El necio
Habré de hacerme oír
cuando no quede seña de lenguajes
ni escritura humana.
En honda pulsación fuera de órbita
alguna intermitencia mía
se mostrará inteligente.
Leve música de mi nostalgia
acosará futuras naves,
y astronautas inconcebibles
asediados por una última aurora,
escucharán voces a la débil luz
de mi más potente grito.
Cierta vibración, algún pautado ritmo
redundará por siglos en el espacio
hasta formar la improbable piedra
asteroide de la Memoria.
Fragmentada, alcanzará sin duda
superficie de planetas nuevos,
sacudirá su milenario polvo
ante miradas extrañas
que brillarán morbosas
con una breve incandescencia.
Iluminadas,
festejarán la supuesta disolución
de este necio, contumaz recuerdo.
Hombre bala
Instantes fetales, amnióticos.
Se concentra con las piernas tensas,
rigidez cadavérica en los muslos.
No pierde la firmeza un solo instante.
Planea su mente la ensayada maroma,
el nacimiento que protagoniza cada noche,
expulsado del mundo ante el asombro
de rostros jamás distinguidos
en la marea negra murmurante.
A veces —no siempre—
una palabra toma forma.
A veces —no siempre—
una exclamación grosera
lo acompaña en el viaje.
¿Será él mismo quien la emite?
Palpa el extremo, la frialdad del tubo.
Observa el planeta al fondo del borde,
luna que se hará ancha de golpe,
al abrirse la Tierra con estruendo.
Se ilumina en la penumbra
la flecha de las palmas reunidas,
apuntando al centro del astro.
Deshacer el hilo de siempre, dar luz al rebaño,
alguien tiene que hacerlo:
es la hora del circo.
Varados en Bellas Artes
A tierra poco firme
vino a parar
el blanco mar de mármol
del Palacio.
En volcánico amanecer
convocado cada noche,
al cielo devuelto,
un sol fulge en su interior.
Sucumben nuestros muertos
en sus salas,
pequeños ante el homenaje
de las Edades.
Ecos guardados en la piedra
por metales cien años templados,
las notas de cristal ascienden
por las columnas.
Con el vórtice de su huida
Bellas Artes arrastra una ciudad
que se hunde lentamente
en arcoírico estertor.
En sus orillas petrificadas los mexicanos
—náufragos ciegos—,
no entendemos todavía el arribo:
no sabemos si embarcarnos o partir. ®