Píntalo de amarillo

Todo gris, de Hernán Molina

Hernán Molina acaba de publicar Todo gris, una compilación de sus primeras cien tiras sobre un hombre amarillo completamente calvo que, vestido con un amplio abrigo, pasea por una ciudad en la cual no termina de encajar, un mundo en el cual es el perfecto extranjero.

Todos los autores ponen, consciente o inconscientemente, sus ideas y creencias en su obra; en el caso de los autores que leemos pero no conocemos personalmente, lo que sabemos es lo que descubrimos leyendo sus libros; en el caso de los amigos, sus trabajos iluminan rasgos personales que, dada la cercanía, habían permanecido escondidos para nosotros.

Muchas veces es el propio autor quien se desconoce ante la mirada del lector como cuando aquel que, según Mario Vargas Llosa, luego de escuchar una conferencia sobre su obra le dijo al exponente: “Pero ése no soy yo”, a lo que éste respondió: “Ése es usted cuando escribe”.

Hernán Molina acaba de publicar Todo gris [Buenos Aires: Ayeshaliteratura Ediciones], una compilación de sus primeras cien tiras sobre un hombre amarillo completamente calvo que, vestido con un amplio abrigo, pasea por una ciudad en la cual no termina de encajar, un mundo en el cual es el perfecto extranjero.

Como amigo de Hernán, Todo gris me dio la posibilidad de completar el retrato de su autor, descubriendo muchas de las preocupaciones que, por timidez, por educación, por carácter, como el propio Quino (que aparece homenajeado en un episodio) prefirió callar, dejando que fuera su arte el que hablara por él.

Lo que diferencia a Todo gris de las series diarias publicadas en Argentina durante las últimas dos décadas es que no hay, con la excepción de un par de episodios, interés en explotar el famoso formato de tira con remate final a la manera de Inodoro Pereyra, donde lo que importa, más que la historia en sí, son las agudezas y los juegos de palabras que intercambian los personajes centrales entre sí o con visitantes casuales.

Lo que diferencia a Todo gris de las series diarias publicadas en Argentina durante las últimas dos décadas es que no hay, con la excepción de un par de episodios, interés en explotar el famoso formato de tira con remate final a la manera de Isidoro Pereyra, donde lo que importa, más que la historia en sí, son las agudezas y los juegos de palabras que intercambian los personajes centrales entre sí o con visitantes casuales; la tradición a la cual pertenece Todo gris es la del Caloi mas surrealista y menos comercial, la del último Liniers, donde la realidad cotidiana es la excusa y el disparador perfecto para generar nuevas preguntas, donde todas las convenciones sociales son cuestionadas a través del humor y la fantasía.

El hombre calvo y sin nombre, el hombre amarillo protagonista de Todo gris, siempre con sus dudas a cuestas, deambula interactuando con automovilistas que ensucian las calles, manifestantes violentos, niños que prefieren armas de juguetes antes que pelotas de futbol y locos de plaza que resultan más cuerdos que las personas normales; en las breves viñetas de esta serie realista con suaves toques fantásticos se desprenden amargas conclusiones sobre el mundo en el que vivimos atenuadas por el cálido resplandor del personaje central y su, en apariencia, eterna capacidad para sacar lo bueno de lo malo, para seguir manteniendo la inocencia, la sonrisa y la capacidad lúdica del niño en un mundo en el cual la confrontación con el otro parece inevitable.

En vez de aislarse en su mundo interior, el personaje de Todo gris sigue, desde los márgenes, tanto sociales como físicos, en los cuales vive (comparte una caja de cartón con su única amiga, una gata) intentando interactuar con una sociedad cuyos códigos no comparte. Ese choque entre dos visiones diferentes de la vida —una materialista, otra idealista— le infunde a la serie su tono existencialista, colocándola por encima de las historietas tradicionales y permitiendo que sus lectores vean, con ojos nuevos, con ojos de extranjero, del que viene de afuera, las situaciones de todos los días, aquellas que, por costumbre, hemos aceptado sin cuestionar.

Para muchos lectores este libro será una revelación, el descubrimiento de una de las grandes voces nuevas en el opaco y tan predecible mundo de la historieta argentina moderna donde lo que importa, más que el talento, son los contactos personales, motivo por el cual para publicar en Fierro, la única revista de historietas de Argentina, es necesario conocer o apoyar explícitamente la política de su director, Juan Sasturain, quien desde hace ya tres décadas insiste en promocionar exclusivamente a sus protegidos, ignorando a todos aquellos guionistas y dibujantes que no le rindan la debida pleitesía.

Con este libro, con este magnífico primer libro, Hernán demuestra que se puede publicar buenas historias sin tener que seguir la línea oficial, confirmando que todavía existen guionistas independientes para quienes el éxito no consiste en la cantidad de ejemplares vendidos sino en poder decir lo que quieren sin tener que obedecer las reglas del mercado ni los mandamientos de un pequeño pero influyente grupo de canonizadores que sacrifican la calidad a su verdad, prefiriendo promover obras mediocres de malos autores a grandes títulos de buenos autores sólo porque los primeros son obedientes y los segundos no.

Con este libro Hernán se integra a esa prestigiosa línea de autores ignorados por el establishment oficial (Robin Wood, Ray Collins, Armando Fernández, Ricardo Ferrari) que trabajan sabiendo que en el futuro obtendrán el reconocimiento y la difusión que hoy, por pereza, por miedo, por simple envidia, se les niega. ®

Todo gris, de Hernán Molina, puede adquirirse aquí.

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Publicado en: Cómic, Octubre 2011

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