Oposición o subversión en Colombia

La senadora chavista

En Colombia seguimos creyendo que el comunismo es una ideología respetable; nos da temor, como a muchas tendencias ideológicas y filosóficas en Occidente, reconocer que los crímenes cometidos por los regímenes comunistas fueron tan funestos contra la humanidad, la libertad y la democracia como los cometidos por los nazis y los fascistas.

Piedad Córdoba

Es un hecho que a Piedad Córdoba no la van a investigar por sus llamados a desmantelar las bases del Ejército Nacional en el Cauca ni por difamación al acusarlo de ser sembrador de minas antipersonal ni por incitar a la multitud a tumbar al Presidente. En otras ocasiones la exsenadora llamó a los estudiantes a la subversión y a la rebeldía, y sostuvo que en Colombia necesitamos muchos héroes y luchadores como “Manuel Marulanda”, y llamó, siendo senadora, a los gobiernos del continente a romper relaciones y a aislar al gobierno colombiano, sin que la Justicia se inmutara. La Corte Suprema, en cambio, la exoneró de hecho de cualquier culpa en sus nexos con las FARC al declarar inválida toda la información de los computadores de alias Raúl Reyes.

Habla muy mal de una democracia su incapacidad para defenderse de quienes la usan para atacarla. Tiene poca autoestima y es muy débil la democracia que teme aplicar la figura del delito político, tipificado aún en muchas de ellas. En el caso de la colombiana es más grave si se tienen en cuenta los defectos que le conocemos. Por ejemplo, la izquierda y sus intelectuales no creen en ella aunque la utilizan electoralmente. La intelectualidad progresista también descree y sólo la reconoce como “democracia formal”, de tal manera que no vale la pena darse la pelea por defenderla, sienten vergüenza, se les ponen colorados sus cachetes, gaguean y al final se van por las ramas de la “teoría pura” y hasta prefieren argumentar a favor o le encuentran razonabilidad a los que apelan a la oposición con las armas. Los pensadores liberales (bien escasos por cierto y mediocres como la gran mayoría de sus congresistas) asumen posiciones relativistas en materia penal, todo depende de quién sea el acusado, de qué lado está o de a quién o a qué se le produce el daño. El relativismo penal es, no una teoría, sino una posición del más rancio oportunismo. Los relativistas, estilo María Isabel Rueda, creen que la investigación contra Piedad se cae de su peso porque hay otros, que igual o peor, como el expresidente Uribe, desestabilizan el gobierno con sus críticas. Confunden crítica con incitación y apología de la violencia. También dicen cosas de este talante: “¿Para que la vamos a convertir en mártir?”, que es lo mismo que darle vía libre a esa lengua viperina para que no sólo hable y discursee sino que vaya más lejos, porque gran parte de la intelectualidad y de los generadores de opinión consideran que lo que dijo e hizo Piedad es intrascendente.

El “buenismo” de estas personas, su ingenuidad ante quienes hacen apología de la violencia llega al extremo de borrar las diferencias entre subversión y oposición.

Así pues, que veremos en cualquier lugar de Colombia, allí donde haya protestas justas y legítimas, la presencia de la endiosada chavista azuzando a las masas para que se armen de piedras y palos (como si en una asonada estos artefactos no fuesen letales) y echen a la Fuerza Pública y ayuden a crear el ambiente para deponer al presidente Santos que ni se mosquea porque su caída en las encuestas lo tiene muy ocupado rehaciendo la estrategia mediática.

En Colombia seguimos creyendo que el comunismo es una ideología respetable; nos da temor, como a muchas tendencias ideológicas y filosóficas en Occidente, reconocer que los crímenes cometidos por los regímenes comunistas fueron tan funestos contra la humanidad, la libertad y la democracia como los cometidos por los nazis y los fascistas. Ahí nace esa especie de cobardía moral que nos impide llamar las cosas por su nombre.

En contraste, conviene recordar que los países de la Unión Europea, por supuesto con regímenes democráticos sólidos y con amplia legitimidad, han perseguido y reprimido a grupos armados terroristas como ETA y las Brigadas Rojas y a aquellos que desde la civilidad les daban apoyo ideológico. En países europeos que propiciaron el nazismo o el fascismo se penaliza con cárcel a quien niegue la ocurrencia del Holocausto de los judíos, un historiador británico del grupo de revisionistas negacionistas fue penalizado con cinco años de prisión en Austria, y se prohíbe la existencia de partidos nazis o fascistas. En Estados Unidos, para citar un ejemplo, pronunciar la palabra “bomba” en lugares públicos se castiga con cárcel porque se supone, al menos, una intención de crear pánico colectivo.

Es falsa y perniciosa, romanticona por decir lo menos, esa idea que florece en diversos círculos en el sentido de que reprimir o investigar o judicializar a quienes traspasan la raya que marca el límite de la legitimidad es repudiable o indeseable en una democracia. Hace grave daño el que asimila o empareja la crítica u oposición con vehemencia, hablar fuerte, movilizar a las gentes, usar la calle o los medios virtuales, con quienes incitan a la asonada, ofenden e injurian a figuras e instituciones legítimas, justifican el alzamiento armado o la combinación de todas las formas de lucha.

Eso sí, los relativistas no tienen recato en clamar para que se lleve a prisión a sus rivales políticos cuando se les va la lengua en sus opiniones, como cuando figuras del anterior gobierno acusaron a unos sindicalistas colombianos por haber asistido a un evento manipulado por las FARC en Ecuador en el que se aprobó un texto que llamaba a la lucha armada en Colombia y justificaba la combinación de formas pacíficas e ilegales de lucha.

En Colombia seguimos creyendo que el comunismo es una ideología respetable; nos da temor, como a muchas tendencias ideológicas y filosóficas en Occidente, reconocer que los crímenes cometidos por los regímenes comunistas fueron tan funestos contra la humanidad, la libertad y la democracia como los cometidos por los nazis y los fascistas. Ahí nace esa especie de cobardía moral que nos impide llamar las cosas por su nombre. El falso espíritu altruista, supuestamente inherente al comunismo, obnubila y enmascara la faz criminal de esa teoría, y de ahí se desprenden actitudes, en el pensamiento liberal y democrático, de tolerancia con sus consignas y acciones cuando éstas desbordan los marcos institucionales. Es una lástima que aún haya quienes piensan que en la democracia todo se vale y que ésta no debe apoyarse en la ley para judicializar a quienes intentan su destrucción a la manera troyana. ®

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Publicado en: Agosto 2012, Política y sociedad

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