UN PEQUEÑO DESEO

Sobre ficciones locales

Sampacho, jueves 14 de enero de 2010, 17:42

Aquí hace un calor respetable. Es decir, ni tan abrasivo como en el NOA ni tan opresivo como en el pozo mediterráneo. En la siesta, al salir, uno se debe a los cuidados mínimos: un sombrero, algo de protector en la nariz y en los brazos, y una botella de agua viva en el bolso.
Mientras tomo los recaudos, en la vereda escucho el llanto de un nene de unos cinco; su coche a fricción ya no se desliza. La voz grave de un mayor lo consuela, le dice que aún hay cosas que en esta vida tienen arreglo, pero no los sentimientos despoblados de cariño y la muerte súbita.
Salgo a hacer unas compras para la abuela. En la esquina distingo en el aire de la persiana a un anciano mirando televisión con el volumen alto. Lleva una rigurosa musculosa blanca, dormita mientras pasan resúmenes de catástrofes naturales, el estado del tiempo en la costa, consejos para bañistas y detalles de una congestión de tránsito en una arteria de Capital.

En tanto, el sol me da en la frente y no encuentro sombra. Invento una visera con el diario de segunda mano, con el puño izquierdo seco mis mejillas de sudor, apenas diluidas en lágrimas que caen lento.

En tanto, el sol me da en la frente y no encuentro sombra. Invento una visera con el diario de segunda mano, con el puño izquierdo seco mis mejillas de sudor, apenas diluidas en lágrimas que caen lento. Es que hay cosas que ya no puedo arreglar, y si las remiendo, las costuras quedan sueltas y nunca fui de zurcir con destreza. Debería llamar a una modista.
La despensa está cerrada, no debe tardar en abrir. Dirijo los ojos al suelo y escucho la risa desmedida de mi hermano, corriendo junto al perro que se parece a una caja de zapatos en marrón y blanco. Veo a papá explicándome de la belleza adusta de las flores azules de lino, con algunos tonos amarillos colados de la mostacilla. Y rememoro las extensas descripciones de la flora en el patio de la abuela Alicia: la menta deliciosa, el durazno que retrasó sus frutos, las flores anaranjadas y vigorosas de las achiras, el vacío en el sitio que ocupaba la parra.
El almacén no abre, pero han dejado las sombrillas afuera y puedo continuar buscando. Está el abrazo de una amiga en la mañana en que dejé la ciudad, con su pelo lacio y desaliñado y un hermoso vestido hasta las rodillas. También la sostenida charla graciosa de una compañera de escuchas radiales, liando paraguas a la perfección; el aliento de un familiar al teléfono, y las manos delgadas de la chica rubia del frente acariciando sus plantas de interiores.
La cortina del negocio se corre, sale un tipo con anteojos de sifón y demora en preguntar. Igualmente no podría responderle. Es que voy perdido en un dibujo de Jose citando a Manza Esain, a Nacho Vegas… Y salen a borbotones dulces las palabras de alguien que ya no está, replicando a una niña, para pedirme que de una buena vez me quede quieto, evitando cortar mis orejas mientras el piso se llena de mechones.
Pido Playadito, azúcar, y medio kilo de alegría. El señor de las gafas sonríe, le faltan dientes. Vuelvo a casa de Alicia y me cuenta de la última novela que está leyendo: una de malevos persiguiendo a una soprano incandescente. Luego nos vamos al jardín donde los jilgueros nunca silencian. Si uno calla, en diez segundos llega el relevo.

Sampacho, viernes 15 de enero de 2010, 19:27 hs

Eché una siestita algo pipón, por eso me pasé un poco para el sol del bronceado. Igual enfilé por una de las calles anchas que dan hacia El Dique. Son cinco cuadras largas hasta la ruta 8, luego se ven los eucaliptus del predio, una docena de carpas de turistas al paso, medio centenar de asadores.

Al fondo se alzan tres piletones en celeste y blanco. Desde hace un lustro están cercados por un alambrado amarillo saltón. En la pileta pequeña brota un ojo de agua, detrás está el arroyo. El pasto está segado al ras, el puentecito hacia El Matadero se ve sólido, pero como es costumbre, hay basura en el leve curso turbio.
Me doy un chapuzón en la última pile, lejos del gran trampolín de cemento. Hay nubes cubriendo el sol, el agua es fresca, observo el panorama. Juego de niños, pelota de goma, señoras que leen novelas rosa en la sombra. Reunión de pibes del Pueblo Nuevo —barrio símil al Alberdi Moldense, al del Imperio y quizá equivalente al Pirata profundo— junto a chicas de 4×4 sojeras.
En las escalinatas que lindan con el sendero que da al piletón mediano reconozco a una de las mellis Azu Danach. Lleva el pelo recogido, castaño oscuro. Está delgada, sobria, viste unos jeans cortos y una remera ocre bien sencilla.
Me mira a la distancia cuando toma agua con sus manos y la vierte en la cabeza de un bebé regordete que descansa en su regazo. Pero no logra saber quién soy, y luego una niña de tres años le demanda que atienda sus piruetas.

Me mira a la distancia cuando toma agua con sus manos y la vierte en la cabeza de un bebé regordete que descansa en su regazo. Pero no logra saber quién soy, y luego una niña de tres años le demanda que atienda sus piruetas.

Es Lola, gemela de Mariana. La abuela tiene un álbum que cierra con una foto en la que Marian sonríe en mis brazos, con una rosa roja en el pelo, cintillo oscuro al cuello y rodete. Yo voy con un mostacho, camisita blanca, moño azul y porte sobrador.
Ahí tenemos cinco años, es la velada del cole de monjas, fin de ciclo lectivo, bailamos tango. Mi tía bromea acerca del por qué con mi primo no nos gerenciamos a las gemelas, dice que hoy seríamos ricos. Seríamos ricos y defenderíamos al campo argentino en pos del monocultivo, escucharíamos la cotización de granos en la madrugada, jugaríamos a La Mosca en el bar del cine Marconi.
La brisa es excelsa, la cantina está cerrada e igual busco cerca a Andrés fumando negros, con trazo refinado y conversación cansina. Pero no está y creo que ya dejó el tabaco. Escucho a los pibes que hablan cantadito como en Traslasierra, pasan una zamba de Atahualpa en los parlantes del predio, la señora de los algodones de azúcar hoy se va temprano. La saludo con gracia y familiaridad. No soy un extranjero. ®

[Textos extraídos de Un pequeño deseo (sospechas, testigos y pistas confusas), número 16 / sobre ficciones locales, noviembre de 2010, www.casa13.org.ar]

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Publicado en: Enero 2011, Narrativa

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