Un novelista que no deja de sorprender

La creación, de Agustín Yánez

Sucesor de los novelistas de la revolución, Agustín Yáñez supo alimentarse de sus contemporáneos rusos, alemanes, e ingleses para dejar una huella imborrable en la literatura mexicana.

La creación (FCE, 1959) completa la historia que comienza en Al filo del agua (1947), culmina en Ojerosa y pintada (1960) y encuentra corolarios en La tierra pródiga (1960) y Las tierras flacas (1962). El trasunto es la Revolución mexicana, más bien el periodo de su institucionalización con Calles. Iniciada en 1915 con la publicación de Los de debajo de Mariano Azuela, la novela de la Revolución conoció varios avatares: de sus inicios conservará el realismo, la descripción de costumbres y su relativo apego a la propaganda instigada por un partido único, muy similar en líneas generales, al Partido Socialista de la ex Unión Soviética.

Sucesor en varios sentidos de los novelistas de la Revolución aunque no sin más representante, Agustín Yáñez (1904-1980) incorporará en su técnica muchas de las innovaciones introducidas por los novelistas rusos, ingleses y alemanes de la primera mitad del siglo XX. Sin Doktor Faustus de Thomas Mann, publicada en 1947 y que retrata la vida de un compositor alemán narrada por un amigo, resultaría imposible entender la elección de Yánez por un músico y no un pintor o un literato en el caso de la primera pieza de su trilogía novelística. Gabriel Martínez es un personaje que es músico, bohemio, presunto gigoló pero también honesto defensor de su independencia y sus convicciones. Dos tendencias que parecen excluirse entre sí, pero que alcanzarán una curiosa síntesis, no exenta de melodrama y cursilería en la obra.

Gabriel Martínez es un personaje que es músico, bohemio, presunto gigoló pero también honesto defensor de su independencia y sus convicciones. Dos tendencias que parecen excluirse entre sí, pero que alcanzarán una curiosa síntesis, no exenta de melodrama y cursilería en la obra.

El mismo Doktor Faustus no se libra de cierta exageración en los personajes y los cuadros de costumbres, aunque resulta algo más convincente en relación con la teoría musical que se encuentra detrás. El musicólogo y filósofo alemán Theodor W. Adorno fue uno de los asesores de Mann. La música entre los germanos cumple un papel paradigmático en la cultura, no así entre nosotros. Ése es el primer asombro que suscita La creación en el lector avisado. El melodrama se acentúa con la inclusión de dos figuras femeninas, casi dos polos de valores contrapuestos, aunque al final resultarán ser símbolos de lo mismo: María y Victoria, la compañera de infancia y la mecenas, respectivamente, del frágil Gabriel. Seductoras incansables, femmes fatales encumbradas y caprichosas, al menos en la percepción del paranoico aprendiz de músico.

La creación, además de ser una de las escasas novelas de formación en el ámbito de las letras nacionales, es un retrato pretendidamente fiel del ambiente artístico que primaba en México a principios de los cuarenta. Figuras como Antonieta Rivas Mercado, José Vasconcelos, Diego Rivera, Julián Carrillo y Silvestre Revueltas desfilan por sus páginas. El guiño fácil del autor a personajes todavía vivos, al momento de publicarse la novela, es notorio. Ése, entre otros motivos patrios, no deja de causar ciertas distorsiones en la valoración puramente estética y atemporal de la obra. Bien construida, aunque no tan brillante ni atractiva como Al filo del agua, la novela presenta capítulos con nudos dramáticos claros, pasajes de virtuosismo poético y diálogos aceptables. Ciertamente es necesario hacerse de una visión histórica para no desfigurar los escenarios, los caracteres y las inclinaciones estéticas de la época. La creación, pieza lograda en el difícil arte de la novela. ®

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Publicado en: Libros y autores, marzo 2011

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