La locura de Anders Behring Breivik

El ideario del asesino

Breivik actuó cegado por una intuición personal que, entre otras cosas, percibe una flagrante corrupción en el arte moderno, los objetivos licenciosos de las estrellas femeninas del pop y los planes del demonio fundamentalista musulmán. Todo lo anterior parece el producto de una mente desquiciada, aunque es importante señalar que su manifiesto es ordenado y comprensible

I

Utøya

Los fenómenos sociales no surgen aislados de las dinámicas de la sociedad en los que éstos se suscitan. Cada grupo humano política y socialmente delimitado es responsable de lo que acontece en su seno. Esto, desde luego, no convierte a todos sus miembros en culpables de los errores ni tampoco en héroes de sus logros. Asumir lo anterior contribuye a un mejor entendimiento de los eventos que van marcando el proceso histórico de cada entidad humana, llámese familia, comunidad, nación o, en términos macros, civilización. Se responsabiliza, por ejemplo, a los padres si, aun bajo la patria potestad, alguno de sus hijos comete un crimen. En este caso se da por sentado que existen errores en los procesos de la crianza y la educación por parte de los progenitores que han derivado en conductas que pueden resultar dañinas para los demás por parte del sujeto en cuestión. Me parece que la analogía es pertinente: un criminal denota una falla social como un menor delincuente deja al descubierto defectos en su vida familiar. Incluso en el caso de que ese sujeto padeciese una enfermedad mental, su delito pondría en evidencia la incapacidad de su sociedad para detectarlo y asignarle un papel de acuerdo con sus aptitudes y necesidades.

Justificar la historia de la masacre perpetrada por Anders Behring Breivik en la isla de Utøya mediante la locura no sólo es un reduccionismo, es también una negación burda y supina del contexto en el que tan lamentable hecho ha sucedido. Como muestra, baste tomar en cuenta que es el temerario abogado defensor de Breivik quien, a toda costa, ha querido colgarle a su defendido la máscara de la demencia. Se trata aquí de un recurso meramente legal para intentar salvar a Breivik de la condena de treinta años, que sería la suma de los veintiún años de sentencia máxima y nueve más por tratarse de un atentado terrorista. Sin embargo, a nosotros, fuera de las cortes, nos corresponde interpretar la realidad abstraídos de cualquier ejercicio jurídico. Es decir, analizar el caso sin la venda de la visión simplista, ignorante y comodina que implica atribuir la conducta de Breivik solamente a la psicopatía. Si el caso no se analiza a fondo, la oportunidad de evitar que este tipo de situaciones se sigan reproduciendo en el futuro se verá anulada.

La locura no es un ente monolítico, sino el término más popular asignado al variado abanico de enfermedades o trastornos mentales. Cada una de estas afecciones se manifiesta bajo distintos síntomas y matices en el individuo, el mismo a quien, en la calle, todos llamamos, llanamente, loco.

Los actos de Breivik son parte de un complejo programa ideológico. El oriundo de Oslo no es únicamente un asesino. Estamos ante una especie de neo-Hitler con mucha menos habilidad política, pero con un potencial intelectual superior. Como muestra, podemos tomar su manifiesto 2083 A European Declaration of Independence (de 1516 páginas). Al lado de este extenso documento, el tristemente célebre libro de Adolfo Hitler, Mein Kampf, parece un opúsculo inocuo.

Justificar la historia de la masacre perpetrada por Anders Behring Breivik en la isla de Utøya mediante la locura no sólo es un reduccionismo, es también una negación burda y supina del contexto en el que tan lamentable hecho ha sucedido. Como muestra, baste tomar en cuenta que es el temerario abogado defensor de Breivik quien, a toda costa, ha querido colgarle a su defendido la máscara de la demencia.

Una de las cosas más impactantes de la historia de la masacre es la frialdad con la que Breivik ha relatado sus planes. Las confesiones hechas a la policía se suman al ya mencionado texto independentista que ahora circula libremente por la red. A esto, hay que añadir que Breivik sacó ventaja de un sistema de seguridad ingenuo, lento e incauto. Al respecto, no ha faltado quien exprese sus suspicacias sobre el aparato policíaco que actuó aquel día en la capital noruega. Desde los primeros disparos hasta que los elementos de seguridad arribaron a la isla transcurrieron aproximadamente setenta minutos. Este lapso parece efectivamente, en primera instancia, excesivo, pero éste no es un caso aislado de tardanzas policíacas. Mediante el recurso del documental el cineasta estadounidense Michael Moore relata cómo en 1999 un par de adolescentes perpetraron una masacre en una escuela de Columbine, Colorado. Los agentes tardaron cincuenta minutos en llegar. Si tomamos en cuenta que la policía noruega lidiaba con la explosión de la bomba en el centro de Oslo, que no había helicópteros disponibles en la zona céntrica y que la lancha en la que se transportaban a través del lago Tyrifjorden se averió a medio camino, insisto, tomando en cuenta todo lo anterior ¡el tiempo de reacción pudo ser peor!

Personalmente, descarto la posibilidad de una policía coludida con Breivik, así como con la gente que hipotéticamente podría estar detrás de él. Lo que sí habría que resaltar es la tontería metódica con la que los elementos de reacción decidieron actuar aquel día, aplicando sus fórmulas a rajatabla, sin considerar que lo que estaba sucediendo era una situación inédita, excepcionalmente peligrosa y violenta. Las fuerzas de seguridad noruegas dejaron ver sus carencias en cuanto a la capacitación que demanda este tipo de emergencias —algo difícil de entender si tomamos en cuenta las amenazas terroristas que el país nórdico ha recibido por parte de grupos extremistas musulmanes—, así como el atole helado ‒tan frío como sus fiordos‒ que corre por sus venas. Este atole los hizo parecer tortugas reumáticas en lugar del equipo de fuerzas especiales que la ocasión exigía.

II

Gro Harlem Bundtland, comúnmente referida en Noruega como “la madre de la nación”, era uno de los principales objetivos de Breivik. Nacida en abril de 1939, Bundtland fue, durante casi quince años, la artífice del desarrollo socialdemócrata en el país escandinavo. Fue durante sus gestiones que Noruega construyó y se adaptó a las políticas multiculturalistas contra las que Breivik hace reiteradas alusiones de odio en su manifiesto. Ella era un objetivo clave en los planes homicidas del noruego, pero, como él mismo ha declarado, se le hizo tarde. Bundtland dio un discurso en Utøya un par de horas antes de que Breivik lograra cruzar en barco los poco más de mil metros que separan a la isla de tierra firme. Actualmente, la ex dirigente radica en Francia y no ha realizado ni una sola declaración pública.

Breivik creció en el seno de una familia con un padre ausente, que pocas veces se esmeró en demostrar alguna señal de afecto. Es por ello que la imagen materna adquirió mucho más fuerza en él a lo largo de su infancia. El ahora asesino confeso creció básicamente en un ambiente matriarcal, feminista y con inclinaciones socialistas. En su manifiesto Breivik expresa extrañamiento hacia la figura paterna, e incluso acusa a sus padres de haber fomentado en él una actitud demasiado afeminada. A esta confusión se puede atribuir el evidente narcisismo que el multihomicida muestra en las diversas imágenes que él mismo ha difundido, así como en partes de su diario personal: “Estoy a la mitad de otro ciclo de esteroides, entrenando duro para superar mi récord de julio de 92 kg. Estoy ahora en los 90 kg y espero alcanzar, por lo menos, los 95 kg. Tal vez, incluso, alcance los 100 kg antes de que termine el ciclo en 4 semanas! J Tengo, más o menos, un cuerpo perfecto por ahora y estoy más feliz que nunca” (Breivik, 1425).

En sus años adolescentes Breivik dedicó parte de su tiempo al graffiti. Fue así como conoció y convivió con muchos musulmanes, algunos de ellos integrantes de pandillas. En su texto, Breivik ‒quien en sus tiempos de artista callejero usara el seudónimo MORG‒ se expone a sí mismo como un graffitero activo y con influencia en Noruega. “Una incursión graffitera promedio consistía en salir de noche, en grupos de 2 o 3 con nuestras mochilas llenas de sprays. Montábamos nuestras bicicletas y ‘bombardeábamos’ las calles con nuestras etiquetas, nuestras piezas y el nombre de nuestra pandilla por todo Oslo” (Breivik, 1390).

El Breivik contemporáneo ya no es, desde luego, un fan del arte callejero. De hecho, sus citas son ahora extraídas, por ejemplo, del clásico de E. H. Gombrich La historia del arte, en el que se apoya para explicar que la tradición de “la representación realista y fiel del ser y la materia en nuestras pinturas y esculturas” es sólo una muestra de la amenaza que pesa sobre Occidente ante la invasión islámica. Breivik expone su visión actual de la autoridad a través de sus experiencias juveniles en las escenas tanto del graffiti como en la del hip hop. Describe este periodo adolescente como uno infestado de agresión. Afirma haber convivido con paquistaníes que constantemente denigraban los valores occidentales, además de haber sufrido amenazas por parte de pandillas musulmanas violentas. Estos hechos, según su texto, lo orillaron a unirse a grupos de noruegos de pura cepa para poder defenderse y sobrevivir.

En otros pasajes del documento es posible apreciar la obsesión de Breivik con el hip hop estadounidense, al que describe básicamente como una ideología degenerada. “La música que acompaña a las letras del rap refleja su brutalidad en la dureza y la repetición” (Breivik, 641).

El ahora asesino confeso creció básicamente en un ambiente matriarcal, feminista y con inclinaciones socialistas. En su manifiesto Breivik expresa extrañamiento hacia la figura paterna, e incluso acusa a sus padres de haber fomentado en él una actitud demasiado afeminada. A esta confusión se puede atribuir el evidente narcisismo que el multihomicida muestra…

Luego hace un recuento de algunos actos delictivos llevados a cabo por raperos famosos como 50 Cent y Diddy, entre otros. Estos hechos, según Breivik, son ejemplos del nihilismo cultural que corrompe a las sociedades occidentales modernas. Con el fin de demostrar la complicidad que existe al interior de la intelligentsia multiculturalista, Breivik, incluso, hace una referencia a Michael Eric Dyson, un prolífico profesor de sociología de la Universidad de Georgetown, quien es famoso por sus trabajos reivindicativos relacionados con las minorías negras estadounidenses. Entre sus obras se encuentra Holler if You Hear Me: Searching for Tupac Shakur,de 2002. La crítica del noruego es contra la idea de que el hip hop nihilista se lleve como modelo a seguir a los entornos académicos. En suma, Breivik atribuye a ese movimiento el menosprecio que han sufrido las comunidades negras en las últimas décadas. “El surgimiento del rap nihilista es un reflejo del desvanecimiento de las normas al interior de las comunidades negras durante los últimos veinte años, y sobre todo de la inercia negativa en la juventud al interior de esas comunidades” (Breivik, 643).

El discurso de Breivik resulta de alguna manera familiar: la cultura pop produce drogadicción, daños a la propiedad ajena y, de ahí, sólo hay un paso para todos los tipos de decaimiento social. Para el asesino de Utøya, los sonidos del micrófono y la tornamesa, tan populares en adolescentes de cualquier raza, son algo así como la banda sonora de una invasión por parte de las temibles hordas multiculturales.

El tema se torna inquietante si uno echa un vistazo a la historia musical reciente de su querido país, Noruega. A través de una somera revisión, el panorama adquiere tintes mucho más serios que el mero vandalismo juvenil. Entre 1992 y 1995 ‒probablemente en la misma época en la que Breivik destapaba sus primeros sprays‒, poco más de cincuenta iglesias fueron incendiadas intencionalmente, muchas de ellas, quedando totalmente reducidas a escombros. Los autores no eran fundamentalistas islámicos, sino noruegos blancos como Bard “Faust” Eithun y Varg Vikernes, integrantes de Emperor y Burzum, respectivamente, ambas bandas importantes del creciente movimiento del black metal.

Vikernes fue encarcelado por matar a Euronymous, guitarrista de la banda de black metal Mayhem. Ya en prisión, Vikernes se convirtió en la figura líder de un movimiento conocido como “nazismo esotérico”, una extraña mezcla de paganismo nórdico con la ideología suprematista blanca. Por otro lado, el baterista de Emperor, Eithun, fue sentenciado en 1992 por golpear hasta la muerte a un homosexual a las afueras de la Villa Olímpica de Lillehammer. Ambos gozan actualmente de libertad.

En 2001 Benjamin Hermansen, estudiante de dieciséis años en una escuela ghanesa-noruega, fue apuñalado hasta morir en el suburbio multirracial de Holmlia. La policía noruega se refirió a ese evento como “El primer asesinato motivado por el radicalismo racial en Noruega”. El joven fue asesinado por tres miembros de la pandilla neonazi conocida como The Boot Boys, a quienes también se les ligó con la escena callejera de música punk.

El discurso de Breivik resulta de alguna manera familiar: la cultura pop produce drogadicción, daños a la propiedad ajena y, de ahí, sólo hay un paso para todos los tipos de decaimiento social. Para el asesino de Utøya, los sonidos del micrófono y la tornamesa, tan populares en adolescentes de cualquier raza, son algo así como la banda sonora de una invasión por parte de las temibles hordas multiculturales.

Desde luego, ni el black metal ni el punk son culpables de los asesinatos o de los incendios. De hecho, los movimientos neonazis han estado muy poco relacionados con estos dos géneros musicales. No obstante, si uno sigue la lógica de Breivik, los punks y los blackmetaleros serían igual de culpables que el hip hop en cuanto a los cargos de abuso de drogas y decadencia urbana. Quizá la única razón por la cual Breivik no menciona esta relación en su manifiesto es que él mismo tiene mucho más en común con Vikernes y con los Boot Boys que con, digamos, Tupak Shakur.

Resulta aún más terrorífico el discurso de Breivik cuando plantea la solución al “problema”: “En cuanto al futuro de la industria del hip hop, la prohibición no sería del todo una solución óptima, puesto que causaría protestas inmediatas y arrasaría, igualmente, con aspectos positivos. Sin embargo, yo apostaría por restricciones severas a los derechos de las compañías productoras. Estas restricciones deberían incluir la censura a las formas de vida negativas y destructivas. Una opción es restringir este tipo de mercado en las futuras ‘zonas liberales’. No obstante, algunos aspectos positivos del movimiento hip hop, tales como el break dance y los subgéneros positivos, estarían autorizados en estas zonas, pero sólo si constituyen una influencia positiva en la autoestima de la juventud europea y pueden contribuir a la redefinición de las tradiciones europeas…”(Breivik, 1212).

Existe un término que describe bien la propuesta de Breivik: apartheid. La postura de Breivik en este sentido no resulta sorpresiva si consideramos que, en el mismo manifiesto, el noruego convoca a Israel a “terminar el trabajo” en Palestina así como a la reimposición de las leyes blancas en Sudáfrica.

III

Anders Breivik

El hip hop no es la única obsesión cultural de Breivik. Su ira también está dirigida hacia algunas de las representaciones que los medios masivos de comunicación hacen de la mujer contemporánea. Breivik señala que existe un plan para debilitar los valores familiares tradicionales, lo cual, según él, hace más fácil el camino para la reproducción musulmana. “Artistas como Madonna, Lady Gaga y Christina Aguilera, más una multitud de artistas sucios, aunadas a series como Sex and the City, deben ser consideradas activistas políticos/movimientos políticos, y los estilos de vida que éstos propagan deben ser considerados propaganda política. De igual forma, artistas, series y películas propagando/glorificando la promiscuidad deben ser restringidas en las ‘zonas liberales’” (Breivik, 1176).

Por último, supongo que los historiadores estarán, por lo menos, asombrados de descubrir lo que Breivik identifica como la máxima fuerza siniestra detrás de la corrupción y el declive europeo: la Escuela de Frankfurt. En su documento independentista Breivik dedica una de las secciones más extensas a revisar las investigaciones que el estadounidense Martin Jay ha hecho sobre la influencia de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. En especial, Breivik se refiere al libro The Dialectical Imagination: A History of the Frankfurt School and the Institute for Social Research, 1932-1950 (1973). “Entre otras cosas, el libro ofrece una respuesta a por qué la mayoría del arte moderno ‘serio’ y la música contemporánea es tan horrible: porque ésa es la intención” (Breivik, 41).

Después de un extensivo repaso de cada capítulo del libro de Jay, Breivik concluye: “A estas alturas, el lector ya tiene una imagen suficientemente amplia. El marxismo fue trasladado de los terrenos económicos a los terrenos culturales, extendiendo así los conceptos de liberación sexual, feminismo, victimismo y tantos más que componen hoy en día la esfera de la corrección política. La Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt es el origen de los eternos lamentos en contra del racismo, el sexismo y la homofobia, los mismos que la corrección política fomenta”(Breivik, 42).

En las líneas subsiguientes Breivik afirma que si bien el libro de Martin Jay es un sólida referencia para la investigación sobre la Escuela de Frankfurt, así como para entender mejor los orígenes de la corrección política actual, éste no ha querido revelar en su libro la alianza secreta hecha entre los intelectuales de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer y la industria del entretenimiento durante su estancia en Los Ángeles. “Una pieza clave de la historia está ausente: ‘un análisis de la influencia que Marcuse tuvo en la transmisión del trabajo de la Escuela de Frankfurt hacia la nueva audiencia centroeuropea y estadounidense en los sesenta’, como Jay escribe en su epílogo. De igual forma, curiosamente Jay omite el traslado del Instituto en las personas de Horkheimer y Adorno durante la guerra. ¿Acaso las conexiones que construyeron tuvieron algo que ver con la inyección de la filosofía de la Escuela de Frankfurt en la industria cinematográfica centroeuropea y estadounidense y, al término de la guerra, en la televisión? Jay no ha querido tocar el tema” (Breivik, 42).

Epílogo

Anders Behring Breivik actuó cegado por una intuición personal que, entre otras cosas, percibe una flagrante corrupción en el arte moderno, los objetivos licenciosos de las estrellas femeninas del pop y los planes del demonio fundamentalista musulmán que se llevan a cabo a través del hip hop más comercial. Todo lo anterior parece el producto de una mente desquiciada, aunque es importante señalar que el manifiesto es ordenado y comprensible, fácil de seguir. Esto no es una casualidad, si consideramos que el mentado documento se apropia de la misma narrativa que diariamente es repetida hasta la saciedad en tabloides, blogs, foros y otros espacios. Y que, además, los autores de estas publicaciones no son necesariamente psicópatas, sino meros fomentadores del odio y la ignorancia. En muchos casos, incluso, figuras públicas que tienen que ver directamente con los rumbos políticos de un país. Se podría incluso afirmar que, a juzgar por muchas de las múltiples citas que contiene 2083…, Breivik se muestra profundamente afín y estudioso de la retórica estadounidense más agresiva en relación con la xenofobia y las guerras entre culturas. Las teorías de conspiración conectadas a este antagonismo cultural en muchas ocasiones parecen obra de un loco, son risibles y ridículas; sin embargo, la risa huye del rostro cuando sucesos como los de Oslo demuestran lo terrible que pueden ser sus efectos sobre la realidad. ®

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Publicado en: Agosto 2011, Diábolo

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