Metáfora de una realidad no tan lejana

In Time, de Andrew Niccol

En esta nueva versión de A Brave New World todo se contabiliza a través del tiempo que cada quien tenga a disposición, sea en su reloj interno o en otros dispositivos de metal, provistos de un mecanismo electrónico, que sirven para almacenarlo, curiosamente muy similares a los antiguos videocasetes VHS.

No pocas reacciones contradictorias, sobre todo entre los críticos de cine, ha suscitado el último trabajo del director neozelandés Andrew Niccol (Paraparaumu, 1964), cuyo talento como guionista es indisputable, prueba de ello son cintas como Gattaca (1997), The Truman Show (1998), S1m0ne (2002), The Terminal (2004), Lord of War (2005), In Time (2011) y The Host (2013). In Time, traducida en México como El precio del mañana, es un filme de ciencia ficción que combina el género de acción con ciertos deslices sociopolíticos. Con un tiempo de exhibición en las salas superior al esperado, al menos si ha de juzgarse por los comentarios de varios críticos suspicaces, la cinta funciona como un filme futurístico y al mismo tiempo de aventuras. Varios elementos han sido calificados de clisé como son las locaciones reales, Los Ángeles, California, la pareja de audaces criminales quienes, a la manera de Robin Hood, pretenden despojar a los ricos para remediar a los necesitados, una pareja que tiene mucho en común con Bonnie y Clyde, integrada por Will Salas (Justin Timberlake) y Sylvia Weis (Amanda Seyfried), que vive en una sociedad utópica donde se ha hallado por fin la solución al envejecimiento: todos se encuentran genéticamente programados para dejar de cumplir años a la edad de 25. A partir de ese momento se activa un reloj biológico que todos llevan tatuado en el antebrazo, disponiendo de un año de regalo. La cuenta es siempre regresiva. El resto depende de la clase social en que se tenga la fortuna de haber nacido o bien las habilidades de cada cual para conseguir dinero.

La frase inglesa time is money no pudo adquirir un sentido más literal. Éste ha sido, por cierto, otro de los caballos de batalla de la crítica, no pasan tres minutos sin que se mencione la palabra tiempo. Run out of time, quedarse sin tiempo, come from time, ser de tiempo (acaudalado), to time out (morir por falta de tiempo), to know the value of time, conocer lo que vale el tiempo (el dinero). En esta nueva versión de A Brave New World, un mundo feliz, todo se contabiliza a través del tiempo que cada quien tenga a disposición, sea en su reloj interno o en otros dispositivos de metal, provistos de un mecanismo electrónico, que sirven para almacenarlo, curiosamente muy similares a los antiguos videocasetes VHS. Por el simple tacto se puede dar o tomar dinero de alguien, de común acuerdo o contra su voluntad. Los robos son muy comunes entre los desheredados, un tal Fortis (Alex Pettyfer), jefe de una banda que se conoce como los Minutemen, es el villano de la historia.

Todos se encuentran genéticamente programados para dejar de cumplir años a la edad de 25. A partir de ese momento se activa un reloj biológico que todos llevan tatuado en el antebrazo, disponiendo de un año de regalo. La cuenta es siempre regresiva. El resto depende de la clase social en que se tenga la fortuna de haber nacido o bien las habilidades de cada cual para conseguir dinero.

Como el personaje Henry Hamilton (Matt Bomer), quien lleva encima más de cien años y podría vivir otros cien, le confía a Will Salas: For a few to be immortal many must die”, “Para que unos cuantos sean inmortales los más tienen que morir”. Hamilton le pide a Salas qué reflexione acerca del porqué del alza constante de los precios especialmente en los sectores menos favorecidos, como es el caso de su barrio, Dayton, que vive de día a día, como indica su nombre, conocido sencillamente como el gueto, para asegurarse de que la cuota de mortandad se mantenga siempre en aumento. Existen también timelenders o prestamistas de tiempo, ente los cuales uno de los mayores es Philippe Weis, quienes, a cambio de exorbitantes tasas de interés, facilitan tiempo. La madre de Will, Rachel Salas (Olivia Wilde), ha alcanzado ya la inexplicable edad de cincuenta años, con el despampanante aspecto de alguien de 25. Verla correr a su trabajo, hablar de pagar el alquiler, ponerse al día con su préstamo y darle todavía un poco de dinero a su hijo para que disfrute de un almuerzo en regla es tener un atisbo en el constante trajín que han representado esos 25 años adicionales. La premisa social de Niccol es muy clara, el reparto de las oportunidades no puede ser más desigual en la vida. Ya en Gattaca, no el tiempo sino la genética era el factor decisivo, cualquier falla congénita inhabilitaba para cumplir las funciones superiores, más codiciadas en la sociedad. Un impostor logra a punta de sobornos obtener de un inválido las muestras de sangre, de piel, de orina que son necesarias para ir escalando los peldaños de esa también sociedad utópica de un futuro remoto en tantos respectos tan sospechosamente parecido al presente. Las atmósferas, las actuaciones y los diálogos fluyen en los filmes de Niccol, sin importar lo retador que puedan resultar sus premisas. Un signo más bien de maestría que, sin embargo, no dejó a todos conformes en relación con In Time. Se ha atacado que la supuesta sociedad futurística se parezca en demasía a la actual ciudad de Los Ángeles, que los vestuarios (las gabardinas de cuero alargadas, propias de la policía o timekeepers, en algo recuerden The Matrix de los hermanos Wachowski del año 1999 y otros filmes semejantes), incluso los modelos de los autos (ligeramente modificados pero donde aún es posible identificar algunos clásicos). En lo relativo al reparto, incluso se ha llegado a especular que Justin Timberlake entre The Social Network (David Fincher, 2010)e In Time sufrió un notorio descenso. El corte de pelo casi a rape también ha sido foco de habladurías por parte de la crítica, por ser supuestamente un lugar común. ¿Desde cuándo en Hollywood están vedados los lugares comunes? Por un lado se alaba al actor, por el otro se tilda de primitiva la metáfora que pretende llevar a la pantalla el director, con resultados que no podían ser más exitosos, por otro lado. Al ponderar las virtudes en el papel de Timberlake es usual toparse con la operación en sentido inverso en torno de Amanda Seyfried quien, con sus hipnóticos ojos claros, está muy bien para ciertas películas de adolescentes pero no para este papel (el director armenio-canadiense Atom Egoyan al incluirla en Cloe del 2009, traducida como Una propuesta atrevida, no fue precisamente de esta opinión, al ponerla a trabajar al lado de Julianne Moore y Liam Neeson).

Llama la atención la manera como el director y guionista mete en la historia al espectador. A pesar del sentimiento de irrealidad, la coherencia en la fotografía, los tonos tendentes al rojo y al verde de ciertas escenas queriendo evocar una nostalgia e intimidad, la ilación de las secuencias, los pequeños nudos dramáticos que surgen y van resolviéndose, todos estos elementos van tejiendo y apretando la trama. Acaso el punto más molesto sea la metáfora entre el tiempo y el dinero con la omnipotencia de los banqueros. Un mínimo de ética y corrección se observa, ya que Philippe Weis, al ver a su hija implicada en varios delitos, pretende ganar ciertas exenciones con el timekeeper Raymond Leon (Cillian Murphy) y éste le dice que no hay tiempo (dinero) que baste para comprarlo. El desempeño en la pantalla del talentoso actor irlandés Murphy es sin duda uno de los más convincentes. También de mirada profunda y clara como Amanda Seyfried. Las videoconferencias que sostiene el banquero con otros de sus homónimos ofrecen la imagen de un poder efectivo global que es precisamente el de ellos. Él en particular, Philippe Weis, tiene un problema y debe resolverlo pero, cuando su propia hija llega a su banco a robarle un millón de años a mano armada, en compañía naturalmente de su cómplice masculino, se siente que algo está a punto de cambiar. Las palabras de Weis son contundentes: “Quizá ustedes puedan hacer algo por una, o cuando más dos generaciones, ¿y luego qué?, pues todos quieren vivir para siempre y no se puede”. Palabras que contrastan con otras pronunciadas por Henry Hamilton: “Todos deberían morir a su tiempo y no antes”. Una afirmación que viene justo después de haber dicho que la genética humana prácticamente estaba hecha para durar indefinidamente. Para siempre e indefinidamente son expresiones que parecen sinónimas, al revisarlas con cuidado, sin embargo, se llega a la conclusión de que no lo son. A Niccol no le preocupan la eternidad, el infinito ni los verdaderos absolutos, sino tan sólo esos parámetros que parecen tener importancia efectiva y capital en el breve lapso de la vida de un hombre.

La metáfora en verdad resulta algo benévola y sutil si lo que se esperaba del filme era una respuesta concreta al 11 de septiembre y el poder desmedido de Wall Street y los políticos que ellos mismos han colocado en el gobierno para que desde ahí sigan diseminando sus doctrinas macroeconómicas. Ésta es quizá la razón más bien de por qué la cinta ha hallado críticas tan gélidas y suspicaces respecto de cuanta minucia puede alegarse en los principales medios noticiosos anglosajones. En efecto, mucho hay de convencional, de sumario y de efectivo en el filme. Todo, sin embargo, concertado en una cierta forma que no suelta al espectador desde el principio hasta el fin. Adentrarse en ese inverosímil mundo de In Time, que tanto se parece al mundo de todos los días, es toda una aventura y una forma de reflexionar, si bien in modo obliquo, de manera indirecta, acerca de algunos de los problemas más graves que encara la humanidad en estos momentos, como es la avidez sin términos de unos cuantos y la necesidad para su satisfacción y bienestar que los más parezcan, sea en guerras que ya no son formalmente tales sino enfrentamiento entre grupos criminales antagónicos, epidemias diseminadas a discreción o bien colapsos del sistema financiero. Para el bienestar y la prosperidad de unos cuantos, la desgracia general y el exterminio parecen ser una consecuencia inevitable. ®

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Publicado en: Diciembre 2011

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