Ser clásico es lo más subversivo que se puede ser ahora

Pintura de Jorge Isla

Jorge Isla es un artista atípico en un panorama dominado por el arte contemporáneo. Se respira en las atmósferas de sus pinturas un halo de religiosidad, de intensa espiritualidad erótica y dice tener el sentido clásico del arte que tiene como objetivo la revelación.

Pintor, grabador y fotógrafo, el arte de Jorge Isla está impregnado de clasicismo y abomina de la palabra concepto, tan en boga desde hace unas décadas. Isla no cree en un arte de conceptos ni tampoco en esa obsesión actual por la novedad. Comenta: “El concepto de un culo bonito no existe, es un culo en concreto el que te hace tener una erección”.

La pintura que practica este artista madrileño técnicamente se podría englobar en el realismo, modalidad de la que a lo sumo habrá doscientos artistas más o menos reconocidos en España. Y dice de ellos Jorge Isla: “Yo no veo a esos pintores en el Museo del Prado o en el Museo Thyssen… no quieren ir a humillarse viendo a tamaños pintores de otras épocas… Yo sí voy a esos museos con frecuencia, y he ido a humillarme. A humillarme y a copiarlos, y lo digo sin reparos”.

Ghoi, escenografía

Aunque lo que el artista pinta es un realismo más complejo, escorado a lo grotesco, que el realismo modorro que impera en la escena española, dominado por el mal gusto de la clase media, en el que las penumbras no existen en ese tipo de realidad, universo homogéneo y burocratizado por la sociedad de consumo. Según Isla, lo opuesto al arte es el desprecio de la clase media, que es la apología del mal gusto, refiriéndose a la clase media como valor espiritual. Y añade: “Lucho contra una banda de paletos, a los que sólo les gusta el tractor y los garbanzos, y si no estás en ese concepto lo tienes difícil”.

Apunta Isla: “No es lo mismo describir el horror que provocar horror, robándole a la realidad sus efectos”. Y es precisamente en esas zonas de penumbras donde le gusta hacer hincapié a este pintor, que define sus obras como una orgía de autoaniquilamiento, de gente devorándose, practicando una pintura decadente pero al mismo tiempo cada vez más potente, y que le gusta situar entre Velázquez y el pintor barroco español José de Ribera mezclado con la estética de la película La masacre de Texas.

Una época, el barroco que abarca desde el siglo XVII al XIX, en la que según el artista se alcanza la máxima complejidad en pintura, el punto más álgido entre el entendimiento entre lo racional y lo irracional. Además de que la pintura del barroco está poblada de gente rara, que es precisamente lo que le gusta pintar a Isla.

Al igual que no comulga con conceptos, Jorge Isla tiene predilección por aquellos pintores que no militan en ningún istmo. Así, entre sus artistas de referencia se cuentan los americanos George Bellows, George Singer Sargent, André Wyeth, Edward Hopper, y algo más antiguos como Van Dyck, Rembrandt, Velázquez o Lovis Corinth. “Todos ellos pintores que pintan el aire y la luz…. una cosa que me gusta en la pintura”, dice Isla, “es que se pueda apreciar el olor del aire, el olor a casa cerrada… Velázquez, por ejemplo, pintaba sus cuadros usando cincuenta tipos de negro, y eso se nota en la textura, en la profundidad que tienen esas pinturas”.

Aunque lo que el artista pinta es un realismo más complejo, escorado a lo grotesco, que el realismo modorro que impera en la escena española, dominado por el mal gusto de la clase media, en el que las penumbras no existen en ese tipo de realidad, universo homogéneo y burocratizado por la sociedad de consumo.

Añade el artista: “De las vanguardias, a pesar de haberlas estudiado, no he aprendido nada. El arte abstracto me parece muy poco sensual… Al final es una cosa decorativa que queda bien en un banco o en el consultorio de un dentista, pero es muy poco sensual. El expresionismo abstracto americano se fabricó para robarle la intencionalidad al arte, que provenía de las izquierdas… y de ahí pasaron al arte pop, en el que todo lo que se produce parecen juguetes, como si les diera miedo pintar carne de verdad. La pintura de Matisse, por ejemplo, está bien para hacer unas toallas o algo que tengas en la casa, pero para mí el arte es otra cosa”.

Opina Isla que la novedad es un valor que está sobrevalorado, en el arte es más importante la profundidad, y dice estar obsesionado por la objetividad de la luz y que su realismo más bien tiende al hiperrealismo porque la realidad se sublima. Lo que quiere Isla en su pintura es llegar a contar historias. “Las historias que me gusta contar”, dice el artista, “son raras, son siniestras, pero es lo que más me interesa, como la imagen de una espalda sucia en la oscuridad. ¿Cuál es el concepto? No lo sé, pero el contenido responde a la complejidad de la psique humana”.

Gracias a Bataille el artista entendió que su pintura era de carácter religioso, porque la religión es el máximo escalón del erotismo. Comenta el artista: “Mi arte es religioso, porque no creo en dios, a pesar o porque tengo muchos familiares curas… Yo mismo tengo algo de cura. Me sientan a hablar y parezco un párroco. En ese sentido mi obra no tiene una coherencia… la única coherencia quizá es que la religión vuelva a mí”.

Dice Isla estar interesado en la respiración del instinto, algo que logra también consumiendo mucho porno, que traduce en su obra como erotismo religioso. Su pintura acaba recogiendo esa respiración y siendo una idealización de esos instintos. Admite estar obsesionado con culos, con las orejas, cuellos, espaldas o abdómenes (“que son dificilísimos de pintar, una tripa es lo más bestia que puedes pintar”), y dice estar invadido de ganas por la fuerza de lo verdadero que es en realidad la mirada de la pintura de todas las épocas. Apunta el artista: “A la pintura moderna le molesta que los cuadros huelan, y a mí me gusta que mis cuadros huelan. La materia recoge la actitud en el óleo, el desprecio, el asco… Como Rembrandt que pintaba con esputos, con mieles, con sanguijuelas… Por eso digo que los cuadros tienen que ser mejores que las fotografías, porque con la fotografía juegas con los negros de la óptica pero en la pintura te los tienes que inventar”.

Muchas de las pinturas de Isla parten de la realidad en el sentido más estricto. Para ello, el artista monta escenografías con imágenes raras que luego retrata para llevarlas al lienzo. Y a veces no hay mejor escenografía que la propia realidad y los personajes que la pueblan, como se aprecia en la obra Los amantes de Oviedo, en la que salen retratados una pareja que acababa de comprar cocaína y que se refugiaron en el baño de una gasolinera a consumirla y a perderse en el frenesí, y que alude a un cuadro de un pintor español romántico del siglo XIX muy poco conocido que alberga el Museo del Prado. Y comenta el artista: “Me gustaría hacer una pintura más sensual… creo que es muy dramático lo que pinto, pero en definitiva es lo que me gusta”.

Partiendo de imágenes fotográficas el artista evita que el espectador pueda pensar que esa realidad es inventada, porque la fotografía alude directamente a la categoría de lo real. Dice Isla: “Tengo ideas pero hasta que no se materializan en la realidad no puedo pintarlas. Los detalles de la realidad le dan fuerza a la pintura…” Y añade: “La pintura no me la invento, la creo a partir de gente real, que seduzco para tomarle fotos y luego pintarla”.

Opina Isla que la novedad es un valor que está sobrevalorado, en el arte es más importante la profundidad, y dice estar obsesionado por la objetividad de la luz y que su realismo más bien tiende al hiperrealismo porque la realidad se sublima. Lo que quiere Isla en su pintura es llegar a contar historias.

El artista usa la fotografía como comprobación científica de la realidad, tratando siempre de que el cuadro sea mejor que la fotografía, ya que Isla piensa que la fotografía de un cuadro nunca puede ser mejor que el propio cuadro, y eso sólo lo consigue pintando catorce horas al día, planteando un interesante juego en el que se trasciende la irrealidad del soporte electrónico para ya en la práctica pictórica lograr una reinterpretación de esa realidad.

Así, Jorge Isla logra hablar en su pintura de lo que está fuera de él, evitando centrarse en su personalidad como origen de su imaginario pictórico. Dice: “Yo me encargo de invocar a la realidad para desde ahí transportarme al mundo onírico”.

Hace poco el artista realizó un revelador viaje a Tailandia donde entre otras cosas se dedicó a retratar a varios personajes conocidos como lady boys, Ghoi es uno de ellos (aparece posando aquí en una fotografía que Isla le tomó), jóvenes varones que travestidos como hermafroditas tristes se dedican a la prostitución, una profesión no tan mal vista como en el católico Occidente y que se practica de un modo más natural.

Cuenta Isla al respecto: “He ido a Tailandia para interaccionar con la realidad de ese país y romper con el realismo modorro que impera en España. Me he topado con ese neoclasicismo de puterío chabacano que me parece absolutamente maravilloso y que encaja perfectamente con mi obsesión de mezclar lo canalla con el mundo clásico”.

Ahora el artista quiere irse a vivir a Tailandia porque ahí se encuentra lo que quiere pintar, porque dice ser un ladrón, y porque “la gente en Occidente ya no me gusta, hablo en general, y lo que quiero es salirme del barroco de la vieja Europa y mezclarme con ese puterío celestial y raro que hay ahí”.

De ese viaje se trajo una serie de retratos y convenció a algunos lady boys para que posaran en escenografías fabricadas que luego el artista se dedica a reinterpretar y dar luz a una nueva serie de pinturas, creando una atmósfera como de cuento, pasando de lo más rígido de su obra anterior a encuadres más cinematográficos, donde parezca que el espectador se ha metido en el cuadro a mirar sin que lo detecten, convirtiéndose en un intruso.

Es Jorge Isla un pintor de oscuridades, de las zonas de tiniebla que conforman la psique. Esta selección de obra que incluye pintura, grabado y fotografía (aunque aquí a título testimonial) es una breve muestra de ello. “Un artista tiene que enamorar, pero también dejar a la gente perturbada. Hay que crear un efecto visionario, como el advenimiento de una gran catástrofe. La gente confunde lo clásico con lo convencional, pero el sacrificio es clásico… lo que está realmente en juego son temas clásicos”. Y concluye: “Con mi pintura persigo algo, persigo una fuerza, la más poderosa de todas: la espiritual”. ®

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Publicado en: Plástica, Septiembre 2011

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  1. «Un artista tiene que enamorar, pero también dejar a la gente perturbada…» Jorge Isla.
    Cierto… este pintor perturba, los temas grotescos bien pintados perturban… igual ocurre en la obra de Martha Pacheco… lo mas terrible es que esos temas existen en la vida real y pictórica. forman parte de la otra cara de la humanidad.

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