Las pantallas y el cuerpo enchufado

En busca de otros modelos

Estas divagaciones sobre la anatomopolítica mediática van encaminadas hacia la necesidad de modelos alternativos y verdaderamente rizomáticos de producción civil del conocimiento.

El candidato y la televisora.

El candidato y la televisora.

Al hablar de la televisión y demás pantallas en México es imposible no caer en el ya casi lugar común acerca del gobierno inepto y el oscuro pero totalitario poder del duopolio televisivo. Son verdades de Perogrullo, pero recapitulemos brevemente sólo por el placer del regodeo en el infortunio. El gobierno entero que preside al país en este momento, comenzando por su pantalla más evidente en la presidencia, es el resultado de una fabricación minuciosa —no por ello bien lograda, o sí, pero para perniciosos propósitos—confeccionada por el maridaje peligrosamente infalible entre un partido político y una cadena de televisión; simultáneamente, dos televisoras controlan toda la producción, recepción y distribución de la información nacional, con programaciones específicamente diseñadas o seleccionadas para lograr la mansedumbre y el engaño. Alrededor, un tinglado de oportunistas hace las veces de escenario en esa nefasta sátira, incluyendo supuestas oposiciones a veces igual de malignas que aquello a lo que se oponen. Una frase con la que Rosa Beltrán describe a la corte de Iturbide define de maravilla al México de hoy: “Hospicio que tenía la misión de vigilar y dar de comer en la boca a una legión de huérfanos inútiles” [Beltrán: 40]. Lo curioso es que, en tomas de opinión callejeras que algunos noticiarios un poco más críticos pero igualmente controlados suelen hacer a ciudadanos de a pie para sondear su percepción de la realidad nacional, todos reconocen estas amargas evidencias; empero, por la noche sintonizarán los consabidos canales de televisión para consumir las susodichas falsedades y entretenerse con la misma programación basura, nacional o importada. La pregunta es obligada en este punto: ¿Por qué si buena parte de la ciudadanía sabe que aquello que le es dado son fabricaciones sesgadas y distractores vulgares, la maquinaria sigue funcionando?

Pareciera que la conexión que tenemos hoy con la televisión y otras pantallas como las redes sociales, la infinita información disponible en la web, el cine, los videojuegos y todas las fusiones de los anteriores que surgen diariamente en nuevos dispositivos y plataformas se localizara ya en un nivel orgánico.

La película eXistenZ, de David Cronenberg (1999), pudiera arrojar pistas útiles a este respecto. Cabe mencionar antes que el citado engranaje está tan meticulosamente diseñado para su sitio específico que tiene copada a buena parte de la población, casi involuntariamente: pareciera que la conexión que tenemos hoy con la televisión y otras pantallas como las redes sociales, la infinita información disponible en la web, el cine, los videojuegos y todas las fusiones de los anteriores que surgen diariamente en nuevos dispositivos y plataformas se localizara ya en un nivel orgánico. Vuelvo al ejemplo de eXistenZ para explicar la aseveración. Como en otras películas de Cronenberg, las armas, los controles de los juegos y hasta los cables son evocaciones cuasi orgánicas de columnas vertebrales, falos, bocas, oídos y cordones umbilicales que convierten lo accesorio, artificial y maquinal en algo semejante a lo humano y que acaba por sustituir lo humano mismo. A grandes rasgos, en el filme, el requerimiento mínimo para formar parte de la red es intervenir el cuerpo para poder convertirlo en un puerto a través del cual la mente se conecte con realidades virtuales paralelas e inexistentes y entre en contacto con las mentes de otros. Es decir, con acceder a una primera exposición basta para ser parte de la red y modificarse para siempre. Las conexiones en las espaldas de los personajes semejantes a anos u ombligos que se vinculan por funículos produciendo placer dan lugar a experiencias íntimas virtuales, pero también transmiten infecciones y enfermedades que contagian todos los niveles de realidad, como virus informáticos que se propagan hacia los individuos, la mente y el cuerpo. Con esto no insinúo que la televisión y demás medios electrónicos a los que nos hallamos expuestos sean nocivos y deba usted apagar su computadora en este momento para convertirse en un asceta o, de lo contrario, perecerá infectado por una enfermedad incurable. Todo lo contrario. La red es tan poderosa que genera oasis y aparentes paraísos para garantizar la confianza y comodidad del consumidor; aunado a ello, no se puede vivir hoy en el aislamiento aunque así se desee, cosa que han comprobado muchos que antes se rehusaban a ser parte de la cadena mediática rechazando el internet, la telefonía celular o la televisión, pero inevitablemente han caído en uno u otro para huir del aislamiento que implicaría abstenerse.

Escena de Existenz.

Escena de Existenz.

Remedios Zafra, en Un cuarto propio conectado, refiere a la manera en que los cables, enchufes y aparatos son cordones que vinculan a unos individuos con otros no de forma física, sino a través de impulsos eléctricos que enlazan ideas y pensamientos. La descripción les queda al dedillo a la sociedad mediatizada y su metáfora cronenbergiana. El cuerpo se convierte en una “onda de datos” [Zafra: 39] que sustituye el contacto físico con los otros y con uno mismo por conexiones virtuales: adquiere “bordes líquidos que transgreden los marcados límites” [Zafra: 40]. En Zafra, como en Cronenberg, el cuerpo pierde su sistematicidad y contención para convertirse en órganos, partes y miembros sueltos enchufados; la intención última, en ambos casos, es el placer y la estetización de un cuerpo que se trastoca al punto de desmaterializarse, disolverse y convertirse en un “no cuerpo” [Zafra: 83]. Somos ya, usted y yo, un no-cuerpo que se esfuerza en anular su “vulnerabilidad” [Zafra: 79] con avatares, perfiles e imágenes digitales del ser, que permanecen intactos traspasando los límites de la frágil organicidad del cuerpo y perfeccionándose para el agrado propio y ajeno. Hay, pues, un “culto al cuerpo” [Zafra: 83] no-cuerpo: al propio, al de los medios, al de los gobernantes, al de los opositores de los gobernantes y al de la información. Las imágenes pseudoperfectas y arquetípicas fabricadas por los medios son obvias: por ejemplo, un presidente Narciso, un opositor caudillo, un millonario benefactor dadivoso o una televisora poblada por estrellas, cada una coincidente con las expectativas de la otredad receptora, pero completamente falsas.

Las imágenes pseudoperfectas y arquetípicas fabricadas por los medios son obvias: por ejemplo, un presidente Narciso, un opositor caudillo, un millonario benefactor dadivoso o una televisora poblada por estrellas…

Para comprobar la estetización cinematográfica de Cronenberg y la teorización de Zafra basta con voltear la mirada hacia la teoría posestructuralista y posmoderna. Para empezar, las pantallas que, como se dijo, producen, distribuyen y administran la información se entretejen, según veo, en retroversión del rizoma deleuziano, en este caso hipercontrolado, que interrumpe los flujos cuando considera conveniente, los modifica y ramifica de cara al control de los contenidos. Podría decirse que se comporta de manera patriarcal al poseer una organización vertical controlada desde el punto más alto, pero su extensión rizomática se explica de dos maneras: por un lado, extiende sus raíces hasta ocupar todos los espacios de información y conocimiento (televisión, radio, medios electrónicos, medios impresos e, incluso, cámaras que vigilan las calles y logran captar con precisión los rostros de manifestantes y transeúntes por igual); por el otro, simula ser un rizoma sano, sin una lógica binaria, con desplazamientos, rupturas y multiplicidades que hacen fluir saberes, en realidad controlados y alquimizados. La regulación mediática no permite principios de ruptura significante: es un ente parcial como una ciudad sitiada. Por fortuna, quedan bulbos, espacios libres donde convergen y se dispersan multiplicidades, puntos de inflexión desde los que se generan fugas y yuxtaposiciones que poseen aún una onda de muy corto alcance, pero con amplitud de ideas. Poca difusión pero al final producción de conocimiento: “La cuestión es producir inconsciente y, con él, nuevos enunciados, otros deseos: el rizoma es esta producción de inconsciente mismo” [Deleuze-Guattari: 40]. Esos brotes múltiples en los medios libres, que generalmente hallan un canal fundamental en algunos cuerpos del arte visual, cinematográfico o literario, no jerarquizan ni controlan las líneas de fuga; escapan, como pueden, aun con pocos recursos, promoviendo la intertextualidad, las fisuras y las lecturas múltiples.

¿Escapar de la televisión?

¿Escapar de la televisión?

La presión, como puede suponerse, es muy fuerte y los controles mediáticos se mantienen atentos. De por medio va la sujeción social que orienta a los individuos cautivos (televidentes o usuarios de los medios de comunicación en general) hacia ciertos comportamientos de consumo y eficiencia, principalmente. Aquí un punto fundamental: la televisión y demás pantallas operan en el nivel de “anatomopolítica” [Foucault: 245] y logran la obediencia esperada de manera muy sutil. Señalan qué consumir y cómo hacerlo, indican lo esperado y lo indeseable: se determina, por tanto, la “normalidad” en todos los ámbitos. Los mensajes o discursos son tan agudos (series, películas, música, programas de variedad, noticiarios, comunicados oficiales, revistas, periódicos, redes) que la población los consume y reproduce fácilmente. No hay complicación sino relajación y frivolidad, mensajes rápidos que se aprenden y propagan gracias al logro más grande de la era digital: la “audiovisión” [Chion]. Los medios, pues, se vuelven productivos al administrar los comportamientos y afianzar su propio poder.

La televisión y demás medios de formación (porque perfilan los comportamientos, más que informar hacia la toma de decisiones y la producción de conocimiento) que se alinean a las estructuras y las instituciones de poder (porque ya se dijo que hay otras que escapan a él) son simulacros [Baudrillard] que se basan en cuatro estrategias principales: el humor, la seducción, la violencia y la indiferencia.

El análisis podría multiplicarse en miles de páginas, artículos y libros y jamás terminar, como ocurre entre teóricos preocupados por el asunto y, sobre todo, por el alcance de su impacto social. Sin embargo, cierro esta serie de desvaríos mediáticos —probablemente paranoicos, para muchos— con la siguiente idea: la televisión y demás medios de formación (porque perfilan los comportamientos, más que informar hacia la toma de decisiones y la producción de conocimiento) que se alinean a las estructuras y las instituciones de poder (porque ya se dijo que hay otras que escapan a él) son simulacros [Baudrillard] que se basan en cuatro estrategias principales: el humor, la seducción, la violencia y la indiferencia. Así, se consiguen inculcar modelos individuales y sociales en algo similar hasta cierto punto, a lo que Gilles Lipovetsky llama “proceso de personalización” [2002: 5]. Lipovetsky ve en esa gestión del comportamiento libertad, apertura y alternativa; en efecto, eso es lo que aparenta ser, pero detrás se hallan otros fines. La diferencia de percepciones radica, posiblemente, en la distancia entre las latitudes de donde se explica (Francia) a donde se aplica (México). Los mexicanos (no hablo de un país porque ese es infinito, diverso y estratificado) han constatado con el asesinato y secuestro sistemático de periodistas, por ejemplo, que persiste la asfixia de expresiones singulares y la estandarización rigorista de los discursos. Es decir, la superficie de la mayoría de los contenidos mediáticos anuncia la supremacía del individualismo y el hedonismo, como una estrategia de consumo y moldeamiento. Dicho de otra manera, se trata de un país donde la modernidad disciplinaria se ha puesto la máscara de la posmodernidad individualista y humanista, únicamente de cara a controlar desde la sutileza, el relajamiento y la vacuidad. La maquinaria, en respuesta a la pregunta inicial de este ensayo, sigue funcionando por su tenue faz que disfraza la vigilancia y manipulación, y porque tal cosa permite escapar de la realidad misma, plagada de caos, diferencia y falsa legalidad. La función es doble. El resultado del consumo automático de esos modelos es la apatía, “la indiferencia de masa donde domina el sentimiento de reiteración y estancamiento” [Lipovetsky: 9]. Aquí, a diferencia de eXistenZ, donde los niveles de existencia se confunden y el simulacro se vuelve realidad, se opta por conectarse a la red orgánica permanentemente para creer en la falsedad del simulacro de la televisión y demás pantallas: se consigue así huir de la agobiante realidad.

El camino, se sugiere aquí, es el apoyo a modelos alternativos y verdaderamente rizomáticos que produzcan inconsciente e incentiven el pensamiento, basados en la ética y la civilidad. Pasar, en el ámbito civil, de la calca del mapa a la cartografía del conocimiento. ®

Referencias

Baudrillard, J. (1993), Cultura y simulacro, Barcelona: Kairós.

Beltrán, R. (2007), La corte de los ilusos, Ciudad de México: Planeta.

Chion, M. (1994), La audiovisión. Introducción a un análisis conjunto de la imagen y el sonido, Barcelona: Paidós.

Deleuze, G. Guattari, F. (2004), El rizoma, Ciudad de México: Ediciones Coyoacán.

Lipovetsky, G. (2002), La era del vacío, Barcelona: Anagrama.

Zafra, R. (2010), Un cuarto propio conectado. (Ciber)espacio y (auto)gestión del yo, Madrid: Fórcola Ediciones.

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Publicado en: La televisión y otras pantallas, Octubre 2013

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