RETOS PERIODÍSTICOS DEL SIGLO XXI

De las crónicas prehistóricas al periodismo digital

Las nuevas tecnologías han modificado sustancialmente el viejo oficio del periodista. ¿Lo han hecho, de verdad? ¿Hasta qué grado? ¿Qué permanece y qué ha cambiado? Aquí, algunas reflexiones.

UNO

Las nuevas tecnologías siempre acarrean modificaciones en toda forma de vida. Hay inventos que han dado rumbos distintos al que tenía el mundo antes de ellos.

Sin la invención del pentagrama y la notación musical la música de Occidente habría estado impedida para desarrollar una variedad de formas, contenidos y géneros como hasta la fecha. Sin esa escritura permanente y de alcance común todo quedaba como conocimiento oral o escrito, pero rústicamente: a veces inexacto, a veces olvidado. No había manera de fijar tonalidades, alturas, notas, texturas ni desarrollos melódicos ni de reproducirse idénticamente. Ese escenario arcaico puede comprobarse aún hoy en culturas asiáticas, africanas y otros pueblos aborígenes alrededor del mundo, cuya música no sólo tiene un aire naif en su composición sino que además se escribe como sobre la arena, sin que pueda legarse íntegramente a otras generaciones.

La imprenta, en otro ejemplo, permitió la difusión de manifestaciones culturales, la conservación de conocimientos históricos, el avance significativo de las sociedades, incluso las no aristocráticas ni intelectuales, en terrenos como la ciencia, la educación y las ideas políticas.

La vocación del periodismo —vocación, oficio, apostolado, profesión— asimismo ha sufrido distintas transformaciones a lo largo de los siglos, de acuerdo con su entorno social, político, tecnológico. Desde sus antecedentes con las crónicas prehistóricas y pinturas rupestres que dan cuenta de hechos relevantes para sus comunidades, pasando por medievales trovadores, juglares o cantores cortesanos, hasta las revolucionarias invenciones de la imprenta, la fotografía, la radio y la televisión.

O internet, en el que se generó el llamado periodismo digital.

En esa dinámica socio-cultural de cambios que acompañan a las nuevas tecnologías y que incluso las generan pueden nombrarse evoluciones, a veces involuciones, adaptaciones o inadaptaciones. Incluso, si se quiere, revoluciones. Pero hay una esencia que no se modifica. Hay un espíritu. Un permanente que configura, que da rostro.

El fondo creativo del escritor que capta y fija a través del lenguaje y las estructuras escritas la parte y el momento de la realidad que le interesa quizás no sea distinto con imprenta que sin ella, con papel y tinta o con máquinas de escribir o computadoras de bolsillo de última generación.

Por principio, tal vez tampoco haya mucha diferencia en el quehacer y la inspiración vocacional del músico trágico de la Grecia clásica; del compositor renacentista que dispone de nuevos instrumentos y formas musicales procedentes del entonces recién descubierto continente americano, o de los autores de una obra remix para orquesta sinfónica que afina en la 440 y un sintetizador de sonido computarizado, que componen al alimón, cada músico en una parte del mundo o su colonia, quién sabe, a través de Skype. El afán de todos ellos es claro: la expresión sonora.

Ante el panorama de cambios y supuestas revoluciones y crisis que se han creado en el ámbito del periodismo en el siglo XXI con la llegada de la posmodernidad y de nuevas tecnologías: ¿qué es distinto ahora en el periodista digital? En él y en su oficio, en su trabajo. ¿Qué permanece, no obstante las mutaciones, como esencia? En su motivación, en lo que define una actividad periodística de una que no lo es.

DOS

Según el periodista polaco Ryszard Kapuscinski, actualmente “vivimos en un mundo en constante y rapidísima transformación y no se puede seguir pensando y sintiendo como si nada hubiera cambiado. Los cambios hay que reconocerlos y aceptarlos, si se quiere, en consonancia, ser aceptado. Y para ser aceptado hay que aceptar a los demás, en especial a los que representan las nuevas tendencias” [1].

Con el posmodernismo llegó también el fin de los grandes relatos, los grandes mitos, las grandes ideologías, los valores y conceptos más tradicionales, toda utopía, y quedó una suerte de preponderancia del mercado, del dinero, del consumo, acompañada de un desencanto existencial, de una insatisfacción indefinida, porque no requiere siquiera definiciones.

En términos de los medios masivos de comunicación, que se agrandan y concentran, y sin a través de los cuales el periodismo es de difícil trascendencia, la posmodernidad se caracteriza así: “Los medios masivos y la industria del consumo masivo se convierten en centros de poder; deja de importar el contenido del mensaje para revalorizar la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir; los medios masivos se convierten en transmisores de la verdad, lo que se expresa en el hecho de que lo que no aparece por un medio de comunicación masiva, simplemente no existe para la sociedad; se aleja al receptor de la información recibida quitándole la realidad y pertinencia, convirtiéndola en mero entretenimiento; se pierde la intimidad y la vida de los demás se convierte en un show” [2].

Paralelamente, conviven medios underground y medios comunitarios que se debaten entre la necesidad de dejar de serlo —para masificarse, para ser sustentables y subsistir— y un sistemático lanzamiento de dardos al establishment para seguir siendo alternativos y acaso irreverentes.

En este terreno, los periodismos gonzo y ciudadano encuentran grandes senderos de expansión y son ampliamente valorados también en plataformas que incluyen redes sociales como Facebook y Twitter, servidores de videos y blogs, en las que aparentemente cualquier persona puede hacer periodismo, con inmediatez y, en muchos casos, simultaneidad.

El resultado es aún incierto, ya que por un lado todo esto contribuye a un periodismo más cercano y excéntrico. Es decir, una especie de periodismo sin conceptos que incluye la generación y difusión de informaciones y contenidos que están marginados o fuera de la agenda de los grandes medios de comunicación masiva, pero que no siempre puede excluir o desterrar la imprecisión, la carencia de rigor ético y técnico, la falsedad, o la simple imposibilidad de comprobar lo que afirma como verdad.

Por otra parte, el que un testigo ocasional e incluso constante pueda enriquecer el panorama informativo de una colectividad determinada con noticias, testimonios, fotografías, videos u opiniones, no sustituye la necesidad de contar con profesionales del periodismo, comprometidos con la verdad o sus aproximaciones conceptuales, con herramientas necesarias en la interpretación y valoración del acontecer de la comunidad y que se manejen con un rigor ético tanto en la generación y comprobación cuanto en la presentación y difusión de los contenidos periodísticos que maneje.

Las herramientas de la tecnología no hacen al periodista, sólo sirven, facilitan, modifican para bien, su finalidad. Kapuscinski lo dice de esta forma: “El periodismo está atravesando una gran revolución electrónica. Las nuevas tecnologías facilitan enormemente nuestro trabajo, pero no ocupan su lugar. Todos los problemas de nuestra profesión, nuestras cualidades, nuestro carácter artesanal, permanecen inalterables”.

Es en ese escenario, al que se le adhiere el culto socio-personal a la tecnología y al consumo, en el que el periodista del siglo XXI debe desarrollar su trabajo. ¿Pero es posible hacerlo respetando la esencia del oficio? ¿No hay un contrasentido?

TRES

Kapuscinski sintetiza así la tarea permanente del periodista: “Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro”.

¿Qué ha cambiado pues en el ejercicio periodístico? ¿De dónde viene la crisis que muchos identifican en el periodismo contemporáneo? El periodista polaco plantea así el cambio, el problema:

La situación empezó a cambiar en el momento en que el mundo comprendió, no hace mucho tiempo, que la información era un gran negocio. Antaño […] la información tenía dos caras, podía centrarse en la búsqueda de la verdad, en la individuación de lo que sucedía realmente, y en informar a la gente de ello, intentando orientar a la opinión pública. Para la información, la verdad era la cualidad principal. El segundo modo de concebir la información era tratarla como un instrumento de lucha política. […] En estos últimos años, tras el fin de la guerra fría, con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre de repente que la información no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta, en la información, es el espectáculo. Y una vez que hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella.

Hay entonces una necesidad de reivindicación del auténtico periodismo, del que busca la verdad en los hechos que afectan a una sociedad y no sólo el rating o el mayor número de entradas virtuales a un periódico en versión digital para mantener cautivos a sus anunciantes-patrocinadores. ¿Es imposible conciliar un periodismo serio, oportuno y creativo con buenas ventas, con el respaldo de la publicidad que puede generar a partir del interés de los lectores o la audiencia?

La figura del periodista, igualmente, debe volver quizás a esa postura no romántica pero sí comprometida con el bien común, con el servicio vocacional puesto a disposición de la verdad rigurosa y la ética.

Aunque no es fácil. Los medios tienen sus propios intereses, se ocupan de sus negocios y ganancias, como toda empresa. Como Kapuscinski advierte:

En general, los periodistas se dividen en dos grandes categorías. La categoría de los siervos de la gleba y la categoría de los directores. Estos últimos son nuestros patronos, los que dictan las reglas, son los reyes, deciden […] Sé que hoy no es necesario ser periodista para estar al frente de los medios de comunicación. En efecto, la mayoría de los directores y los presidentes de las grandes cabeceras y de los grandes grupos de comunicación, no son, en modo alguno, periodistas. Son grandes ejecutivos.

Sin embargo, y aun ante ese contexto, el periodista, el auténtico, el de siempre, puede tener un lugar. Uno importante y decisivo en su sociedad. Así lo visualiza Kapuscinksi:

A nivel artesanal, como sucede con el 90 por ciento de los periodistas, no se diferencia en nada del trabajo común de un zapatero o un jardinero. Es el nivel más bajo. Pero luego hay un nivel más elevado, que es el más creativo: es aquel en que, en el trabajo, ponemos un poco de nuestra individualidad y de nuestras ambiciones. Y esto requiere verdaderamente toda nuestra alma, nuestra dedicación, nuestro tiempo.

El periodista, escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet va más allá. Identifica al periodista como un realizador de hazañas. Como un personaje con claroscuros. Aun en su situación de empleado mira en las investigaciones y quehaceres del periodista auténticas aventuras:

La figura del periodista me atrajo como héroe.

Héroe y antihéroe, al mismo tiempo, dos por uno, sí y no.

Sucede, (así lo veía al menos) que el periodista (el reportero mejor) era un tipo que descubre y resuelve casos, salva gente, pega combos y, además, como si lo otro fuera poco, escribe. ¿Qué mejor? Por un lado, el reportero era un intelectual (escribía, pensaba, vivía para contar), pero, por otro, también era un hombre de acción. Era un sabio y un rata. Decía la verdad y contaba mentiras. Era libre y, a la vez, un pobre empleado” [3].

CUATRO

Es por ello que el oficio fascinante del periodista, su auténtica labor, puede retomarse todavía en el siglo XXI. En el periodismo digital, si se quiere. Adoptando las nuevas herramientas para la creación de contenidos atractivos, vinculantes y convergentes. Haciéndose multimedia, si es necesario para estar a la altura de los tiempos. En el entendimiento de que, como apunta el académico estadounidense John Pavlik:

Internet no sólo engloba todas las capacidades de los viejos medios (texto imágenes, gráficos, animación, audio, video y descarga en tiempo real), sino que ofrece además un amplio abanico de nuevas posibilidades como la interactividad, el acceso bajo demanda, el control por parte del usuario y la personalización [4].

Las características de las nuevas tecnologías deben integrarse en la labor esencial y fundamental del periodista y no ésta desfigurarse en aras de complacer a una supuesta audiencia sedienta de consumo informativo sin que importe el contenido, su calidad o incluso su veracidad. Tampoco debe verse internet y sus alcances como el factor que hará por sí solo el trabajo. De nada sirve un sistema informativo minuto a minuto si no se tiene nada qué decir, si no hay un fondo periodístico. Pero es un hecho lo que afirma Pavlik:

Los periodistas digitales pueden emplear las nuevas herramientas mediáticas que se pueden encontrar en Internet para elaborar sus informaciones, empleando cualquier modalidad o funcionalidad comunicativa que necesiten y sea adecuada para esa noticia en concreto […] Los únicos límites reales de Internet como medio periodístico son el ancho de banda, la conectividad y la credibilidad de los contenidos.

De esa manera, puede llegarse a lo que los teóricos llaman periodismo contextualizado, que es una especie de certificación de validez del periodismo digital. Pavlik identifica en él “cinco dimensiones o aspectos básicos: 1, la amplitud de las modalidades comunicativas; 2, el hipermedia; 3, una participación cada vez mayor de la audiencia; 4, unos contenidos dinámicos, y 5, la personalización”.

Lo anterior se refiere justamente a las posibilidades de comunicación multimedia de internet, a visualizarlo como el medio de medios; a la posibilidad de vincular información y contenidos, de linkear para sustentar, ampliar, enriquecer lo que se muestra; a la posibilidad real y global de que la audiencia participe, aunque esto pueda tener su lado demagógico y sea sólo aparente; a contenidos múltiples y variados y personalizados o autopersonalizados de acuerdo con los intereses de cada miembro o de sectores de la audiencia.

El reto de toda esta modalidad es mantener el rigor informativo e interpretativo apegado a normas éticas que respeten los derechos humanos, entre ellos el derecho a la privacidad y la intimidad, en el recogimiento, procesamiento y difusión de datos, audio, imagen, diseños y buscadores, en un marco cada vez más global.

CINCO

Internet es un medio alternativo. Tan alternativo que los grandes medios tradicionales, diarios, revistas, radiodifusoras, televisoras no han podido ignorarlo y lo usan incluso como medio de distribución de sus contenidos. Eventualmente internet es el mejor medio, el más poderoso. Hay en él simultáneamente más de cinco mil diarios, revistas y demás medios masivos convencionales [4]. La cifra de usuarios supera los 359 millones y se incrementa, ése sí, segundo a segundo, en 180 países, en los siete continentes.

Tanta gente no podría estar tan, pero tan equivocada. ¿O tal vez sí? ®

SEIS
1. Ryszard Kapuscinski, Los cínicos no sirven para este oficio, Barcelona: Anagrama, 2008.
2. Wikipedia, la enciclopedia libre. http://es.wikipedia.org/wiki/Postmodernidad
3. Alberto Fuguet, Apuntes autistas, Santiago: Epicentro Aguilar, 2007.
4. John V. Pavlik, El periodismo y los nuevos medios de comunicación, Barcelona: Paidós Comunicación 160, 2005.
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Publicado en: Destacados, Julio 2010, Periodistas

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