transformado, sin quererlo. El teatro ha fecundado; ha penetrado cada tiempo/espacio. El vástago improbable: la sociedad teatralizada que conocemos, que conocieron nuestros ancestros y que conocerán nuestros predecesores hasta que la devastación ecológica los alcance.

Si bien el teatro como una de las bellas artes tiene un destino más o menos progresivo a lo largo de su milenaria historia, desde el inicio de la modernidad el júbilo dramático se esconde, se retrotrae en pequeños habitáculos, en salas para cada vez menos personas, como si el teatro, otrora prodigio de las masas, renaciera en forma de secta, de acto prohibido y por lo tanto peligroso, audaz y exclusivo para una elite más de las veces supuestamente informada y culterana.

El futuro del teatro serio, de los grandes actores y los textos clásicos, de auténtica exploración sensorial y de las puestas en escena complejas constará en espacios pequeños y sectarios, en las comisuras de la cultura de masas, en las encías de la gran mandíbula del entretenimiento; en las grietas, en los pequeños espacios poco oxigenados. Lo demás, lo otro será el musical mil veces repetido, la fórmula comercial de la televisión adaptada a un escenario. El jardín de los senderos del teatro bifurcará sus reflectores: Del espectáculo sobre la condición humana al despliegue de luces monumentales, gargantas entonadas y vestuarios galácticos hasta el hartazgo. La teatralización está garantizada, pero la teatralidad no tanto.

Será responsabilidad de los creadores, de los espectadores privilegiados y sobre todo de los otros artistas – no de los precisamente escénicos – de ir y venir por la teatralidad como si de un gran pasillo de emociones, memoria colectiva y literatura dramática se tratarse, del cual puedan extraer nuevas experiencias y convertirlas en ese arte nuevo, siempre viejo, que es el teatro.

Se modifica el cuero, la piel del teatro puede renovarse o avejentarse y aparentemente morir arrugada y colgando de los huesos porosos de la civilización, pero su materia dura como el concreto: El rito, estará presente en cada acto humano. Mientras la especie sobreviva algo de Esquilo y Eurípides perdurará hasta que se apague la última estrella.

Los códigos de la teatralidad cambian y dentro de un siglo o incluso en un lustro el embate escénico estará transformando con justeza sus premisas según el entorno social. Sin embargo, a pesar de que la teatralidad de las décadas por venir estará permeada por la ciencia como núcleo fundamental en la consecución de mejores actores, directores y diseñadores de espacio, será el espectador quién determine la causalidad del teatro: ¿Conservar su matiz de acto público o llevarlo hacia la intimidad tecnológica y el ciberespacio?

Al responder específicamente la pregunta, cómo será el teatro en cincuenta años, por ejemplo, o cómo serán las artes escénicas en 200 años, se pueden aventurar las siguientes premisas, con ánimo de Julio Verne:

Acaso el teatro ha infectado casi todo el orden humano que trasciende lo íntimo y lo ha transformado, sin quererlo. El teatro ha fecundado; ha penetrado cada tiempo/espacio. El vástago improbable: la sociedad teatralizada que conocemos, que conocieron nuestros ancestros y que conocerán nuestros predecesores hasta que la devastación ecológica los alcance.

1. La interacción con la tecnología. Inevitable que el teatro adapte no sólo medios electrónicos y toda clase de artilugios cibernéticos – incluida la robótica, por su puesto, como elemento fundamental – además el arte dramático subsistirá a través de otros soportes que tal vez ahora solo auguramos, aunque es evidente que la simultaneidad del Internet, el avance de los medios audiovisuales digitales y la exploración actoral al servicio de la biocibernética o el trabajo con sensores de movimiento y hologramas se puede vaticinar sin mucho riesgo. Además, la modificación de la anécdota o de la peripecia de una obra en tiempo real, el despliegue de materiales sensibles entre el espectador y los escuchas es sumamente probable.

2. Las neurociencias en las habilidades actorales. El actor del futuro no realizará audiciones: Bastará con que monitoreen su cerebro. Los mejores actores estarán manipulados por neurocientíficos que aumentarán la capacidad de sus células espejo, la programación neurolingüística será fundamental, la estimulación verbal alterará la capacidad física y de memorización del actor y en definitiva sus virtudes técnicas – ya de nacimiento, ya adquiridas – estarán en función del conocimiento neural del director. En el futuro las escuelas de teatro serán hermosos y limpios laboratorios. Con los incentivos cognitivos por venir los procesos de montaje de una obra durarán horas, acaso minutos.

3. La supremacía de la escenografía y los espacios alternativos. Ganará el decorado. Estéticamente –se puede comprobar por ejemplo en el teatro actual de Romeo Castelucci– la perspicacia verbal terminará cediendo protagonismo al receptáculo donde sucedía el drama. El escenográfo será el “teatrista” del futuro. Y con él el arte preformativo saldrá definitivamente de los teatros, el arte dramático del futuro sucederá en la red de redes, en espacios poco habituales (parques, estadios de futbol, zonas naturales protegidas), en la realidad virtual e incluso en la televisión, pero cada vez menos en el teatro. Los teatros serán convertidos en casinos o estacionamientos de centros comerciales; servirán para recordar el abandono de los antiguos espacios públicos de ritualización; serán piezas del museo de la colectividad. Los fabricantes de butacas no tienen futuro.

4. La memoria histórica. Se recordará a Hamlet, no a Shakespeare.

5. Este artículo premonitorio será justamente olvidado. ®

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Publicado en: Enero 2012, Purodrama

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