Más sonido del año que se fue

Radiosinusoidàlicotemporalìsticlàsicoescenogràfico – 7

Lee y escucha. Adéntrate vertiginosamente en lo último de Ryow, Stendeck, Takahiro Kido, Talbot & Deru, Baïkonour, Lingouf y Marconi Union.

Stendeck: Sonnambula

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Siempre he tenido predilección por Europa Oriental, y me parece curioso que el centro del viejo continente sea de donde provengan los géneros digitales de tono lúgubre. Estoy convencido de que el clima les llega de Rusia, previamente descompuesto a su paso por el sur del país, y al cual se le arrebató la purificación adquirida en la isla del Japón. Todo comienza en el Océano Pacífico. El Abismo. La oscuridad que atrapa luz solar. Pero el último filtro hacia el centro es Europa del Este. Y de ahí comprendo que Stendeck (Lugano, Suiza) suene a un industrial nostálgico, decidido (la verdadera importancia en un trabajador del sonido es la decisión en cada detalle de la gráfica entera), industrial que se puede llevar a la calle para pronosticar humedad o sequía, ojos vacíos de poéticas claras. Leer poesía de esos lugares es como ir depurando las imágenes hasta dejarlas en sonidos, en sonidos que no crecen puesto que a pesar de ser semillas, germinan sin la intervención de la normalidad. Escuchar la electrónica de esos lugares es como ir ordenando en los casilleros del día lo que le sobra a la noche, labor de bodeguero infernal lejos de su ambiente, fugas matéricas en el camino hacia la neutralidad disminuida de la luz en el foco. Piano clásico, drone, ambient de raíz análoga, percusiones quebradas. Polillas de música, vilos polvorientos: en Sonnambula cada pieza es un vuelo hacia la desintegración.

Ryow (a.k.a. Smooth Current): Scenes From Life

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Dj Ryow a.k.a. Smooth Current es japonés; su trabajo está basado principalmente en el hip-hop y en el jazz sin mediaciones demasiado cargadas. Es un conjunto de retratos de la vida japonesa y también de cómo los elementos de su estandarización se incrementan en los mercados occidentales. Recurro al scratch como punto de partida para describir Scenes from Life y me remito a una tarde en que por añadidura he visto algún manga hentai. Salgo a la calle, una llovizna humedece el entorno y éste se scratchea: vamos que el scratch es difuminación al fin y al cabo, embarre disfrazado de herida superficial que no duele, a lo mucho incomoda en oídos no dispuestos a eso que de lo ecléctico pasa a lo absurdo y refresca doble. Un disco frente al espejo. Y entonces el hentai se evade y el soporte es la calle, mucho ruido que en realidad es bajeo que fluye con ligereza entre instrumentos de viento y cuerdas aisladas del entorno, protegiéndose del goteo permanente. STOP. Frente a nosotros la entrada al underground, al subte, metro o cueva propia, cualquier cosa es buena. Dj Ryouw ha salido de ahí, en Japón el subte es consumo occidental. Si bien la música de Ryo Yoshihara (su verdadero nombre) suena a algo que en nuestra geografía se compra como el maíz, en Japón no recibe el trato que se ha buscado al proponer materiales sin etiquetas de autodestrucción (con el término me refiero a gente como The Gaslamp Killer o Mike Patton), todo parece indicar que la isla de los ninjas y los samurais ha perdido el honor y por lo tanto sus músicos vienen buceando, a riesgo de ser asesinados, como el ancestral ninja Hattori Hanzo. Estrategias de silencio para reflejar el bienestar en cualquier geografía, incluso los impenetrables territorios del caos.

Takahiro Kido: In My Time

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El tiempo es la base del ritmo. La medición del sitio acústico se da por el ritmo. El sitio acústico se genera con base en actividades humanas llevadas a cabo en determinado tiempo, y hablando de las dimensiones del sitio, el tiempo es la número cuatro. Cuarta dimensionalidad sugerida por las agujas o las palpitaciones del día en autobuses, calculadoras, televisores, hornos de microhondas, metrallas, uñas, féretros… caídas. Takahiro Kido hace una pausa y despliega partituras cuya traslación es el goce. El japonés es también miembro de la banda Anoice, quizá por ello en algunos pasajes del disco hay atmósferas de tonalidades post-rock. Pero el rock tiene ya muy poca fribra de donde agarrarse, a mi parecer en “esa industria” lo que suena es un vestigio de andanzas que se dieron por completo en el siglo XX, y el post-rock, caracterizado por ser uno de los ritmos con tensión de obrero explotado (con la metáfora no eludo mi gusto), ha dado ya lo que tenía que ofrecer. Kido lo sabe, por ello la solución al problema son instantes en que el sonido crece hacia arriba, busca la claridad sin dejar de ser espejo para la lentitud de ciudades asombrosas, bosques, montañas. El método de Kido es similar al del músico en nuestro post anterior, sale a buscar entornos para enclavar sus instrumentos en la acústica, si una montaña le parece el sitio para tocar una telecaster va hacia la cima y ello es grabado e insertado en el disco, masterizado a consciencia (Kido es también master de sonido), devuelto de nuevo a la bóveda de las ondas timpánicas. Al parecer los músicos de la clásica nueva no han dejado de imitar a los grandes cirujanos del sonido. Recuérdese a John Cage en su afán por grabar el paso del aire sobre la estilizada figura de los hongos (un ejemplo entre cientos de experimentos); a Yoko Ono repitiendo palabras hasta el cansancio para despojarlas de sentido y volverlas sonido puro; a John Cale llevando a cabo las instrucciones de una pequeña pieza de Erik Satie: tocarla 840 veces seguidas en una misma performance. A todo el que tenga como premisa que el sonido es la materialidad del arte invisible y la marca invaluable del no-tiempo, puesto que al hacer música se tiene licencia de patente. Takahiro Kido graba en las afueras y su método atrapa emociones dispersas por el aire, aprisiona anecdotarios de caos, digiere la impaciencia de un mundo que cada vez se asemeja más a un reloj con la pila en descarga, cifras o agujas, deben haber otras medidas para medir la felicidad, aquí una entre millones.

Talbot & Deru: Genus

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Supongamos que afuera hay una maraña real. Y que los hilos que cuelgan de nuestras cabezas podrían funcionar como antenas de radio. Sintonicemos entonces a Schubert, luego vayamos a la nevería más cercana por cubos de hielo raspados de la nevera con moldes de piel previamente curtida. Luego consideremos la educación ajena: algo posibilitado, una deconstrucción de manos, brazos, ojos, oídos, más oídos, sobre todo orejas. Ahora a la sombra, admirando cada inflexión del sol sobre los pasos de la gente y las placas tectónicas de los transportes, podemos situar nuestra matemática individual.
Benjamin Wynn (Deru en este caso y para la comunidad IDM conocido así) y Joby Talbot lanzan Genus, basándose en la teoría de la evolución de Charles Darwin. Darwin no descubrió la evolución, lo hizo antes sir Alfred Russel Wallace en el archipiélago malayo y sus estudios no fueron enfocados a los pinzones, más bien fueron orangutanes, y lo que Darwin dio a conocer como su teoría de la evolución no fue otra cosa que una decisión de exponer sus experiencias como naturista del S.S. Beagle por su viaje a las islas Galápagos a la comunidad científica europea. Russel Wallace y Darwin trabajaron en conjunto, se habían carteado antes para luego, con crédito del segundo, componer una teoría basada en descubrimientos asombrosos de carácter primate anaranjado. Educaciones ajenas. Un tercer intérprete puede basarse en el trabajo del primero: Genus es una sonoridad que destila caos y lo reordena embotellado, listo para beberse. Talbot y Deru ponen el bajo en tabla de carnicería, lo empanizan sobre la gráfica plana del ruido blanco, organizan la conserva de sus antepasados; podría ser un tanto la receta del mexicano Mario Lavista recreada en la cocina del Paris Opera Ballet con los cucharones de Louisa Fuller en ollas de proveniencia dudosa. La música neoclásica gana sabor propio. Vale la pena tener a disposición Genus ya que el material en CD fue limitado a cien copias de portada dura y booklet de veinte páginas. Un paquete objetual que aquí ofrecemos en su escencia sonora.

Baïkonour: For The Lonely Hearts Of The Cosmos

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Es una afluencia de corrientes impresionante. Jean Emmanuel Krieger comenzó a gestar el proyecto Baïkonour en el mismo sitio en que Air construyó su Talkie Walkie, él es francés pero radica en Brighton, Inglaterra, donde se grabó el disco y sus influencias van desde Müm hasta Kraftwerk pasando por Can (la más marcada), aunque también y con afortunado acierto se escuchan sintetizaciones del post-rock en su acepción shinny happy people (R.E.M.) o My Bloody Valentine. Conteo regresivo. Ignición. Verifique los páneles de vuelo. Implosión. El nombre del proyecto es el de un aeródromo de lanzamiento ubicado en la ex Unión Soviética. Quizá de ahí toda la imaginería de los sesenta y sus misiles espaciales tripulados por monos, vistos vía t.v. por gatos erizados con hijos felinos comandados por tigres espirituales. La era hippie dejó filtrarse entre sus mitologías de yerba una iconografía solidificada que hoy se retoma, con efecto rebote, para postular el futuro del rock y sus ídolos ya inexistentes (los que existen son maniquíes). For The Lonely Hearts Of The Cosmos es krautrock para oídos sangrantes. Una intención de eliminar automatismos surrealistas y situarnos en predicciones seguras de trasgresión atmosférica. Es como si Pink Floyd regresara sin toda esa parafernalia que en su etapa Gilmour la banda llevó por el mundo pero recordándonos los días del Dark Side of The Moon o The Wall, cuando los pueblos de la Unión Soviética querían ya botar el muro porque del otro lado había frutas tropicales (aprovecho para recomendar un libro titulado Mejillones para cenar, de la alemana Birgit Vanderbecke, que retrata la época desde la perspectiva de una música lúgubre con ironías punzantes), había sandías, bananas, cerveza, ropa nueva, había rock, pero sobre todo, había Krautrock. Alemania estaba sonando desde un encierro que saturaba los baffles de armonías oscuras con la esperanzadora melodía del sintetizador analógico y parecía olvidarse por completo la uniformidad de las brigadas hitlerianas. Baïkonour es todo lo anterior, remito mis oídos a las pruebas, es todo lo anterior con la ganancia de que la tecnología de ahora puede adueñarse de un domo acústico con la facilidad que las garras de un gato tienen frente a un ratón acorralado.

Marconi Union: A Lost Connection

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Suele pasar en la música que el autor se impresiona en demasía por instantes, geografías, sucesos de cambio o giros del lenguaje musical mostrados en la actividad de paisajes varios. Recuerdo al escuchar “Ginza District”, uno de los tracks de este disco, la descripción del mercado de la Ginza en el Japón hecha por un viajante italiano en un libro escrito en francés, y me sorprendo al notar que este disco fue usado como soundtrack de una instalación en el Museo de Arte Contemporáneo de L.A. Yo utilicé la descripción de la Ginza en una performance de galería local, nada nuevo, nada trascendente, por ello me permito escuchar y trasladarme al texto y al sonido, ambas cosas concuerdan: paraguas, gente con bolsas que llevan peces de ornato, mujeres en kimono, geishas, paraguas de papel, niños en bicicleta, gatos limpios y gordos como tabletas de chocolate, anuncios de coca-cola, suertes de malabarismo, mozos cruzando a prisa la calle para llevar comida a domicilio con más de diez platos rebosantes en equilibrio fugaz. Perfumes, sandalias, cuchillos, peceras, percusión visual del Japón en la post-guerra. Richard Talbot y Jamie Crossley se conectan con ese pasado y el presente para perder la conexión con el tiempo inmediato y conservar el futuro en un chip de nombre Marconi Union, dueto cuya característica más conocida en los medios es la evasión de éstos. Es así que para llevar las pulsaciones Hertzianas hacia antenas en difuminación primero está el acto de tomar la música con la paciencia y la entereza que sólo pueden esgrimir los monos capuchinos en sueño eterno o los cables de luz atados al cielo por cordones de zapatos al aire electrificado. Y para colocar el acabado en toda la trama sucia del drone, para recrear en soltura la materia con que se fabrica una cuerda de guitarra clásica, para flexionar las frecuencias de ruido y estirar las melodías condensadas: Marconi Union suaviza los beats que bien podrían elevarse hasta llevarnos a la pista, cosa que no sucede y en cambio mantiene ambientaciones de atrocidad inmaculada en firme desconección.

Lingouf: Ange Et Gruickk

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Es su segundo trabajo con el sello Ant-Zen, donde continúa exponiendo sonido y arte que van de la mano a pesar de su discordancia; porque pareciera que sus portadas, sus dibujos, sus intrusiones objetuales fueran destinadas a ilustrar libros para infantes tardíos, adolescencias retiradas, espontaneidades sin edad. No así la música que tiene orígenes en pasillos oscuros frecuentados por vampiros. Lingouf, desde Normandía, con aspecto de militar retirado, dibujado a sí mismo, por él mismo, como una bestia compacta de colmillos prominentes, cara cuadrada y rostro azul, titula Ange et Gruikk: el primer sustantivo es cognado de Angel, el segundo, onomatopeya que el artista esgrime de su inventiva para nombrar una mente o un pensamiento desordenados. Gruikk suena a gris, método circense en una paleta de colores que de pronto deslumbra con amarillos que un hard techno rebosante de industrial, y visceversa, implotan para devastar la imagen. Es la mente lúdica de un músico, se podría pedir más pero se tiene lo exacto, se tiene una individualidad que se enraíza en el pasado (la portada de Ange et Gruikk es una particular interpretación de una pintura francesa de 1594 titulada “Retrato de Gabrielle D’estrées y la duquesa de Villar’s”) y se rememora a Syd Barret, Lewis Carroll, un tanto Arthur Rimbaud por ese desdeño de lo francés siendo galoparlante. La multidisciplina aplicada a Lingouf es como la ecología aplicada al tráfico de sierras y pesticidas, despojado claro, de sus efectos inmediatos, y resultante de un desequilibrio extraño en los procesos de significación vital. Tonalidades endémicas para oídos universales. ®

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Publicado en: Febrero 2011, Música

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  1. Ragel Santana

    Como aclaraciòn para el lector, hay material aquì que es de tiempo anterior al 2010, sin embargo me pareciò pertinente envolver todo el paquete en un mismo tìtulo (el tiempo me viene como saco -gracias a Amin W. Shanahan, lector y proveedor de beats nùmero uno, por recordar el dato-.)Otra aclaraciòn es que la rola que se presenta como parte del disco Genus, de Talbot & Deru, es la parte uno de una dupla que lleva el tìtulo ya expuesto (The Transmutation Of Species Part 1 /2). Saludos a toda la banda.

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