Memorias de un narco de verdad

Entrevista con M. A. Montoya

En Colombia es ahora relativamente frecuente. Hombres y mujeres que fueron narcotraficantes o estuvieron envueltos en el crimen organizado lo han hecho público y algunos hasta han ganado dinero con ello. Tal es el caso de M. A. Montoya, cuyas memorias sobre los tiempos en que pertenecía al Cártel del Norte del Valle, Colombia, le permitieron escribir tramas que se convertirían en libros y, posteriormente, en exitosas telenovelas, como El Cártel de los Sapos (basada en el libro del mismo nombre) o Las muñecas de la mafia (basada en Las fantásticas).

En México la situación es diferente. Quizá porque la hiperviolencia generada por el narcotráfico es reciente y vigente. Y quizá también porque ni las condiciones ni las garantías se han presentado para que los propios actores hablen del narcotráfico.

Sin embargo, hay algunos inicios. Tal es el caso de El espejismo del diablo. Testimonio de un narco, escrito por M. A. Montoya, un médico anestesiólogo que durante dieciséis años fue vínculo entre narcos mexicanos y colombianos para operaciones de narcotráfico y lavado de dinero.

¿Cómo abordar las historias del narcotráfico? Según el médico, hay que hacerlo sin idealizar ese mundo, porque a diferencia de lo que muestran las telenovelas y las películas, los narcos de verdad “son terriblemente malos”.

En un café de la Ciudad de México, para promover su libro, M. A. Montoya, explica que no hay nada ni nadie que lo vincule ya con su pasado. Aunque su voz, extremadamente baja, parece revelar una inquietud…

—¿Cuál sería la gran diferencia entre el narco colombiano y el narco mexicano?

—En este momento yo creo que no podemos encontrar una diferencia, salvo, quizás, que los cárteles de la droga colombianos se encargan de la manufactura de la droga, pero muchos de los capitales para procesar y distribuir esa cocaína y transportarla son dineros de origen mexicano.

—¿Cómo dejó esa vida?

—Yo tenía mucho tiempo en que veía que mi situación como ser humano iba deteriorándose poco a poco. Veía a muchas personas, amigos, que iban cayendo uno detrás de otro. O muertos, o presos. Hubo una ocasión en la cual se generó una especie de desbandada [del grupo criminal], y pensé que era el momento justo para desaparecer. Apagué mi teléfono, me desaparecí de la familia y traté de pasar lo más inadvertido posible y de incógnito.

”Simple y sencillamente estaba harto de eso. No quería seguir y no me importaba otra cosa. Sentí que no podía seguir en eso. Y que era mi deber, primero, contar, una experiencia, ya que, pensaba, había perdido dieciséis años de mi vida.

—¿Cómo se ocultó?

¿Cómo abordar las historias del narcotráfico? Según el médico, hay que hacerlo sin idealizar ese mundo, porque a diferencia de lo que muestran las telenovelas y las películas, los narcos de verdad “son terriblemente malos”.

—Yo vivía en Colombia y decidí que el mejor lugar para mí, para estar oculto, era la misma Colombia. Vivía en Bogotá, que es una ciudad muy grande. Normalmente hacía todas mis negociaciones en otras ciudades. Entonces lo que decidí fue pasar inadvertido. Pero fueron tiempos en los que esperaba que en cualquier momento me pudieran encontrar o me pasara algo.

”Ahí decidí escribir. Y empecé a escribir ese libro y eso me llena. Toda la vida había querido escribir, pero no sabía que era capaz de hacerlo. También fue una especie de catarsis y de limpiar mi conciencia, mi alma.

”Conforme iba escribiendo los capítulos me di cuenta de la estupidez tan grande en la que me vi involucrado. Descubrí cómo es que una secuencia de eventos o de malas decisiones van poniendo en riesgo tu vida, van destruyendo a tu familia, tus hijos, tus amistades, etcétera.

”Empezó a pasar el tiempo. Y poco a poco la mayoría de las personas con las que me vi involucrado se empezaron a morir, empezaron a ser extraditados a los Estados Unidos o encarcelados en México. Llegué a un punto en el que el único que quedaba era yo. Esto ocurrió en un lapso de unos cinco años.

—¿Viajó durante el tiempo en que permaneció oculto?

—Estuve en Bogotá, Cuba… Me movía básicamente entre Panamá, Cuba y Colombia.

—¿A México no regresó?

—No. No regresé. Estuve a punto de venir una vez. Pero decidí que no era todavía el momento. Todavía por ahí estaba vivo un personaje muy importante que aparece en la novela y que era el último eslabón que me quedó. Decidí esperar porque yo sabía que tarde que temprano iba a caer. Era cuestión de tiempo. Y pasó. Él murió.

—¿Cómo le hizo para vivir durante este tiempo que pasó de incógnito?

—Yo tenía un dinero guardado, puse un negocio, pero no funcionaba muy bien. Luego regresé al mundo de la medicina, en condiciones bien difíciles.

—¿Cómo es para usted mirar hacia su pasado?

—Veo un gran vacío. Mucho dolor. Puedo decir que son los años perdidos de mi vida. Ha llegado a tal grado que recordar ciertos eventos se ha tornado muy difícil. Yo no soy capaz de ver esas series de la televisión que hablan sobre el narcotráfico. No soy capaz. Me da una sensación muy fea, de gran vacío… Veo a la juventud embelesada, que ve estas series y dice Qué padre, mira eso, cómo son estas gentes, y nada más alejado de la realidad.

—Dice usted que los narcos “de verdad” no se parecen a las películas…

Conforme iba escribiendo los capítulos me di cuenta de la estupidez tan grande en la que me vi involucrado. Descubrí cómo es que una secuencia de eventos o de malas decisiones van poniendo en riesgo tu vida, van destruyendo a tu familia, tus hijos, tus amistades, etcétera.

—El nivel de ostentación incluso es mucho mayor. Recuerdo haber estado en una finca en medio de la selva, con Javier Zuluaga Gordolindo. La casa tenía una terraza acondicionada como palapa africana. Tenían los menús de los mejores restaurantes de Cali, Bogotá… Podías ordenar lo que quisieras. Iban a las ciudades en helicóptero o en avioneta, por la comida. A las cuatro horas tenían lo que uno había ordenado.

”Pero eso dura muy poco. Seis o siete años a lo mucho. Y no todos llegan a la cima. La traición está a la vuelta de la esquina. Simplemente no vale la pena.

”Los personajes de las novelas están idealizados. Los personajes reales son terriblemente malos. Para escribir sobre narcotráfico tenemos que hablar tal cual. No tenemos que desvirtuar lo terrible que es el narcotráfico.

—¿De plano considera que esos dieciséis años fueron tirados a la basura?

—Completamente. Viví en el infierno. El mundo del narcotráfico eso es: un infierno. Es una ilusión. Las personas creen que todo es fácil, que el dinero es fácil. Nada más difícil que ganarse el dinero en eso. Nada más peligroso que ganarse el dinero en eso.

—Pero pareciera que el dinero en esos momentos es lo más importante…

—Sí, claro. Eso es obvio. Pareciera que estoy diciendo cosas muy idealistas: que en vez de gastar tantos miles de dólares en helicópteros gastemos ese dinero en educar a nuestros jóvenes, o en darles oportunidades de trabajo. Sacarlos de la drogadicción, etcétera. Porque ahí es donde se gestan los futuros narcos del mañana. Es difícil, yo lo sé. Pero la violencia con más violencia nunca va a llegar a nada. En primer lugar, se debe desarticular el sistema financiero del narcotráfico. Legalizar las drogas. Creo que el camino es ése, y no provocar más muertos en México. ®

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Publicado en: Julio 2011, Libros y autores

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