Pase libre

Sucede en las mejores familias

Mi tío era un manantial de escenas públicas. Cuando mis primos eran chicos, los llevó un día a los juegos del Parque Rodó. Por esa distancia que da el tiempo y que —en mayor o menor medida— nos convierte a todos en personajes o caricaturas, a veces ellos cuentan la escena muertos de risa, pero en aquel entonces pasaron enorme vergüenza.

Mi tío favorito me traicionó hace más de quince años: se murió, se murió sin previo aviso. A partir de entonces he tratado de acorralarlo en los sueños, de preguntarle cómo está, pero él se escabulle entre la multitud y me despierto llorosa, angustiada por su rechazo. A veces pienso que todo esto es una revancha suya, un ofendido desplante; es cierto que alguna vez lo vi moviendo su corpachón rumbo a la puerta del cine y, escudándome en la bruma blanco y negro de la sala, no quise salir a saludarlo. Es que ir con él al cine era entregarse a ciegas a los caprichos de un acantilado, siempre encontraba la manera de enemistarse con el género humano. Bastaba que el de la butaca de atrás se quejara un poco porque le tapaba la pantalla para que entonces mi tío, un rinoceronte grandote, inspirara hondo y se volviera aún más grande e imponente, se inflara como una muralla de goma. Hacía comentarios en voz alta si la película no le gustaba, discutía con el de la boletería y sufría un fingido acceso de urticaria cada vez que se le sentaba cerca alguna señora remilgada, esas de boca pintada y saco de pieles. Siempre le gustó decir que la humanidad ya no tenía remedio. Y ahora nos pusieron en este mundo de oscuridades inversas, donde él puede verme a mí aunque yo ya no lo vea a él.

Como desde que murió se hizo invisible, estará muy complacido al comprobar que su esposa rubia, mi tía, nunca querrá a otro hombre a pesar de que lo haya abandonado a él. Lo imagino asomándose por la ventana de la cocina y observándola preparar la cena por un rato. Ahora no hay paredes ni cerraduras que lo excluyan de la casa. Una vez se emborrachó y llegó fuera de sí, exigiendo que le abrieran porque quería volver a vivir con su familia; terminó durmiendo la mona en un sillón del living mientras mi tía llamaba a la policía, al hospital y a los bomberos. Lo curioso es que después de haber armado tremenda trifulca, de ponerse agresivo y romper botellas, se acurrucó como un gatito asustado y le suplicó a su esposa: «Por favor, no dejes que me lleven esos señores de blanco».

Creo que ya debe haberse dado cuenta de que se portó mal como marido; como sea, mi tía rubia lo habrá echado de la casa, pero de todos modos siguió casada con ese fantasma de altillo. O mejor dicho, ahora que está muerto mi tío favorito se convirtió en un verdadero fantasma de altillo, que era lo que en el fondo había querido siempre.

Mi tío era un manantial de escenas públicas. Cuando mis primos eran chicos los llevó un día a los juegos del Parque Rodó. Por esa distancia que da el tiempo y que —en mayor o menor medida— nos convierte a todos en personajes o caricaturas, a veces ellos cuentan la escena muertos de risa, pero en aquel entonces pasaron enorme vergüenza. Mi tío, que como dije era un hombre enorme, tuvo un intercambio de palabras con el boletero del Tren Fantasma y el desastre se catapultó en pocos segundos. Ante la forma displicente con que el hombre le contestó, montó en cólera y empezó a sacudir la caseta dentro de la cual estaba el pobre señor con todos sus boletos. La sacudió varias veces, como si fuera a arrancarla del suelo y lanzarla al espacio sideral. Todo el mundo miraba divertido el incidente del boletero acosado por un loco; en cambio, mis primos lo único que querían era correr a su casa para esconderse detrás de una mamá rubia y sensata. El de la boletería pedía clemencia, aterrado de imaginar lo que podría sucederle si caía en las manos de semejante energúmeno al salir de su torreta de contención. Pero contrario a las apariencias, mi tío no era peligroso; mi tío era sólo un niño de cinco años dotado con la fuerza de Sansón. Se encerraba todo el tiempo en el altillo, hacía una barricada contra el mundo. No le gustaba que aquella multitud de cuñados y parientes fuera siempre a visitarlos; a mí, en cambio, siempre me trató como a una reina de mirada cómplice.

Él no la pasaba mal: allá arriba, en su retiro, escribía a sus anchas, pensaba, leía, fumaba pipa, se emborrachaba. Mi tía rubia no quiso seguir casada con un fantasma de altillo. No la acompañó ni siquiera en el velorio de su padre: se pasó de la raya. Creo que ya debe haberse dado cuenta de que se portó mal como marido; como sea, mi tía rubia lo habrá echado de la casa, pero de todos modos siguió casada con ese fantasma de altillo. O mejor dicho, ahora que está muerto mi tío favorito se convirtió en un verdadero fantasma de altillo, que era lo que en el fondo había querido siempre.

Me acuerdo que en cuanto se apagaban las luces del cine y empezaba la película, la guerra de mi tío parecía calmarse. Casi me caigo de la butaca la primera vez que lo vi llorar… Se creía a salvo en la oscura iglesia de celuloide, pero tremendo hombre tratando de limpiarse los lagrimones del rostro no pasaba precisamente desapercibido. Fue en Johnny tomó su fusil; sus lágrimas brotaban ante la impotencia de un S.O.S. igual que el suyo, condenado. También lloraba en Toto el héroe; creo que, aunque le pesara, en el fondo todavía nos quería. Pero ahora que no tiene que rendirle cuentas a nadie, ahora que es invisible y no tapa las pantallas, estará disfrutando de su pase libre de veinticuatro horas diarias. Llorando en los cines sin tener que fingir que sigue en guerra. Estará en la oscuridad escapándose él de mí, que siempre le vengo con tribulaciones mundanas.

***

los miro a los tres
barcos fantasmas que flotan inasibles
tirando de una cuerda casi plata
a la que voy atada
tal como iría un condenado sin culpas

me quieren rescatar
mantenerme de pie
me quieren confortar
pero no ven que con su cincha
me jalan más y más hacia la muerte

el tío
el abuelo
el bisabuelo
y yo abrazada a un mástil
oyendo cantar a las sirenas. ®

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Publicado en: El otro monte, Junio 2012

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  1. Gracias por comentar. En verdad nunca se me ocurrió recordarle parientes a nadie, ja ja! El tío Pocho era alguien único, excepcional -sería su locura- increíblemente divertido. Esto es una suerte de retrato o boceto de homenaje para él, así que odos los otros personajes cuya memoria pueda suscitar merecerían su propio texto.
    Saludos.

  2. Es un placer leerte Gabriela a pesar de que no te conozco personalmente- Muy bonito el personaje de tu tío- Excelente!!!!
    Muy bien rematado- Me encantó! Sigue sigue que escribes muy bien-
    No me hizo acordar a ningún tío..pero buen…

  3. Lindo recuerdo Onetto, el tío Pocho que se volvía niño en el cine.
    Me hizo acordar a mi abuelo Ivan, que pasaba por déspota, pero en el fondo esa rabia que transportó de un continente a otro le salía desmedida; al final, se lastimaba a sí mismo solamente, sin altillo, con alcohol y soledad.

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