En esta entrevista al director Ricardo García Arteaga —a partir de un artículo publicado en la Antología Didáctica del Teatro Mexicano, vol. 2— se revisan propuestas dramáticas y estéticas de la escena mexicana.
A manera de introducción
“Elegí estas obras dramáticas para hablar del teatro de los ochenta y noventa”, dice el también doctorante en Letras, Literatura Comparada, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. “No tanto de los sesenta y setenta porque se había hablado de éstos en la compilación anterior. Felipe Ángeles (1967), que es de Elena Garro, la montó Luis de Tavira en el 99, no se había puesto en escena antes; Margules monta El camino rojo a Sabaiba (1988) en el 99, es una obra de gran formato y él la hizo de pequeño formato al igual que la de Felipe Ángeles, entonces me interesó ese cambio en escena; por un lado los dramaturgos y por el otro la puesta en escena, y Armas blancas (1982) de Víctor Hugo Rascón Banda en el 82, porque el teatro que se hizo en el colegio de Literatura Dramática y Teatro tomó importancia, fue una de las mejores obras de ese año. Fue una dramaturgia que se fue componiendo en escena con Julio Castillo, cómo se buscaba espacios para presentar la obra, es una característica de esa época hasta nuestros días. Ese cúmulo de razones componen el factor de interés”.—¿Cuáles son las diferencias entre las propuestas escénicas de Julio Castillo, Ludwik Margules y Luis de Tavira?
—Armas blancas era un taller para el último año del colegio de Literatura Dramática y Teatro, participaron los catorce o quince alumnos de esa generación, hicieron un taller acerca de la violencia. Empezaron a trabajar con la obra de Víctor Hugo Rascón; el escenógrafo Alejandro Luna, viendo a los actores y la obra, escogió el espacio, quiso que fuera en el Teatro de Medicina, pero no le permitieron presentarla ahí, luego vio el sótano del Teatro de Arquitectura y era la atmósfera perfecta: sucio y sórdido, lo que trata la trilogía de Armas blancas —El abrecartas, El cuchillo y La daga. Entonces Julio Castillo trabajó con improvisaciones durante seis meses con los alumnos, luego memorizaron el texto y en ese mismo espacio hicieron Armas blancas, lo cual hizo que ésta viviera en él… Yo trabajé con él en Los hijos, de Maeterlinck, y trabajaba a nivel personal, hablaba con ellos, se iban a comer… Es un director amoroso y va haciendo el espacio con esa relación. No es un director que monta en dos meses algo frío, se arma un grupo muy interesante, sabía muy bien los estereotipos del mexicano, la clase media, media baja, eso le gustaba poner en el escenario, así llegaba a más gente. Conocía los bajos fondos de México (era alcohólico, vivía por la Roma, a veces se quedaba en las cantinas) y con eso armó Armas blancas. Se fueron a Venezuela, al festival de Caracas, tuvieron más de cien representaciones y, como dice Dubatti, hubo un acontecimiento, no sólo una puesta en escena.
”Margules utilizó en El camino rojo a Sabaiba un espacio pequeño para treinta personas (en la de Víctor Hugo Rascón hubo unas cien), en un espacio íntimo con los actores cerca del público, las luces encendidas en todo momento. Y sin gran plataforma ni movimientos, lo contrario a Luis de Tavira, y los actores más estáticos, narrándote la historia, tenían que conmoverte. Margules venía de hacer Cuarteto y Los justos en un espacio cerrado, algo representativo para la búsqueda del teatro nacional, que es cómo viven los textos mexicanos. En total, montó cuatro obras mexicanas, tal vez porque no llenaron otros sus expectativas.
”Tavira encuentra atractivo, por otro lado, un teatro rico: en Felipe Ángeles utiliza los elementos más fastuosos para ponerlos en escena, como los telares, el tren que aparece al inicio en la obra, los desplazamientos…
”Y que en ésa puesta no funcionó.
A mí me interesó indagar acerca del teatro nacional: por un lado Margules con el pequeño formato; Julio Castillo, que rescata la esencia mexicana, y Tavira con el gran formato… Creo que Tavira no llega al público, alarga los textos y no hay la comunión que debe haber en un evento teatral.
”A mí me interesó indagar acerca del teatro nacional: por un lado Margules con el pequeño formato; Julio Castillo, que rescata la esencia mexicana, y Tavira con el gran formato… Creo que Tavira no llega al público, alarga los textos y no hay la comunión que debe haber en un evento teatral. Incluso en Felipe Ángeles había un marco (porque quería una estampita de la Revolución mexicana) de caoba ribeteado a lo largo de la boca escena del teatro Julio Castillo, gasta mucho y no creo que enriquezca el evento teatral.
—¿Por qué crees que Margules eligió únicamente cuatro obras teatrales mexicanas, porque otros no llenaron sus expectativas?
—Porque él buscaba cierto tipo de teatro, por ejemplo, hacía mucho de Camus o Pinter, buscaba nuevos textos, entonces creo que los mexicanos de ese entonces no le decían mucho. Me llamó la atención, habiendo dirigido casi cuarenta años, que eligiera sólo esas “selectas” que le dijeron algo: Juan Tovar, Elena Garro, Emilio Carballido y Óscar Liera… Hablando con él, me decía que muchas obras no le reverberaban, y estaba en su derecho, pero me llamó la atención muchísimo esa habilidad con que interpretó las palabras.
—¿En algún montaje pudiste percibir que lograba resolver la problemática social propuesta en los textos?
—Sí. El camino rojo a Sabaiba tiene muchos espacios “sin envolver”, él lo resolvía en un espacio neutro, todo pintado de negro y con escasa luz se armaba todo. Tenía una impresionante capacidad de síntesis y de poner en esencia el texto.
”Comentándolo con otros profesores, coincidimos en que éste es uno de los grandes textos de la segunda mitad del siglo XX en México, poético, el reto era cómo podía reducirlo a un espacio “no apropiado”.
—Me interesa profundizar en las expectativas que tienen los directores teatrales, y tú me puedes platicar un poco más porque fuiste director de obras como Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, Penélope, de Leonora Carrington y la Escala humana, de Javier Daulte, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian. En esta última, ¿qué llamó tu atención para que la montaras?
—He montado veinte textos. Creo que tiene que resonarte. Algo te dice él y tú quieres decir algo con él. Yo vi la obra en el año 2000 en el Festival de Cádiz, para ese entonces conocía a Rafael Spregelburd, me pareció un algo novedoso que no había visto en México; ese amasijo de física con la escena me gustó. Ese año fue la mejor obra de las que se presentaron en Cádiz; tenía un humor negro, elemento que muchos no practican en su dramaturgia, que terminó por convencerme para montarla. Después quise poner ¿Estás ahí?, de Javier Daulte, pero alguien más tenía los derechos y no lo pude hacer.
—Como espectador, ¿qué esperas de una obra teatral?
—Como espectador llego al teatro, aunque a veces sale el investigador, por eso no leo los programas de mano ni nada, trato de enfrentarme con el vacío: los actores, el autor, el director. Espero divertirme, tener una experiencia que me conmueva, reflexionar acerca de los sucesos que pasan en nuestro tiempo; si me enriquecen bien y si no también. Si se va a hacer una obra con aspiraciones artísticas o si logra tenerlas, es doblemente interesante. Me interesa irla sintiendo desde cero, se crea una historia, luego se acaba, lo efímero del teatro, ser partícipe, construir con la obra eso que está proponiéndote. Me dejo llevar.
—En 2006 Luis de Tavira dijo que 90% de la población no conocía el arte dramático, ¿a qué crees que se deba eso?
—Lo atribuyo a varias razones históricas. En México los indígenas no hacían teatro, hacían otro tipo de representaciones hacia los dioses, no por decir que no era teatro porque para mí el teatro es europeo y es una de las formas de representación, hay muchas; el teatro es griego y es el que se impone por la cultura occidental. Pero volviendo a la pregunta, básicamente la palabra y la danza es lo que había más en México en las conmemoraciones religiosas; entonces vienen los españoles y tratan de imponer el teatro evangelizador en que participan los indígenas con cantos, danzas y flores. Ahí comienza un sincretismo, pero después hay una vertiente que continúa haciendo un teatro de entretenimiento por los siglos XVII, XVIII y XIX, aunque no llega a las grandes masas. Creo que España sí es una cultura teatral por el Siglo de Oro, pero no supo meterlo a toda la población por medio de la educación, no todos hacen teatro, eso es un problema también, no todos van al teatro, ni todos conocen de teatro, ni todos hacen teatro… ®