Marimbas del infierno, el último largometraje del cineasta guatemalteco Julio Hernández Cordón, documenta ficcionalmente nuestras vidas en tres nuevos arquetipos: el marimbista, el chico urbano y el adulto rockero.
Marimbas del Infierno from Codice Cinema on Vimeo.
Al inicio de El material humano Rodrigo Rey Rosa escribe una de las frases que mejor definen mucha de la producción artística guatemalteca contemporánea: “Aunque no lo parezca, aunque no quiera parecerlo, ésta es una obra de ficción”. Así, hay un grupo de artistas en distintos registros y códigos que de alguna manera utiliza el acelerador de partículas del lenguaje para crear universos simbólicos que ponen en riesgo esta realidad, para bien nuestro. Obras de ficción que no son sino la puesta en escena remasterizada de eso que nos da por llamar realidad. Al fin que, como diría Proust, “Aquello que llamamos realidad es una cierta relación entre las sensaciones y los recuerdos que nos rodean simultáneamente”.
Organizar eso que está ahí volátil, omnipresente y devolverlo al lector-espectador como una droga que alimenta el bajón de la otra droga que termina siendo la vida cotidiana, la ficción como reorganización de lenguaje. ¿Espejos?, más ambicioso es pensar que esta forma de entender el arte es más cercana a una puerta que a un espejo, abrir agujeros en las paredes para comunicarnos con nuestra historia a través de nuevas rutas, de nuevas estrategias de representación.
Marimbas del infierno, el último largometraje del cineasta guatemalteco Julio Hernández Cordón puede leerse desde esa intervención de la realidad, de meterla en un agujero de gusano (que vendría siendo acá el proyector) y devolverla revitalizada.
La película comienza con una nota del director-narrador que escribe una aclaración en primera persona y en referencia a su película anterior, es la llave de acceso al agujero de gusano, en el que ficción y realidad se fundirán en una especie de universo paralelo que documenta nuestras vidas en tres nuevos arquetipos el marimbista, el chico urbano y el adulto rockero.
3 vías de escape-acceso
En la primera secuencia el protagonista da unas declaraciones a la cámara. Don Alfonso, un músico marimbista, cuenta que está siendo víctima de extorsiones que lo han obligado a alejarse de su familia y a dejar todo atrás, incluyendo su casa y a sus ex compañeros músicos, ya que ahora toca él solo para agenciarse del dinero que tiene que pagar a los extorsionadores. La marimba que, cargada al máximo de significado, lleva el nombre de Siempre Juntos, funciona dentro de la película como un necesario detonante para el posible éxito de un proyecto colectivo y casi simultáneamente para garantizar su colapso.
Chiquilín, ahijado de Don Alfonso y el segundo personaje en ser presentado, es el espíritu joven de esta reescritura arquetípica de Hernández. La representación de lo urbano, con exquisita irresponsabilidad, atropellado por la calle simbólica y literalmente (el personaje fue arrollado por un tráiler cuando niño), amigo de los estados alterados de conciencia y representante de esa tosca manera en que manifestamos la ternura, será entonces en esta historia una especie de productor del proyecto que echarán a andar más adelante.
El tercer Personaje (sí, con mayúsculas) de Marimbas es el legendario Blacko, un médico, practicante de las leyes mesiánicas y, ante todo, uno de los grandes del rock de los ochenta en Guatemala, cantante y fundador de la banda Guerreros del Metal, que con sus cabellos largos, un poco calvo y con los años en el rostro aparece como el rudo líder de la banda de metal que cerrará este triángulo metafórico: Don Alfonso, Chiquilín y Blacko organizados para hacer una banda de rock y marimba.
A partir de esa historia el director presenta a primera vista los recovecos de la producción artística en Guatemala, pero más allá Hernández revisa el absurdo de los proyectos de nación, de las tensiones y contradicciones que nos caracterizan y ante las cuales propone una lectura alterna para nuestra historia.
La reescritura del tiempo
Las posibles lecturas de estos personajes pueden verse como un registro de la historia contemporánea del país, Chiquilín, hip-hopero, desafinado y encantador como la materialización del siglo XXI, contraponiéndose a la crisis de Blacko y una especie de modernidad del rock, aunada a su búsqueda de la fe y la inserción en la vida “profesional” como médico-metalero; crisis complementaria la del protagonista, Don Alfonso, que en su relación con la marimba, su ser indígena urbanocapitalino y subalterno víctima del desempleo y la delincuencia tratan de realizar un proyecto colectivo, no gracias a sus historias, sino a pesar de ellas. Tal proyecto plantea que la suma de imposibilidades (sin empleo, sin casa y sin familia) da como resultado la imposibilidad misma, y ahí el conjuro. Acto mágico del ejercicio de reescribir la realidad es que en su negación suceda, la película está dedicada a los proyectos impensables en un país como Guatemala, la dedicatoria aparece al final como la meta del agujero de gusano, la conclusión que vendría a cerrar la elipsis realidad-ficción, la imposibilidad al fin se plantea como otra posibilidad, quizá la gran posibilidad de los proyectos impensables, sí, Marimbas del infierno como obra representa su propia crisis y su propia solución, del aparente fracaso sistémico surge la obra misma, impensable y por lo tanto sorpresiva, invasora, emboscada de la imagen.
Acto mágico del ejercicio de reescribir la realidad es que en su negación suceda, la película está dedicada a los proyectos impensables en un país como Guatemala.
La conciencia de la posibilidad transformadora de la imposibilidad aparece representada discreta y poéticamente (como marcando un ritmo muy cercano al verso-imagen) en el color celeste, permanente en la mayoría de secuencias de la película, ropa, mesas, paredes, cielos, pequeños objetos celestes, como un puntos de fuga, como marcas luminosas que sugieren que todo lo que sucede en las repetidas desavenencias de la historia es en realidad un acto de esperanza y de luz.
Ganadora, entre otros premios, del premio a mejor película mexicana en el Festival de Cine de Morelia (sí, Hernández también tiene la nacionalidad mexicana), al la reescritura de la realidad se le suma la de las nacionalidades, el juego realidad-ficción se magnifica con ese paradójico premio, una de las películas más guatemaltecas (a nivel de referencia y representación) que tiene el cine guatemalteco es premiada como mejor película mexicana, a lo mejor este pequeño detalle del agujero de gusano busca cuestionar metalingüísticamente el rol de la región, del vecindario, pues.
Propuesta híbrida, mestiza y fuera de las lógicas narrativas occidentaloides (como en el resto de su obra, cine de autor, garantizado), Marimbas del infierno exige al espectador liberarse de las representaciones tradicionales de su imaginario, se trata de dejarse llevar por el viaje-ficción hacia ese universo paralelo en el que, los proyectos más impensables sí pueden llevarse a cabo, muy a pesar de esta realidad que se empeña en definirnos, sin mucho éxito. ®
Marimbas del infierno
Dirección: Julio Hernández Cordón
Producción Ejecutiva: Melindrosa Films
Elenco: Don Alfonso Tunche, Roberto González (Blacko), Víctor Monterroso (Chiquilín)
Año: 2010
País de producción: Guatemala, Francia y México.