En la “guerra contra el narco” en México el narcocorrido ha cobrado un nuevo auge, sobre todo por sus letras de violencia explícita, pero también hay otra vertiente en esta nueva lírica de la llamada narcocultura, que con su manera de distribución y comercialización más allá del noroeste del país nos lleva a preguntarnos si esta composición musical sigue reflejando la misma resistencia que mostró en sus inicios.
Tradicionalmente se le ha atribuido al llamado narcocorrido una función cronística dentro de la cultura del tráfico de drogas, ha sido el narrador natural de todas los acontecimientos derivados del enfrentamiento de dos formas de entender la realidad: por un lado el de la cultura oficial o hegemónica encargada de combatir esta actividad, y por el otro la de los cárteles de la droga, de tal manera que este género musical ha reflejado la resistencia y justificación frente al Estado y sus instituciones por parte de quienes se incorporaron, por diversas razones, aunque generalmente por pobreza, a los eslabones del cultivo y tráfico de drogas.
Sin embargo, atendiendo el dinamismo de toda cultura, sería pertinente verificar la vigencia de este enfoque en torno a esa composición musical. ¿Sigue ésta reflejando la resistencia que mostró la llamada narcocultura en los años setenta?
En este sentido cabe resaltar la etapa que actualmente vive el corrido difundido hoy en día en internet, mediante los circuitos de la piratería y en los llamados bailes masivos, aunque también en los circuitos comerciales con letras menos explícitas. Particularmente me refiero al llamado “movimiento alterado”, nueva corriente musical de este género que ha reavivado el debate en torno a su prohibición en el noroeste de México (particularmente en Sinaloa) pero que se ha consolidado como una empresa dentro de la industria cultural.
El movimiento alterado como moda
De entrada sería necesario destacar que el movimiento alterado (en adelante MA), “corridos enfermos” o “corridos alterados”, es más que simples narcocorridos. Omar Valenzuela, productor musical y empresario creador del concepto, junto con su hermano Omar, lo define así:
—No solamente es un género musical, sino un estilo de vida, en el que los jóvenes tenían necesidad de identificarse con algo nuevo, empezando con la música, siguiendo con la ropa, el lenguaje, sin importar si eres un joven de Sinaloa, Chihuahua, hoy todos tienen los mismos modismos. Encierra escuchar corridos de la nueva generación, ya no escuchamos los corridos que escuchaban nuestros padres. Los nuevos morros visten a la moda. Va cambiando la cosa, a como va cambiando la moda, la cultura…
—Entonces es una moda, va cambiar el discurso de tus corridos según las tendencias del mercado.
—Así la veo. Va pasar por mafia, letras de fiesta… A como yo veo esta madre va ser así… Este tipo de corridos es una moda, va dar vueltas… Se va a quedar el mejor y puede ser el más grande. El que le guste a la gente se va a quedar cantando cualquier cosa…
Para muestra de la visión empresarial de uno de los llamados “cuates Valenzuela” baste decir que el MA y sus agrupaciones han permitido consolidar no sólo disqueras independientes a sus creadores, también todo un “estilo de vida” alrededor de los corridos que ellos producen. El Komander, el cantante más representativo del MA, por ejemplo, tiene su marca de ropa, paralela a la del mismo movimiento musical, y promueve en los discos de la empresa algunas firmas de tequila y ropa regionales.
Las respuestas del empresario, ex trabajador de Universal Music, ilustran la incorporación de la subcultura del narcotráfico a la industria cultural, y al definir al llamado narcocorrido como una moda cuestionaría la resistencia atribuida a las manifestaciones populares propuesta por algunos teóricos.
Las respuestas del empresario, ex trabajador de Universal Music, ilustran la incorporación de la subcultura del narcotráfico a la industria cultural, y al definir al llamado narcocorrido como una moda cuestionaría la resistencia atribuida a las manifestaciones populares propuesta por algunos teóricos, como John Fiske, así como pone en duda las posturas iniciales en torno a la función del narcocorrido en los años setenta, es decir, en el inicio de la institucionalización del narcotráfico y sus manifestaciones culturales o simbólicas.
John Fiske [en Lull, 1995, 100] afirma que la cultura popular “nunca es dominante, porque siempre surge como una reacción a las fuerzas de dominación y nunca como parte de ellas”. Para Fiske la cultura popular es una forma de resistencia contra la cultura hegemónica y un recurso para evitarla. Afirma que “los placeres populares deben contener elementos de oposición, de evasión, de escándalo, de ofensa, de vulgaridad, de resistencia”.1
Evidentemente, como lo han demostrado no sólo Fiske sino otros investigadores [David Hesmondhalgh, 1998, Simon Frith, 1981, Lawrence Grossber, 19922] las culturas populares y la contracultura en sus inicios guardan cierta motivación de resistencia frente al orden dominante; sin embargo, hoy día en medio de un contexto de mundialización cultural, con un incesante flujo y mezcla de formas culturales gracias a los mass media y el desarrollo de estrategias en materia de mercadeo en la industria del entretenimiento, no podemos generalizar la afirmación sin atender el contexto en que se desenvuelven esas prácticas culturales, como sucede con el llamado narcocorrido alterado hoy día.
Para defender más esta postura, algunos versos de El Komander:
La empresa es grande es la misma… No hay enemigos nomás hay cilka y si hay problemas son por envidia. No soy Mafioso soy empresario, los abogados lo comprobaron. Ya no le busquen si no le encuentran, porque tal vez un día se revienta. Y a veces no tengo la paciencia me pongo bravo y ajusto cuentas… Guadalajara sigue rifando. Negocio activo gente operando y el gobierno sigue cooperando… [“Brazo derecho”, Alfredo Ríos “El Komander”, en corridosnuevos.blogspot].
Como podemos apreciar en este narcocorrido, la resistencia frente a la cultura hegemónica de la que habla Fiske no cabe, o habría que matizarla, pues, a diferencia de lo que sucedía con el narcocorrido de los setenta, en los que hay resistencia al Estado y sus agentes rurales, soldados, federales, rinches, por parte del traficante. Lo más que defiende el “brazo derecho” es su empresa, su negocio y por ende su posición como jefe, o gerente, para ser congruente con el discurso.
Lo que desvela el Komander es una incorporación al orden económico oficialmente imperante (negocio activo, gente operando y el gobierno sigue cooperando), una incorporación al sistema de producción mediante la idea de “empresa”, denominación que una actividad ilícita no obtendría por parte de la autoridad “oficial” sino por lavado de dinero.
Asimismo, atendiendo que el corrido ha sido la crónica de lo que pasa en la sociedad, y aun admitiendo que muchos de ellos son ficción, como declaran sus compositores, cabría señalar que los nuevos “corridos enfermos”, no sólo del MA sino de otras disqueras, reflejan la incorporación de la narcocultura a la cadena de consumo y por ende al engranaje de todo el sistema económico hegemónico:
Alisten cuacos y mulas, carabinas, carrilleras, que a la civilización ya se nos van las morenas, van a cambiarnos por coca, por glamour y discotecas.
Conquistaron a los batos, dicen que son de billetes, ahora con la crema y nata ya nada más se revuelven. Hasta bailan pop y reggaeton, pero la banda les gusta de corazón.
Ya no toman Viva Villa ahora beben el Buchanans, el limón ya no lo usan más que en puras micheladas, hoy usan Victoria’s Secret, Armani, Dolce & Gabbana… [“Las morenas”, El Coyote y su banda Tierra Santa, ISA Music].
En la letra anterior no hay dejo de resistencia cultural más allá de conservar el gusto por la banda musical sinaloense; antes se refirma el consumo de productos de marcas originalmente destinados a la cultura dominante: Buchanans, Giorgio Armani, Dolce & Gabanna.
Otro factor que cuestiona la validez de la tesis que enuncia que la cultura popular no es dominante es el éxito comercial del MA y los nuevos corridos es el éxito comercial: 13 millones de visitas y contando en YouTube para uno de sus corridos más polémicos, 30 mil asistentes a un concierto de Los Buitres de Culiacán, ex miembros del MA, en Durango, así como el arribo a iTunes de varios de estos cantantes, que abarrotan locales de baile en el centro del país.
De esta forma, antes que de resistencia cultural a la manera de Fiske preferiríamos hablar de una resignificación del discurso de la cultura dominante mediante la apropiación discursiva de marcas como Buchanans, Land Rover, Mercedes Benz o el diseño de ropa y accesorios con emblemas mexicanos a partir de modelos de marcas como Ed Hardy, favorita de estrellas de Hollywood y figuras pop como Maddona, lo cual no cancela la resistencia, sino que la resignifica.
Así, podemos decir que el narcocorrido, como parte de una subcultura, inicialmente cumplió con una labor de resistencia al entrar a las ciudades venido del escenario rural, o incluso de protesta frente a las precarias condiciones de vida en el ámbito rural, pero hoy, incorporado a la industria del entretenimiento, institucionalizado, ha modificado esa labor.
En este sentido, el derrotero que está siguiendo el corrido hoy día se asemeja al que siguió la cultura hip hop y el rap en Estados Unidos, que como una cultura marginal fue adoptada por la industria del entretenimiento lo cual, sin suprimir el racismo, abonó a una resignificación del concepto afroamericano, como ilustra James Lull.
Quizá el corrido esté realizando una especie de “lavado social” de su imagen. Es decir, una vez que ha logrado la aceptación de la cultura dominante más allá del escenario rural está dictando los patrones de consumo en las ciudades, está dictando la moda: qué se debe vestir, escuchar y consumir, de ahí que los personajes principales de estos corridos sean “narcojuniors”, “administradores” del “negocio” antes que gente dedicada al trasiego de droga, como en los años setenta.
En este sentido, el derrotero que está siguiendo el corrido hoy día se asemeja al que siguió la cultura hip hop y el rap en Estados Unidos, que como una cultura marginal fue adoptada por la industria del entretenimiento lo cual, sin suprimir el racismo, abonó a una resignificación del concepto afroamericano, como ilustra James Lull.
De esta manera podemos afirmar que el corrido actual es una representación ulterior de la institucionalización más allá del noroeste del país que han alcanzado el narcotráfico y sus manifestaciones, que ahora ya no necesitan de los circuitos comerciales “oficiales”, como en un primer momento, pues ha generado recursos propios (disqueras, medios de comunicación basados en internet, compañías de representación) para difundirse en los planos nacional e internacional.
Por todo lo anterior pareciera ser que de “alterado” el corrido actual tiene poco, pues sus letras, en su mayoría centradas en el consumo ostentoso y en la vida de sicarios, refleja esa incorporación de la narcocultura a la cultura oficial o “hegemónica”, retomando productos propios de ésta y resignificándolos o en el menor de los casos creando los propios una vez que tiene los recursos. Pareciera ser, como Héctor Villarreal afirma, que la narcocultura es la cultura hegemónica.
Por otro lado el arribo del corrido alterado y su lenguaje, ése sí menos convencional, a los medios de comunicación, hegemónicos y no hegemónicos y su adaptación a las leyes del mercado comprueban la necesidad de actualizar los paradigmas utilizados para el análisis de las llamadas contraculturas. ®
Referencias bibliográficas
James Curran y David Morley, Estudios culturales y comunicación, Barcelona: Paidós, 1998.
James Lull, Medios, comunicación, cultura: aproximación global, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1999.
Notas
1 E ilustra su tesis con un ejemplo extraído de la recepción que hacen de las series western estadounidenses en Australia: “Los aborígenes festejan los ataques de los indios americanos al tren de diligencia o a las granjas en los que matan a los hombres blancos y se llevan a sus mujeres”.
2 Todos estos autores cuestionan la vigencia de la “ideología” contracultural atribuida al rock en los enfoques del estudio de este género musical, y sus principales argumentos son retomados por David Hesmondhalgh en su artículo “Repensar la música popular después del rock y del soul”, contenido en Estudios culturales y comunicación, 1998, coordinado por James Curran y David Morley.