Plagio, ergo sum

Una recapitulación

El plagio hace muchos años que existe entre nosotros, en muchos más lugares y con muchos más actores que lo que pudiera pensarse. Lo que sucede es que los plagiarios y la apropiación de ideas y textos ajenos son como las termitas caseras: no se ven, pero están ahí. Es aquí donde con mayor evidencia el plagio se tolera, se encubre e incluso se propicia.

Estimado señor: su libro es bueno y original. Pero lo que tiene de bueno no es original y lo que tiene de original no es bueno.
—Samuel Johnson

I

No son tan lejanos los tiempos, aunque así lo parezca, en que el nuestro era el país de los licenciados. Quien más quien menos anteponía el “lic.” a su nombre, hubiese o no cursado una carrera universitaria. En cierto momento, quizá durante las dos últimas décadas del siglo pasado, las cosas cambiaron veloz pero imperceptiblemente. Las licenciaturas se convirtieron en una bicoca y en el mundo aparencial de los títulos universitarios (recuérdese aquel sabio e infalible aserto que indica que una universidad podrá otorgar grados, pero jamás podrá conceder lo que la Naturaleza ha negado) las maestrías entraron al relevo como nuevo signo de prestigio académico. Casi inmediatamente también ellas se abaratarían, cediendo la cima a los doctorados.

En aquella época las cosas eran relativamente inocuas, e incluso proporcionaban una jocosa provisión de anécdotas. Que alguien se ostentase como abogado sin serlo no provocaba daños mayores, e incluso hubo algunos que lograron sacar a presos de las cárceles. Que quienes sí contaban con el papelito jamás perdiesen oportunidad de hacerlo saber al mundo, a lo más que llegaba era a hacer víctima del ridículo al propio inocente.

La metástasis del abaratamiento sucesivo, continuo e imparable de los títulos y las dignidades académicas, en contraste, sí que tuvo consecuencias. La nueva proliferación de doctores no sólo desembocó en la pauperización del grado: la competencia nacida de la abundancia desató el carrerismo, con la persecución de diplomas y la asistencia compulsiva a cuanto curso se pusiese por delante.

Pero hete aquí que surge el nuevo Santo Grial de la academia: la figura del investigador oficialmente reconocido. La creación en nuestro país del Sistema Nacional de Investigadores en 1984 sentaría las bases de la aparición de un curioso estamento, en particular en las ciencias sociales y en las llamadas humanidades.

Pero hete aquí que surge el nuevo Santo Grial de la academia: la figura del investigador oficialmente reconocido. La creación en nuestro país del Sistema Nacional de Investigadores en 1984 sentaría las bases de la aparición de un curioso estamento, en particular en las ciencias sociales y en las llamadas humanidades. Ingresar a él —ya fuese por méritos propios o por los universales conectes— era sólo el primer paso, pues ya dentro había que dejar la vida escalando niveles, con el consiguiente incremento de los “estímulos económicos” bondadosamente otorgados por el SNI. Y para ello había que “investigar”, y para probar que investigas había que publicar.

Y es en este extremo de la ruta donde la marrana torció el rabo. Del licenciado que no lo era y el licenciado cómicamente orgulloso de su titulillo se pasó a la batalla campal entre “académicos”, a la eternización —como si de los proverbiales líderes sindicales mexicanos se tratara— de investigadores en todas las universidades del país y a la multiplicación de investigadores que no investigan.

De toga y birrete.

De toga y birrete.

Los doctores sin obra y los investigadores que no producen se convirtieron así en un fenómeno habitual en este mundo de solemnidades ridículas, de trepadores, de fingimiento, servilismo y apariencias. Un mundo, por lo demás, lastimosamente similar al de la política establecida.

Es ese mundo “académico” el que ha generado el fenómeno de los poseedores de títulos y de nada más, con la extinción progresiva del pensamiento original, la incapacidad de muchos para pensar con la propia cabeza, el in-ejercicio del criterio y la sólida e imperturbable vocación de seguir las viejas rutas, unas y las mismas desde hace siglos. Un mundo en el cual la prueba de la solvencia del individuo se fundamenta en papeles, que lo único que demuestran es que el sujeto obtuvo el grado en alguna institución simplemente por haber cumplido requisito tras requisito, por haber cubierto los pasos que se le indicaron y seguido ciega y acríticamente los viejos y venerables cartabones —que ellos llaman “metodología”— repetidos por colegios examinadores, directores de tesis y demás. Los tuertos que guían a los ciegos en un ciclo irrompible que sólo produce más ciegos y más tuertos.

Es ese mundo “académico” el que ha generado el fenómeno de los poseedores de títulos y de nada más, con la extinción progresiva del pensamiento original, la incapacidad de muchos para pensar con la propia cabeza, el in-ejercicio del criterio y la sólida e imperturbable vocación de seguir las viejas rutas, unas y las mismas desde hace siglos.

Pero hay quienes sí poseen obra, aunque en muchos casos no la hayan escrito ellos. Es la otra cara de esta moneda, quizá aún más deleznable que la descrita. El ámbito académico y el de la “creación”, que también se las trae, supuestamente apacibles y desinteresados, no han sido tacaños en la producción de espectáculos verdaderamente circenses.

Tan solo en el pasado reciente la horrenda palabra “plagio” ha aparecido y cobrado más de una víctima, no sin la resistencia de los implicados que apelaron —cómo no— al argumento de las “campañas de desprestigio” y tampoco sin ofrecer, antes de su caída, un sano y sádico divertimento público.

II

En el cercano 2009 Roberta Garza (Milenio, 19 de mayo) reseñaba el análisis del libro Tríptico del desierto, de Javier Sicilia, ganador del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes de aquel año, hecho por Evodio Escalante, cuyas conclusiones eran que Sicilia había maquillado párrafos de Eliot, Celan y Rilke para hacerlos pasar por suyos. Y lo mismo hacía Roberta con Guillermo Sheridan, quien a su vez había descobijado a Guadalupe Loaeza “pescándola con las manos en el plagio”. La excusa en este segundo caso: la articulista había estado enferma y por ello no había podido dar el crédito a la verdadera autora.

Sealtiel Alatriste.

Sealtiel Alatriste.

Pronto las cosas subirían de tono, también el sadismo de los descobijadores y la ridiculez de las defensas de los plagiarios. En febrero de 2012 el mismo Guillermo Sheridan encabezó la revuelta contra la concesión del Premio Xavier Villaurrutia a Sealtiel Alatriste, acusado con los párrafos en la mano de plagiar a los españoles Javier Villán y Jesús Sánchez Adalid, a Oscar Wilde e incluso a Wikipedia.

Alatriste intentó varias defensas. “Mis artículos”, decía en una de ellas, “no son plagios, lo afirmo categóricamente, nunca he plagiado nada y para definir lo que es un plagio me atengo a lo que dice la ley de derechos de autor: plagio es tomar una obra de alguien y ponerle tu firma. La ley dice que copiar, sin entrecomillar y sin citar la fuente, es solamente no entrecomillar ni citar la fuente, y eso es un error. Cuál es el tamaño del error, no lo define”. Los destacados obviamente son míos, pues hasta ahora no conozco a nadie que conscientemente se apuñale a sí mismo por la espalda.

Alatriste intentó varias defensas. “Mis artículos”, decía en una de ellas, “no son plagios, lo afirmo categóricamente, nunca he plagiado nada y para definir lo que es un plagio me atengo a lo que dice la ley de derechos de autor: plagio es tomar una obra de alguien y ponerle tu firma».

Sheridan insistió, y a propósito de otro texto defensivo de Alatriste, “Sobre la naturaleza de lo original”, leído justamente en la presentación en el Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM de los libros que le merecieron el premio al segundo, relató que Alatriste explicaba ahí su modo de escribir, poniendo como ejemplo una novela que había publicado en 1994, Verdad de amor. Según el autor cuestionado para escribirla tomó material de “varias biografías” de Jean Renoir, y su novela “sigue las huellas” de alguna de Henry James “hasta el punto que prácticamente la secuencia anecdótica es la misma y muchos de los diálogos de mis personajes están tomados literalmente de los de James”.

Hasta aquí no es posible saber si se trata de desfachatez o de desesperación. Pero aún más. Alatriste insistía en que no se trataba de plagios, pues aquello que había “tomado” de James fue “transformado” y, por tanto, era ahora “diferente”. Y en ese punto acuñó una seria candidata a frase célebre: “Podría decir que es una especie de cita literaria elevada al cuadrado, un homenaje a James”.

He aquí una muestra de esas citas al cuadrado, cortesía de una lectora de Sheridan. Es un tanto cargante reproducir dos párrafos relativamente extensos y prácticamente iguales, pero vale la pena para desentrañar el misterio de los textos “transformados”, y por ello “diferentes”, y por ello propiedad del plagiario y no del autor original. Se trata de lo escrito por Villán en el diario español El Mundo en 2002, a propósito de Camilo José Cela, y de lo “transformado” por Alatriste en la Revista de la Universidad de México, de la UNAM.

Villán:

Entronque de raíces galaicas por vía paterna e inglesas por la sangre de la madre, mantuvo siempre, en su apariencia e imagen, cierta lejanía natural y displicente enrocada en una rotundidad apasionada. Prisionero de una imagen pública, esos perfiles rocosos se diluían en una humanidad menos contundente, en una sentimentalidad compasiva con las miserias del ser humano y relativista de sus grandezas y contradicciones. Sus escritos tienen esa savia y riqueza de carácter de alguien acostumbrado a lidiar los marrajos que la vida echa al ruedo. El símil taurino no es caprichoso. Camilo José Cela veía en el arte de lidiar toros un espejo de la vida española. Pruebas abundantes de ello hay en sus libros. Fue aprendiz de torero y, de no ser por el carácter subalterno y vicario del peonaje, puede que, como a Manuel Machado, le hubiera gustado ser un buen banderillero.

Alatriste:

…con raíces galaicas por vía paterna e inglesas por la madre. Aunque mantuvo siempre cierta lejanía natural y displicente, enrocada en una rotundidad apasionada, fue prisionero de la imagen pública de peleonero que se forjó, contradictoriamente, a placer. Esos perfiles rocosos que se deleitaba en exhibir, se diluían en una sentimentalidad compasiva con las miserias de los hombres que lo rodeaban. Sus novelas tienen esa savia y riqueza de carácter de alguien acostumbrado a lidiar los marrajos que la vida echa al ruedo. El símil taurino no es caprichoso. Camilo José Cela veía en el arte de lidiar toros un espejo de la vida española. Pruebas abundantes de ello hay en sus libros. Fue aprendiz de torero y, de no ser por el carácter subalterno y vicario del personaje, puede que, como a Manuel Machado, le hubiera gustado ser un buen banderillero.

El resto del artículo, como atestiguó Sheridan, es igual, “pespunteado por interferencias con las que el plagiario procura convencerse de que el texto es suyo”.

Imposible encontrar ejemplo más ilustrativo de “citas al cuadrado”, de apropiaciones del veinte o treinta por ciento de una obra ajena mediante la “transformación” del 0.001 por ciento de ella, ni de lo redituable que es el “error” de copiar sin entrecomillar ni citar las fuentes.

Grabado de la serie de Los dos aprendices, de William Hogarth,1747.

Grabado de la serie de Los dos aprendices, de William Hogarth,1747.

A la vista de semejante ejercicio de cinismo, pertenecía a una lógica elemental la certeza de que no podía ser éste el único caso de plagio perpetrado, y así fueron surgiendo denuncias y pruebas de anteriores fusilamientos de reseñas aparecidas en revistas españolas, ejecutados por Alatriste en la revista Nexos. Las defensas externas del inverecundo literato fueron escasas, entre ellas la de Carmen Lira en La Jornada del 4 de febrero de aquel 2012. Su recurso no fue original y sí una habitual maniobra de diversión: las críticas a un plagiario eran denunciadas como “ataques a la universidad”.

Pero la defensa más estúpida, tan simple y estrafalaria que resultaba más cómica que irritante, fue la intentada por Octavio Rodríguez Araujo —compelido quizá a quedar bien siguiendo la línea marcada por su directora— en la sección de cartas de la misma Jornada, el 16 de febrero:

Los escritores contra el plagio, según La Jornada del miércoles pasado, dijeron que “quien plagia no es escritor, sino un ladrón de ideas y palabras” (nótese el entrecomillado). Si esto de veras lo dijeron, me declaro ladrón de ideas y palabras, en principio de las muchas que he consultado a lo largo de los años en mis diccionarios, sin citarlos. ¿Cómo se vería un artículo de 900 palabras con 900 notas a pie de página en las que tenga que decir, para satisfacerlos, qué diccionario consulté, lugar y fecha de edición, y página? Los ídem, por cierto, serían muchos. ¿No resultará aburrido leerlos?

¡No mameyes en tiempo de aguacates! (Nota: expresión popular para mí de origen desconocido).

Ahí donde quería ser serio Rodríguez Araujo era cómico, y donde quiso ser cómico no arrancaba una sonrisa ni al más simple de los mortales. Por desgracia para él, además de exhibirse a sí mismo, su gracejo involuntario se publicaba al día siguiente de la renuncia obligada del plagiario a su puesto como coordinador de Difusión Cultural de la UNAM.

Aun antes de terminar el 2012 otro plagiario sería pillado con las garras en obras ajenas, esta vez el peruano Alfredo Bryce Echenique, cuestionado después de recibir uno más de la abundante lista de premios mexicanos, el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Acusado de plagiar al menos cuarenta artículos periodísticos y multado por el Instituto Nacional de la Defensa de la Competencia y de la Propiedad Intelectual de Perú por el plagio comprobado de dieciséis, Bryce Echenique se negó a rechazar los 150 mil dólares del premio que el jurado a pesar de todo insistió en otorgarle.

Alfredo Bryce Echenique. Foto FIL Guadalajara.

Alfredo Bryce Echenique. Foto FIL Guadalajara.

La defensa del plagiario premiado fue también típica y tópica: en una nota publicada por el diario español El País el 6 de noviembre de aquel año decía: “No he plagiado, nunca lo he hecho”. “Es un grupo de extrema derecha. Hay gente que quiere todos los premios para ellos. Son unos frustrados”. “Todo ha sido por la maldad de alguien. Por envidia”. “Que se jodan”.

Final feliz para el artista y literato —después de todo también ellos portan miserias humanas— cuya vergüenza, si alguna tuviere, y el escarnio público bien valían 150 mil dólares.

III

No habría de pasar mucho tiempo para que explotara otro sainete, a mi juicio el más ilustrativo y desternillante de los aquí reseñados, que concitó incluso algunos momentos definitivamente brillantes entre quienes tundieron al plagiario de turno.

En julio de este 2013, también en La Jornada, Pedro Salmerón ponía en la picota a otro de aquellos doctores, Boris Berenzon, hasta entonces todavía estrella rutilante de la Facultad de Filosofía y Letras de la gloriosa UNAM. Relató que desde hacía veinte años sus alumnos sabían que la principal característica de Berenzon era la ausencia de las aulas, pero que no fue sino hasta febrero de 2011 cuando un grupo de ellos denunció ese ausentismo pertinaz ante el consejo técnico de la facultad, el cual se limitó a hacerle al doctor un “extrañamiento” y a autorizarle enseguida un año sabático en París. El evento suscitó el surgimiento de un informado blog, que se ha mantenido hasta ahora y es una fuente esencial por su abundante y prolija documentación de la larga carrera de bandido de Berenzon.

El asunto pasó a mayores cuando en abril de este año Juan Manuel Aurrecoechea denunció a Boris por el plagio del libro Puros cuentos: historia de la historieta en México, 1874-1934, escrito por él y por Armando Bartra y publicado en 1988 por el Conaculta, el Museo de Culturas Populares y Grijalbo. Salmerón añade de su cosecha que la tesis doctoral de Berenzon efectivamente está llena de plagios no sólo del libro de Bartra y Aurrecoechea sino de al menos cinco autores más, e igual sucede con su tesis de maestría.

Berenzon, el "investigador".

Berenzon, el «investigador».

Aun antes, en El Universal del 5 de junio, Álida Piñón había publicado un artículo con información más detallada y, desde el título mismo, más incisivo que el de Salmerón: “La historia de un plagiario serial”. En él relata que el individuo, doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, conferenciante de renombre (de hecho, una de las fotografías que ilustran el texto muestra a Berenzon discurseando en agosto de 2009 en el Senado durante la presentación de uno de “sus” libros, con Gustavo Madero y otros dos próceres de la Patria, que no identifico, a un lado) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel II, ensayó unas primeras defensas ante las denuncias de plagio, diciendo en Twitter que los plagios no eran tales sino equívocos, y pidiendo que no hubiese “violencia en las redes”. Hasta ese momento en la UNAM seguían la táctica de silbar y mirar al techo, particularmente la directora de la facultad, la doctora (of course) Gloria Villegas. Muy pronto se verá por qué.

También como Alatriste y tantos otros que aún no han sido descubiertos, el doctor Berenzon hace algunos cambios en la puntuación, introduce o elimina según convenga algún artículo o preposición, pone cursivas donde había comillas y echa mano de otros trucos igualmente infantiles.

Piñón exponía en aquel artículo algunos resultados del análisis meramente comparativo del libro Puros cuentos, por un lado, y la tesis doctoral firmada por Berenzon (por la cual, además, había recibido mención honorífica) y su versión editada convertida en un libro titulado, con el ingenio del genio, Re/tratos de la re/vuelta. El discurso del humor en los gobiernos “revolucionarios”, publicado en 2010 en Guadalajara por la Editorial Universitaria en una colección llamada —la vida es pródiga en ironías— “Excelencia Académica”.

Un ejemplo. Los autores dicen: “Analfabetos y cultivados consumen, por igual, la producción gráfica de la época”, y el plagiario galardonado, con la misma ingenua actitud que antes Alatriste, que confía en que nadie se dará cuenta, pone como si fuese suyo: “La población analfabeta y la muy cultivada consumen, por igual, la producción gráfica de la época”.

Y también como Alatriste y tantos otros que aún no han sido descubiertos, el doctor Boris hace algunos cambios en la puntuación, introduce o elimina según convenga algún artículo o preposición, pone cursivas donde había comillas y echa mano de otros trucos igualmente infantiles, creyendo que con modificar unas minucias el texto ajeno ya es suyo.

La periodista de El Universal devela también lo que a mí, malpensado, me parece al menos una parte de los motivos de aquella cautela de la doctora Villegas. Berenzon, no sólo plagiario sino también obsecuente, se apropia un pasaje de “Reir llorando (notas sobre la cultura popular urbana)”, de Carlos Monsiváis, y lo modifica sólo para poder añadir una mención a Villegas en el cuerpo de “su” tesis. Halago bien ganado por quien fue asesora de las tesis de maestría y doctorado de Berenzon.

Como lo consignaba Carlos Martínez García en La Jornada del 26 de junio, el buen Boris citó en su bibliografía dos libros de Monsiváis y un artículo pero omitió el texto plagiado, “no fuese a ser que algún lector cuidadoso pudiera percatarse de lo bien que se sirvió de un escrito de Monsiváis”.

El agradecido doctor, entonces, logra desempeñar a la vez el doble papel de plagiario y adulador transformando el pasaje: “Según Orozco, Posada es estímulo callejero convertido en fuerza seminal; para Jean Charlot un técnico incomparable; Rivera, un profeta desoído” (p. 37 del texto de Monsiváis), en esto otro: “Según Orozco, Posada es estímulo callejero convertido en fuerza terminal, o como bien lo ha llamado Gloria Villegas: ‘el gran narrador de la soledad’, un técnico incomparable; Rivera, profeta desoído”.

Ejemplos adicionales son de todo punto innecesarios. Baste decir por ahora que, según Piñón y hasta principios de junio de 2013, Boris reunía ya nueve denuncias por plagio en su contra, incluida la depredación de la Historia moderna de México de Cosío Villegas. Por entonces el plagiario seguía el libreto de la justificación exculpatoria: en una llamada confirmada por Aurrecoechea aquél le explicaba que todo había sido un descuido en la edición debido a una enfermedad, que repararía lo sucedido e incluso que emitiría una aclaración pública.

A quien pueda interesarle un apretado resumen de las expropiaciones de Berenzon, en modo alguno exhaustivo, podrá encontrarlo en una larga nota al pie de un artículo de Gabriel Torres Puga, donde se exhibe una larga lista de plagios y plagiados, con referencias a las obras y a las páginas.

Al igual que algunos de sus fustigadores, dos defensoras del indefendible aparecieron también en La Jornada. En su sección de cartas y avisos del 20 y el 22 de agosto, primero Cristina Barros y después Margarita Peña publicaron breves textos que sensiblemente recuerdan a aquellas “cartas de recomendación” que solían (o suelen, no lo sé) escribirse a petición expresa, alabando y avalando al peticionario sin excesivo convencimiento de lo que se está diciendo.

Barros empezaba así: “… conocí al hoy doctor en historia Boris Berenzon Gorn en el Colegio Madrid. Luego lo encontré como editor de la revista del Instituto de Investigaciones Antropológicas”. Y a continuación invierte el más largo párrafo de los tres que componen su carta para informar que Boris los invitó, a ella y a Marco Buenrostro, a un proyecto historiográfico tal, auspiciado por equis y apoyado por zeta, y en el cual participaron fulanito, menganita y zutanito.

Como evidentemente no poseía ningún argumento académico de peso que esgrimir en esta auténtica defensa del compadre, no se le ocurrió decir otra cosa que: “me comentan algunos estudiantes” que Berenzon participa en un proyecto internacional “de intercambio de reflexiones académicas”. La buena señora concluye, anticlimáticamente y sin haber dicho una sola palabra que intente desmentir, así sea con timidez, las acusaciones de plagio que llovían sobre su “defendido”, del modo siguiente: “Escribo esto pensando en la UNAM, institución a la que Boris Berenzon ha pertenecido por más de 24 años”.

Más breve aún, con mayores esfuerzos por inventar respaldos para quien ya por entonces iba en caída libre, e igualmente sin decir una palabra ni sobre la obra de Berenzon ni, por supuesto, sobre las acusaciones de plagio, fue la carta de Margarita Peña.

Vale la pena, creo, reproducirla:

Conozco a Boris Berenzon desde que era un adolescente que asistía al Colegio Madrid. Fui amiga de sus padres y sé de su apasionamiento por la investigación y el conocimiento que practicaba ampliamente su padre, Ignacio Osorio Romero, quien fuera director de la Biblioteca Nacional. Hace poco tiempo recibí de sus manos los dos volúmenes de La construcción del tiempo espacio. Visiones y revisiones desde América, que compiló junto con Georgina Calderón y auspició el Instituto Panamericano de Geografía e Historia.

En la Torre I de Humanidades conversábamos con Adolfo Castañón, a quien obsequió igualmente los libros. Por ese tiempo participó con una ponencia en un coloquio organizado al amparo de la cátedra Samuel Ramos. Años antes, Boris coordinaba con entusiasmo una publicación de la misma facultad, para la cual me entrevistó sobre las caras de Jano. Recientemente coordinaba un libro relacionado con un aniversario de la UNAM.

Un académico dinámico, un historiador con enfoques originales, es lo que puedo decir de Boris Berenzon.

Salvo el título de los volúmenes aludidos todas las cursivas son mías. El hombre, a quien doña Margarita conoce desde su tierna edad y de cuyos progenitores fue amiga (un lector de La Jornada señaló, maligno, el misterio implícito en que aquél se llame Boris Berenzon Gorn cuando su padre se llamaba Ignacio Osorio Romero), de quien la misma Margarita considera pertinente informar de charlas sostenidas entre ambos y un tercero “en la Torre I de Humanidades”, como si de un evento histórico se tratase, se pasaba la vida compilando y coordinando libros según ella misma atestigua.

En medio de profusas y documentadas acusaciones de plagio, que ambas venerables señoras salieran a decir que Berenzon en su juventud era un buen muchacho, que ya de mayor compila y coordina “con entusiasmo” la obra y el trabajo de otros y que es “un académico dinámico”, era algo que hubiesen hecho mejor en ahorrárselo.

Igual que con Cristina Barros, a quien el plagiario invitó “a un proyecto historiográfico”, Peña informa que a ella la entrevistó para una publicación que aquél “coordinaba con entusiasmo”. Tenemos entonces a una invitada, otra entrevistada y una tercera (Gloria Villegas) citada y metida con calzador en una tesis; curiosas motivaciones, entre académicos, para emprender defensas de otros.

En medio de profusas y documentadas acusaciones de plagio, que ambas venerables señoras salieran a decir que Berenzon en su juventud era un buen muchacho, que ya de mayor compila y coordina “con entusiasmo” la obra y el trabajo de otros y que es “un académico dinámico”, era algo que hubiesen hecho mejor en ahorrárselo. Que a la vez sea “un historiador con enfoques originales”, a la vista de lo hasta aquí expuesto, sólo parece una broma sangrienta.

IV

Al menos en el caso de Margarita Peña las razones de su defensa, aun escuálida y tibia, no parecen ser sólo la buena onda de Berenzon y el que la haya entrevistado alguna vez. Otro lector de La Jornada indicó el camino al señalar, en un comentario a la carta, que doña Margarita a su vez había plagiado años ha el trabajo de una catedrática de la Universidad de Barcelona, Rosa Navarro Durán. Efectivamente ésta publicó en 1986, en Madrid, el Libro del juego de las suertes, o Libro della Ventura, escrito hacia la segunda mitad del siglo XV por Lorenzo Spirito, o Lorenzo Gualtieri. Fue reeditado en Salamanca en 1990 y de nuevo en Barcelona, en 1999.

Con todo, como señala Fernando Torres, el lector aludido, doña Margarita no tuvo empacho alguno en publicar el mismo libro en 2002, que fue publicitado como “un hallazgo singular”. Tiempo después, añado yo, Peña intentaría justificarse –sin explicitar que eso hacía– con el argumento de que la suya era la versión de 1534 y no otra de las muchas ediciones antiguas de aquella obra.

Doña Margarita no tuvo empacho alguno en publicar el mismo libro en 2002, que fue publicitado como “un hallazgo singular”. Tiempo después, añado yo, Peña intentaría justificarse –sin explicitar que eso hacía– con el argumento de que la suya era la versión de 1534 y no otra de las muchas ediciones antiguas de aquella obra.

Todavía en este año, en el diario Crónica del 11 de febrero, la doctora en letras dice a su entrevistadora que “halló, en una biblioteca alemana, una de las versiones de lo que fue en el siglo XV un auténtico best seller”, que “su hallazgo fue un regalo del azar”. Relata que en 1992 fue a Alemania, a la Biblioteca Estatal de Berlín, a buscar comedias de Juan Ruiz de Alarcón; que “con gran desencanto” descubrió que ahí no existían, pero que alguien la dirigió a la Biblioteca Herzog August y que ahí “lo más sensacional fue que encontré este Oráculo [se refiere a la obra de Spirito] en su edición de Valencia de 1534”. Ni una palabra sobre la edición previa de Rosa Navarro.

He de decir que cuando leí esta última nota tuve la clásica sensación de déjà vu. Unos pocos años atrás no tenía yo noticia de la existencia de doña Margarita. Supe de ella en 2008, cuando reunía documentos para una edición revisada, cotejada y anotada de las Memorias de fray Servando Teresa de Mier (cuyo título, que plagié de un disco de The Moody Blues, adopté también para esta columna), publicada en 2009 por la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Entre una ingente cantidad de material encontré un artículo de ella, contemporáneo de aquella mi labor: “Fray Servando y el abate Grégoire. Dos ilustrados rebeldes”, publicado en la Revista de la Universidad de México el 1 de abril de 2008.

Uno de mis propósitos al emprender aquella edición era desmontar una opinión aplastantemente mayoritaria: aquella según la cual el padre Mier era un ideólogo revolucionario, desprendido de los grilletes de la dependencia ya desde el periodo que gira alrededor de su célebre discurso guadalupano de 1794. Señalé lo asombroso, casi hasta el escándalo, de que hubiese innúmeros académicos que reproducían tales juicios, no sólo sin sustento documental alguno sino incluso cuando el respaldo documental disponible apunta precisamente hacia las conclusiones contrarias. Margarita Peña me sirvió, en esa ocasión, sólo como uno más entre muchos otros ejemplos.

Me cito para no repetirme ni plagiarme:

Es el caso, entre muchos otros, de Margarita Peña, quien en fecha muy reciente, después de informarnos sin venir al caso que “pudo consultar en una biblioteca francesa” la traducción a ese idioma de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas —título que ella cita mal, haciéndolo ciertamente “brevísimo” y cambiando totalmente su sentido, como “Brevísima destrucción de las Indias”—, reproduce el esbozo biográfico que de Mier hacen los autores de la citada edición crítica de la Historia de la Revolución de la Nueva España, y al llegar al punto del relato que corresponde a la oración fúnebre por Hernán Cortés, sin hacer más cala y cata, elucubra: “podemos suponer que el radicalismo antimonárquico de fray Servando debe haber hecho de tal oración, más que un elogio fúnebre, una diatriba”. Podemos suponer, a nuestra vez, que la autora pudo viajar a una biblioteca francesa para consultar una obra conocidísima, aunque ella la convierta en un título desconocido, pero no visitar la biblioteca de su propia institución para enterarse de que, desde 1981, un autor mexicano en una edición de la misma universidad que publicó su artículo había desmontado, sin duda alguna, aquella su suposición basado en un testigo estelar: el propio fray Servando.

Según parece doña Margarita lleva largos años, en esa vida bella de los académicos consagrados, visitando bibliotecas extranjeras para buscar lo que no encuentra y encontrar lo que no busca, haciendo “hallazgos” que otros hicieron y publicaron antes que ella, o consultando en otros países y en lenguas extranjeras ediciones archiconocidísmas en su propio idioma, que la investigadora viajera convierte en desconocidas al no citar correctamente ni siquiera los títulos.

Margarita Peña. Foto www.filos.unam.mx

Margarita Peña. Foto www.filos.unam.mx

Todo esto sólo para hacer, al final de esa profusión itinerante de viajes y consultas en bibliotecas de otros países, suposiciones (en una investigación histórica, téngase en cuenta) sobre documentos que hubiese podido encontrar no en una biblioteca extranjera sino en la de su propia institución, a la que supongo nunca visita porque ello no es ni elegante ni presumible.

V

Pero volvamos, para concluir este relato que se resiste a terminar, al doctor Berenzon. He dejado para el final lo que me parece lo mejor. Resulta que en su calidad no sólo de plagiario serial sino también multifacético, Boris no sólo plagia textos sino también da conferencias en las que otros hablan por su boca. Así, en diciembre de 2012 el hombre acudió a dictar, cual muñeco de ventrílocuo, nada más y nada menos que una conferencia magistral en el Congreso Mexicano de Ateísmo, o Congreso de Ateísmo Mexicano, lo mismo da. Ahí desgranó ante su ateo público, palabra por palabra y de principio a fin, con el bucólico título de “Los ateos del amor”, una conferencia dictada tres años antes por Francisco Miñarro (otro español, lo cual ya eleva al rango de sospecha fundada el que los ibéricos son las víctimas favoritas de los plagiarios mexicanos) con el nombre de “Religión, ateísmo y poder”.

Pues bien, este hombre, Miñarro, mantiene un blog cuya sustancia no impide el despliegue de un fino humor. En la entrada del 6 de mayo de este 2013 publica un breve texto llamado “El OADA contra Boris Berenzon” (el OADA son las siglas de Observatorio Anti-Difamación Atea) que no tiene desperdicio.

Miñarro empieza asentando que el OADA fue despertado de su letargo gracias “a un pájaro trascendentalista, a un funcionario disfrazado de pensador, agasajado y encumbrado nada menos que por los responsables del Congreso de Ateísmo Mexicano”.

Se trata, dice, y aquí de nuevo vale la pena reproducir la deliberada parrafada,

de Magister Boris Berenzon Gorn, profesor titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Licenciado, Maestro y Doctorado en Historia con mención honorífica, escritor, editor, articulista, miembro de varios Consejos Editoriales, Premio Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en Docencia en Humanidades, Jefe Fundador de la División de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Asesor del programa de divulgación de la historia y educación continua del Archivo General de la Nación, Asesor en Teoría de la Historia del Guión Museográfico del Museo Franz Mayer, Asesor para asuntos de Educación a distancia y Educación continua en historia y cultura de la Rectoría de la Universidad Pedagógica Nacional, Coordinador General para América del proyecto “historia de la Historiografía de América”, conferenciante magistral, cumbre del saber filosófico, histórico y psicoanalítico, hijo dilecto de Freud y Lacan… en suma, un hombre lleno de mayúsculas, de honores y de parabienes. Boris, la lechuza.

(Nota intermedia, erudita y absolutamente innecesaria: lo de “lechuza” no alude, como pudiera pensarse, al célebre búho de Minerva, aquel que según Hegel, en el final del prólogo a la Filosofía del Derecho, sólo levantaba el vuelo al anochecer, sino al pajarraco que Menandro —comediógrafo griego precristiano, autor de El misántropo— tenía en mente al decir: “Si oímos el canto de la lechuza, bien haremos en temer algo”, que es a quien explícitamente cita Miñarro).

“Magister Boris”, continúa el OADA, “al parecer, ha plagiado más páginas y capítulos que asesinatos constan en la sagrada Escritura. La obra académica de Boris es como una colcha hecha de retazos: pedazos de múltiples obras, cosidas diestramente entre sí, conforman el collage que desde hace años presenta como su trabajo. Así comienza el estudio zoológico que Bárbara Bautista Gómez ha colgado en su blog” (se refiere al blog citado párrafos atrás, el de los que quieren un trabajo como el de Boris).

Portugueses y franceses aplicaban a los corsarios españoles el suplicio de la rueda. Grabado de Mary Byfield, del siglo XIX.

Portugueses y franceses aplicaban a los corsarios españoles el suplicio de la rueda. Grabado de Mary Byfield, del siglo XIX.

Con corrosivo humor Miñarro condena a Berenzon, y en su persona a la legión de plagiarios, “como representante de todos los parásitos y aprovechados que, robando el esfuerzo ajeno, se encumbran en el parnaso de los semidioses”; lo condena “por pesado, por no saber siquiera leer un documento con cierta soltura, por alardear de reflexivo y, finalmente, por su podredumbre, su falso prestigio y su nauseabundo ficcionar”.

El cerrojo de esta pequeña joya, cuya estirpe pertenece a la vieja usanza satírica, es conmovedor. Miñarro da cuenta de un mensaje privado que Berenzon le dirigió. Aclara que es copia literal pues no pretende ridiculizar a nadie, aunque sí, dice, alberga la esperanza de que la redacción “alumbre una pizca a quienes todavía dudan de su excelsa gramática”. Helo aquí: “Me interesa hablar contigo. A donde puedo llamarlo. Quiero aclarararle algunas cosas. Me puede decir a donde llamarle. Creo que lo están utilizando. Me permite llamarle. Me da su telefono en España. Le agradeceré si me permite hablar con usted”.

El mismo día de la publicación de este texto en el blog (puede ser consultado aquí) los organizadores del congreso de ateísmo dirigieron una carta de tres párrafos y una línea a Francisco Miñarro, ellos también con una redacción que no por atea deja de cortar el aliento. “Los organizadores”, declaran, “del Primer Congreso Mexicano de Ateísmo queremos comunicar lo siguiente con respecto de la polémica suscitada por la ponencia del Dr. Boris Berenzon Gorn correspondiente a la mesa 1: “El universo bajo la lupa” en la cual a partir del minuto 5:22 reproduce fielmente y sin aclaración alguna de que no es de su propiedad, el artículo de Francisco Miñarro…”.

Finalmente el 15 de agosto el destino alcanzó a Boris: fue destituido como profesor del Colegio de Historia por el Consejo Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras, pero no por plagiario sino “por haber incurrido en una grave deficiencia en sus labores docentes o de investigación”. Tiene, además, la posibilidad de apelar ante la Comisión de Honor del Consejo Universitario de la UNAM.

Mientras tanto, en lugar de ganar los rincones y guardar allí un púdico silencio, como recomendaba el poeta Julián Hernández, también Berenzon persiste en pretender que se trató sólo de “errores metodológicos” y en llamarse víctima de una campaña de difamación, además de recurrir al gastado expediente del becerro propiciatorio, linchamiento sacrificial demostrado según él en un supuesto “tono antisemita” del blog primeramente citado.

Epílogo

El plagio hace muchos años que existe entre nosotros, en muchos más lugares y con muchos más actores que lo que pudiera pensarse. Lo que sucede es que los plagiarios y la apropiación de ideas y textos ajenos son como las termitas caseras: no se ven, pero están ahí. No existe sólo entre nosotros, pero es aquí donde con mayor evidencia el plagio se tolera, se encubre e incluso se propicia.

Mientras acá en el mejor de los casos se castiga con sanciones leves que no guardan relación alguna con la gravedad de la falta, y ello sólo cuando crece la denuncia pública y nunca de manera expedita sino después de dejar correr el tiempo por si el escándalo se apaga; mientras que aquí, en el peor de los casos, al plagiario no sólo no se le castiga sino que se le premia a pesar de todas las pruebas en su contra, en otros países incluso funcionarios gubernamentales de muy alto nivel, y no sólo doctores o literatos de tres al cuarto, son defenestrados.

Aquí, en el peor de los casos, al plagiario no sólo no se le castiga sino que se le premia a pesar de todas las pruebas en su contra, en otros países incluso funcionarios gubernamentales de muy alto nivel, y no sólo doctores o literatos de tres al cuarto, son defenestrados.

En la Alemania de Angela Merkel la mismísima ministra de Educación, Annette Schavan, tuvo que dimitir en febrero de este año, cuatro días después de haber sido despojada por la Universidad de Düsseldorf de su título de doctora por plagios descubiertos en su tesis. ¿Alguien, que no haya inhalado cocaína o ingerido una botella de tequila, puede imaginar a una universidad mexicana revocando el título de algún secretario de Estado?

Ya antes que la Schavan, y por las mismas causas, había tenido que dimitir el ministro de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, multimillonario y en ese tiempo considerado por algunos el seguro sucesor de Merkel. Y en un país más del pelo del nuestro, Portugal, en abril el ministro de Asuntos Parlamentarios, muy cercano al primer ministro, fue renunciado como suele hacerse acá: aduciendo “motivos personales”, aunque en realidad previamente había sido acusado de fraude por la Universidad Lusófona bajo el cargo de haberse inventado una licenciatura.

El contraste es evidente. Allá caen incluso individuos económica y políticamente poderosos. Acá todo marcha sobre aguas tranquilas, con uno que otro sobresalto ocasional. Y así seguirá mientras todo sea una red de complicidades y en tanto continúen presentes la irresponsabilidad, los intereses externos y la ineptitud en colegios dictaminadores, jurados calificadores y en el rimbombante Sistema Nacional de Investigadores. Después de todo cada país posee los doctores, artistas e intelectuales que se merece.

Un apunte final: a mí me extraña mucho, puesto que de un mundo de tanta erudición se trata, que a nadie se le haya ocurrido el pretexto de la intertextualidad para encubrir e incluso dignificar el plagio. Pero parafraseando, que no plagiando, a Michael Ende: éste es otro tema y habrá de tratarse en otra ocasión.

Y ya que hombre prevenido vale por dos, advierto, apercibo, conmino, amago y amenazo: Hic liber est meus quem mihil Deus. Testis est Deus qui eum rapiat diabolus capiat. Morte infernorum raptor libri moriatur. ®

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Publicado en: Días del futuro pasado, Octubre 2013

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  1. Benjamín Palacios Hernández

    Alfredo, su breve apunte, así como la información contenida en el sitio del que nos da noticia, prueban que efectivamente sólo con diferencias de grado, de número y de inverecundia más o menos encubierta, el plagio y los plagiarios son una plaga (nunca mejor dicho) universal: México, Colombia, España (que no sólo, por supuesto, genera a los plagiados favoritos de los expropiadores mexicanos, sino también a sus propios plagiarios) y una lista tan prolongada que lo más breve sería enumerar los países en los que estos no existen. Seguramente esa lista estaría en blanco.

    Bárbara: no en balde dije que su blog es una fuente esencial, para estos propósitos, por la abundante documentación que alberga. Su largo comentario bien podría servir como adenda de mi texto. Sus precisiones mínimas son válidas y como tales las acepto. En efecto provienen de las fuentes que utilicé para redactar mi artículo. Destaco de entre ellas, aunque no se trata en sentido estricto de una precisión sino de una información adicional aportada por usted, el que la periodista de El Universal, quizá para estar a tono con el tema, informó sobre un plagiario plagiándolos a ustedes a su vez. Y algo similar ocurre con el de La Jornada.

    La «defensa» de Sara Sefchovich la desdeñé por tres razones: una, no pretendí ser exhaustivo, y por ello remití a varios «links» que abundan sobre los subtemas que traté; dos: me parecía que con referirme a los lances de las dos ínclitas señoras era suficiente, y además añadir a una tercera podría permitir a alguien sospechar de una «crítica machista» (ya ve usted que esta gente se saca argumentos defensivos de debajo de la manga y debajo de donde sea); y tres (en realidad fue esta la razón primordial), la «defensa» de doña Sara, con perdón caballeroso, me pareció, en grado de estupidez, similar a la de Rodríguez Araujo.

    Que la UNAM siga haciéndose pato, como suele decirse coloquialmente, no me sorprende. Sólo el futuro, cuando llegue, nos dirá cuántos plagiarios y plagiarias pululan por ahí, a la espera de ser descubiertos. Sobre la calidad de la prosa, y en algunos casos la simple y llana incultura de varios de los grandes historiadores, académicos eméritos y literatos mencionados por mí o por otros de los citados, defensores incluidos, que pasan de un cargo a otro siempre con una cohorte de «asistentes», prefiero no pronunciarme… por ahora.

  2. Estimado Benjamín Palacios:

    Lo felicito por su artículo. Es un trabajo de síntesis inteligente, aporta información y comparaciones muy relevantes, y ofrece claves interesantes para el análisis del problema. Le comento que la destitución de Berenzon es aún un tema problemático: en efecto, el Consejo Técnico de la FFyL resolvió destituirlo en una sesión extraordinaria del 15 de agosto, sin embargo no emitió al respecto ningún comunicado oficial: si lo sabemos es por una crónica que una de las asistentes hizo de la sesión en el blog El presente del pasado. Ahora bien, el artículo 100 del Estatuto General del UNAM indica que la destitución no tiene validez si no es ratificada por la Comisión de Honor del Consejo Universitario, que, según se supo informalmente, conoció el caso y resolvió ratificar la sanción el 5 de septiembre, con lo cual comenzaría el proceso del ámbito propiamente laboral. Es fundamental insistir en estas opacidades: no existe ningún comunicado oficial de autoridades o representantes universitarios que dé cuenta de estas informaciones o que condene en modo alguno las prácticas fraudulentas de Berenzon, y las actas de las sesiones del Consejo Técnico en que se discutió el tema no son de acceso público, e incluso una fue convocada con extrema sutileza para evitar mirones (Ver http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/08/el-dedo-y-el-renglon-documentacion-y.html). Lo único que hay es un comunicado anterior a la destitución en que se informa, en respuesta a la presión, que el proceso está abierto y que quien filtre información será sancionado: http://www.filos.unam.mx/2013/08/comunicado-consejo-tecnico-bb/.

    Por otra parte, me permito dejar información complementaria sobre el caso Berenzon a sus lectores y hacerle algunas mínimas precisiones, achacables en buena medida a errores menores u omisiones de las fuentes que usted cita:

    *El libro Re/tratos de la re/revuelta, versión editada de la tesis doctoral de Berenzon, contiene plagios probados a al menos nueve obras, no cinco. En este post se inserta el documento con los cotejos. http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/05/un-estafador-de-los-buenos-multiples-y.html.

    *Las denuncias formales de plagio en contra de Boris no son nueve, sino cinco: en 2004 María Alba Pastor lo denunció ante Consejo Técnico y luego ante la Defensoría de los Derechos Universitarios por plagiarle el programa de una materia; en 2005 Mario Elkin Ramírez, de la Universidad de Antioquía, lo denunció por plagiarle un extenso artículo ante Rectoría; y ya en 2013 aparecen las denuncias de Aurrecoechea, de Miñarro y de Schmidt, las tres ante Consejo Técnico. La última no fue leída por el órgano de la Facultad y su autor decidió llevarla hasta Rectoría -aún espera respuesta.

    *La autora de “La historia de un plagiario serial” toma los cotejos en los que se demuestra la inserción de una cita a Gloria Villegas en medio de un plagio a Monsiváis de este post, sobra decir que sin cita: http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/05/berenzon-es-sobre-todo-buen-historiador.html. El tema del crédito a la fuente en periodismo, si bien harina de otro costal, motivaría por sí mismo reflexiones de lo más interesantes. En este mismo caso podríamos mencionar que Emir Olivares, quien firma http://www.jornada.unam.mx/2013/08/16/sociedad/034n1soc en La Jornada, no se molesta en indicar que su información procede exclusivamente de aquí http://elpresentedelpasado.com/2013/08/14/decision-historica-en-filosofia-y-letras/, ni siquiera para advertir a sus lectores de la calidad extraoficial de la fuente.

    *El libro de Berenzon Historia es inconsciente, edición por El Colegio de San Luis de su tesis de maestría también en la FFyL-UNAM, también dirigido por Gloria Villegas y también aprobado con Mención Honorífica es también producto de extensos plagios. (Ver: http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/05/la-colchita-sigue-creciendo.html)

    *Uno de los listados más completos de plagios de Berenzon puede encontrarse en el índice de una denuncia suplementaria que una representación de profesores entregó al Consejo Técnico en agosto: http://es.scribd.com/doc/163499322/Complemento-Evidencias-Expediente-Berenzon-Recibido-Por-El-CT-Ago-2013. El cuadro que puede encontrarse siguiendo el próximo vínculo contiene más información sobre las fuentes de plagio y ofrece vínculos a la mayoría de los textos para que el lector haga sus propios cotejos: http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/05/la-colchita-sigue-creciendo.html

    *Hubo una tercera defensora de Berenzon en el Correo Ilustrado, la Dra. Sara Sefchovich (http://www.jornada.unam.mx/2013/08/24/index.php?section=correo) cuya contribución se cifró en llamar a Salmerón, que había replicado a Barros y a Peña el día anterior, “fundamentalista”. Como se comentó en este post http://yoquierountrabajocomoeldeboris.blogspot.mx/2013/10/pasando-la-pagina-i-la-destitucion-de.html, que incluye una réplica de Roberto Breña que ya no fue publicada por La Jornada, Sefchovich también recibió invitaciones académicas de Berenzon, concretamente a contribuir al libro Historiografía, herencias y nuevas aportaciones, al igual que su marido, otro silencioso emérito: Carlos Martínez Assad. Una columna interesante de Fernando Escalante también comenta agudamente las defensas de Barros y de Peña: http://www.razon.com.mx/spip.php?page=columnista&id_article=186144.

  3. Un análisis bastante detallado de plagios y premios a plagiarios en México. Colombia, para sumar verguenzas, no escapa al fenómeno. En el portal PlagioSOS se han presentado tres estudios de caso que ilustran el carácter plagiario docente en nuestro país, y el sistema de impunidad institucional. Dos casos en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Palmira (libros «Agroecología», Práger y otros, 2002; y «Agricultura y ambiente», Práger y Escobar, 2003) y uno en la Universidad Pontificia Boliviana, Medellín (artículo «Acerca de los Progymnásmata», Diony González, revista Escritos, 2008). Visite http://www.plagiosos.org

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