Pócima para escritores

¡A callar todo mundo!

Uno tiene que escribir de lo que sabe, pero no viceversa. La gente sabe tanto que no habría tinta ni lectores para abastecer la demanda del talento. El silencio es tan importante y difícil como el pan bendito. No es lo único difícil. Están las condiciones, tres condiciones.

© Herbert List

Uno tiene que escribir de lo que sabe y aun así corre el riesgo de soltar estupideces. Muchas. Los errores y la flojera de la razón acechan siempre. Hay que lidiar. Uno puede avergonzarse si quiere, lo mejor es no darle importancia a esos tábanos de vida breve: ars longa y los pareceres cambian todo el tiempo. La estética y su corola teórica no son sino un virus mutante. Exactamente un virus, no otra cosa. El error literario se parece más a la imprudencia que a la sinrazón. También está que se necesita del silencio como el buen cristiano del pan bendito. Tan difícil de hallar el uno como el otro. Más fácil que encontrar el silencio es sospecharlo, imaginarlo, anteponerlo al “mundanal ruido”. Silencio verdadero, que es sutil, y silencio metafórico, barullo de avestruces, calamidad de fray Luis y otros poetas y también verdadero. Hacen falta tema y trama. No es necesariamente así. Las palabras son ratas liberadas que corren a su aire y sobreviven. Verdad, aunque generalmente se esconden en basureros y alcantarillas. Un buen día mueren ahí mismo y se pudren sin que se entere nadie. Hay palabras que no corren como ratas sino que vuelan como mariposas. Esto es cursi y es cierto. Podrían volar como zopilotes, pero nadie colecciona zopilotes, nadie organiza expediciones para maravillarse con los encantos de millones de hermosos zopilotes. Los zopilotes no tienen santuarios. No emigran. No hay redes para cazar zopilotes ni los zopilotes ameritan un balazo. Las palabras sólo se parecen a los zopilotes en que se alimentan de carroña. Hay palabras que liban de las flores y las fertilizan. Hay palabras que se parecen a las mariposas. También se parecen a las abejas y a algunos pájaros. Hay una flor que se llama siempreviva, pero no vuela. Tampoco las putas vuelan, ni liban ni fertilizan. Tal vez chillan, quién sabe. Si las putas volaran serían más vistosas. Si chillaran al vuelo les dispararían desde los dormitorios decentes. O no: la gente aguanta lo que sea con tal de no hacer nada. Los Ministerios Públicos se aburrirían menos si la gente tomara cartas en el asunto. No en el del aburrimiento de los agentes, que para eso están, sino en el propio, el de cada cual. Si no se sabe de nada, siempre se sabe siquiera eso. Muchos no saben ni que no saben nada. Son una calamidad. Puestos a escribir, quienes no saben de nada generalmente lo saben o lo sospechan: obviedad reiterada no tautológica ni evidente que genera un nuevo paradigma metateórico para el discernimiento simultáneo y razonablemente certero entre lo socrático y lo cartesiano. La falta de saber suele producir enunciados muy pomposos. Lo intelectualmente correcto es tener el buen gusto de dudar de la propia duda. Probablemente así se demuestra más la actitud pensante con el necesario incremento del sum, no zoom, y se es más; en cualidad, no en cantidad. Acercarse no confiere mayor existencia, ni siquiera acercarse con el pensamiento, lo que vale para los hechos mentales, las proposiciones y el autoexamen. Lo que es es, y todo el embrollo de Parménides ayuda a dirimir desacuerdos. No siempre del mejor modo, pero ayuda. Yo creo lo que creo, yo sé lo que sé, yo digo lo que digo, no discuto, ya decía Parménides de Elea que tal y tal. Los que saben que no saben pero no saben que los demás saben que no saben son una calamidad. Dudar de las virtudes de dudar de la propia duda ya no es ni inteligente ni ingenioso: es leche, de la mala.

Uno tiene que escribir de lo que sabe, pero no viceversa. La gente sabe tanto que no habría tinta ni lectores para abastecer la demanda del talento. El silencio es tan importante y difícil como el pan bendito. No es lo único difícil. Están las condiciones, tres condiciones. Se puede ser funcionario, ejecutivo, director, gerente o cónsul. Más alto no se llega, salvo excepciones.

Tere Aros aún escribe a mano. Donde le pilla, como si descargara vísceras. Luego lo teclea y es entonces cuando pone, quita y cambia. Eso no se puede hacer con las excreciones, o al menos no se acostumbra. Tere Aros no escribe mal. Tampoco es gran cosa. Le dieron el premio, es cierto. Lo mismo pudieron haberle atropellado o enviado a Marte. A Venus no. Me pasó el texto en cuanto lo tuvo listo. Quería mi opinión. Es una pesadilla que le pidan la opinión a uno, por eso es mejor no tener opinión, ni criterio, ni fundamentos, y que se sepa. La opinión como quiera: lee uno líneas aisladas y comenta que estupendo pero quizá aunque claro que es un punto de vista no una verdad de género —esto de verdad de género no sé si existe pero tampoco lo sabe Tere Aros. Me envió el texto tal como lo premiaron —después; cuando me lo envió todavía no lo mandaba a que lo premiaran— y me preguntó si era ensayo o cuento. Era un artículo, si algo era, así que le dije que más bien se trataba de una crónica. Es el trasunto narrativo de la reflexión juiciosa, le dije. Le habrá dejado muy satisfecha mi charada. A las mujeres les gusta la bisutería y hacen como que no distinguen. Nadie les cree. También le dije que se buscara un pseudónimo. Firmó Poncio Arenas. Ganó el premio, eso es lo que cuenta. Si escribió el texto como quien mea es cosa irrelevante. Tere Aros escribe de lo que sabe, que es la crianza de leguminosas y alimañas. Como es reflexiva escribe sus ocurrencias y se olvida de poner los cómos y los dóndes. Hasta los paraqués. Reflexiona mucho y profundiza poco. Al fin, tal vez por eso mismo, le sale bien. Igual podría salirle horrendo. O podría no escribir. Tampoco se notaría. Tere Aros tenía una amante alcohólica. Al final no sabía si la conservaba por cariño o por morbo. La vio perderlo todo, pudrirse en vida y todas esas cosas que le pasan a algunos alcohólicos. Le hizo la novela Y sin embargo ella bebe. Se trata de una crónica muy larga en la que no pasa nada, ni el tiempo. Quizá no es una crónica sino una anacrónica. Tere Aros escribe de lo que sabe, como le sale y donde le pilla. No lo hace mal. Si pudiera hacerlo mejor tal vez lo haría mejor. Tal vez el intento le saldría peor. Quién sabe.

Uno tiene que escribir de lo que sabe, pero no viceversa. La gente sabe tanto que no habría tinta ni lectores para abastecer la demanda del talento. El silencio es tan importante y difícil como el pan bendito. No es lo único difícil. Están las condiciones, tres condiciones. Se puede ser funcionario, ejecutivo, director, gerente o cónsul. Más alto no se llega, salvo excepciones. La mayoría se da por bien servida con un buen puesto. A algunos les da por ser escritores de vena y médula; artistas de fondo, forma y constancia. Entonces deben cumplir las tres condiciones:

1. Respecto irrestricto e innegociable hacia sí mismos y hacia su obra, cosas que se implican entre sí. Esto, claro, con algunas restricciones y dos o tres vacas moradas a negociar.

2. Disposición absoluta —para asuntos como los presentes conviene valerse de adjetivos que les aporten mucha gravedad; adjetivos tan sustantivos como el asunto mismo— a dejarse morir de hambre junto con sus mascotas y su parentela. Se entiende que las mascotas y la parentela quedan en libertad de largarse a buscar sustento como les plazca. Hay que reparar, también, en que morirse de hambre es muy difícil y requiere mucho esmero. Mal haría el escritor en priorizar morirse de hambre sobre escribir. No faltan editores que pagan más o menos bien una crónica sobre el abandono de las mascotas y la parentela o sobre el malestar producto de la hambruna.

3. Sobresaliente capacidad para detectar atavismos, liberarse de ellos y actuar desde el topos uranus de las aporías. Esto no va acotado. Sólo remite a Platón en lo académicamente platónico. O tal vez es platónico. Quizá todo es platónico y no hay que escribir de lo que se sabe sino de lo que se recuerda. Nada cambia. Esta tercera condición incomoda si se paran mientes en que, de principio a fin, este asunto es un rosario de atavismos.

Tres condiciones. Escribir de lo que se sabe. Procurar el silencio propio y ajeno. ¡A callar todo mundo! ®

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Publicado en: Agosto 2012, Ensayo

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